Entre escritores: una imagen personal de medio siglo de literatura (II. América Latina)
Paradójicamente, para un escritor latinoamericano como quien esto escribe resulta difícil insertarse en el contexto literario de su propio continente. En el siglo XXI persiste la viejísima y lamentable fragmentación geográfica y cultural de América hispana (la designación misma de la región demuestra la persistencia del problema) y, en consecuencia, su fraccionamiento no solo en lo que a las relaciones comerciales y en el impacto de sus medios de comunicación corresponde, sino también en lo que atañe a la producción, distribución y difusión de su industria editorial: un peruano puede tener mayor conocimiento de la literatura española que de la literatura boliviana o un mexicano de la literatura argentina más que de la salvadoreña. En mi país, Colombia se leen libros españoles más que ecuatorianos y en España se pueden encontrar libros hispanoamericanos de editoriales españolas que en América Latina resultan inconseguibles.
Desde tan peculiar perspectiva, a varios escritores latinoamericanos los he conocido, sobre todo, por razones académicas y profesionales y en espacios universitarios y festivales internacionales de literatura que son breves formas de superar esa fragmentación cultural del continente.
Así pues, en mis estudios de doctorado en Literatura en la Universidad de Salamanca (1995-2003) tuve la oportunidad de conocer al escritor mexicano Jorge Volpi, autor de Una novela criminal (2018), título que curiosamente recoge la nominación que yo propuse para el género negro hispanoamericano de 2012 en adelante. Justo cuando yo abandonaba la ciudad para establecerme en París, me lo presentó la profesora Paqui Noguerol como ideólogo de la llamada generación del Crack. Entonces, él terminaba una de sus novelas, aislado de la “marcha salmantina”, es decir, de los innumerables distractores nocturnos de la ciudad. Años después compartiríamos una mesa en el Festival Azabache de Mar del Plata de 2014, dirigido por Javier Chiabrando, autor de Todavía no cumplí cincuenta y ya estoy muerto (2002), a quien también conocí en esa oportunidad. Luego de su performance de lanzamiento de alguno de sus libros —acaso Ficciones criminales: estampas de la crisis (2008-2014)—, mi intervención, relativa a la presunta colombianización de la Argentina, tuvo impacto en ellos y en general entre los escritores locales. Entonces me negué a seguir la tesis predominante en los medios de comunicación respecto a la identidad entre los dos países en lo que a narcotráfico concernía e hice una radiografía de la situación en Colombia, muy diferente a lo que vivía Argentina por esos días. La exageración brillaba por su impertinencia.
En la Universidad de Salamanca, también hice amistad con Ignacio Padilla, amigo de Volpi. Ambos acababan de colaborar en el Manifiesto Crack y representaban una intelectualidad mexicana crítica del llamado Post-boom latinoamericano. De él recuerdo especialmente su novela Amphitryon (2000) que obtuvo el codiciado premio Primavera de Novela y que gentilmente me obsequió cuando obtuve el doctorado en 2003.
A finales del siglo XX, Salamanca era un lugar de encuentro de escritores latinoamericanos. Allí conocí, también, a las poetas Maylén Sosa Silva, venezolana, autora de Transparencia del aire (2009), y Esther Arvizu Angulo (Thercy Arvizú), mexicana, autora de Llorar es del cuerpo (2019). Su apoyo en mi trabajo ha sido reseñable. No olvidaré la contribución de Thercy en la producción de mi novela A la intemperie.
EL desarrollo editorial de la llamada novela negra por encima de otro tipo de literatura y mis investigaciones en torno a ella me permitieron conocer luego a la mayoría de escritores latinoamericanos de los que puedo dar noticia. En primer lugar, al hispano-mexicano Paco Ignacio Taibo que impulsó la Semana Negra de Gijón, festival que tendría eco en eventos semejantes de España (Madrid, Barcelona, Alicante, Guadalajara…), Chile (Santiago), Argentina (Buenos Aires, Córdoba y Mar del Plata), Cuba (Santa Clara), México (México, D.F., Aguascalientes), Brasil (Brasilia), Panamá (Ciudad de Panamá) o Colombia (Medellín), entre otros, que he podido conocer.
En 2015, en Gijón, entrevisté a Taibo con motivo de su novela De paso (1986). La novela produjo un gran impacto en mi trabajo (había publicado el artículo “Anarquismo sin fronteras en De paso, de Paco Ignacio Taibo II”) y me acuciaban preguntas de índole política. Distanciándose del Anarquismo, sobre todo, él no tuvo duda en reivindicarse como activista de izquierda y sindical hispano-mexicano. Así quedaron las cosas. Mientras yo investigaba el anarquismo latinoamericano y me inclinaba a él, Taibo reivindicaba la Izquierda clásica.
Poco después, bajo la dirección de Ángel De la Calle, que reemplazó a Taibo en 2012, tuve la fortuna de participar en las versiones de 2015, 2021 y 2023 de la Semana Negra de Gijón. Taibo seguía al frente de alguna de las mesas en que participé, así como de las charlas en el Hotel Don Manuel hasta altas horas de la madrugada que se habían vuelto una tradición. Todo eso era Gijón. Y allí, en 2015 le entregué a mi novela Desaparición (2012). De entrada él me aconsejó eliminar mi segundo apellido, Quintero, de mi marca personal (“Lo siento por tu mama, hermanito, pero no suena. No.”), consejo que seguí. También, le entregué el borrador de Amantes y Destructores. Una Historia del Anarquismo, que finalmente sería publicada en Berlín y presentada por Ángel de la Calle en 2021. En esta ocasión, hablamos de mi novela El Innombrable (2021) y de la situación de Colombia, y tuve la oportunidad de escucharle comentar algo de su gestión en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador como secretario de Arte y Cultura del Comité Ejecutivo Nacional del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y luego como director del Fondo de Cultura Económica. En este último sentido hablamos sobre la situación del Fondo en Colombia y lo ocurrido con Nahum Montt, que había sido nombrado por él como Jefe local.
Por su parte, en el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro que dirigí de 2010 a 2019, tuve la oportunidad de invitar a Guillermo Orsi, autor de Sueños de perro (2004). Su participación en 2012 con la conferencia “De Dashiell Hammet a Lehman Brothers” causó gran impacto entre el público pero sobre todo en el escritor mismo. El hecho de que la mayoría de asistentes fuesen estudiantes de secundaria lo sorprendió pues estaba acostumbrado a públicos de mayor edad. Volví a ver a este entrañable escritor en distintas oportunidades: en Madrid, Buenos Aires o Córdoba-Argentina y en Mar del Plata en 2014, en el Festival Azabache mencionado arriba, junto a otro veterano de las letras argentinas, Fernando López, autor de Áspero cielo (2007), novela que en su momento reseñé .
A Fernando lo reencontré luego en el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro, a donde asistió en 2015; en Madrid, en el festival Getafe Negro de 2016 que coordina el escritor español Lorenzo Silva; en la Feria del Libro de Buenos Aires, en 2018; y en Córdoba-Argentina, adonde me invitó en distintas oportunidades al festival Córdoba Mata (2019, 2020, 2021, 2022). En la Semana Negra de Gijón de 2023 tuvo la gentileza de presentar mi novela A la intemperie (2023) y yo hice lo propio con la suya, una reedición de Arde aún sobre los años (2023).
Por su parte, en 2014, en el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro, también tuve la oportunidad de conocer a Mempo Giardinelli, autor de Santo oficio de la memoria (1991), de quien ya había leído sus ensayos dedicados a la novela negra. Nunca olvidaré su voz política, en el sentido más puro de la expresión, que tuvo el valor de denunciar las “fronteras del crimen o crimen sin fronteras”.
También tuve el honor de conocer a Néstor Ponce, escritor argentino-francés, autor de Toda la ceguera del mundo (2013), novela finalista del premio Medellín Negro que edité. Su antigua experiencia de exilio y su asimilación a la cultura francesa me identificaron muy pronto con él. Asistió a Medellín Negro 2012 y luego, a su lado, desempeñé la Cátedra de las Américas en L´Université Rennes 2, Francia, entre 2015-2016, experiencia académica que me permitió difundir los resultados de mis investigaciones sobre la novela de crímenes en Francia.
Otros autores argentinos surgieron en mis investigaciones académicas y sobre todo en mi formación como escritor. Mi curiosidad respecto de Raúl Argemí y Rolo Diez nació, además, del obsequio que me hiciera Cristina Fallarás en 2012, cuando presentó Desaparición en su librería de La Luna en Barcelona. Entonces ella tuvo la generosidad de regalarme su ejemplar de El mejor y el peor de los tiempos (2010), libro dedicado así por el autor a la pareja: “Para Raúl y Cristina con mucha amistad y un poco de ese olor a pólvora que no termina de irse”. A Argemí, lo conocería luego en Cuba con motivo del Festival “Fantoches” de Santa Clara, del cual he hecho una pormenorizada reseña en este blog; y a Diez, a pesar de nuestro contacto en Facebook, casi logro conocerlo en directo, en 2014, cuando asistí a México Noir. Entonces, varios de sus “fans” y yo fuimos a buscarlo pero no lo hallamos en casa.
En general, mi contacto con los escritores argentinos ha tenido especial escenario en la susodicha Semana Negra de Gijón. Allí, en 2021 conocí a Claudia Piñeiro, autora de Catedrales (2020), que ese año ganó el Premio Dashiell Hammett. Con ella tuve una interesante charla sobre la industria editorial y sobre las circunstancias sociales y políticas de Argentina. En un animadísimo desayuno del hotel Don Manuel nos relató a sus acompañantes las dificultades para salir de Argentina y los inconvenientes del cambio de divisas.
Asimismo, en el espacio de la Semana Negra de Gijón de 2015 compartí mesa con otros escritores provenientes de Argentina. En primer lugar menciono a Gabriela Cabezón Cámara, autora de La Virgen Cabeza (2009), novela que me apasionó, pues tocaba elementos populares que signarían mi propia obra. Recuerdo de ella una anécdota que, no obstante mi admiración por su obra, me “hizo ruido”, como dicen los mexicanos: cuando le comenté que en nuestros países escribir era un privilegio, ella me respondió que en su caso ella “se lo había luchado”. De nada valió mi explicación de que, a pesar de nuestro esfuerzo, debemos reconocer que quienes accedemos a la condición de escritores hacemos parte de una élite cultural e incluso económica. El comentario me valió su amistad pues a su modo me vetó de ahí en adelante.
En la misma mesa de la Semana Negra de Gijón compartí presentación con la pareja de María Inés Krimer y Jorge Yaco, con quien me sentí muy a gusto en los desayunos de esa Semana Negra de Gijón. La primera, autora de Noxa (2017), que reseñé en La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social, fue de los pocos escritores argentinos que se interesaron por mi trabajo y, en general, por el periodo oscuro que atravesaba Colombia durante el gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018). Resalto aquí su honrosa virtud de empatía que no es común entre escritores. Del segundo, médico y sindicalista de profesión, conservo aún el libro que me obsequió, El oro de Berlín (2014), que también hace parte del corpus de mis investigaciones en el campo de la novela de crímenes latinoamericana.
Igual empatía percibí en el escritor Loyds Lebrón, autor de La mamá de Johnny (2021). En Gijón hablamos de nuestros problemas continentales y, en especial, de Colombia, país del que él estaba muy bien informado. Hace poco dirige Buenos Aires Negra y desde allí busca consolidar una red latinoamericana de eventos dedicados a la novela negra. Me pidió vincular a Medellín, pero, por diversas circunstancias, hace mucho que no vivo allí.
En la Semana Negra de Gijón de 2015 también participé en la mesa dedicada a América Latina con Mariano Quirós, autor de Una casa junto al tragadero (2017). Como Giardinelli, este escritor demostraba una constante preocupación por su tierra, Resistencia, y su cultura chaquense. A su lado se encontraba también Tatiana Goransky, autora de ¿Quién mató a la cantante de jazz? (2008), a quien conocí en el Festival Azabache en 2014 y vería de nuevo en el Congreso Medellín Negro de 2015. Ella es uno de los escritores incluidos en mi novela Amantes y Destructores. Una Historia del Anarquismo, donde, entre otras cosas, hablo de Barcelona Negra, el festival que cada año reúne a los escritores del género.
El dominio de Argentina en el espacio cultural de la novela negra y, en especial, de la Semana Negra de Gijón, era y es evidente; al punto que en la entrega de uno de sus premios el librero Paco Camarasa afirmó en broma que desde hacía tiempo la Semana Negra era la Semana Negra de Argentina. Por detalles como este confirmé que, para muchos, la novela negra latinoamericana es la novela argentina; del mismo modo que, para muchos en Europa, América Latina es todavía Argentina.
Digo lo anterior, sobre todo, porque a mi arribo a París, en 1996, más o menos, se hablaba de la “diáspora argentina”. Muchos nacionales de ese país se identificaban entonces como parte de un colectivo exiliado en la ciudad. Por esta razón, una broma se nos volvió común entre los demás latinoamericanos: preguntarnos “¡Oíste! ¿Vos sos también del exilio?”, pregunta que era común entre ellos y que poco a poco se extendió a los demás latinoamericanos pues sufríamos de los mismos males. La diferencia estribaba, creo hoy, en que ellos ya se habían hecho un nicho en el ciudad y eran reconocidos como grupo, incluso como gremio de escritores.
En tal sentido, recuerdo también mi encuentro con otros escritores argentinos que participaron en el coloquio “El policial latinoamericano” en la Casa de América de Madrid: Carlos Salem, Fernando López, Guillermo Orsi, Jorge Fernández Díaz, Guillermo Roz, Marcelo Luján, Javier Sinay, Betina González y Gastón Intelisano, quien ese día me dejó su novela Principio de intercambio (2016). El primero, Salem, autor de Madrid nos mata (2022), ha sido un gran aliado desde mi llegada a España y me ha encausado en mi carrera literaria. Además de que es una buenísima persona, sabe mucho del mundo editorial y comparte generosamente ese conocimiento. Por su parte, Roz, autor de Malemort, el Impotente (2015), me ha ofrecido su amistad y es uno de los patrocinadores de A la intemperie, tal como señalo en el apartado de Agradecimientos de la novela.
En eventos como el coloquio “El policial latinoamericano” de la Casa de América comprendí lo que significa el apoyo de Argentina a sus escritores. A pesar de que los invitados se quejaran y se quejen de que no obtienen lo suficiente, demás está advertir que yo era el único colombiano y contaba solo con mis recursos económicos. La convicción de los escritores argentinos de que su estado debe apoyarlos y su solidaridad de gremio con precisas reivindicaciones son cosas que no conocí en Colombia donde solo los elegidos poseen apoyo institucional y no existe ninguna idea de apoyo gremial para lograr objetivos comunes.
Para ilustrar lo anterior baste una metáfora: en esa presentación de la Casa de América de Madrid, antes de salir a escena, bajo la dirección de Marcelo Luján, autor de Subsuelo (2015), como un equipo de fútbol los argentinos se abrazaron en una ronda y se desearon lo mejor. Yo fui invitado al rito por diplomacia, entre todo, pero me sumé solícito a la peculiar comunión. Nos dimos energía y apoyo en una buena ronda de amigos.
Y continuando con los argentinos, en el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro pude alternar con Daniel Sorín, autor de John William Cooke. La mano izquierda de Perón (2014), a quien había conocido antes en la Feria del Libro de Buenos Aires. En Colombia él presentó un trabajo sobre los asesinos del Estado en la Patagonia del siglo XIX y desde entonces hemos tenido una rica comunicación, como con Damián Blas Vives (q.e.p.d.), que quiso reeditar mi novela Desaparición en Argentina, pero no lo logró, y José María Gatti, del mismo grupo de investigadores de la Biblioteca Nacional de Argentina.
En Azabache de Mar del Plata, también compartí una mesa con Javier Núñez, autor de Hija de nadie (2022), Premio Casa de las Américas de Novela. Su sobriedad y sencillez son de resaltar.
Poco después, en 2016, en el marco del congreso de Medellín, tuve la fortuna de conocer a Leonardo Oyola, autor de Chamamé (2007), escritor invitado Medellín Negro por sugerencia de Mallory Craig-Kuhn, escritora estadounidense, autora de Divino Neón (2024), que colaboraba en el evento. Ella misma trabaja ahora en Buenos Aires con gran éxito.
Asimismo, en México Noir de 2017 tuve la fortuna de conocer a Kike Ferrari, autor de Nadie es inocente (2018). Luego, volvimos a coincidir en la mesa “Novela policial latinoamericana: Del enigma blanco al criminal negro: el derrotero de la violencia” con Milton Fornaro, Sergio Olguín y Juan Carrá en la Feria del Libro de Buenos Aires de 2018.
Además de los anteriores, fue un gusto conocer a finalistas y ganadores argentinos del Concurso de Novela de Crímenes Medellín Negro: Inés Lucía Blackie, una de las ganadoras de la primera edición con Año Nuevo (2012); Horacio Convertini, finalista de esa primera edición (que lamentablemente había enviado su novela a dos concursos a la vez afectando los procesos del premio); Fabio Lannuti, autor de La ropa del muerto, novela inolvidable sobre la migración de europeos a Argentina, ganadora del premio Medellín Negro en 2014; y Pablo Yoiris, ganador del tercer Concurso de Novela de Crímenes Medellín Negro con Resnik (2015), una sutil novela crítica de la política de los estados.
Recientemente, en Un olhar femenino sobre o romance policial, en 2023, evento organizado por Raquel Romero, directora del Instituto Cervantes de Brasilia, conocí a Nicolás Ferraro, autor de Ámbar (2022 ), que recibí de sus manos. Nuestro encuentro resultó muy interesante y pudimos compartir experiencias de escritor y sobre todo de edición. Su obra fue traducida por Mallory Kraig-Kuhn.
Escribiendo esto, y a la distancia, alcanzo a concebir a los escritores argentinos como gremio: su consciencia del oficio, el reconocimiento personal de una tradición (muy a menudo hablan de Jorge Luis Borges como de un padre) y su orgullo nacional podrían ser las claves para definirlos. Acaso el desarrollo de su industria editorial tanto como la especificidad de su cultura ha consolidado allí esa comunidad de escritores que no se encuentra en el resto del continente, ni siquiera en México, donde la industria es poderosísima y su cultura constituye también una reconocida fortaleza.
De esta última comunidad, aparte de Taibo, a quien he reseñado arriba, quisiera mencionar a Fritz Glockner, autor de Cementerio de papel (2023), escritor y librero de la Semana Negra de Gijón. Lo conocí en 2015 y desde entonces hemos compartido apreciaciones de la política y la literatura contemporáneas. Admiro su constancia y sinceridad pues ambas han sido una especie de hoja de ruta de los vínculos entre América Latina y España.
Por su parte, en Aguascalientes, en el marco del encuentro de escritores del género de 2017, coordinado por Martha Esparza Ramírez, tuve el gusto de conocer a varios escritores más de Argentina y, sobre todo de México. Entre ellos, a Roberto Bardini, otro autor argentino que fue una especie de vaso comunicante entre varios elementos fundamentales de mi escritura.
Junto con Laura Restrepo y Miguel Bonasso, Bardini escribió Operación Príncipe (1988), la historia del secuestro del teniente coronel Carlos Carreño, un experto en fabricación de armas, por parte del Frente Patriótico Manuel Rodríguez de Chile. “Con información de primera mano, Bardini, Bonasso y Restrepo reconstruyen la odisea paso a paso, aportando datos y confesiones inéditos —como los entretelones del atentado contra el general Augusto Pinochet”, dice la reseña del libro.
Señalo lo anterior por cuanto vincula nombres fundamentales para mí. En efecto, nunca olvidaré el relato de Bardini de la historia de Clara Helena Enciso Alias “Claudia” o “La mona”, la guerrillera que inspiró mi novela Desaparición: con su apoyo y el de Laura Restrepo, compañera de entonces de Bardini, ella pudo salir de Colombia, llegar a México y ofrecer el testimonio de lo ocurrido en el Palacio de Justicia de Colombia en 1985, lo que constituiría el libro Noches de humo (1988) de Olga Behar. El escritor me contó detalles de este suceso inédito así como del contexto histórico en que se inscribía, el neoliberalismo de Miguel de la Madrid en México y el hipócrita gobierno de Belisario Betancur en Colombia. Tanto Behar como Enciso resultarían exiliadas en México; Restrepo y él se separarían y yo quedaría entre manos con esta estupenda historia que sustentaba mis intuiciones de Desaparición.
En el mismo espacio de Aguascalientes, tuve la oportunidad de conocer a Martín Solares, autor de la novela Los minutos negros (2006), sobre la cual ya había escrito el artículo “La responsabilidad penal: una ecuación que incluye distintos sectores sociales en Los minutos negros de Martín Solares” incluido en el libro La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social. Frente a la amabilidad de los anfitriones, su comportamiento en el hotel donde nos albergaron dejó mucho que desear. Muy distinto al de varias personas de la ciudad mexicana que dieron cuenta de gran mesura. Recuerdo, en especial, a Sigfrido Alvarado que tuvo la gentileza de entrevistarme permitiendo así la difusión de mi trabajo en el país.
Además de esos escritores, en Aguascalientes conocí a Vicente Alfonso, autor de la reciente La noche de las reinas (2025); Iván Farías, autor de Un plan perfecto (2017); Joserra Ortiz, autor de La conquista del monte de Venus (2017); Bernardo Esquinca, de Toda la sangre (2013); Ronnie Medellín, de Dieciséis toneladas (2016); Orfa Alarcón, de Perra brava (2010); Liliana V. Blum, de El monstruo pentápodo (2016); y F. Haghenbeck, autor de Por un puñado de balas (2016). La muerte de este último escritor en 2021 como consecuencia del Covid me impactó especialmente. Tenía todavía mucha vida y creación por delante.
En Aguascalientes, me sorprendió saber que muchos de los escritores mexicanos vivían de escribir guiones. El propio Haghenbeck lo había hecho para cómics, series y largometrajes, tanto como Orfa Alarcón, que anduvo siempre con su tejido en las manos, incluso cuando habló de este tema.
Un poco después, en 2018 tuve el gusto de participar en México Noir, festival organizado por Mauricio Bares y su esposa Lilia Barajas. Recuerdo la amabilidad de esta pareja. A mi llegada a la ciudad, Lilia me recogió en el aeropuerto y, para mi sorpresa, me sintetizó en pocas palabras el panorama literario del país: el oficial y el alternativo. Escuchar los nombres de Carlos Fuentes, Octavio Paz, Elena Poniatowska, Juan Villoro o Jorge Volpi, al tiempo que Paco Ignacio Taibo, Cristina Rivera Garza, Mario Bellatín, Guadalupe Nettel, Valeria Luiselli, Julián Herbert, Élmer Mendoza, Álvaro Enrigue, Yuri Herrera… me llenaba de emoción. En efecto era muy rico el campo literario mexicano y allí estaba para descubrir algo de él. Las diferencias entre escritores de élite y los demás podría aplicarse a cualquier país, incluso como lo expuse en el primer apartado de esta serie personal: I. Escritores Colombianos.
En ese espacio de México Noir, también conocí a Imanol Caneyada, autor hispano-mexicano, autor del reciente Cuerpos son nombre (2025), y a Bernardo Fernández, BEF, autor de Tiempo de alacranes (2005). Junto con Fernando López y Kike Ferrari, a quienes mencioné arriba, y el cubano Lorenzo Lunar, autor de Mundos de sombras (2012), a quien ya conocía entonces como anfitrión en Santa Clara, compartimos una inmensa casa en un barrio céntrico de la ciudad adonde nos llevaron nuestros anfitriones.
De esos días, recuerdo una anécdota curiosa: Bef tuvo el valor de fungir de médico frente a una urgencia odontológica de Fernando López. A falta de farmacias de turno, fue el único que se animó a hacer una difícil intervención. Nunca olvidaré su temple al usar la jeringa que habría de sanar a López.
Con ocasión de tal México Noir, también tuve el gusto de conocer a Iris García Cuevas, entonces Coordinadora General en Acapulco Noir, autora de 36 toneladas (2012); y a Carlos René Padilla, autor de Bavispe (2022), con quienes tuve un espléndido acercamiento. Igualmente me reencontré con Iván Farías, que en esta y posteriores oportunidades demostró su gran solidaridad.
También, en México tuve el gusto de conocer a Atzin Nieto Silva, a la postre estudiante de Lengua y Letras hispánicas en la UNAM, autor, entre otros, del cuento “Las mujeres de tu vida al infierno te van a llevar” (2017). Como editor de contenidos de la Revista Literaria Taller Ígitur, coordinaría tiempo después una colección de cuentos en la cual gentilmente incluyó “Partner in Crime” de mi autoría.
Poco antes de partir, en México Noir varios escritores tuvimos la oportunidad de reunirnos en casa de Paco Ignacio Taibo, donde pude conservar largo y tendido con Paloma Saiz, su esposa y mano derecha, y Mariana, su hija, quien me ilustró acerca de los eventos multitudinarios que realizaba su padre. Yo era del todo ignorante de que a través de las redes se pudieran reunir a miles de personas y emprender labores filantrópicas en torno a la lectura. Sin duda, de este modo y a través de Taibo y sus colaboradores el gobierno de López Obrador incidía en el pueblo, lo que desde entonces quedaría resonando en mi mente a propósito de las necesidades de América Latina entera. México era como el terreno abonado hacía años para el experimento y creo que este debería extenderse al continente entero.
México Noir fue un encuentro magnífico que se cerró, además, en casa de nuestros anfitriones Mauricio y Lilia en un asado en su casa.
Aunque hablando todavía de autores mexicanos, en el marco del Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro tuve la oportunidad de recibir en dos versiones (2013 y 2015) al entrañable Élmer Mendoza, autor de Balas de plata (2008). A él y a su esposa los reencontraría luego en otros eventos, incluido Córdoba Mata. Igualmente, recibí a Enrique Serna, autor de El miedo a los animales (1995). A pesar de nuestra expectativa con este último autor, su subestimación de Colombia y de la importancia del Congreso Medellín Negro es difícil de olvidar. Para nuestra publicación anual nos entregó un texto ya publicado que, por supuesto, no pudimos incluir.
Muy distinto al desempeño del ganador del concurso Medellín Negro de 2016, Joaquín Guerrero Casasola, que presentó su novela El tren de la ausencia en el marco del Congreso, una especie de parodia del género ubicada en el manicomio La Castañeda de México, espacio de control y exclusión social.
Aunado a lo anterior, recientemente tuve la suerte de conocer a Laura Esquivel, autora del inefable Como agua para chocolate (1989), embajadora de México en Brasil. Fue en Un olhar femenino sobre o romance policial, evento del Instituto Cervantes de Brasilia ya mencionado, donde además tuve el gusto de alternar con los escritores Claudia Lemes, autora de Quando os Mortos Falam (2022), Patricia Melo, de Mulheres empilhadas (2022), y César Alcázar, de Espero que eu não me apaixone por você (2023). Si en mi investigación La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social dediqué un apartado a la literatura brasileña —“Detectives y marginalidad en el Brasil”—, este fue un espacio para enriquecer aún más tan apasionante corpus. Había conocido Brasil en mis años de juventud, pero volver a él y alternar con estos escritores en Brasilia resultó una gran experiencia.
Por su parte, los escritores centroamericanos que he conocido han sido fundamentales para mi labor narrativa. Con el famoso escritor cubano Leonardo Padura, autor de El hombre que amaba a los perros (2009), he coincidido dos veces (2021 y 2023) en el coloquio Miradas iberoamericanas sobre la novela policial, organizado por el Instituto Cervantes de Sidney-Australia con motivo del Día Internacional de la Lengua Española, y ha sido de gran provecho.
De Cuba, también he tenido el gusto de conocer a Amir Valle, autor de Jineteras (2006), a quien conocí en 2013 en Medellín, en el marco del Congreso Internacional de Literatura bajo mi dirección. En este espacio ofreció la conferencia “La marginalidad en la novela negra cubana” que permitió al público hacerse a una imagen fiel de la situación en su país. Hace poco asistí a la presentación de Mi nombre es polvo (2025) en Alicante y el reencuentro fue muy emocionante. Contó varias anécdotas relativas a Gabriel García Márquez, con quien coincidió en varias oportunidades y a quien debe el reagrupamiento familiar en Alemania. Nuestra amistad ha venido consolidándose poco a poco, sobre todo por el hecho de que en 2019 fue el editor de mi novela de Amantes y Destructores. Una Historia del Anarquismo (2019), publicada en su sello Ilíada de Berlín.
A Valle, se suma el costarricense Daniel Quirós, autor de Verano rojo (2010), novela analizada en mi artículo “El desengaño de la revolución y el olvido en Verano rojo de Daniel Quirós” incluido en La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social. Lo conocí en la Semana Negra de Gijón en 2015 y desde entonces me ha interesado su trabajo literario. Además de su talento, posee un gran carisma personal, juicio que se puede extender a Horacio Castellanos Moya, autor salvadoreño de Insensatez (2004), de la que he escrito y hablado a menudo (también en “La “raza podrida” como causa de la situación de violencia e injusticia social en El Salvador en El asco. Thomas Bernhard en San Salvador, de Horacio Castellanos Moya”). Aunque tuve un breve contacto con él en una Feria del Libro de Bogotá, su narrativa ha tenido gran influencia en mi trabajo. El vínculo entre una realidad histórica y otra llamémosla psicológica me resulta admirable.
Siguiendo con autores centroamericanos, en el festival Panamá Negro de 2019 tuve el gusto de conocer a Osvaldo Reyes, autor de Pena de muerte (2013), gran anfitrión de la ciudad; Álvaro Valderas, que siendo español se radicó hace años en Panamá, autor de El oro de Noriega (2011), quien apoyó mi libro A la intemperie y, en general, está al tanto de mi producción literaria; y a Luis Pulido Ritter, autor de ¿De qué mundo vienes?, quien gentilmente me dio un tour por la ciudad acompañado de la narración de increíbles anécdotas del país y de su familia. En 2017, Reyes y Pulido estarían presentes en el Congreso Medellín Negro.
Siguiendo al Sur, recuerdo al peruano Santiago Roncangliolo, a quien conocí en una Semana Negra y reencontré en su participación virtual de Getafe Negro en 2021. Respecto a su excelente novela Abril rojo (2006), escribí un artículo que me exigió gran investigación: “El papel de las fuerzas armadas en el conflicto armado del Perú: Abril rojo, de Santiago Roncagliolo”. Aunque su novela me resultó muy interesante, personalmente me resultó algo reservado.
También en la recordada Semana Negra de Gijón conocí al escritor peruano Diego Trelles, autor de Bioy (2012), novela a la que dediqué un capítulo de mi libro La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social. Lo sigo con gran interés sus post en el Facebook, sobre todo ahora en que ataca con virulencia la dictadura de Dina Boluarte y llama a la oposición.
Y en el mismo espacio de la Semana Negra de Gijón, tuve la oportunidad de conocer al boliviano Edmundo Paz Soldán, autor de Iris (2014), quien gentilmente me obsequió la novela. Su condición de académico y escritor lo acercó mucho a mí y pudimos compartir experiencias de ambas naturalezas.
Por su parte, en 2018, en el marco del Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro recibí al escritor peruano mexicano Mario Bellatin, autor de Salón de belleza (1994). Me sorprendió gratamente que muchos de los jóvenes asistentes sabían de su obra. El contacto entre nosotros fue mínimo dada la intensidad de nuestro trabajo, tanto en el Congreso como en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín en que se enmarcaba. La masificación de los festivales puede ir en detrimento de los encuentros substanciales, creo hoy.
En el mismo Congreso, Luis Alejandro Vinatea Arana presentó su novela Aves hambrientas, ganadora del Concurso de Novela de Crímenes de ese año, una excelente muestra de la corrupción de las altas esferas en su país, Perú.
A los anteriores quiero sumar mi amistad de los últimos años con la poeta peruana Ana Cecilia Chaves, de quien he leído su libro Sensaciones (2025). Sus versos me resultan acordes con mi temperamento y con mis crónicas de mi tiempo y mis encuentros:
“En segundos
con el tiempo
me voy,
soy aire, aroma de flor.”
Y recordando, recordando, llego al Sur Sur, que a veces olvidamos. En el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro tuve el gusto de conocer a Renée Ferrer, Premio Nacional de Literatura de de Paraguay en 2010, justo en el momento en que se encontraba en Medellín. Su sensibilidad y conocimiento habrían de dejar y dejarme una impronta. Su novela Sobreviviente (1988) no lo deja a uno indiferente. Contar con una invitada de un país tradicionalmente marginado de la geografía literaria latinoamericana supuso un gran peldaño en la impuesta fragmentación de la industria editorial.
Y de Uruguay, en 2017, en Medellín contamos con la presencia de Mercedes Rosende, autora de Mujer equivocada (2011). Su participación en el Congreso quedó trunca puesto que no pudimos contar con un texto de su autoría para nuestra publicación académica anual. Subrayo, no obstante, el impacto de sus palabras entre el público femenino colombiano. Pocas personas han contado con tal recepción.
Por su parte, en Brasilia, en el marco de Un olhar femenino sobre o romance policial, conocí también a la uruguaya Alicia Escardó, autora de Escape de los Balcanes (2018). Naturalmente hubo entre nosotros gran empatía. El hecho de que fuéramos directores de congresos de literatura dedicados a la novela negra y escribiéramos nos unía. Desde entonces nos mantenemos en contacto.
Para 2019, en la décima y última versión del Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro, contamos la visita de Ramón Díaz Eterovic, autor de la novela La ciudad está triste (1987), de la que escribí una reseña — “Justicia literaria”— en la Revista de la Universidad de Antioquia de 2019. Lo conocí en Santiago Negro en 2009 y volvimos a reencontrarnos en esta oportunidad. Su sobria personalidad y sencillez siguen siendo las mismas.
Por su parte, en 2015, en Medellín, conocí al escritor chileno José Gai (q.e.p.d.), de quien había realizado un minucioso estudio: “La vigencia del Movimiento Izquierda revolucionaria (MIR) en Chile en Las manos al fuego de José Gai Hernández”, incluido en el libro La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social. Su sensibilidad y conocimiento de la política sembraron mi admiración por su persona y su obra. Algo que merece replicarse.
Finalmente, de Gonzalo Lema Vargas, autor de Que te vaya como mereces (2017), tengo varios recuerdos muy gratos. Desde que asistió al Congreso Medellín Negro, en 2019, mantenemos contacto. Su obra llama poderosamente mi atención. Tanto como la de Adolfo Cárdenas, autor de Periférica Bulevard (2004), con quien tuve la fortuna de cruzar algunos correos. Pese a mi insistencia, no quiso acompañarnos en el Congreso Medellín Negro.
Mi contacto con los escritores del espacio cultural llamado América Latina ha sido una rica vertiente de nuevos vínculos en una realidad cultural que en principio no los favorecía. Conocerlos en medio de actividades académicas y en festivales literarios constituye una ventana que me incluye en una apasionante América Latina unida por la lengua y la cultura. Mi investigación La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social me permitió acercarme a la producción literaria del continente en pleno y en algunos casos a los escritores mismos que me ofrecieron su colaboración ilustrándome respecto de su obra y su contexto generacional. Este puede ser mi grano de arena en una gran tarea.