Entre escritores: una imagen personal (II. América Latina)
Con los escritores argentinos Carlos Salem, Fernando López, Guillermo Orsi, Jorge Fernández Díaz, Guillermo Roz, Marcelo Luján, Javier Sinay, Betina González y Gastón Intelisano en Madrid, en Casa de América, en 2016.
Paradójicamente, para un escritor latinoamericano como quien esto escribe resulta difícil insertarse en el contexto literario de su propio continente. En el siglo XXI persiste la viejísima y lamentable fragmentación geográfica y cultural de América hispana (la designación misma de la región demuestra la persistencia del problema) y, en consecuencia, su fraccionamiento no solo en lo que a las relaciones comerciales y al impacto de sus medios de comunicación corresponde, sino también en lo que atañe a la producción, distribución y difusión de su producción editorial: un peruano puede tener mayor conocimiento de la literatura española que de la literatura boliviana o un mexicano de la literatura argentina más que de la salvadoreña. En general, un escritor latinoamericano puede ser un desconocido en su continente y desconocer él mismo el trabajo de sus pares. En Colombia se leen libros españoles más que ecuatorianos o salvadoreños y en España se pueden encontrar libros de autores hispanoamericanos publicados en editoriales españolas que en América Latina resultan inconseguibles.
Desde tan peculiar perspectiva, a varios escritores latinoamericanos los he conocido, sobre todo, por razones académicas y profesionales y en espacios universitarios y festivales internacionales de literatura que son breves formas de superar esa fragmentación cultural del continente. Así me he acercado a su obra y con gusto me he vuelto su crítico y difusor. Conocerlos en persona solo ha aumentado mi interés en su trabajo.
Para empezar, quisiera mencionar que en mis estudios de doctorado en Literatura en la Universidad de Salamanca (1995-2003) tuve la oportunidad de conocer al escritor mexicano Jorge Volpi, autor de Una novela criminal (2018), título que curiosamente recoge la nominación que yo propuse para el género negro hispanoamericano de 2012 en adelante. Lo menciono en primer lugar porque sirve de punto de referencia de mi experiencia académica, creativa y crítica. Justo cuando yo abandonaba la ciudad para establecerme en París, me lo presentó la profesora Paqui Noguerol como ideólogo de la llamada generación del Crack. Entonces, él terminaba una de sus novelas, aislado de la “marcha salmantina”, es decir, de los innumerables distractores nocturnos de la ciudad que otros aprovechaban. Luego, en 2014 compartiríamos una mesa en el Festival Azabache de Mar del Plata, dirigido por Javier Chiabrando, autor de Todavía no cumplí cincuenta y ya estoy muerto (2002), a quien también conocí en esa oportunidad.
Después de su performance de lanzamiento de alguno de sus libros —acaso Ficciones criminales: estampas de la crisis (2008-2014)—, mi intervención, relativa a la presunta colombianización de la Argentina, tuvo impacto en Volpi y en general entre los escritores locales. Entonces me negué a seguir la tesis predominante en los medios de comunicación respecto a la identidad entre los dos países en lo que a narcotráfico concernía. Así, hice una radiografía de la situación en Colombia, muy diferente a lo que vivía Argentina por esos días. La exageración de identificar el conflicto de los dos países brillaba por su impertinencia. En tal sentido, Julia Muriel Dominzain, de Cosecha negra, me entrevistó y tituló esta entrevista “El narcotráfico como revolución social”.
También en la Universidad de Salamanca hice amistad con Ignacio Padilla, amigo de Volpi. Ambos acababan de colaborar en el Manifiesto Crack y representaban una intelectualidad mexicana crítica del llamado Post-boom latinoamericano. De él recuerdo especialmente su novela Amphitryon (2000) que obtuvo el codiciado premio Primavera de Novela y que gentilmente me obsequió cuando obtuve el doctorado en 2003.
A finales del siglo XX, Salamanca era un lugar de encuentro de escritores latinoamericanos. Allí conocí, también, a las poetas Maylén Sosa Silva, venezolana, autora de Transparencia del aire (2009), y Esther Arvizu Angulo (Thercy Arvizú), mexicana, autora de Llorar es del cuerpo (2019). Su apoyo en mi trabajo ha sido reseñable. No olvidaré la contribución de Thercy en la producción de mi novela A la intemperie.
EL desarrollo editorial de la llamada novela negra por encima de otro tipo de literatura y mis investigaciones en torno a ella me permitieron conocer luego a la mayoría de escritores latinoamericanos de los que puedo dar noticia. En primer lugar, dado su impacto cultural y político, quiero mencionar al hispano-mexicano Paco Ignacio Taibo que hace años impulsa la Semana Negra de Gijón, festival que tiene eco en eventos semejantes de España (Madrid, Barcelona, Alicante, Guadalajara, Bossòst…), Chile (Santiago), Argentina (Buenos Aires, Córdoba y Mar del Plata), Cuba (Santa Clara), México (México, D.F., Aguascalientes), Brasil (Brasilia), Panamá (Ciudad de Panamá) o Colombia (Medellín), entre otros, a los que he podido asistir.
En 2015, en Gijón, entrevisté a Taibo con motivo de su novela De paso (1986). Había publicado el artículo “Anarquismo sin fronteras en De paso, de Paco Ignacio Taibo II” incluido en Fronteras del Crimen (2015) y me acuciaban preguntas de índole política para el autor. Frente a ellas, distanciándose del Anarquismo, sobre todo, él no tuvo duda en reivindicarse como activista de izquierda y sindical hispano-mexicano, lo que me permitiría establecer su importancia y trascendencia.
Bajo la dirección de Ángel De la Calle, que reemplazó a Taibo en 2012, tuve la fortuna de participar en las versiones de 2015, 2021 y 2023 de la Semana Negra de Gijón. Taibo seguía al frente de alguna de las mesas en que participé, así como de las charlas en el Hotel Don Manuel hasta altas horas de la madrugada que se habían vuelto una tradición y que me permitieron afilar mis percepciones políticas de España y América Latina hacia el futuro. Allí, en 2015 le entregué mi novela Desaparición (2012) sobre el holocausto del Palacio de Justicia de Colombia en 1985 a manos del ejército. De entrada él me sugirió eliminar mi segundo apellido, Quintero, de mi marca personal (“Lo siento por tu mamá, hermanito, pero no suena. No.”), consejo que seguí. También, le entregué el borrador de Amantes y Destructores. Una Historia del Anarquismo, que finalmente sería publicada en Berlín y presentada por Ángel de la Calle en 2021. En esa segunda ocasión hablamos de mi novela El Innombrable (2021) y de la situación de Colombia, y tuve la oportunidad de escucharle comentar algo de su gestión en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador como secretario de Arte y Cultura del Comité Ejecutivo Nacional del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y luego como director del Fondo de Cultura Económica. En este último sentido me transmitió algo de la situación del Fondo en Colombia y lo ocurrido con Nahum Montt, que había sido nombrado por él como Jefe local. Pocos escritores colombianos asistían a Gijón —Octavio Escobar y yo en 2023— y él aprovechaba la ocasión para enterarse de lo que acontecía en el país. Le comenté de mi exilio en 2020 y de la difícil llegada de Gustavo Petro a la presidencia. "El poder de la Derecha explica ambas cosas”, dijo.
Al margen de lo anterior, en el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro que dirigí de 2010 a 2019, tuve la oportunidad de invitar a buena parte de los escritores de novela de crímenes que venía estudiando en mi trabajo académico. A Guillermo Orsi, autor de Sueños de perro (2004), entre ellos. Su participación en 2012 con la conferencia “De Dashiell Hammet a Lehman Brothers” causó gran impacto entre el público pero sobre todo en el escritor mismo. El hecho de que la mayoría de asistentes fuesen estudiantes de secundaria lo sorprendió pues estaba acostumbrado a públicos de mayor edad y formación. Volví a ver a este entrañable escritor en distintas oportunidades: en Madrid, Buenos Aires o Córdoba-Argentina y en Mar del Plata en 2014, en el Festival Azabache mencionado arriba, junto a otro veterano de las letras argentinas, Fernando López, autor de Áspero cielo (2007), novela que en su momento reseñé .
A Fernando lo reencontré luego en el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro, a donde asistió en 2015; en Madrid, en el festival Getafe Negro de 2016 que coordina el escritor español Lorenzo Silva; en la Feria del Libro de Buenos Aires, en 2018; y en Córdoba-Argentina, adonde me invitó en distintas oportunidades al festival Córdoba Mata que dirige (2015, 2019, 2020, 2021, 2022). En la Semana Negra de Gijón de 2023 tuvo la gentileza de presentar mi novela A la intemperie (2023) y yo hice lo propio con la suya, una reedición de Arde aún sobre los años (2023).
Por su parte, en 2014, en el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro, también tuve la oportunidad de conocer a Mempo Giardinelli, autor de Santo oficio de la memoria (1991), de quien ya había leído sus ensayos dedicados a la novela negra y parte de su obra narrativa. Nunca olvidaré su voz política, en el sentido más puro de la expresión, que tuvo el valor de denunciar las “fronteras del crimen o crimen sin fronteras”.
También tuve el honor de conocer a Néstor Ponce, escritor argentino-francés, autor de Toda la ceguera del mundo (2013), novela finalista del premio Medellín Negro que edité. Nuestro primer contacto fue a través de cartas, pero poco a poco cuajó nuestra amistad. Su antigua experiencia de exilio y su asimilación a la cultura francesa me identificaron muy pronto con él. Asistió a Medellín Negro 2012 y luego, a su lado, desempeñé la Cátedra de las Américas en L´Université Rennes 2, Francia, entre 2015-2016, experiencia académica que me permitió difundir los resultados de mis investigaciones sobre la novela de crímenes en Francia.
Otros autores argentinos surgieron en mi trabajo y sobre todo en mi formación como escritor. Mi curiosidad respecto de Raúl Argemí y Rolo Diez nació, además, del obsequio que me hiciera Cristina Fallarás en 2012, cuando presentó Desaparición en su librería de La Luna en Barcelona. Entonces ella tuvo la generosidad de regalarme su ejemplar de El mejor y el peor de los tiempos (2010), libro dedicado así por el autor a la pareja: “Para Raúl y Cristina con mucha amistad y un poco de ese olor a pólvora que no termina de irse”. A Argemí, lo conocería luego en Cuba con motivo del Festival “Fantoches” de Santa Clara de 2017, del cual he hecho una pormenorizada reseña en este blog; y a Diez, a pesar de nuestro contacto en Facebook, casi logro conocerlo en directo, en 2018, cuando asistí a México Noir. Entonces, varios de sus “fans” y yo fuimos a buscarlo pero no lo hallamos en casa.
En general, mi contacto con los escritores argentinos ha tenido especial escenario en la susodicha Semana Negra de Gijón. Allí, en 2021 conocí a Claudia Piñeiro, autora de Catedrales (2020), que ese año ganó el Premio Dashiell Hammett. Con ella tuve una interesante charla sobre la industria editorial y sobre las circunstancias sociales y políticas de Argentina. En un animadísimo desayuno del hotel Don Manuel nos relató a sus acompañantes las dificultades para salir de Argentina y los inconvenientes del cambio de divisas en los desplazamientos internacionales. El gobierno de Alberto Fernández intentaba controlarlo todo, aunque la avalancha social y política vendría luego.
Asimismo, en el espacio de la Semana Negra de Gijón de 2015 compartí mesa con otros escritores provenientes de Argentina. En primer lugar menciono a Gabriela Cabezón Cámara, autora de La Virgen Cabeza (2009), novela que me apasionó, pues tocaba elementos populares que signarían mi propia obra. Recuerdo de ella una anécdota que, no obstante mi admiración por su obra, me “hizo ruido”, como dicen los mexicanos: en medio del festival Azabache de Mar del Plata, cuando le comenté que en nuestros países escribir era un privilegio, ella me respondió que en su caso ella “se lo había luchado”. De nada valió mi explicación de que, a pesar de nuestro esfuerzo, debemos reconocer que quienes accedemos a la condición de escritores hacemos parte de una élite cultural e incluso económica. El comentario me valió su amistad pues a su modo me vetó de ahí en adelante.
En la misma mesa de la Semana Negra de Gijón compartí presentación con la pareja de María Inés Krimer y Jorge Yaco, con quien me sentí muy a gusto en los desayunos de esa Semana Negra de Gijón. La primera, autora de Noxa (2017), que reseñé en La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social, fue de los pocos escritores argentinos que se interesaron por mi trabajo y, en general, por el periodo oscuro que atravesaba Colombia durante el gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018). Resalto aquí su honrosa virtud de empatía que no es común entre escritores. Del segundo, médico y sindicalista de profesión, conservo aún el libro que me obsequió, El oro de Berlín (2014), que también hace parte del corpus de mis investigaciones en el campo de la novela de crímenes latinoamericana.
Igual empatía percibí en el escritor Loyds Lebrón, autor de La mamá de Johnny (2021). En Gijón hablamos de nuestros problemas continentales y, en especial, de Colombia, país del que él estaba muy bien informado. Hace poco dirige Buenos Aires Negra y desde allí busca consolidar una red latinoamericana de eventos dedicados a la novela negra que, por mi parte, había buscado por varios años desde Medellín. Me pidió vincular a Medellín Negro, pero, por diversas circunstancias, hace mucho que no vivo allí y él no tenía conocimiento de mi exilio.
En la Semana Negra de Gijón de 2015 también participé en la mesa dedicada a América Latina con Mariano Quirós, autor de Una casa junto al tragadero (2017). Como Giardinelli, este escritor demostraba una constante preocupación por su tierra, Resistencia, y su cultura chaquense. A su lado se encontraba también Tatiana Goransky, autora de ¿Quién mató a la cantante de jazz? (2008), a quien conocí en el Festival Azabache en 2014 y vería de nuevo en el Congreso Medellín Negro de 2015. Ella es uno de los escritores incluidos en mi novela Amantes y Destructores. Una Historia del Anarquismo, donde, entre otras cosas, hablo de mi experiencia en Barcelona Negra, el festival que cada año reúne a los escritores del género y, sin quererlo, nos une a los latinoamericanos en un poderoso bloque.
Al margen de lo anterior, debe señalarse que el dominio de Argentina en el espacio cultural de la novela negra y, en especial, de los festivales hispanoamericanos e incluso de la Semana Negra de Gijón, era y es evidente; al punto que en la entrega de uno de sus premios el librero Paco Camarasa afirmó en broma que desde hacía tiempo la Semana Negra era la Semana Negra de Argentina. Por detalles como este confirmé que, para muchos, la novela negra latinoamericana es la novela argentina; del mismo modo que, para muchos en Europa, América Latina es todavía Argentina.
Digo lo anterior, sobre todo, porque a mi arribo a París, en 1996, se hablaba de la “diáspora argentina”. Muchos nacionales de ese país se identificaban entonces como parte de un colectivo exiliado en la ciudad. Por esta razón, una broma se nos volvió común entre los demás latinoamericanos: preguntarnos “¡Oíste! ¿Vos sos también del exilio?”, pregunta que era común entre ellos y que poco a poco se extendió a los demás latinoamericanos pues sufríamos de los mismos males. La diferencia estribaba, creo hoy, en que ellos ya se habían hecho un nicho en el ciudad y eran reconocidos como grupo, incluso como gremio de escritores.
En tal sentido, recuerdo también mi encuentro con otros escritores argentinos que participaron en el coloquio El policial latinoamericano en la Casa de América de Madrid: Carlos Salem, Fernando López, Guillermo Orsi, Jorge Fernández Díaz, autor de Cora (2024); Guillermo Roz, Marcelo Luján, Javier Sinay, autor de Los crímenes de Moisés Ville: Una historia de gauchos y judíos (2013); Betina González, de Olimpia (2021); y Gastón Intelisano, quien ese día me dejó su novela Principio de intercambio (2016).
El primero, Salem, autor de Madrid nos mata (2022), ha sido un gran aliado desde mi llegada a España y me ha encausado en mi carrera literaria. Por su parte, Roz, autor de Malemort, el Impotente (2015), me ha ofrecido su amistad y es uno de los patrocinadores de A la intemperie, tal como señalo en el apartado de Agradecimientos de la novela.
En eventos como este coloquio El policial latinoamericano de la Casa de América comprendí lo que significa el apoyo de Argentina a sus escritores. A pesar de que los invitados se quejaran y se quejen de que no obtienen el suficiente, demás está advertir que yo era el único colombiano y contaba solo con mis recursos económicos. La convicción de los escritores argentinos de que su estado debe apoyarlos y su solidaridad de gremio son cosas que no conocí en Colombia donde solo los elegidos poseen apoyo institucional y no existe ninguna idea de apoyo gremial para lograr objetivos comunes.
Para ilustrar lo anterior baste una metáfora: en esa presentación de la Casa de América de Madrid, antes de salir a escena, bajo la dirección de Marcelo Luján, autor de Subsuelo (2015), como un equipo de fútbol los argentinos se abrazaron en una ronda y se desearon lo mejor. Yo fui invitado al rito por diplomacia, entre todo, pero me sumé solícito a la peculiar comunión. Nos dimos energía y apoyo en una buena ronda de amigos.
Y continuando con los argentinos, en el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro pude alternar con Daniel Sorín, autor de John William Cooke. La mano izquierda de Perón (2014), a quien había conocido antes en la Feria del Libro de Buenos Aires. En Colombia él presentó un trabajo sobre los asesinos del Estado en la Patagonia del siglo XIX y desde entonces hemos tenido una rica comunicación. Igual que fluyó con Damián Blas Vives (q.e.p.d.), que quiso reeditar mi novela Desaparición en Argentina, pero no lo logró, y José María Gatti, del mismo grupo de investigadores de la Biblioteca Nacional de Argentina.
En Azabache de Mar del Plata, también compartí una mesa con Javier Núñez, autor de Hija de nadie (2022), Premio Casa de las Américas de Novela. Su sobriedad y sencillez son de resaltar.
Poco después, en 2016, en el marco del congreso de Medellín, tuve la fortuna de conocer a Leonardo Oyola, autor de Chamamé (2007), escritor invitado Medellín Negro por sugerencia de Mallory Craig-Kuhn, escritora estadounidense, autora de Divino Neón (2024), que colaboraba en el evento. Ella misma trabaja ahora en Buenos Aires con gran éxito. Oyola tuvo un gran impacto en la juventud medellinense por su estilo y la frescura de su prosa.
Especial mención merece Fabio Nahuel Lezcano, autor de Crímenes apropiados (2015), una novela relativa al omnímodo poder del diario Clarín en Argentina. De ella escribí el artículo “El poder de la prensa en Argentina en Crímenes apropiados” incluido también en mi libro La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social. Su visita a Medellín y su participación en el aula de clase se mantienen como un bonito recuerdo. Su amistad se ha consolidado con los años.
Por su parte, en México Noir de 2017 tuve la fortuna de conocer a Kike Ferrari, autor de Nadie es inocente (2018). Luego, volvimos a coincidir en la mesa “Novela policial latinoamericana: Del enigma blanco al criminal negro: el derrotero de la violencia” con Milton Fornaro, Sergio Olguín y Juan Carrá en la Feria del Libro de Buenos Aires de 2018. Su amable personalidad siempre tiene gran acogida.
Y en “Fantoches”, el festival de novela negra de Santa Clara, Cuba, tuve el gusto de departir con Lucio Ludicello, autor de Belisario y el tribunal de las mujeres (2017), y su esposa, Gladys Escribano, quien en esos pocos días leyó Desaparición. Luego sabría yo las razones de su llanto: ellos todavía buscan a su hijo Leonardo Ludicello desparecido en el Brasil en 2015. Mi solidaridad con este dolor ha sido constante y espero de todo corazón que finalice con el reencuentro. Desde muchos puntos de vista la desaparición de un ser querido es el peor sufrimiento que se pueda aguantar.
Además de los anteriores, fue un gusto conocer a finalistas y ganadores argentinos del Concurso de Novela de Crímenes Medellín Negro: Inés Lucía Blackie, una de las ganadoras de la primera edición con Año Nuevo (2012); Horacio Convertini, finalista de esa primera edición (que lamentablemente había enviado su novela a dos concursos a la vez afectando los procesos del premio); Fabio Lannuti, autor de La ropa del muerto, ganadora del premio Medellín Negro en 2014; y Pablo Yoiris, ganador del tercer Concurso de Novela de Crímenes Medellín Negro con Resnik (2015), una sutil novela crítica de la política de los estados. La consolidación progresiva del premio Medellín Negro fue otra de las estrategias para fortalecer la comunidad literaria latinoamericana desde Colombia.
Recientemente, en Un olhar femenino sobre o romance policial, en 2023, evento organizado por Raquel Romero, directora del Instituto Cervantes de Brasilia, conocí a Nicolás Ferraro, autor de Ámbar (2022 ), que recibí de sus manos. Nuestro encuentro resultó muy interesante y pudimos compartir experiencias de escritor y sobre todo de edición. Su obra fue traducida al inglés por Mallory Kraig-Kuhn en Buenos Aires, con lo cual se incentivaba un mismo vaso comunicante con efectos en diversos campos de la literatura.
Escribiendo esto, y a la distancia, en efecto alcanzo a concebir a los escritores argentinos como gremio: su consciencia del oficio, el reconocimiento personal de una tradición (muy a menudo hablan de Jorge Luis Borges y no Cortázar como de un padre) y su orgullo nacional podrían ser las claves para definirlos. Acaso el desarrollo de su industria editorial tanto como la especificidad de su cultura ha consolidado allí esa comunidad de escritores que no se encuentra en el resto del continente, ni siquiera en México, donde la industria es poderosísima y su cultura constituye también una reconocida fortaleza.
De esta última comunidad, aparte de Taibo, a quien he reseñado arriba, quisiera mencionar a Fritz Glockner, autor de Cementerio de papel (2023), escritor y librero de la Semana Negra de Gijón. Lo conocí en 2015 y desde entonces hemos compartido apreciaciones de la política y la literatura contemporáneas. Admiro su constancia y sinceridad pues ambas han sido una especie de hoja de ruta de los vínculos entre América Latina y España.
Por su parte, en Aguascalientes, en el marco del encuentro de escritores del género de 2017, coordinado por Martha Esparza Ramírez, tuve el gusto de conocer a Roberto Bardini, otro autor argentino que fue otro vaso comunicante entre varios elementos fundamentales de mi escritura y su relación con América Latina entera.
Junto con Laura Restrepo y Miguel Bonasso, Bardini escribió Operación Príncipe (1988), la historia del secuestro del teniente coronel Carlos Carreño, un experto en fabricación de armas, por parte del Frente Patriótico Manuel Rodríguez de Chile. “Con información de primera mano, Bardini, Bonasso y Restrepo reconstruyen la odisea paso a paso, aportando datos y confesiones inéditos —como los entretelones del atentado contra el general Augusto Pinochet”, dice la reseña del libro.
Señalo lo anterior por cuanto ese libro vincula nombres y temas fundamentales para mí: el nombre de Laura Restrepo, el tema de la guerrilla y la política en América Latina, entre otros. Bardini sabía de todo esto. En particular, me sorprendió su relato de la historia de Clara Helena Enciso Alias “Claudia” o “La mona”, la guerrillera que inspiró mi novela Desaparición: con su apoyo y el de Laura Restrepo, compañera de entonces de Bardini, ella pudo salir de Colombia, llegar a México y ofrecer el testimonio de lo ocurrido en el Palacio de Justicia de Colombia en 1985, lo que constituiría el libro Noches de humo (1988) de Olga Behar (que en su momento me expresó su miedo a regresar al país y participar en el Congreso Medellín Negro como se lo había propuesto). El escritor me contó detalles de este suceso inédito, así como del contexto histórico en que se inscribía, el neoliberalismo de Miguel de la Madrid en México y el hipócrita gobierno de Belisario Betancur en Colombia. Tanto Behar como Enciso resultarían exiliadas en México; Restrepo y él se separarían y yo quedaría entre manos con esta estupenda historia que sustentaba mis intuiciones de Desaparición.
En el mismo espacio de Aguascalientes, tuve la oportunidad de conocer a Martín Solares, autor de la novela Los minutos negros (2006), sobre la cual ya había escrito el artículo “La responsabilidad penal: una ecuación que incluye distintos sectores sociales en Los minutos negros de Martín Solares” incluido en el libro La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social. Frente a la amabilidad de los anfitriones, su comportamiento en el hotel donde nos albergaron dejó mucho que desear. Entonces recordé esa rara premisa de que es mejor conocer las obras y no a los escritores. Yo no creo que sea sí, o por lo menos no en la mayoría de los casos. Entonces, los demás escritores invitados al evento dieron cuenta de gran mesura y recuerdo, en especial, a Sigfrido Alvarado que tuvo la gentileza de entrevistarme permitiendo así la difusión de mi trabajo en el país.
Además de esos escritores, en Aguascalientes conocí a Vicente Alfonso, autor de la reciente La noche de las reinas (2025); Iván Farías, autor de Un plan perfecto (2017); Joserra Ortiz, autor de La conquista del monte de Venus (2017); Bernardo Esquinca, de Toda la sangre (2013); Ronnie Medellín, de Dieciséis toneladas (2016); Orfa Alarcón, de Perra brava (2010); Liliana V. Blum, de El monstruo pentápodo (2016); y F. Haghenbeck, autor de Por un puñado de balas (2016). La muerte de este último escritor en 2021 como consecuencia del Covid me impactó especialmente. Tenía todavía mucha vida y creación por delante. Es periodo fue muy difícil para mí y esta noticia poco ayudó.
En esa ciudad mexicana de Aguascalientes, me sorprendió saber que muchos de los escritores mexicanos vivían de escribir guiones. El propio Haghenbeck lo había hecho para cómics, series y largometrajes, tanto como Orfa Alarcón, que anduvo siempre con su tejido en las manos, incluso cuando habló de este tema.
Un poco después, en 2018 tuve el gusto de participar en México Noir, festival organizado por Mauricio Bares y su esposa Lilia Barajas. Recuerdo la amabilidad de esta pareja y su conocimiento del campo editorial de su país. A mi llegada a la ciudad, Lilia me recogió en el aeropuerto y, para mi sorpresa, en pocas palabras describió el panorama literario de México: el oficial y el alternativo. Escuchar los nombres de Carlos Fuentes, Octavio Paz, Elena Poniatowska o Jorge Volpi, al tiempo que Paco Ignacio Taibo, Cristina Rivera Garza, Mario Bellatín, Guadalupe Nettel, Valeria Luiselli, Julián Herbert, Élmer Mendoza, Álvaro Enrigue, Yuri Herrera… me llenaron de emoción. El mundo literario de México era muy rico y allí estaba yo para descubrir algo de él. Las diferencias entre escritores de élite y los demás podría establecerse a cualquier país, incluso como lo expuse en el primer apartado de esta serie personal: I. Escritores Colombianos.
Con Juan Villoro, autor de La tierra de la gran promesa (2022), había tenido la oportunidad de desayunar un día de la Feria el Libro de Buenos Aires. Dos cosas recuerdo de él: su amabilidad y erudición. Su interés por el interlocutor tanto como su exposición pormenorizada de libros, autores, datos, etc. resultan sorprendentes.
En México Noir también conocí a Imanol Caneyada, autor hispano-mexicano como Taibo, autor del reciente Cuerpos son nombre (2025), y a Bernardo Fernández, BEF, autor de Tiempo de alacranes (2005). Junto con Fernando López y Kike Ferrari, a quienes mencioné arriba, y el cubano Lorenzo Lunar, autor de Mundos de sombras (2012), a quien ya conocía entonces como anfitrión en Santa Clara, compartimos una casa amplia en un barrio céntrico de la ciudad adonde nos llevaron nuestros anfitriones.
De esos días, recuerdo una anécdota curiosa: Bef tuvo el valor de fungir de médico frente a una urgencia odontológica de Fernando López. A falta de farmacias de turno, fue el único que se animó a hacer una difícil intervención y nunca olvidaré su temple al usar la jeringa que habría de sanar a López.
Con ocasión de tal México Noir, también tuve el gusto de conocer a Iris García Cuevas, entonces Coordinadora General en Acapulco Noir, autora de 36 toneladas (2012); y a Carlos René Padilla, autor de Bavispe (2022), con quienes tuve un espléndido acercamiento. Igualmente me reencontré con Iván Farías, que en esta y posteriores oportunidades demostró su gran solidaridad.
También, en México tuve el gusto de conocer a Atzin Nieto Silva, a la postre estudiante de Lengua y Letras hispánicas en la UNAM, autor, entre otros, del cuento “Las mujeres de tu vida al infierno te van a llevar” (2017). Como editor de contenidos de la Revista Literaria Taller Ígitur, coordinaría tiempo después una colección de cuentos en la cual gentilmente incluyó “Partner in Crime” de mi autoría.
Poco antes de partir, en México Noir varios escritores tuvimos la oportunidad de reunirnos en casa de Paco Ignacio Taibo, donde reencontré al líder y pude conversar largo y tendido con Paloma Saiz, su esposa y mano derecha, y Mariana, su hija, quien me ilustró acerca de los eventos multitudinarios que realizaba su padre así como actividades gratuitas y populares. Yo era del todo ignorante de que a través de las redes se pudieran reunir a miles de personas y emprender labores filantrópicas en torno a la literatura y la lectura. Sin duda, de este modo y, a través de Taibo y sus colaboradores, la política del gobierno de López Obrador incidía en el pueblo, lo que desde entonces quedaría resonando en mi mente a propósito de las necesidades de América Latina entera. México era como el terreno abonado hacía años para el experimento y creo que este debería extenderse al continente en pleno.
Un estupenda velada en casa de Paco Ignacio Taibo en México.
México Noir fue así un encuentro magnífico de escritores que se cerró, además, en casa de nuestros anfitriones Mauricio y Lilia en un asado en su casa. Compartir este tiempo con ellos constituye un dulce recuerdo.
Y hablando todavía de autores mexicanos, en el marco del Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro tuve la oportunidad de recibir en dos versiones (2013 y 2015) al entrañable Élmer Mendoza, autor de Balas de plata (2008), que demostró un gran interés por mi obra. A él y a su esposa los reencontraría luego en otros eventos, incluido Córdoba Mata. Igualmente, recibí a Enrique Serna, autor de El miedo a los animales (1995). A pesar de nuestra expectativa con este último autor, su subestimación de Colombia y de la importancia del Congreso Medellín Negro es difícil de olvidar. Para nuestra publicación anual nos entregó un texto ya publicado que, por supuesto, no pudimos incluir.
Muy distinto al desempeño del ganador del concurso Medellín Negro de 2016, Joaquín Guerrero Casasola, que presentó su novela El tren de la ausencia en el marco del Congreso, una especie de parodia del género ubicada en el manicomio La Castañeda de la Ciudad de México, espacio de control y exclusión social.
Aunado a lo anterior, que llamo campo literario mexicano, recientemente tuve la suerte de conocer a Laura Esquivel, autora del inefable Como agua para chocolate (1989), embajadora de México en Brasil. Fue en Un olhar femenino sobre o romance policial, evento del Instituto Cervantes de Brasilia ya mencionado, donde además tuve el gusto de alternar con los escritores Claudia Lemes, autora de Quando os Mortos Falam (2022), Patricia Melo, de Mulheres empilhadas (2022), y César Alcázar, de Espero que eu não me apaixone por você (2023). Si en mi investigación La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social dediqué un apartado a la literatura brasileña —“Detectives y marginalidad en el Brasil”—, este fue un espacio para enriquecer aún más tan apasionante corpus, sobre todo con las novelas de las escritoras que tuve la fortuna de leer y comentar con ellas. Había conocido Brasil en mis años de juventud, pero volver a él y alternar con estos escritores en Brasilia resultó una gran experiencia.
Por su parte, debo mencionar aquí los escritores centroamericanos que he conocido y han sido fundamentales para mi labor narrativa. Con el famoso escritor cubano Leonardo Padura, autor de El hombre que amaba a los perros (2009), he coincidido dos veces (2021 y 2023) en el coloquio Miradas iberoamericanas sobre la novela policial, organizado por Raquel Romero del Instituto Cervantes de Sidney-Australia con motivo del Día Internacional de la Lengua Española. Su peculiar situación en medio de una Isla gobernada desde hace años por una élite dictatorial y el hiperdesarrollo de la industria editorial que lo incluye no debe ser fácil de sobrellevar.
De Cuba, también he tenido el gusto de conocer a Amir Valle, autor de Jineteras (2006), a quien conocí en 2013 en Medellín, en el marco del Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro bajo mi dirección. En este espacio ofreció la conferencia “La marginalidad en la novela negra cubana” que permitió al público hacerse a una imagen fiel de la grave situación de las mujeres en su país. Hace poco asistí a la presentación de Mi nombre es polvo (2025) en Alicante y el reencuentro fue conmovedor. Contó varias anécdotas relativas a Gabriel García Márquez, con quien coincidió en varias oportunidades y a quien, según explicó, debe el reagrupamiento de su familia en Alemania. La imposibilidad de volver a Cuba debe pesarle como una cruz. Nuestra amistad ha venido consolidándose poco a poco, sobre todo por el hecho de que en 2019 fue el editor de mi novela de Amantes y Destructores. Una Historia del Anarquismo (2019), publicada en su sello Ilíada de Berlín. En 2021 no dudé en apoyar su iniciativa de firmar una carta dirigida al presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, solicitando la libertad de los presos políticos y el respeto a los derechos humanos.
Mención muy especial hago en este apartado a mis amigos del Proyecto Cultural Comunitario La piedra Lunar, Lorenzo Lunar y Rebeca Murga, a quienes conocí en octubre de 2017 en el marco del Encuentro Latinoamericano de Novela Negra “Fantoches”, en la ciudad de Santa Clara, “dedicado a Argentina en el 50 aniversario de la caída del Che”. Al primero lo he mencionado antes y a Rebeca, autora de El caballero de la Luna (2019), los llevo en mi corazón y les debo un reconocimiento especial por celebrar mi cumpleaños todos los días del año. Ellos sabrán por qué. De esta experiencia escribí la crónica, “Una temporada en Cuba: el canto del cisne”.
En Remedios, Cuba, también tuve el gusto de conocer a Luis Manuel Pérez Boitel, autor de Artefactos para dibujar una nereida (2013), colección poética que le granjeó el Premio Internacional Manuel Acuña de Poesía en Lengua Española. Justamente su visión de los premios como plataforma para impulsar su carrera —ha participado en varios— habría de influir en mi perspectiva actual respecto a la industria editorial.
A los escritores cubanos, se suma la poeta nicaragüense Gioconda Belli, autora de la famosa La mujer habitada (1988), con quien coincidí dos veces en la Semana Negra de Gijón. En 2021 nuestro acercamiento resultó tan intenso que incluyó lágrimas y consuelos. A la experiencia común de exilio se sumaba en su caso la pérdida de la nacionalidad —como Amir Valle la escritora es apátrida— y un futuro incierto al que apenas podía hacer alusión. El consuelo de sus nietos, dijo, le permitía seguir adelante. Luego de un silencio conmovedor, le dejé mi novela El Innombrable que justamente alude a la represión y la injusticia de gobiernos inhumanos.
Y también de Nicaragua, tuve el gusto de conocer en otra prolífica Semana Negra de Gijón a Sergio Ramírez, autor de la reciente El caballo dorado (2024). Su sensibilidad y empatía son de reseñar. El exilio al que se vio abocado y la consecuente pérdida de la nacionalidad lo ha llevado a seguir el difícil camino de Valle o Belli. Gran orgullo me da el hecho de que gracias al presidente Gustavo Petro sea compatriota mío pues él y su esposa, Gertrudis Guerrero, obtuvieron la nacionalidad colombiana en 2024. Sin duda, los caminos de la democracia y la justicia social van uniendo al continente. Ojalá esta sea una muestra más de su posible unidad.
Justamente con tal espíritu, conocí al costarricense Daniel Quirós, autor de Verano rojo (2010), novela analizada en mi artículo “El desengaño de la revolución y el olvido en Verano rojo de Daniel Quirós” incluido en La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social. Lo conocí en la Semana Negra de Gijón en 2015 y desde entonces me ha interesado su trabajo literario. Además de su talento, posee un gran carisma personal, juicio que se puede extender a Horacio Castellanos Moya, autor salvadoreño de Insensatez (2004), de la que he escrito y hablado a menudo (también en “La “raza podrida” como causa de la situación de violencia e injusticia social en El Salvador en El asco. Thomas Bernhard en San Salvador, de Horacio Castellanos Moya”). Aunque tuve un breve contacto con él en una Feria del Libro de Bogotá, su narrativa ha tenido gran influencia en mi trabajo. El vínculo entre una realidad histórica y otra llamémosla psicológica me resulta muy interesante y he intentado profundizarlo.
Siguiendo con autores centroamericanos, en el festival Panamá Negro de 2019 tuve el gusto de conocer a su director, Edilberto González Trejos, autor del poemario Balanceo (2003); Osvaldo Reyes, autor de Pena de muerte (2013), gran escritor y anfitrión de la ciudad; Álvaro Valderas, que siendo español se radicó hace años en Panamá, autor de El oro de Noriega (2011), quien apoyó mi libro A la intemperie y, en general, está al tanto de mi producción literaria; y a Luis Pulido Ritter, autor de ¿De qué mundo vienes?, quien gentilmente me dio un tour por la ciudad acompañado de la narración de increíbles anécdotas del país y de su familia. En 2017, Reyes y Pulido estarían presentes en el Congreso Medellín Negro, y en 2020 el panameño me haría una entrevista para La Estrella de Panamá.
Y siguiendo al Sur, recuerdo al peruano Santiago Roncangliolo, a quien conocí en una Semana Negra de Gijón y reencontré en su participación virtual de Getafe Negro en 2021. Respecto a su excelente novela Abril rojo (2006), escribí un artículo que me exigió gran investigación: “El papel de las fuerzas armadas en el conflicto armado del Perú: Abril rojo, de Santiago Roncagliolo”. Aunque su novela me resultó interesante, personalmente me resultó algo reservado e inaccesible.
También en la recordada Semana Negra de Gijón conocí al escritor peruano Diego Trelles, autor de Bioy (2012), novela a la que dediqué un capítulo (“La literatura sobre el horror”) de mi libro La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social. Resulta muy interesante la relación entre su novela y sus investigaciones académicas, sobre todo su teoría de la acción de la literatura sobre la realidad. Comparto su concepción de la literatura como entidad que puede incidir en la realidad. Lo sigo con gran interés sus post en el Facebook, sobre todo ahora en que ataca con virulencia la dictadura de Dina Boluarte y llama a la oposición. Su denuncia de la iniquidad de la extrema derecha de su país resulta muy semejante a la mía respecto de Colombia.
Y en el mismo espacio de la Semana Negra de Gijón tuve la oportunidad de conocer al boliviano Edmundo Paz Soldán, autor de Iris (2014), quien gentilmente me obsequió la novela. Su condición de académico y escritor lo acercó mucho a mí y pudimos compartir experiencias de ambas naturalezas.
De Venezuela, también en la Semana Negra de Gijón tuve el gusto de conocer a Michelle Roche Rodríguez, autora de Malasangre, 2020. Compartimos una cena con Marta Barro, autora española de Los gatos salvajes de Kerguelen (2020), finalista del premio Memorial Silverio Cañada en la Semana Negra, a quien también conocí en el evento.
Por su parte, en 2018, en el marco del mismo Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro recibí al escritor peruano mexicano Mario Bellatin, autor de Salón de belleza (1994). Me sorprendió gratamente que muchos de los jóvenes asistentes sabían de su obra. El contacto entre nosotros fue mínimo dada la intensidad de nuestro trabajo, tanto en el Congreso como en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín en que se enmarcaba. Este hecho me permite afirmar que la masificación de los festivales puede ir en detrimento de los encuentros substanciales, creo hoy.
En el mismo Congreso, Luis Alejandro Vinatea Arana presentó su novela Aves hambrientas, ganadora del Concurso de Novela de Crímenes de ese año, una excelente muestra de la corrupción de las altas esferas en su país, Perú.
A los anteriores quiero sumar mi amistad de los últimos años con la poeta peruana Ana Cecilia Chaves, de quien he leído su libro Sensaciones (2025). Sus versos me resultan acordes con mi temperamento y con mis crónicas de mi tiempo y mis encuentros:
“En segundos
con el tiempo
me voy,
soy aire, aroma de flor.”
Y recordando, recordando, llego al Sur Sur. En el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro tuve el gusto de conocer a Renée Ferrer, Premio Nacional de Literatura de Paraguay en 2010, otorgado justo en el momento en que se encontraba en Medellín. Su sensibilidad y conocimiento habrían de dejar y dejarme una impronta. Su novela Sobreviviente (1988) no pasa de largo. Contar con una invitada de un país tradicionalmente marginado de la geografía literaria latinoamericana supuso un gran peldaño en la superación de la fragmentación de la cultura y la industria editorial latinoamericana.
Y de Uruguay, en 2017, en Medellín contamos con la presencia de Mercedes Rosende, autora de Mujer equivocada (2011). Su participación en el Congreso quedó trunca puesto que no pudimos contar con un texto de su autoría para nuestra publicación académica anual. Subrayo, no obstante, el impacto de sus palabras entre el público femenino colombiano. Pocas personas han contado con tal recepción. Asimismo, reconozco su apoyo para la recolección de datos respecto de los escritores uruguayos contemporáneos para mi investigación sobre la novela de crímenes en América Latina.
Por su parte, en Brasilia, en el marco de Un olhar femenino sobre o romance policial mencionado, conocí también a la uruguaya Alicia Escardó, autora de Escape de los Balcanes (2018). En tal espacio hubo entre nosotros gran empatía. El hecho de que fuéramos directores de congresos de literatura dedicados a la novela negra y escribiéramos nos unía. Desde entonces nos mantenemos en contacto.
Mención especial quiero hacer a la profesora uruguaya Hortensia Campanella, autora de Valió la pena vivir. Diálogos en el tiempo (2019), libro que recoge la experiencia de exilio de escritores como Rafael Alberti y o Mario Benedetti. La conocí en la Semana Negra de Gijón en 2021 y tuve la oportunidad de reencontrarla en el I Seminario sobre Periodismo y Literatura en la Universidad Miguel Hernández de Elche de 2023. Nos hemos comunicado eventualmente y así se consolida poco a poco nuestra amistad.
Por su parte, en 2015, en Medellín, conocí al escritor chileno José Gai (q.e.p.d.), de quien había realizado un minucioso estudio: “La vigencia del Movimiento Izquierda revolucionaria (MIR) en Chile en Las manos al fuego de José Gai Hernández”, incluido en el libro La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social. Su sensibilidad y conocimiento de la política sembraron mi admiración por su persona y su obra. Algo que merece replicarse.
Con Bartolomé Leal, también chileno, autor de El caso del rinoceronte deprimido (2009), también he coincidido en algunas oportunidades. Lo conocí en Santiago, hace años, y luego lo reencontré con motivo de Córdoba Mata 2024. La larga espera en un aeropuerto nos permitió dialogar profusamente sobre los problemas de América Latina. Su tono, entre gracioso y cáustico, le permitía emitir juicios certeros sobre el continente.
Para 2019, en la décima y última versión del Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro, contamos la visita del chileno Ramón Díaz Eterovic, autor de la novela La ciudad está triste (1987), de la que escribí una reseña — “Justicia literaria”— en la Revista de la Universidad de Antioquia de 2019. Lo conocí en Santiago Negro en 2009 y volvimos a reencontrarnos en esta oportunidad en evidente provecho de la comunidad colombiana. Su sobria personalidad y sencillez tienen gran recepción y siguen siendo las mismas.
Finalmente, de Gonzalo Lema Vargas, autor de Que te vaya como mereces (2017), tengo varios recuerdos muy gratos. Desde que asistió al Congreso Medellín Negro, en 2019, mantenemos contacto. Su obra llama poderosamente mi atención pues constituye una voz muy particular en un medio dominado por una industria cada vez más homogeneizadora que se niega a difundir la diferencia. Lo que incluye, también, la obra de Adolfo Cárdenas, autor de Periférica Bulevard (2004), con quien tuve la fortuna de cruzar algunos correos. Pese a mi insistencia, este último no quiso acompañarnos en el Congreso Medellín Negro.
Por lo anterior puedo afirmar sin lugar a dudas que mi contacto con los escritores del espacio cultural llamado América Latina ha sido una rica vertiente para crear y fortalecer vínculos con una tradición continental que merece ser robustecida. Conocerlos en medio de actividades académicas y en festivales literarios constituye una ventana hacia una apasionante América Latina unida por la lengua y la cultura. Mi investigación La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social me permitió acercarme a la producción literaria del continente en pleno, me ofreció nuevas perspectivas de la escritura y sobre todo me incluyó en esa maravillosa tradición cultural que es el continente americano. Conocer a los escritores ha sido una experiencia mayor pues permite interiorizar esa cultura hasta los hilos más íntimos de la vida y el pensamiento. Espero no haber olvidado a ninguno y, si es así, agradecería el recordatorio. La memoria no es infalible.
Justamente, el presente ejercicio de memoria ha sido solo un grano de arena en la gran tarea de unirnos fraternalmente. América Latina constituye un mundo a proteger y fortalecer y la literatura es un medio muy eficaz para la empresa.