El Espiritismo en “Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo”
La novela Amantes y destructores. Una historia del anarquismo (Berlín, 2019) narra el encuentro de dos espíritus de distintas épocas: el del anarquista Vicente Lizcano (1879-1943), llamado Biófilo Panclasta, y quien esto escribe (1967), que funge de personaje. Con el concurso del peculiar médium que es la literatura, se recrean así dos épocas y en un peculiar espacio metafísico se reúnen el autor que cuenta la vida de Panclasta y este personaje de quien poco a poco se escribe su biografía. De este modo la novela lleva al lector a comprender tanto la historia como la vida. Esta adquiere un contenido metafísico que relativiza los discursos oficiales sobre “la realidad”.
En esa extraña dimensión, Panclasta le explica al autor algunas circunstancias de su detención en una cárcel de Ámsterdam, en 1907:
“─¿En una cárcel de Ámsterdam?
─Como lo ves, mijo.
─Pero… ¿qué hace usted por allá, Panclasta?
─Luchar por la paz con los que de verdad creen en ella.
─¿En Ámsterdam?
─Aquí están los míos, los desheredados de la humanidad, los olvidados… El Congreso de Anarquistas los convocó.
─Pero no harán la revolución allí, usted lo sabe. La reina no lo permitirá.
─De lo que se trata aquí no es de la revolución, mijo. Eso ya lo sé. La monarquía europea no dejará que esta avance un ápice.
─Entonces…
─En realidad las cosas van por otra vía.
─¿Otra vía?
─Un plan de guerra.
─¿Un plan de guerra, Panclasta? ¿De quién?
─De quienes tienen las armas o comercian con ellas.
─¿Y usted cree que los anarquistas pueden evitar esa guerra?
─Somos nosotros quienes establecemos los principios de la paz universal porque hablamos de seres humanos, no de capital.” (16)
Ese espacio metafísico desde el que se evalúa la historia se desarrolla durante toda la novela y, en un momento dado, por ejemplo, sorprende la impactante aparición de Panclasta en sueños y pesadillas del autor, espacio onírico donde emerge como un alma en pena:
“Sueño con Panclasta. Alrededor suyo hay una multitud de personas en un mar proceloso de fuego. Todos levantan las manos como pidiendo ayuda. Me hacen señales desesperadas. Parecen avergonzados de algo. Se cubren el rostro y lloran sin parar.” (179)
De este y otros modos, ambos espíritus, Panclasta y Gustavo Forero, van contando una historia y reescribiendo la historia oficial en el tiempo sin tiempo que es la literatura. A través de esta experiencia trascendental, de forma fragmentaria la novela ofrece un panorama del tiempo extensivo —el cronológico— y otro intensivo —el de las emociones. El escritor compara así los primeros y los últimos años del siglo XX, principalmente, y, en una serie de prolepsis, las postrimerías del siglo XIX y el inicio del XXI con el gran telón de fondo del Anarquismo (de ahí el sinificado del subtítulo). La formación intelectual de Panclasta en Pamplona-Colombia y, sobre todo, su participación en el Congreso Anarquista de 1907, alternan con anécdotas de Forero-personaje en un grupo de teatro llamado La Tramoya y, en particular, en el festival de novela de crímenes Barcelona Negra de 2015 a donde asiste como escritor. El anarquista comprometido se asemeja al autor de la novela en lo que a ideas políticas corresponde, pero, sobre todo, en la íntima experiencia de desarraigo e incomodidad existencial.
El espiritismo
Para la doctrina espiritista una persona fallecida puede conservar el poder de comunicarse con quienes viven en otro tiempo y otra dimensión. Dado que el espíritu es inmortal es posible este encuentro con quien aún habita corporalmente la humanidad. La experiencia plantea diversas cuestiones, no solo en el campo religioso o metafísico, sino en el filosófico y, por supuesto, en el literario: ¿Existe aquello que se denomina el espíritu? ¿El espíritu es eterno? ¿Un espíritu puede comunicarse con otro en tiempos distintos? ¿Qué objetivos tendría un espíritu en el mundo tangible? La posibilidad de comunicarse con los muertos gracias a la acción de un medio (médium) permite, entre otras cosas, plantearse la posibilidad de comunión entre dos “almas” y, eventualmente, el reconocimiento de peculiares juicios sobre diferentes aspectos de la vida material. La palabra misma, espiritismo, que define desde el siglo XIX la disciplina que estudia estos fenómenos, se vincula entonces con temas fundamentales para la cultura humana desde la noche de los tiempos: la existencia de Dios, la realidad de una esencia fundamental, la posibilidad de múltiples vidas, la reencarnación, etc., etc... y en particular, los antiguos tópicos existenciales tan sugestivos para la literatura. Desde tales puntos de vista, según Allán Kardec, el fundador de lo que se ha ido configurando como doctrina:
“Fenómenos que escapan a las leyes de la ciencia común se manifiestan en todas partes y revelan en su causa la acción de una voluntad libre e inteligente. La razón afirma que un efecto inteligente debe tener por causa un poder inteligente, y los hechos han probado que ese poder puede entrar en comunicación con los hombres mediante signos materiales. … Interrogado acerca de su naturaleza, dicho poder declaró pertenecer al mundo de los seres espirituales que se despojaron de la envoltura corporal del hombre. Así fue revelada la doctrina de los Espíritus.” (“Prolegómenos”, El libro de los médiums, 67).
La cuestión a resolver en este espacio es esta: ¿Cómo se vincula la novela Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo con los campos semánticos propuestos por el espiritismo? La respuesta se enfrenta no solo con los mecanismos literarios para establecer una experiencia trascendental, sino, especialmente, con las distintas fuentes de conocimiento que sin duda rebasan la literatura y se relacionan con la experiencia vital del escritor. En este campo la novela puede ser entendida, sobre todo, como un médium, un vehículo para unir “el mundo de abajo y el mundo de arriba” a los que se referían Platón, el Cristianismo, Emanuel Swedenborg o el Kybalión. Aunque es un hecho que de un modo u otro la literatura da cuenta de la realidad histórica en que se ubica la anécdota, la experiencia sensorial o metafísica del escritor es la que permite lograr el singular efecto.
Algo de la historia de Panclasta
En cuanto a lo primero, es importante señalar que, durante los años 1934 a 1939, la pitonisa y adivinadora Julia Ruiz fue la compañera permanente de Biófilo Panclasta y juntos se embarcaron en proyectos políticos y en otros de naturaleza espiritista. Ambos siguieron las rutas anarquistas internacionales, es verdad; apoyaron en Colombia las ideas progresistas de Benjamín Herrera, líder liberal de tendencia socialista y popular, y luego, las reformas del presidente Alfonso López Pumarejo, que intentó alinearse con los movimientos socialistas de los años treinta del siglo X; al mismo tiempo, exploraron espacios de conocimiento trascendentales como el espiritismo. Con objetivos revolucionarios fundaron en 1928 el periódico El Libertador y abrieron una librería en la ciudad donde buscaban reunir libros y personas comprometidas con los cambios sociales que querían, pero también con objetivos de formación esotérica o espiritista.
Sobre este último fin, según Armando Gómez Latorre, Panclasta “evocaba con fruición, emocionado, la compañía amorosa de Julia Ruiz, la ex religiosa y pitonisa con quien descrestara a la sociedad bogotana con el flamante rótulo Doctores en ciencias naturales y mentalistas” (1992). Justo en este campo se demuestra la “rebeldía artística y esotérica contra las convenciones sociales” (145) a las que alude Juan José Mariño (2021).
Respecto del llamado a Julia Ruiz a esos extraños mundos, según Gustavo Páez:
“Un día Julia Ruiz sintió poderes de adivinadora y fundó un consultorio en la carrera 9ª número 4-56. Bien pronto corrió la noticia de que la exmonja se comunicaba con los espíritus y descubría o predecía los hechos ocultos. Los habitantes preguntaban a la pitonisa por los caminos que debían seguir, y de consulta en consulta, su fama se extendió por el pequeño poblado de entonces.”
Mariño sintetiza bien la conjunción entre experiencia política y espiritista (y en un momento dado etílica de Panclasta):
“Durante la República Liberal se referencia que Panclasta y Ruiz, que al parecer habían empezado su relación en la década de 1920, pasaron a vivir juntos en 1934, por lo que Biófilo se traslada a la casa de Julia ubicada en el barrio La Estanzuela (Carrera 9a No. 4-56), donde ella realiza sus sesiones espiritistas. Allí Biófilo mantiene algún tipo de actividad política con los anarquistas bogotanos, abre una librería, de poco éxito en la capital y, se menciona, crece su problema de alcoholismo” (151).
El objetivo de Julia Ruiz era muy preciso y a este debió sumarse Panclasta:
“En este periodo… ejerció como espiritista y vidente, una práctica de cierta circulación entre los librepensadores y activistas socialistas de la época. De esta forma estableció, al menos desde 1924, un humilde negocio de consulta espiritual sobre la carrera novena del centro de Bogotá, desde donde decía adivinar la suerte, reparar amores y encontrar tesoros, así como influir espíritus para que protegieran a los jefes liberales y maldijeran con escaso éxito a Mussolini y al Papa. Al tiempo revelaba profecías sobre el acontecer nacional y mundial, que combinaban revelaciones mágicas con análisis de coyuntura, hay que decirlo con escasa exactitud” (152).
En efecto, en sesiones de espiritismo, la pitonisa Julia Ruiz y su compañero de andanzas y ayudante, Biófilo Panclasta, ofrecieron al público de la ciudad de Bogotá contacto con espíritus del más variado signo y con diversos intereses. Lo increíble del asunto es que, acaso, por vías impensables, y contra toda previsión, pudieron tener suerte al fin con sus rudimentarios métodos y comunicarse con personas del futuro. Me refiero, simplemente, a que en, dado el caso, pudieron lograr la comunicación con quien esto escribe y suscitar por este increíble medio la escritura de Amantes y destructores. Una historia del anarquismo. Esta “absurda” posibilidad me la planteo ahora, tiempo después de la publicación de la novela, cuando tantas cosas han cambiado en mi vida, cuando lo que antes me parecía imposible ha ocurrido y cuando las respuestas metafísicas de dudosa comprobación para mis angustias resultan posibles. A esta explicación tiende al fin el presente texto, que, por supuesto, cuenta con la comprensión e indulgencia de un amable lector (actual o futuro; o pasado).
Una respuesta a la crisis espiritual
Expreso todo lo anterior, ante todo, porque poco después de la publicación de Amantes y destructores. Una historia del anarquismo sobre la vida de Panclasta, en 2020, en medio del exilio a que me vi obligado por las circunstancias de mi país, sufrí una evidente crisis espiritual. Por lo menos así la concebí. Ese exilio, la llegada a España, el abandono de la familia, de los amigos, del trabajo como profesor universitario, etc., etc.… tuvieron consecuencias inusitadas en lo que he denominado desde arriba mi espíritu, agobiado profundamente por la ansiedad y, sobre todo, por el desarraigo. Tal circunstancia me granjeó muchos inconvenientes en mi vida cotidiana y determinó, entre muchísimas cosas más, la asistencia de médicos, psiquiatras o psicólogos. Ante la imposibilidad de llegar a una solución a mi problema, me vi en la obligación de sondear otros caminos y, entre ellos, el concurso de una curandera de nombre María Dolores Sánchez, pitonisa a su modo, es decir, “Mujer que hace predicciones o que pretende descubrir cosas ocultas o desconocidas por medio de procedimientos que no se basan en la razón ni en los conocimientos científicos, especialmente por medio de magia o de la interpretación de signos de la naturaleza” (Oxford Languages).
Por mecanismos intransmisibles aquí, esa sabia mujer sanadora me reveló, entre otras muchísimas cosas, la posibilidad de que yo viviera una experiencia de compañía espiritual, algo así como la compañía de un ángel protector que por alguna razón se sentía entonces incómodo en mi piel; o bien, que acaso un espíritu reencarnado en mí exigía en ese momento la consciencia profunda de su naturaleza y el reconocimiento de sus objetivos para seguir el camino trascendental. Todo en aras de comprender un orden universal y mi propio destino. Sanándome poco a poco la angustia que sufría, ella entrevió en mí un aura que, según sus palabras, podía ser la presencia del espíritu protector a mi lado o la vivencia misma de la vida pasada en mí, la de “un hombre muy bueno y muy pobre”, que me exigía entender el significado de mi propia temporalidad.
A la luz de tal revelación, interpreté algunas circunstancias de mi propia vida que pudieran compaginarse con semejante idea. Así, tomé profunda consciencia de hechos recreados en la novela tales que hasta ese momento parecían solo insumo argumental de la novela, como mi nacimiento en Pamplona, donde Paclasta pasó los primeros y los últimos años de vida, a pocas cuadras del hogar para adultos donde murió y de El Humilladero, cementerio donde él está enterrado, como otros miembros de mi familia. En realidad, estos supuestos anecdóticos provocaban de siempre mi curiosidad pero sobre todo, de día en día, cierta incomodidad espiritual y solo hasta ese momento, gracias a María Dolores, entreveía la razón.
En tal sentido, evalué particulares experiencias que viví en Bogotá, cerca de donde vivió Biófilo Panclasta con Julia Ruiz, en el barrio La Candelaria, y mis experiencias vitales con el teatro en esa misma ciudad, ambiente de expresión y representación suyo, no solo por lo que hacía a la histriónica experiencia de los doctores mentalistas, sino a las potenciales representaciones de su dramática existencia.
Desde tal punto de vista trascendental, me pareció sorprendente, entre muchos otros elementos, el hecho de que Julia Ruiz y Panclasta tuviesen su “despacho” en la Carrera 9 No. 4-56 del barrio La Estanzuela, en Bogotá, mientras la sede del grupo la Tramoya donde trabajé y pernocté en algunas oportunidades con los colegas de la banda teatral se ubicaba no muy lejos de ahí, en la Calle 12 No. 1-44 (Calle Sola), a solo unas cuadras de ese despacho. Allí, nosotros, los actores de La Fundación Teatro Tramoya, incluida mi querida colega Rosa Julia Bayona, vivimos experiencias de un intenso y misterioso nivel, y en rigor, espirituales, que hicieron de este periodo vital una profunda preparación para lo que vino después. Pitonisas, brujas, nigromantes y más caminaban por las calles del centro de Bogotá a finales del siglo y del milenio y no era ni es raro cruzar por allí personajes que parecen sacados de una novela fantástica, negra o de misterio o, por qué no, de las imaginerías de Panclasta y Julia Ruiz a principios del siglo XX. Desde siempre, caminar por el barrio La Candelaria tuvo para numerosos escritores (Cordovez Moure, José Asunción Silva o Panclasta) y para mí la más llamativa connotación esotérica o cabalística que exaltaba más que la simple curiosidad, el anhelo de sumergirse en realidades metafísicas. Disfrutar de ese tiempo y de esas condiciones tenía su gran metáfora en la vista del sector desde los tejados de nuestra sede teatral, donde terminaban, además, reuniones, fiestas, aquelarres e improvisaciones de nuestros montajes teatrales.
Sin duda el teatro era uno de los posibles canales para asimilar la experiencia espiritista que me vinculaba con Biófilo Panclasta, cuya vida tiene tanto de trágico como de cómico. Como señalo en Amantes y destructores. Una historia del anarquismo, la representación de la obra teatral Sopa de pollo con cebada, de Arnold Wesker, en 1985, en que yo participaba como Ronnie, me permitió, entre otras cosas, entender la importancia de algunos encuentros personales que se tornaban en fundamentales, como predeterminados: en primer lugar, el de Rosa Julia (que hacía el papel de la madre de Ronnie, Sarah Kahn), una Julia Ruiz de mi tiempo, y el de Jose Rey (Harry Kahn, el padre de Ronnie), el primer anarquista que conocí y con quien tuve la oportunidad de construir una profunda amistad. La intensidad, entre trágica y vital, de Julia, y la peculiaridad de Jose, el enamorado eterno de sus “princesas”, como él llamaba a sus conquistas, evocan los personajes de Panclasta y Julia Ruiz. Si como Julia Ruiz, Julia Bayona se empeñaba en llevar el teatro a la calle y crear consciencia social, Jose y sus princesas hacían de este gran actor un reflejo entrañable del viejo anarquista: como Panclasta, él iba conociendo esas princesas, buscándose la vida como podía y buceando cada vez más en los paraísos artificiales del alcohol y las drogas. Tanto fue el parecido de Jose con el anarquista que, en un momento dado, como amagó Panclasta tantas veces, dio por terminados sus días por considerarlos cortos frente a la medida de sus deseos. Y si no lo hizo con un cable eléctrico, como buscó Panclasta en Barranquilla, lo hizo chocando su motocicleta contra un muro, como tal vez lo hubiera hecho el anarquista en estos tiempos.
Para sumarle experiencias teatrales y anarquistas a lo anterior, resulta interesante mencionar que en la misma época, en 1985, en el Centro Cultural García Márquez, se representó la obra teatral Biófilo Panclasta, de José Assad, de la que yo doy noticia en la novela. En esta pieza dramática tienen presencia distintos actores que en escena encarnan a Ravachol, Lenin, Gorki y hasta el general Juan Vicente Gómez, el dictador venezolano que dispuso la aprehensión de Panclasta durante los siete años que describe como “las mazmorras de su gomezuela”. Entre todos, incluidos Panclasta y Julia Ruiz, los personajes van contando las peripecias del anarquista que, cosa curiosa, están reseñadas también en Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo. La presencia de los personajes antedichos en la obra puede asociarse con puestas en escenas de La Tramoya que fundaron en nosotros, los integrantes del grupo teatral, la solidaridad fundamental para “vivir el teatro”, como decía Jose Rey, nuestro rey.
Si bien es cierto la novela menciona la representación escénica de Biófilo Panclasta, de Assad (311), es este el espacio para advertir que solo por la gestión de mi colega de La Tramoya, Filemón Correa, actor, además, que participó en el montaje de Sopa de pollo con cebada (como Harry Kahn, en reemplazo de Jose), y personaje de la novela Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo, logré por fin hacerme al texto de la obra en este 2023 que corre tan deprisa. Fue él quien me trajo de Colombia a España los libros sobre el anarquismo en Colombia, incluido el dedicado a Blanca de Moncaleano (de La valija de fuego) que últimamente han sustentados mis extravagantes hipótesis espiritistas. El acceso al libreto, incluido en el libro Amante de la vida. Destructor de todo (también de La valija de fuego, 2022), ocurrió como otro juego del destino simbólico de la novela: una prolepsis más en ese encuentro original con el anarquista, de carácter espiritista, con la literatura como extraño médium.
La obra Biófilo Panclasta, de Assad, tiene relación con el espiritismo que tanto me interesa: en ella, en un momento dado, el personaje que le da título a la pieza, Biófilo, dirigiéndose a los actores, afirma: “A veces no es necesario desenterrar a los muertos para conocerlos. ¡Basta morirse uno para alcanzarlos!” (122). La obviedad cínica de esta idea resulta extraordinaria si se compara con una frase de Amantes y destructores. Dirigiéndose a Margarita, la joven que contará parte de la historia del Anarquismo, Panclasta afirma: “Si comienzas a acompañar a los muertos, ellos jamás te soltarán” (48). La extraña identidad entre estos dos juicios supone una realidad metafísica donde, en efecto, como dicen los espiritistas, los muertos conservan su capacidad de comunicarse con el mundo tangible y ejecutan una acción sobre los vivos. Aunque la primera idea establece el camino de la muerte para conocer a los muertos y la segunda supone la posibilidad de acompañarlos, las dos comparten la posibilidad de un encuentro de vivos con el “otro mundo”. Esta siniestra metáfora marca la pauta de la obra teatral tanto como de la novela. Y no es la única.
Otras correspondencias entre espíritus: Julia, la rosa y la Margarita
En Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo, el nombre mismo de Julia tiene un valor fundamental y se reitera en otros personajes de mi propia experiencia existencial; principalmente en el de Julia Fuentes que es discípula de Panclasta y tía de Margarita, quien cuenta su historia al autor/personaje de finales del siglo XX. Junto con Teodoro Gutiérrez Calderón, Teo, ella dirige El Observador, que, por supuesto, puede parangonarse con el periódico El Libertador de Panclasta al que se ha hecho alusión arriba. Julia Fuentes, que en realidad era una tía de mi madre, se hace personaje y escribe en su periódico una crónica de lo ocurrido en Ámsterdam en 1907 y el equívoco entre personas que da origen a la novela. La confusión en torno al responsable de ciertos hechos revolucionarios ocurridos en la ciudad holandesa será la causa eficiente de la inquina del presidente Rafael Reyes Prieto por el anarquista durante toda su vida. Para ese momento del malentendido, Biófilo Panclasta se encontraba en Holanda representando la Federación Obrera Regional Argentina, FORA, y Santiago Pérez Triana, un diplomático oficial del gobierno colombiano, representaba a su país en el Congreso de la Paz. Uno de estos hombres participa en desórdenes callejeros y esto dará pie a la historia novelesca que interpreta Julia. Confundir a ambos personajes —Panclasta y Pérez Triana— tendrá consecuencias inusitadas y marcará el destino del personaje, que empieza así su periplo de desterrado de su país de origen y perseguido por la dictadura. El ambiente revolucionario se hace así tangible y el anarquismo se erige como su más refinada representación. Una representación que no resulta ajena a mis propias experiencias en Europa.
En Barcelona, el nombre y la metáfora de la rosa revolucionaria se replican una y otra vez en el periplo del autor/personaje. Rosa nombra no solo a distintos personajes de su vida, sino también sirve como símbolo de los movimientos revolucionarios de uno y otro momento político. Además de que es el segundo nombre de Julia Bayona —Rosa Julia, conjunción significativa para la obra— y el nombre de la compañera de un amigo entrañable que se erige en otro personaje protector de la novela, se suma al nombre del personaje de El pagador de promesas (otro montaje de La Tramoya) y en un momento dado al de la librería Rosa de foc que sintetiza muy bien el campo semántico del anarquismo en la novela: “Hoy he ido a la librería de la Confederació General del Treball de Catalunya, la CGT, La Rosa de Foc, en los bajos del número 34 de la Calle Joaquim Costa… una librería reactivada hace poco, unos cuantos años, cuando la administración pública le devolvió el edificio a la CGT” (252), advierte el escritor/personaje en la ciudad condal.
En términos semejantes, Margarita no solo es el nombre del personaje que sirve de conexión entre Panclasta y la familia de Julia Fuentes. También evoca el nombre de mi madre, que inspira buena parte de mi obra (nombre, además, del personaje principal de la novela El Innombrable que es “arrastrada” por sus muertos, los poetas, la abuela o su marido). La importancia de este nombre y del personaje que reúne los dos tiempos de la novela es tal que tiene distintos ecos en la historia: en la Margarita de El rey se muere, de Ionesco, o en “Las Margaritas”, nombre de lo que será la sede de El Observador en Pamplona, cerca del lugar de fallecimiento de Biófilo Panclasta.
Por todo lo anterior, en un momento el narrador de la novela Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo sintetiza las múltiples asociaciones de los nombres en la novela: “Rosa de foc, Rosa Julia, Rosa de El pagador de promesas, Rosa de Sebastián, la rosa de Irene…; Julia, Rosa Julia, Julia Ruiz, la pitonisa…; Reyes Prieto; Jose Rey, reyes de El rey se muere, de Ionesco; Margarita, mi madre, Margarita, la reina; príncipes y princesas: Gavrilo Princip, las princesas de Panclasta, las de Jose…” (353).
Con lo anterior, la novela Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo establece una serie de correspondencias que desarrollan el encuentro espiritual de Vicente Rojas, a. Biófilo Panclasta, y Gustavo Forero, el autor. Encuentro que se vincula, además, con los lugares emblemáticos de la novela.
París… Ámsterdam…
A esas evidentes correspondencias entre los espíritus de Panclasta y Forero en Bogotá, se suman diversas anécdotas que tienen como sede la ciudad de París. Allí tiene lugar el encuentro de Panclasta con Charles Malato, Jean Grave, Lenin e Inessa Armand, y, en paralelo con tal experiencia, la novela Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo hace una síntesis de mis encuentros fundamentales en la Ciudad Luz o en la Ciudad Condal con intelectuales y amigos. En París, Panclasta, nuevamente detenido, y Forero, que escribe la biografía del anarquista en Barcelona, evalúan la experiencia:
“─¿Ahora en una prisión de París?
─Ya ve, mijo. Como el cangrejo... pero en París.
─Usted soñaba con venir a París, ¿verdad?
─Todos lo soñábamos. Tú también.
─Sí. Mi sueño se condensaba en esas cinco letras.
─París…
─Pero ahora creo que es una locura, Panclasta. Una enajenación. Nos convencieron de que la vida y la libertad estaban allá y corrimos como ratas hambreadas a devorárnoslas. Como en toda nuestra historia, creímos que nuestro lugar estaba en otra parte y poco nos importó este.
─Sí. Por eso no ha cuajado la revolución. Aunque... mire, mijo: si comenzamos por una revolución individual podemos alcanzar la otra. Por eso también, París.” (164)
Tiempo después, llevado por la obsesión en torno a Panclasta, el personaje protagonista de Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo, en Ámsterdam tuve la fortuna de conocer el lugar donde se celebró el Congreso Anarquista de 1907, el Plancius. De un modo revelador, observar la construcción me permitió vincular la figura de Panclasta con el judaísmo y con mi propia genealogía. Si la novela La ficción del monje, de Francisco Montaña Ibañez, había sugerido la posibilidad de que Biófilo Panclasta fuese judío, el ambiente del barrio judío en el que se encuentra el edificio, la presencia de Panclasta en Buenos Aires y su relación misma con La protesta, el periódico anarquista inicialmente publicado en yidis, me llevaron a concluir que tal cosa podía ser cierta. La cuestión se sumaba al cúmulo de elementos mistificantes que me unían a él. Digo esto último, sobre todo, por lo más extravagante del asunto: por la misma época, algunos parientes trataban de encontrar en mis familias, tanto paterna como materna, ancestros hebreos que en un momento dado tuvieron que abandonar España o Portugal. Mis abuelos o bisabuelos Peñaranda, Yáñez o Fuentes, decían, bien pudieron poseer ese origen y haber llegado al norte de Colombia hace varios años ya. ¡Qué espíritu podría confirmar semejantes nexos! Como he dicho arriba todo esto rebasa la lógica y solo apela a la indulgencia de mi razón y la de quien esto lee.
Como puede verse, todo lo anterior da para pensar en un ángel acompañante o en una reencarnación. Aunque lo más impresionante de todo, sin embargo, fue que, por esos caminos de reflexión e interpretación a los que he hecho alusión, pude entrever nada menos y nada más que lo que vendría en mi destino: los efectos de mi propio exilio en España y la necesaria reinvención de mi vida luego de 2020. Sin duda, una etapa de mi experiencia material terminó con la escritura de la novela y otra apenas comenzaba. En síntesis, por un extraño efecto llamémoslo instrumentalmente vidente, pude evaluar el pasado remoto, el reciente, el presente y un futuro probable, tiempos que se delineaban desde una circunstancia precisa como la identidad espiritual con el anarquista nortesantadereano de principios del siglo XX.
Para 2019, quien esto escribe no tenía mayor consciencia de asuntos “espiritistas” y la cuestión del espiritismo solo quedó sugerida en la novela con la mención de La médium de Southampton Row. Mirado en perspectiva, no se trataba esta solo de una referencia bibliográfica más, sino de una base literaria que demostraba el encuentro posible entre espíritus. La novela de Anne Perry tenía y tiene qué ver con tal experiencia y la identidad espiritual entre los personajes.
La posibilidad de una reencarnación o la idea apasionante de que es posible ir o volver a espacios que se conocen en otras vidas como un dejà vu constituye un tema que me apasiona y que estará presente, también, en A la intemperie. Plantearse la vida en distintas perspectivas es una de mis formas de vivir la literatura: la lucha de clases me interesa tanto como las reencarnaciones y las multitudes revolucionarias tanto como los sentimientos y sensaciones espirituales de cada uno de los personajes. La literatura puede ser, en efecto, un médium para lograr la sensibilidad espiritual en mis lectores. El mundo debe cambiar y para ello no sobran los espíritus libres hablándonos desde otros tiempos y lugares, ojalá mejores, ojalá más justos.
Trabajos citados
A. V. Amante de la vida. Destructor de todo. La valija de fuego, 2022.
Forero, Gustavo. Amantes y destructores. Una historia del anarquismo. Berlín, Iliada, 2019.
Forero, Gustavo. “Un reset mundial: El Innombrable”. https://www.zendalibros.com/un-reset-mundial-el-innombrable/
Gómez Latorre, Armando. “Extravagancias de Biófilo Panclasta”. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-164908
Kardec, Allán: El libro de los médiums. Consejo Espirita Internacional, 2011. Traducción de Gustavo N. Martínez.
Mariño, Juan José. Fibras en rojo y negro. Historia del Anarquismo en Colombia (1910-2019). Bogotá, Vía Libre, 2021.
Montaña Ibañez, Francisco. La ficción del monje. Laguna Libros, 2012.
Oxford Languages.
Páez Escobar, Gustavo. “La exmonja Julia Ruiz”:
https://www.eje21.com.co/2018/09/la-exmonja-julia-ruiz/
https://www.cronicadelquindio.com/opinion/Opini%C3%B3n/la-exmonja-julia-ruiz