El narcotráfico como revolución social
“¿Dónde estás? ¿Te escondes, te esconden? ¿Respiras aún en algún sitio? ¿Vives o estás ya en la fosa y en lo que queda de esta fotografía del periódico que se deshace entre mis manos? Te busco, pero nadie da noticias tuyas. Ya no me importa enfrentarme ni exponerme a los que tienen que saber cuál es tu paradero: les grito enfrente ¿dónde está?, me les planto en la cara, me cuelgo tu foto al cuello, reclamo en la calle, ante abogados, ante jueces, ante periodistas, a los hampones, a los extranjeros… A veces, claro, me escondo por miedo, pero veo esta foto tuya que me asegura que no moriste adentro y me sacuden el dolor y la esperanza, y empiezo de nuevo: ¿Dónde estás? ¿Te escondes, te esconden? ¿Respiras aún en algún sitio? ¿Vives o ya eres sólo mi recuerdo?” (Desaparición)
Gustavo Forero Quintero es abogado, novelista y organizador de Medellín Negro. Piensa en voz alta que Colombia le hace acordar a la Argentina de la década del ´70. Como si se hubiera argentinizado Colombia, pero vintage. Y sabe que, en Argentina, la sola mención del nombre de su libro nos activa algo, nos pone atentos, nos hace escuchar. “Desaparición”, la novela negra que publicó en 2012, relata la historia de uno de los desaparecidos tras la toma del Palacio de Justicia en 1985 por parte de la guerrilla Movimiento 19 de abril (M-19). Forero estuvo en la IV Edición del Festival Azabache en Mar del Plata y conversó en exclusiva con Cosecha Roja.
¿Cómo ves que los medios de comunicación usen el término “colombianización” para referirse a cualquier cosa que esté relacionada al narcotráfico?
Me parece totalmente inapropiado e impertinente. Argentina es muy diferente a Colombia y México. Son discursos que dan rédito político, por la manera en la que insisten y por la manera de presentarlo errónea y maniquea. Acá se está poniendo en duda el modelo neoliberal, eso es distinto a Colombia y México. Hay, desde el fin de la dictadura hasta hoy, una línea progresista que le ha dado voz y presencia política a sectores que no lo tenían. Creo que esto molesta a ciertas clases o grupos y se empeñan en presentar las cosas de modo apocalíptico.
En la presentación en Mar del Plata destacaste la política de Memoria, Verdad y Justicia en contraste a la “anomia” que considerás que impera en Colombia…
La anomia es la ausencia o pérdida de vigencia la ley. Hay países más o menos anómicos y, por lo tanto, más o menos democráticos. En Argentina llevan más de 30 años después de la dictadura y se ven consecuencias. Todavía hoy se habla de desaparecidos, se trata de encontrar responsables. Pero aquí la ley existe y funciona, con todos los bemoles que eso pueda tener. El proceso argentino de reparación de daños, determinación de responsables y establecimiento de justicia es excepcional y emblemático en toda América Latina.
¿Cómo funciona en Colombia el “Proceso de paz”?
Se hicieron acuerdos para una solución democrática pero se dejaron baches y falencias. En el caso de “Nunca más” en Argentina la ruta es más fija, más sincera y se ven los efectos rápidamente. Yo valoro el discurso de los acuerdos de paz de mi país y ojalá funcionen, pero parece maquillaje político para lograr efectos y réditos en las elecciones.
¿Cómo vinculás el proceso de Memoria, Verdad y Justicia en la Argentina con las organizaciones criminales? ¿Quiere decir que la justicia hace que la sociedad esté más fuerte para resistir el ingreso de organizaciones criminales?
Creo que en democracias consolidadas el sistema mismo está más preparado y más consolidado para enfrentar el crimen transnacional: el comercio de la mujer, de las armas, de la droga. Para prevenir, la democracia consolidada es una gran barrera. Además, encuentra a la sociedad más unida y el grado de legitimidad de un gobierno da confiabilidad, da certeza a los ciudadanos de que se pueden resolver estos problemas. En cambio en Colombia, donde las fuerzas alternativas -paramilitarismo, fuerzas armadas, crimen y narcotráfico- penetran las altas esferas de gobierno, la legitimidad se escinde y no hay una unión de la sociedad civil en contra de estos crímenes transnacionales.
El paramilitarismo, las Fuerzas Armadas, el crimen común y el narcotráfico son entonces las cuatro fuerzas paralelas al Estado que lo ponen en duda. ¿Cómo sucede eso?
En una sociedad en donde hay un proceso de anomia exacerbada se empiezan a constituir pequeños grupos de poder y, con el tiempo, pequeños “estaditos” que ponen en duda la idea de un Estado Nacional. En Colombia hay que mencionar primero el estado paramilitar, una derivación de las autodefensa de los años ´90 que ahora se llaman bacrim (“bandas criminales”). Son grupos que ejercen justicia privada para solucionar conflictos que el Estado no resuelve.
En segundo lugar, aparecen las Fuerzas Militares, que para mí están al margen del estado. Casi podría decir que son la fuerza. Mira este dato: el Ejército de Colombia es el único del mundo que no tiene un código interno. Es una rueda suelta con tanta autonomía que sostiene el engranaje político. Me da vergüenza nacional decirlo, pero la base del Estado es una rueda suelta.
¿Qué función cumplen las Fuerzas Armadas en los acuerdos de Paz?
Hay una hipertrofia de las Fuerzas Armadas en perjuicio evidente de la sociedad civil que busca con esperanza la paz. Estas fuerzas están empeñadas en la guerra porque es lo que les da el poder. El ejército recibe reconocimientos equivalentes al producto bruto interno de Colombia y tiene el 17 por ciento del presupuesto a su servicio. Es lógico pensar que no quieran la paz. Es un Estado al margen del estado constitucional, legítimo, democrático.
En tercer lugar, mencionás el delito común. ¿Está por arriba del narcotráfico?
Sí, la delincuencia común deriva de la radical división de clases de Colombia. El 60 por ciento de la tierra le pertenece al 5 por ciento de la población y el nivel de desempleo es de más del 19 por ciento. El 60 por ciento de las personas no tienen seguridad social, gente que vive al margen del sistema, que no tiene ningún vínculo con la sociedad y que recurre a los mecanismos más terribles y peligrosos. Se ha constituido una sociedad al margen.
¿Y el narcotráfico?
Sí, lo pongo último para quitarle el peso. Se le ha dado demasiado protagonismo y para mí no es lo más importante de nuestro problema. Es más, lo presenté eventualmente como una solución. El narcotráfico representa “una revolución social”. Es terrible de decirlo pero mucha gente que estaba al margen del Estado ha encontrado un ingreso. Además, creo que la moneda se ha fortalecido y muchas industrias resultaron favorecidas: la editorial, la textil, la importación de elementos de gimnasio. Colombia está lleno de gimnasios por la paranoia de la estética del cuerpo y, además, porque es uno de los negocios que se utilizan para lavar dinero.
El narcotráfico como una eventual solución requeriría la legalización y regulación de todo el proceso productivo…
Sí, creo que no hay otra solución. No podemos darle más víctimas a esta guerra. No se puede morir por un comercio irracional. Debe legalizarse todo el ciclo. El que se resiste es Estados Unidos, por supuesto, que no solamente gana con los rendimientos y el consumo sino que es quien nos suministra los aviones y los pesticidas para eliminar los cultivos de cocaína. Es decir, el negocio está tan montado que incluso el ataque a las drogas es un negocio de Estados Unidos. Ganan plata de todas las formas posibles.
Aunque el 90 por ciento del rendimiento del narco se lo quede Estados Unidos y sólo un 10 llegue a Colombia, igual representa esa revolución social.
Colombia es muy pequeño, con eso ya le sirve. El efecto de las bacrim es que de la figura del gran narcotraficante Pablo Escobar se pasó a una serie de narcos pequeños. Ningún narcotraficante sería hoy Escobar, él era bastante primario. Los de ahora son sofisticados, son chicos muy bien vestidos, abogados, en una buena posición, van a universidades costosísimas, se casan con chicas de la aristocracia. El narcotráfico se ha institucionalizado.
¿Lo relacionás con la anomia y la falta de posibilidad de identificarse con otras cosas?
En Colombia todos están pescando en río revuelto, todos encuentran el mecanismo para sobrevivir y los jóvenes quieren ser como ellos: “mira qué bien que les va”. Son mecanismos para que todos seamos iguales pero por medios totalmente ilegítimos. Se está poniendo en duda, ante todo, la existencia misma del Estado y qué significa la democracia.
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Gustavo Forero Quintero nació y creció en Colombia. Es profesor del departamento de Literatura de la Universidad de Antioquia. Es abogado de la Universidad Externado de Colombia, pero también literato de la Universidad Nacional, Doctor Cum Laude en Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca y Magíster en Études Romanes de la Universidad de la Sorbona. Además, organiza el Medellín negro, un proyecto cultural, social y académico para fortalecer el espacio de discusión en torno a la temática criminal.
Fotos: Noelia Monópoli
Disponible en:
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