Las ironías de la industria editorial
“Vargas Llosa entró a la Academia Francesa…” infobae 10 Feb, 2023 (Emmanuel DUNAND / AFP).
En un mundo determinado por la lógica del capital, es decir, del ánimo de lucro que se ha erigido como único objetivo de la vida y de las democracias liberales, lo que se considera literatura también se mide en dinero. La producción, distribución, ventas y consumo de libros es un negocio transversal que incluye eventos, medios de comunicación, librerías, bibliotecas, premios, estudios universitarios, talleres, audiolibros, crítica literaria, periódicos, etc., etc..
La industria editorial es la primera de las industrias culturales de España, pues reporta una media del 1,21% al Producto Interior Bruto (PIB). “España es un líder en crecimiento editorial en Europa, superando a otros países en términos de aumento de facturación y número de ejemplares vendidos, según datos del año 2024” (IA). Como en el siglo XVI, la literatura producida en España encuentra consumidores en el país y el mundo entero: “Iberoamérica es el principal mercado de exportación de libros españoles, seguido de la Unión Europea y otros países europeos (IA)“.
La cuestión de la literatura como mercancía no admite duda ni representa un problema para muchos. La competencia hace su justicia interna y quienes venden son por antonomasia “los mejores”; los buenos escritores son los que facturan. Ahí están los éxitos superventas con premio Nobel para demostrarlo; Camilo José Cela, Gabriel García Márquez, Bob Dylan o Annie Ernaux. La literatura se inscribe en la lógica de cualquier negocio: requiere consumo y utilidades.
Tal lógica tiene, sin embargo, dos efectos que delatan lo peor del capitalismo, por lo menos en España: “El sector se caracteriza por la presencia de pequeñas, medianas y grandes empresas, aunque en los últimos años se ha observado una concentración en grandes grupos editoriales” (IA). Miles, millones de escritores, que sustentan esa industria no viven de ella pues no reciben ingresos o por lo menos no en proporción a su producción; ni siquiera acceden al mínimo de distribución, ventas y consumo necesarios para subsistir. La división entre ambos bornes de la ecuación —empresa y mano de obra— sustentaría de lejos las teorías de lucha de clases de Karl Marx.
Para uno de los editores más exitosos de los últimos tiempos, “Escribir libros es un oficio suicida. … el escritor se gana solamente el diez por ciento de lo que el comprador paga por el libro en la librería. De modo que el lector que compró un libro por veinte pesos solo contribuyó con dos pesos a la subsistencia del escritor” (ver).
Para 2019, la situación económica del escritor en España ya era grave. “…un 77,2% tiene ingresos inferiores a 1.000 euros al año por derechos de autor, según datos del Libro Blanco de Escritor elaborado por la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE)”. Más recientemente, “La inmensa mayoría de los autores son en realidad unos tipos marginales y muertos de hambre, sobre todo de hambre de publicación” (ver).
En medio de esta situación, pueden asaltarnos varias cuestiones: ¿La literatura es en efecto mercancía? ¿Una novela puede compararse a un coche o a una barra de pan? ¿Puede existir una literatura por fuera de la lógica comercial? ¿Un escritor es básicamente un escritor que vende? ¿Si el mercado exige rendimiento, los escritores que no aseguren ventas no hacen parte de la industria?
Todas estas cuestiones se podrían responder en una moderna teoría estética, pero también son importantes en una teoría sociológica de clases sociales: el poder creciente de las grandes corporaciones se opone a la vulnerabilidad de los escritores en una sociedad que sanciona al loser, es decir al que no alcanza el éxito en las ventas.
En tal lógica, resulta irónico que buena parte de lo que se considera literatura es la literatura de las corporaciones que tienen el gran negocio en sus manos. “En el primer semestre de 2024, Penguin Random House experimentó un aumento del 13% en sus ingresos, alcanzando los 2.280 millones de euros, en comparación con los 2.000 millones de euros del mismo período del año anterior. Además, en 2023, la rentabilidad económica fue positiva, con un 2.78%, y la rentabilidad financiera alcanzó el 11.34%” (IA).
Con base en el trabajo de los escritores, los emporios editoriales despliegan eficaces métodos publicitarios que aseguran su consumo. Lo que se impone como literatura es lo que para ellos reporta ganancias en el menor tiempo posible. Por eso, cada vez más, son los mercadotecnistas quienes hacen las veces de editores y los jefes de ventas de representantes de las casas editoriales.
Tal lógica resulta aplastante en países industrializados, pero inhumana en aquellos que apenas han logrado superar el hambre de buena parte de su población, incluidos los escritores.
Todavía más irónico es que en los países periféricos la literatura nacional haya acabado por ser la literatura publicada por esas corporaciones. Formados en letras o no, los editores terminan por hablar y actuar como jefes de ventas. Incluso cuando se refieren a la periferia:
“Colombia es un mercado muy especial, porque sus autores literarios son muy protagónicos. Tienen un enorme peso. También hay que decir que es un mercado a medias. Colombia es el segundo país, por volumen de población, de América Latina pero su mercado editorial es el tercero, es decir, tiene un tamaño similar al de Chile. Eso es algo sorprendente, porque no hay una correlación entre la cantidad de personas y los libros. No es coherente ni siquiera con la visibilidad de su producción literaria.” (https://www.zendalibros.com/entrevista-pilar-reyes-editorial-alfaguara/)
En uno u otro espacio cultural, “lo que más vende es lo mejor” repiten los managers. Escritores son los que más venden y son los que tienen impacto social. Pocos se preguntan si Arturo Pérez-Reverte escribe mejor que Adolfo Cárdenas o si Camilo José Cela tuvo mayores facilidades para su reconocimiento que Fernando González o Carlos Cortés. Los mecanismos publicitarios aseguran las ventas de unos por encima de otros y ante todo posicionan a un “escritor de centro” y su producto como artículos de consumo masivo para Europa y el mundo entero.
A través de algoritmos económicos, los lanzamientos mediáticos, la propaganda, las reseñas en periódicos, las redes sociales, los podcast , los audiolibros y las últimas tecnologías digitales logran su cometido. Incluso los profesores de literatura robustecen el mercado editorial de las corporaciones en perjuicio de autores sin ventas, editoriales regionales, discursos descolonizadores o sencillamente literatura que pueda existir al margen de esas ventas. La dependencia intelectual pasa por la dependencia editorial y todos acaban por repetir las estrategias publicitarias.
La civilización del espectáculo que denunciaba nada más y menos que Mario Vargas Llosa, quien tanto se benefició de ella, determina la casi totalidad de lo que se considera literatura. Por tal razón, la publicidad, el escándalo, el influencer, el poder mediático definen la industria en beneficio de unos pocos y en perjuicio de una multitud.
En este paisaje variopinto no son de extrañar consorcios como el premio de novela de la policía nacional de España con Planeta, cuyo jurado está compuesto por un representante de la policía, como presidente; un representante de Planeta, como secretario; dos “policías con conocimientos literarios”; dos escritores designados a propuesta de Planeta y un escritor de prestigio elegido de mutuo acuerdo. El estado encuentra vasos comunicantes con núcleos de poder editorial.
En este mundo de las ventas, más vale emprender el negocio de la literatura que pensar en temas fundamentales para la novela o la forma en la novela. Ni qué decir de otras cuestiones que llevan a un escritor a la reflexión en torno al sentido del arte en la contemporaneidad y el papel del individuo y el Estado frente a ella.
Sobre este tópico, se pueden proponer nuevos interrogantes: ¿es el escritor quien realmente publica? ¿Si la cuestión es vender, no resulta más sencillo contar con la mercancía antes que con el productor?
Esas cuestiones pueden sumir a los lectores de literatura en un vacío existencial y visto lo visto no es para menos. Desilusionarían a cualquiera que confíe en ídolos de barro.
Hace algunos años, la diva norteamericana Joan Collins confesó su experiencia de escritora en el mundo del espectáculo. Una editorial de “reconocido prestigio” la convocó a publicar sus novelas pero como ella no tenía lo suyo era solo aparecer como escritora. A la fecha, ha vendido más de 50 millones de ejemplares de sus libros, que se han traducido a 30 idiomas.
Como ese hay miles de casos de esa época a hoy. La parafernalia de la literatura contemporánea acaba por quitarle el sentido a palabras arcaicas como originalidad, compromiso o arte autónomo. Incluso escritores fantasmas o “negros”, como se les llama hace tiempo a quienes escriban en lugar de otros, robustecen el mercado.
La suprema ironía de la industria editorial es la de escritores que no escriben. Algo así como la Inteligencia Artificial que reemplaza a la humana; los políticos que son estrellas mediáticas que suman votos como likes o los cantantes que no cantan porque existen programas que lo hacen por ellos. En un mundo dirigido por el lucro resulta innecesario el eslabón mismo de quien produce una forma de conocimiento o una expresión artística como la novela. Lo importante son las ventas. Detrás de un nombre puede esconderse un pool de “negros”, es decir, de “escritores” al destajo que escriben lo que los escritores que no escriben presentan como propio.
En efecto, el sistema ha llegado a tal nivel de especialización del trabajo que la creación puede ir al margen de la venta y una cara vendible no tiene porqué ser la del productor de la mercancía. Ni siquiera es necesario que haya un productor. El gestor de la obra puede ser eficaz en venderla pero no en escribirla. Para eso existen los “escritores fantasma”, cuya ocupación aparece incluso en páginas dedicadas a ofertas laborales.
La situación es así de extrema. Una vida puede ser poca para publicar sesenta o más productos, pero varias vidas a la vez dedicadas a ello garantizan mayores dividendos. Máxime cuando la industria exige que el escritor asista a cocteles, presentaciones, sesiones de fotografías, entrevistas, desplazamientos para la difusión, conferencias, etc., etc.. Además de que los autores deben escribir un blog, artículos de prensa o novelas spress a fin de asegurar su lugar en el negocio.
Lo más convenientes en la sociedad capitalista es distribuir la fuerza de trabajo: ¡Tú has lo que puedas! Nosotros, los grandes, aprovechamos la plusvalía. La expresión de una individualidad es cuento viejo del romanticismo. La novela puede escribirse sola por IA o ser el producto de un equipo de escritores fantasmas con ayuda de IA. A la hora de asegurar dividendos los caminos poco interesan. Escritor es una de las profesiones más deseadas del mundo y una de las que más se ajustan a la hora de “tercerizar” la labor. Figurar en la civilización del espectáculo está a la vuelta de la esquina y el trabajo solitario ha pasado de moda. Hace años la novela dejó de ser expresión de “un espíritu”, es solo mercancía para consumo: una vez usada se desecha. ¡Quién no lo ha entendido!