"Una literatura al margen de las exigencias del mercado
o la industria cultural"

Entrevista al escritor colombiano Gustavo Forero Quintero, por Amir Valle

Gustavo Forero Quintero es, ante todo, el escritor que ha sufrido el desgarramiento constante entre lo que considera su libertad interior y las reglas del mundo real; el escritor que denuncia esos límites y por eso se ha opuesto a todo determinismo social, racial o sexual en la vida humana; el que intenta a través de su literatura aprehender los intersticios de esa libertad hostigada siempre por los discursos sociales, las pautas culturales, los límites políticos o los determinismos geográficos e históricos.

La intranquilidad de uno de los rasgos caracterizados del escritor y profesor colombiano Gustavo Forero. Lo vi sentado, atento, tranquilo únicamente mientras estaba sentado en la primera hilera de sillas durante las conferencias del Congreso Internacional Medellín Negro 2013, pero al profundizar en nuestra amistad me convencí de que es un hombre que jamás puede estar sin hacer algo que, por suerte, hasta donde he podido comprobar, siempre es algo útil: basta mirar su trayectoria profesional desde que se graduó y entró al mundo de la cultura, las letras y la universidad para comprobarlo.

Lo segundo que más llamó mi atención fue su alto nivel de lecturas (muchas de ellas que otros considerarían “lecturas raras”), lo cual unido a su también voraz curiosidad lo convierte en un profesional que todavía tiene mucho que aportar, mucho que decir, mucho que escribir, aunque por ahora ya puede decir que es Doctor por la Universidad de Salamanca, Magíster en “Études Romanes” de la Universidad de la Sorbona, París IV y Profesor del Área de Literatura de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia.

Sobre esa intranquilidad, sobre esas lecturas, sobre esa curiosidad y sobre su mundo intelectual y escritural quise conversar con él. Luego de nuestro encuentro en Medellín le envíé las preguntas y él, por la misma vía de estas tecnologías modernas que todo lo facilitan en materia de comunicación, me hizo llegar estas respuestas.

 

A modo de presentación hacemos siempre una pregunta que obligue al invitado a explicar a los lectores de OtroLunes que no te conozcan ¿quién es Gustavo Forero Quintero? Pero la respuesta debe dirigirse a dos aspectos inseparables pero que, con todo propósito, quiero que respondas por separado: Gustavo Forero Quintero, el ser humano, y Gustavo Forero Quintero, el escritor, el artista, teniendo en cuenta en qué sentidos se contraponen o complementan estas dos “áreas” de tu vida.

Gustavo Forero Quintero es un hombre de más de cuarenta años que ha intentado por distintos caminos encontrar un espacio donde ejercer su libertad. Nació en Pamplona, Colombia, una ciudad de más de 450 años ubicada en la frontera de su país con Venezuela, famosa por ser cuna de poetas como Teodoro Gutiérrez Calderón, Jorge Gaitán Durán, Eduardo Cote Lamus y, más recientemente, Jorge Hernando Cadavid Mora. Luego de la muerte de su padre, acaecida en un fatal accidente de tránsito como el de los poetas Durán y Cote, su familia, madre y nueve hijos, tuvo que emigrar a Bogotá buscando oportunidades de desarrollo económico y cultural. Colombia es un país extremadamente centralizado y buena parte de la vida cultural depende de la capital. Allí, Forero pudo aprovechar una seudomodernidad impulsada por el presidente Alfonso López, seguida luego por varios presidentes de la línea neoliberal; la vida académica de colegios y universidades destacados en el panorama académico de la ciudad y, sobre todo, la vida teatral de la Bogotá de los años 80 del siglo XX caracterizada por la bohemia, la alegría y el librepensamiento. Así, como estudiante de Derecho de la Universidad Externado de Colombia se vinculó con en el grupo de teatro universitario La Tramoya que de 1985 a 1990 montó, entre otras obras, El pagador de promesas, de Alfredo Días Gómes, Sopa de pollo con cebada, de Arnold Wesker, Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura, y Anamorfosis, de su autoría. Por insistencia de su madre se graduó como abogado y por voluntad propia como literato en la Universidad Nacional, donde encontró colegas y amigos como los escritores Nahum Montt, Luis Noriega, Miguel Ángel Manrique, Selnich Vivas, Nara Fuentes o Antonio Silvera. Luego, pocos años después de ejercer su profesión como abogado y culminar sus estudios en Letras tuvo la fortuna de ganar una beca para estudiar su doctorado en Literatura en la Universidad de Salamanca, España, donde conoció a los mexicanos Jorge Volpi, también abogado, e Ignacio Padilla, ambos miembros de la denominada Generación del Crack. Al mismo tiempo, estableció contactos con París, donde se instaló en 1998, año que considera decisivo para su carrera literaria: su acercamiento al psicoanálisis, a la astrofísica y a la obra de Antonin Artaud (de la que cuenta con algunos poemas traducidos al español), entre otros, determinaron las claves de su trabajo literario, caracterizado por conceptos como fragmentación, deslizamiento o fe hueca, que persisten en sus novelas. Desde París tuvo, además, el privilegio de realizar algunos viajes y conocer culturas que siempre le atrajeron: Polonia, un sueño infantil desde que recibió de regalo de cumpleaños un libro sobre ese país de una pintora chilena expulsada por la dictadura; Italia, que le permitió reflexionar en torno a su espíritu religioso y a la vez sensual; Estados Unidos e Inglaterra, que le abrieron sus puertas a otra forma de entender la vida; la maravillosa España (que paradójicamente conoció a fondo desde Francia), con sus reductos maravillosos de anarquismo y libertad individual, y Marruecos, país que desde su punto de vista tiene algo tan familiar para los latinoamericanos que solo se puede explicar a través de las periódicas migraciones que llevaron los pueblos árabes a Latinoamérica. La música, el misterio o la delicadeza de esta cultura están presentes en “Maktub”, un relato que intenta transmitir su experiencia “iniciática” en ese país.

En 2003 Forero regresa a Colombia e inicia su carrera docente y creativa gracias al apoyo constante de su familia y, en especial, de su esposa Ángela María Ramírez Zapata, a quien conoció en España en los cursos de doctorado, y en 2006 se vincula como profesor de Literatura en la Universidad de Antioquia. En 2009 nace su hija, Irene, fuente de inspiración para la publicación de algunos de sus libros.

Gustavo Forero Quintero es, ante todo, el escritor que ha sufrido el desgarramiento constante entre lo que considera su libertad interior y las reglas del mundo real; el escritor que denuncia esos límites y por eso se ha opuesto a todo determinismo social, racial o sexual en la vida humana; el que intenta a través de su literatura aprehender los intersticios de esa libertad hostigada siempre por los discursos sociales, las pautas culturales, los límites políticos o los determinismos geográficos e históricos. El artista que ha creído siempre en la vida por encima de la expresión y en una literatura al margen de las exigencias del mercado o la industria cultural.

Ambas facetas, la del ser humano y la del artista, el escritor, buscan armonizarse en medio de los límites que impone la propia cultura: las exigencias de los centros dominantes, las necesidades económicas, las obligaciones laborales y, en síntesis, la llamada civilización, que a menudo encarna al enemigo, regulador y heterónomo, que nos difumina. Ser libre, rebelde, creador y artista resulta siempre peligroso; y más aún en un país, en un continente y un hemisferio que se encarga de limitar, de construir fronteras e inhibir al hombre. El hombre y escritor Forero Quintero intenta entonces encontrar esos intersticios de vida que lleven hacia la libertad y la autonomía.

 

Comencemos por una pregunta que, cronológicamente, pudiera estar más adelante, pero es sobre algo que me llama la atención: eres abogado pero das clases de literatura en la Universidad de Antioquia. Dividamos la pregunta en dos partes: primera, ¿cómo y a qué razones se debe el tránsito de un oficio a otro?, y segunda, ¿murió el abogado o es una apoyatura, un complemento, para el escritor que eres?

Soy abogado pero también Literato. Al terminar la preparación media tenía 16 años y las pautas familiares, sociales y hasta políticas que me rodeaban me exigían tener una profesión convencional, con un futuro hasta cierto punto asegurado. Ya tenía tres hermanas abogadas y en medio de circunstancias difíciles, ellas salían adelante y eran un modelo social y familiar a seguir. Las opciones en mi medio, conservador y tradicionalista, eran por tanto, efectivamente, ser ingeniero, médico o abogado, y dado que lo mío era la literatura, lo que más se le parecía era el Derecho, pues “al final ambas son letras”, decían todos. El asunto no es de poca monta ni en Europa ni en América Latina. Muchos abogados en efecto son escritores y a muchos se les exigió ese título para acceder a un medio cultural. Desde Goethe hasta Carlos Fuentes, desde Alfonso Reyes hasta Octavio Paz, desde Federico García Lorca hasta Mario Vargas Llosa, el Derecho significó un primer acercamiento a las letras. En Colombia, desde Pedro Gómez Valderrama hasta Darío Jaramillo y desde Aurelio Arturo Martínez hasta Juan Gabriel Vásquez parecen confirmarlo. Hoy pienso que entre más conservadora es una sociedad, más exige el estudio del Derecho por parte de sus ciudadanos; y aunque en Colombia algunos han tenido el privilegio de abandonarlo (desde el mismo Eduardo Cote Lamus, pasando por Gonzalo Arango y Raúl Gómez Jattin, hasta Juan Gabriel Vásquez o William Ospina), es un hecho que sigue siendo una curiosa vía para el acceso a la expresión literaria; a menudo, la única vía de ingreso del intelectual a la comunidad elegida de los intelectuales latinoamericanos (antes Rafael Gutiérrez Girardot; hoy, Sergio Ramírez o Juan Guillermo Gómez, mi colega de la Universidad, son un ejemplo de ello). A muchos esa formación les resultó un medio para llegar a la literatura o bien para abrirse un lugar en este campo. Para mí supone un instrumento más para comprender el objetivo de mi trabajo. Desde las primeras clases de Teoría del derecho se aprende que la ley es cuestión de los poderosos. Yo entendí, además, que, por eso, también la literatura es predominantemente de ellos (como establece Mijail Bajtín en su teoría crítica de la novela, donde dice que literatura y Derecho hacen parte de las ideologías) y a eso he querido rebelarme. Lo paradójico del asunto es que como abogado busco sacarle jugo a las herramientas de esos poderosos y hablar de lo que se le escapa al orden dominante. Lo que escribo indaga así en esos intersticios de libertad a los que me he referido antes, que siempre se le cuelan al sistema normado que es el que teóricamente asegura el éxito. De ahí mi interés por los fracasados, por los excluidos y los rechazados. Al respecto, me identifico con un intelectual francés del siglo XIX, Jean-Marie Guyau, que decía que en estricto sentido no debería haber leyes ni mucho menos sanciones, o por lo menos a esto debería tender la sociedad. En un mundo verdaderamente humano ambas cosas resultan artificiales. Yo creo eso, y creo que toda la estructura legislativa y coercitiva, la ley, los códigos o las constituciones solo han sido el andamiaje para legitimar el poder de unos sobre otros, de los que son más por encima de los que no se ven o del individuo mismo, bien sea en un país, en un continente, en un hemisferio o en el mundo entero. Y esto no es solo cuestión de la Teoría del derecho, es cosa de todos los días en ese mundo: tenemos un sistema de fronteras “legítimas” que así lo confirman. Ellas no admiten dudas; incluso si se han establecido a favor de unos y en perjuicio de otros seres humanos. Como decía Montesquieu en el siglo XVIII, el origen geográfico determina la vida, tanto como la categoría cultural o económica de ese lugar. No es lo mismo ser norteamericano que congoleño, francés que ecuatoriano. Y en lo que atañe a la literatura, hay que reconocer que los escritores que conocemos en Occidente son en buena parte los que la cultura de los centros de poder ha establecido como tales. Como decía Luis Buñuel a propósito de Ernest Miller Hemingway, detrás de él están los marines norteamericanos. Este juicio, que no busca demeritar la obra del escritor, se puede extender a emblemas de la literatura europea que determinan la historia literaria del hemisferio. No se trata de desconocer la estatura literaria de los escritores, sino de reconocer que en buena parte su origen les ayudó en la difusión y en su afirmación. Mientras todos reconocen a Camus, Sartre o Dostoievski, pocos saben de Jorge Icaza, Alcides Arguedas Díaz o José Antonio Osorio Lizarazo. Si se echa un vistazo al origen de los premios nobel de literatura se comprenderá a qué me refiero: mientras Francia cuenta con 14 en su haber y Alemania con 11, Chile tiene solo 2 y Colombia 1; y mientras 28 de los laureados escriben en inglés, solo uno lo hace en portugués. Y no creo que la diferencia sea cuestión de talento, o no solo; el dominio cultural que hace de ciertas obras y autores íconos del hemisferio se vincula con el dominio editorial, tanto como con el poder militar o económico de las grandes potencias. Las fronteras entre los países y los llamados mundos tienen efectos de lo más increíbles. La producción de armas o de energía nuclear, la vigilancia mundial o la Interpol, las cárceles transnacionales y los abogados de todos los países determinan la cultura, los libros o el proceso mismo de la lectura. Las distintas naciones de Occidente deberían reconocerlo y trabajar en esto, sobre todo si se encaminan al reconocimiento de la igualdad que propugnan hace siglos, el respeto a las diferencias, el multiculturalismo, las minorías locales y, en el futuro, del hombre mismo, con su singularidad inexpugnable. Aunque los movimientos hippies ya hacen parte de la historia, aún es y seguirá siendo verdad que el hombre, en el mundo entero, sin distingos derivados de su origen, puede vivir de amor, que su vida puede ser determinada por el bienestar y la justicia, por la solidaridad y la fraternidad. Las dictaduras reales o solapadas lo niegan, lo cosifican, lo diluyen en ideologías, movimientos políticos o enajenaciones comerciales. La literatura puede estar de un lado o del otro. Por mi parte, debería llegar al dominio de la libertad primigenia que es el espacio del individuo.

 

Regresemos entonces al inicio: ¿cuál es tu primer recuerdo puntual como escritor? Es decir, ¿cuándo y en qué circunstancias pensaste por primera vez que podías o tenías deseos de escribir?

Yo tenía una abuela obsesionada con Francia. Su sueño fue ir a París y a La Sorbona y dedicarse a la literatura. Todos la tomaron por loca, pues leer a Flaubert o a Stendhal cuando debía cocinar y trabajar era efectivamente una locura. Fue ella la que me habló por primera vez de lo que significaba el acto de escribir y de la elaboración misma de la letra. Después mi madre, otra “loca”, me enseñó a delinear las primeras palabras y, con un método del que no podría dar ninguna noticia, a enlazar esas letras con París, Flaubert, Stendhal, la libertad y, en fin, la locura, es decir, ese espacio del ser en donde es posible y casi necesario transgredir para crear. Así, en esos años de infancia comprendí la relación estrecha que puede existir entre la letra y la locura, y por una decisión deliberada, que celebran a menudo mis hermanos, también quise ser loco: desconfigurarme, fragmentarme (como digo a menudo en mis escritos y en mi vida), desvariarme. Conforme al sueño de la abuela, ir a París, estudiar en la Sorbona y hablar de un mundo distinto y de diferentes maneras fue algo natural y necesario en mi desarrollo vital. Y, aunque esto sigue catalogándose como locura, creo que ya no estamos en los años treinta del siglo XX y que cada vez son más los locos, los que quieren otro mundo, otra realidad, la verdadera vida, todos esos que considero mis colegas existenciales. Ahora, felizmente, somos más aquellos que, como mi abuela, y luego mi madre, mis hermanas, mi esposa o mi hija, creemos que el hombre es algo más que maldad, violencia o represión, obligación y límite. Mi abuela, que era profesora, fue atada a un árbol por sus locuras (de eso trata la novela que estoy escribiendo, Murmullos), hoy yo soy profesor y trato día a día de desatarme de los árboles que me quieren imponer y a los que quieren enlazarme. Esta es la mejor metáfora de lo que quiero que signifique mi escritura: un deslizamiento a la libertad.

Algunos colegas colombianos dicen que escribir en una tierra tan prolífica literariamente como Colombia es un reto diario, pero otros me han asegurado que la siempre convulsa realidad colombiana es el mejor caldo de cultivo para un escritor. ¿Hasta dónde crees que, al menos en tu caso, estas dos afirmaciones puedan aplicarse?

Colombia ha sido una tierra prolífica en escritores, es verdad. Sin embargo, son muchos los que han sido parte del establishment, es decir, los que le han hecho el juego, cándidamente o no, a todo un sistema de exclusión y muerte (esto, que podría llamarse la función social del escritor, también se denuncia en mis novelas). Estos “escribidores” me interesan muy poco. Efectivamente la realidad es terrible y pocos quisieron o han querido verla cara a cara en Colombia, con la sensibilidad propia de un verdadero artista: José Antonio Osorio Lizarazo, algunos escritores de lo que se ha denominado la literatura de la Violencia, como Arturo Echeverri Mejía; José Eustasio Rivera y Fernando González Ochoa (otros abogados), Porfirio Barba Jacob o Manuel Mejía Vallejo, y hoy, Fernando Vallejo, Sergio Álvarez, Laura Restrepo, Pablo Montoya y otros cuantos más lo han hecho. El trabajo literario, creo yo, debe ir acompañado de una gran sensibilidad social. No se trata de reproducir la realidad, ni siquiera “bellamente” (como sugerían algunos de esos escritores oficiales de la Colombia del siglo XX), sino de poner el dedo en la llaga, denunciar los horrores, acercarse al sufrimiento, identificarse con el dolor; como dice Cristina Fallarás a propósito de la novela negra. Esta pauta puede ampliarse al objetivo de la novela contemporánea en general. En este sentido me uno a esos escritores que creyeron y creen en una literatura comprometida, en una literatura solidaria con la vulnerabilidad humana. No puedo entender a aquel artista que sufre por una rima y no se compadece con el dolor del violentado, con la muerte de la víctima, con la denuncia del oprimido. Y aunque en muchos círculos literarios esto suene anacrónico y hasta naïf, creo que prefiero la vida a la literatura, la sensibilidad a la letra. Hay un nivel de infamia en nuestro mundo que el artista no puede simplemente sobrevolar o recrear. Actuar con frialdad frente a la barbarie es ser su cómplice.

 

Está también el tema de los maestros: esos seres que cada escritor sigue durante un tiempo, consciente o inconscientemente en la búsqueda de un estilo o mundo personal. Sabiendo que en cada etapa de un escritor esos maestros cambian, quiero pedirte que respondas la pregunta pensando en dos momentos específicos: aquellos tus primeros maestros, los que te hicieron pensar en ser escritor; y tus maestros actuales.

En primer lugar, por la anécdota que he contado, los realistas franceses fueron mis maestros: Stendhal, Flaubert, Zola. Y no es solo porque mi abuela los leyera. Creo que hay en todos estos escritores una sensibilidad que trasciende su interés mismo por la creación. Por años me perturbó Madame Bovary y en Francia comprendí la razón: ella es una metáfora, una gran metáfora de la vulnerabilidad del ser humano frente a los convencionalismos sociales, una metáfora de la fragilidad de la existencia frente a las normas sociales o jurídicas. Esto parece, ahora que lo escribo, una obsesión de mi parte, un discurso que se ha mantenido por años, pues es algo que siento constitucional en mí. Pero… ¿se puede hacer otra cosa? La denuncia de los excesos de los sistemas, la ausencia de libertades individuales, la represión y la barbarie son los temas que me interesan. Estos son los problemas del Quijote, también, y los problemas del personaje moderno desde Goethe, Mann, Poe hasta la novela de crímenes contemporánea en Colombia y América Latina en general. Hasta dónde creer en lo que George Lukács nombraba como la luz interior como única guía para el próximo paso. Esta es la cuestión. ¿Podemos vivir realmente la vida más allá de los convencionalismos sociales, de la autoridad o la norma? El control social tiene las más inusitadas vías y la experiencia humana es excesivamente delicada y finita. Aquí se encuentra el problema existencial del hombre que es mi objeto literario por excelencia. Tal vez por eso, luego de los franceses tuve un grato encuentro con el realismo psicológico de los rusos. Como mi hermana mayor coleccionada Los Maestros rusos, tuve el gusto de leer a autores hoy olvidados: Chirikov, Bunin, Andreiev. Estos escritores, tanto como los reconocidos Anton Chejov, Nicolai Gogol, Leon Tolstoi, ponen el dedo en esa llaga de lo que significa la libertad por oposición al sistema. Luego vino Rainer Maria Rilke. Sus Elegías de Duino perfilaron lo que sería mi propia luz como escritor. La metáfora del ángel, producto del hombre y excelsa creación suya, se identificó plenamente con mis propias ideas respecto de una vida despojada de metafísica, de trascendencias oportunistas que esclavizan el espíritu y lo limitan. Aquí surge mi idea de la fe hueca: creer, como los indígenas, que es necesario luchar aunque se cuente de antemano con el fracaso. Acaso de esto hablaban también Hegel o Marx, o Nietzsche. A mí me llegó especialmente por Rilke, y por mucho tiempo dediqué a él mis reflexiones estéticas. Fue él quien me impulsó a buscar mundos desconocidos, el África, la cultura árabe, Francia, el sensualismo esteticista de los italianos. Fue él quien empezó a cruzar mis propias relaciones haciendo de ellas mundos por conocer. Luego vinieron las relecturas de Kafka o Hesse (que había leído de niño), de Thomas Mann o Brecht. Más recientemente, por gusto y por mis investigaciones académicas se consolidó mi interés por los españoles y los latinoamericanos, los clásicos y los actuales. Me impactó Miguel Delibes, sobre todo la novela El hereje. Macedonio Fernández, que dejó su huella en muchos de mis textos; Juan Rulfo, César Vallejo, Cortázar, García Márquez, Fuentes, y luego Guillermo Cabrera Infante, Horacio Castellanos Moya, Rey Rosa. Los colombianos Germán Espinosa (aunque para varios haría parte de los bibliófilos), Fernando Vallejo, Laura Restrepo, Sergio Álvarez o Hugo Chaparro Valderrama.

 

Se impone entonces una pregunta más “académica”: dentro de las actuales generaciones de escritores colombianos, ¿te sientes identificado con los presupuestos de alguna generación o grupo?

Justamente me siento identificado con Hugo Chaparro Valderrama cuando advierte que hace parte de la generación de la crisis de fin de siglo XX: “Un miembro de una generación desengañada, que asiste a cambios críticos y evoluciona al ritmo que le imponen esos cambios, obligada a soportar una violencia que nunca imaginó y que se encuentra entre dos generaciones opuestas entre sí. … Mi generación puede ilustrar la crisis de este fin de siglo. Pero ha sabido aprovechar, por lo menos, las excepciones a la norma, lo que para ella son los errores de las dos generaciones entre las que se encuentra, tratando de entender los motivos que determinaron el desencanto de la generación anterior y evitando el estilo epidérmico o el romance con la muerte de la que nos sigue. … Pero no permanece indiferente ni apática” (El capítulo de Ferneli, Bogotá: Arango Editores, 90). A esta generación que sabe aprovechar las excepciones a la norma y no permanece indiferente pertenecen Mario Mendoza, Santiago Gamboa, Antonio Ungar, Pablo Montoya, Efraím Medina, Nahum Montt, Sergio Álvarez, Juan Gabriel Vásquez, Selnich Vivas, entre otros. Su poder de conmoverse frente a la crisis puede advertirse en numerosos textos que, tal vez por eso mismo, tienen muchísimo reconocimiento internacional. El mundo entero se ha dado cuenta de que algo está pasando en la literatura colombiana, tanto como en la centroamericana, que con nombres como Horacio Castellanos Moya, Carlos Cortés, Rodrigo Rey Rosa, Amir Valle o Leonardo Padura constituyen un hito contemporáneo. El panorama es rico y cada vez tiene mayor eco social. Lo importante, sin embargo, es que todos estos artistas no permanecen indiferentes ni apáticos, quieren un cambio.

 

También he escuchado algo que me intriga: literatura bogotana, literatura de Medellín, literatura costeña… Aunque sé bien que dentro de Colombia la idiosincrasia no es una sola, ¿existen realmente esas diferencias como para no hablar únicamente de una “literatura colombiana”?

En efecto, existen diferencias entre autores de distintas regiones de Colombia. A manera de ejemplo se pueden mencionar aspectos de las obras de Gabriel García Márquez, Germán Espinosa, Roberto Burgos Cantor y Efraím Medina, entre muchos otros de la Costa Caribe, y Álvaro Mutis, Laura Restrepo, Evelio Rosero, Juan Gabriel Vásquez, Hugo Chaparro, que he mencionado antes, Santiago Gamboa y Mario Mendoza, de Bogotá. La sensibilidad artística de los autores costeños se diferencia de la solemnidad de cierta prosa bogotana. Detrás de estas diferencias pueden estar José Félix Fuenmayor, de Barranquilla, y José Asunción Silva, de Bogotá, escritores que dejaron su impronta en la literatura colombiana. El mundo parece ser diferente vivido desde la tierra caliente o en el altiplano. También se pueden rastrear las diferencias entre Tomás González, Fernando Vallejo o Darío Jaramillo, que son antioqueños, y, William Ospina, del departamento del Tolima, Carlos Perozzo, de Norte de Santander, y Gustavo Álvarez Gardeazábal, del Valle del Cauca, entre otros, y solo para advertir ejemplos interesantes y establecer el contraste. Los intereses de la provincia parecen distinguirse de aquellos del sector rural o de topos locales que resultan de una gran riqueza literaria. Tomás Carrasquilla, Porfirio Barba Jacob y Jorge Isaacs pueden estar detrás de estas diferencias. La oposición entre la gran ciudad y la localidad era una cuestión importante para ellos. Asimismo, las ciudades tienen su impronta en los escritores: Son diferentes Nahum Montt y Pablo Montoya, de Barrancabermeja, Sergio Álvarez, de Bogotá, y Selnich Vivas, de Cali. Las ciudades colombianas son tan diferentes entre sí que tienden a inspirar literaturas muy distintas, cada una tratando de dar cuenta de lo que es la especificidad de un conjunto humano. Osorio Lizarazo o Manuel Mejía Vallejo son ejemplos de esto. No obstante, desde mi punto de vista existe una evidente comunidad intelectual entre estos escritores debida a un origen nacional común; y esto no es solo la vieja cuestión chovinista de la patria, puede advertirse en sus obras. Desde lo que puede denominarse una literatura nacional las diferencias entre las regiones ha sido una constante que confirma esa comunidad: Juan Rodríguez Freyle fue muy diferente a Francisca Josefa de la Concepción del Castillo y Guevara, y Teodoro Gutiérrez Calderón a Eduardo Carranza, pero todos buscaron dar cuenta de un mismo país inmerso en medio de conflictos propios de su idiosincrasia. Al respecto creo que una novela como La tejedora de coronas, de Germán Espinosa, recoge muy bien ese espíritu nacional y aún continental. Así, conforme a lo que advierto en mi libro La anomia en la novela de crímenes en Colombia, donde hago referencia a unos 100 escritores de las más disímiles procedencias, es un hecho que de la Costa Caribe a Bogotá, del Cauca al Norte de Santander, los colombianos poseemos una sensibilidad cultural y sociológica en lo que a circunstancias históricas corresponde: todos hacemos parte de un gran sistema cultural que puede definirse con la clave de la anomia, un sistema con relaciones conflictivas respecto del referente de una ley o una constitución, un sistema a veces desquiciado que cada vez resulta más difícil de soportar y, mucho menos, explicar con las pautas lógicas de la sociología o la política, pero que se puede leer a partir de lo que he llamado intersticios de libertad que se le salen al establecimiento. Las “excepciones a la norma” a las que se refería Chaparro, que resultan siendo la regla, a veces permiten espacios de libertad que en ninguno otro lugar florecerían y por tal condición son recreados por los artistas. De nuevo se puede pensar entonces en lo que proponía Guyau para los sistemas contemporáneos: no todo lo que se le sale al sistema es violencia en Colombia, “la variabilidad moral que por tal motivo se produce, la consideramos, por el contrario, como la característica de la moral futura; ésta, en gran cantidad de puntos, no será solamente αυτονομος (autónoma), sino ανομος (anómica)” (Esquisse d’un morale sans obligation ni sanction. París: Félix Alcan Editor, 1905, 6). Una novela breve como La multitud errante, de Laura Restrepo, igual que una extensa como 35 muertos, de Sergio Álvarez, o Los ejércitos, de Evelio Rosero, podrían dar la imagen de espacios legítimos de autonomía individual que se erigen como esperanza en Colombia. Lo mismo que novelas como Lo que todavía no sabes del pez hielo, de Efraím Medina, y El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez. La denuncia de los escritores de mi generación respecto de un mundo injusto encuentra esos reductos de libertad y autonomía que no se ahogan en medio de un sistema dislocado. Como señala Juan Guillermo Gómez, inspirado justamente por la poesía de Gaitán Durán “Colombia es una cosa impenetrable”, pero cada uno de sus escritores trata de encontrar un lugar para la utopía.

 

Escribir y dar clases, aunque a muchos les parezca algo muy bien imbricado, casi natural, suele ser muy complicado por tratarse de dos ámbitos profesionales más diferentes de lo que mucha gente supone ¿En qué sentidos se contraponen o complementan el Gustavo Forero Quintero profesor y el Gustavo Forero Quintero escritor?

A mí me encanta la docencia. Y siempre he sentido que estar en contacto permanente con los estudiantes se parece mucho al ejercicio de la creación. Ambos espacios comparten una especie de éxtasis: la presencia de lo innovador, de lo que es original en el discurso, en un momento dado, y la presencia de un lector que transmite sus observaciones inmediatas sobre lo oído. Esto hace que el pensamiento se enriquezca de una manera excepcional y se encuentren nuevas perspectivas de la experiencia humana. En tal sentido, trato que mis clases sean prácticas en la medida de lo posible, que los estudiantes debatan y escriban sobre lo leído. La literatura debe ser un lugar de encuentro y desencuentro, un espacio para entender al otro y contradecirlo o afirmarlo. Y nada mejor que hacerlo en el propio campo de las letras. Tomar como base la literatura para crear nueva literatura. Al respecto debo afirmar que considero la crítica literaria como parte del dominio mismo de la literatura, y la crítica literaria que se hace desde el campo de la academia sí es literatura. Al respecto quisiera afirmar aquí que nadie como mis estudiantes me ha enseñado tanto de la literatura. Con ellos advierto los matices nuevos de lo que he leído de antemano, con ellos encuentro lo que no asía de una novela o el secreto que me empeñaba en encontrar de un poema. Las lecturas de los estudiantes son siempre frescas, impulsadas por un espíritu de indagación pero a la vez por la pasión por el conocimiento que surge en los primeros años de la vida.

 

El Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro, una odisea

Medellín Negro es, sin dudas, uno de los espacios más interesantes en la actualidad a la hora de pensar el género negro en América Latina. Háblame de qué es, cuáles son sus objetivos, cómo surgió, quienes lo fundaron.

Medellín Negro surgió de un proyecto de investigación que inicié en el año 2007: La anomia en las novelas de crímenes. Mi propósito era estudiar la aplicación de un concepto sociológico y jurídico a la literatura. Como consecuencia de este proyecto, hice un primer Congreso en 2010 y, a partir de entonces, poco a poco fue cuajando como un proyecto académico de la Universidad de Antioquia. Así, en 2011 se consolidó ese proyecto que tiene como propósito fortalecer un espacio urbano y de discusión interdisciplinaria en torno al tema del crimen tomando como eje articulador la literatura negra. Desde el año 2013, este propósito se desarrolla en los siguientes frentes urbanos: la Semana Negra MedellíN.N., que incluye la presentación de conferencias, la exhibición de películas del género y exposiciones fotográficas en toda la ciudad; el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro, que cada año incluye la presentación de conferencias y ponencias de escritores y académicos nacionales y extranjeros sobre el tema del crimen en el espacio de la Fiesta del Libro y la Cultura de la ciudad, y el Concurso de Novela de crímenes, que premia a un autor del género y publica su libro en el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro cada año.

Además de esto, Medellín Negro tiene los siguientes objetivos específicos:

  • Fortalecer, a través de acuerdos particulares, la Red Internacional de Eventos Negros, RIEN, inscribiendo a Medellín Negro entre los certámenes de todo el mundo dedicados a lo negro.
  • Propiciar un lugar de encuentro para instituciones, escritores, grupos académicos, investigadores, cineastas y, en general, personas de distintas latitudes dedicadas o interesadas en lo negro.
  • Desarrollar un plan de cooperación interinstitucional entre Medellín Negro y socios, aliados y amigos de orden municipal, nacional o internacional, público, privado o mixto, que consolide la red en torno al tema.
  • Fortalecer la relación de la Universidad con otras entidades públicas o privadas del mundo entero, a través de publicaciones conjuntas.

En relación a quiénes son sus fundadores y cómo surgió Medellín Negro, puedo agregar que tanto el Congreso como el proyecto académico del que este surge son una consecuencia de lo que hemos estado hablando durante esta entrevista. Desde mi regreso a Colombia enfoqué mi investigación en la situación de caos y desorden social presente en vida y en la literatura. Esto me llevó directamente a indagar sobre la novela negra y, posteriormente, a proponer una nueva denominación del género a partir del concepto de anomia; la novela de crímenes. Esta nueva nominación pretende dar cuenta de distintos modelos literarios más o menos cercanos a un concepto de ley.

 

¿Qué retos han significado para ti y tu equipo, a qué obstáculos se han enfrentado, quienes han estado ahí apoyándolos a la hora de armar todo el entramado de cada Medellín Negro?

Medellín Negro ha enfrentado diferentes Retos: Posicionar a Medellín como ciudad latinoamericana líder en la reflexión en torno al tema del crimen no era cosa fácil. La ciudad ha sido estigmatizada por años con una imagen de espacio del delito que hemos querido transformar. El hecho de que Medellín Negro ya vaya para la quinta versión demuestra que vamos lográndolo, poco a poco pero efectivamente.

Por su parte, para Medellín Negro ha sido un reto tomar como eje de esa gran reflexión en torno al significado del crimen la literatura negra. A pesar del desarrollo mundial del género, Colombia no cuenta con el reconocimiento interno y externo de toda una literatura que puede definirse como novela de crímenes que ha tomado ese como su objeto de recreación estética. Aunque se reconoce la importancia de autores como Fernando Vallejo, Laura Restrepo, Santiago Gamboa, Héctor Abad Faciolince, Mario Mendoza, Sergio Álvarez o Juan Carlos Vásquez, pocos la entienden como parte de ese gran proceso cultural que es la reflexión generacional en torno al significado del crimen, tal como ellos proponen en sus textos. Medellín Negro busca entonces articular esta tradición que resulta muy colombiana (recordemos que hace años se habla de la literatura de la Violencia) y establecer su importancia en el gran panorama de la literatura occidental. Plantearse el significado del crimen desde estos autores y muchos otros significa reflexionar en torno a una entidad que no es atemporal ni aespacial como a veces se presenta: el crimen tiene un origen, unas razones que determinan su existencia y este presupuesto histórico es válido para cualquier sociedad del mundo. Lo que buscamos, entonces, es que desde Medellín, ciudad estigmatizada por su relación con el crimen, nos planteemos la naturaleza de este fenómeno que parece existir objetivamente pero que en realidad se explica a partir de la política, la economía o la historia. Así, el tema resulta de gran actualidad y trascendencia para los escritores, pero también para los académicos, los historiadores o los sociólogos, los abogados o los políticos del mundo entero. Plantearse eso que llamamos el significado del crimen es interesante para todos aquellos que seamos ciudadanos del mundo.

Otro reto del Congreso Internacional es reunir anualmente en Medellín a escritores y académicos reconocidos del género. Y creo que esto también lo hemos logrado. Aunque al principio resultaba difícil hacerlo por la propia fama de la ciudad y del país, poco a poco estos intelectuales se han dado cuenta de que nuestro objetivo trasciende fronteras, hace parte de la tarea de superación de una época de conflicto y encuentra en una ciudad como Medellín su mejor ambiente. Sería muy diferente hablar sobre delito en New York o en París. En Medellín este objeto de reflexión adquiere una vigencia capital porque hace parte esencial de la propia definición histórica de la ciudad. Medellín ha querido progresar a partir de la superación de sus problemas de identidad cultural derivados del crimen. Por tal razón hablamos de abrir un espacio urbano para la reflexión: es necesario, desde una ciudad como Medellín, aquejada por la estigmatización mundial sobre su criminalidad, plantearse la cuestión de la naturaleza del crimen. ¿Dónde más podría hacerse este ejercicio intelectual que fuera más pertinente? Dónde más tendrían vigencia los interrogantes ¿existen crímenes objetivos? ¿Podemos separar la cuestión del crimen de la diferencia entre mundos o países? ¿Es pertinente plantearse la criminalidad como una cuestión transnacional? Todas estas cuestiones y muchas más son las que proponemos desde esta ciudad que a su vez está comprometida en torno a una seria reflexión sobre su propia historia a fin de transformar viejos esquemas. El Congreso es apoyado así por la Alcaldía de Medellín, que nos ha avalado desde 2010. Desde este punto de vista, el trabajo en sí ha sido un verdadero reto, pero ya vemos sus frutos.

Otro desafío es la consolidación de lo que hemos denominado la Red Internacional de Eventos Negros, RIEN. Aunque en estricto sentido este es un efecto de nuestro propósito fundamental –plantear una reflexión mundial en torno al significado del crimen—, creemos que con la consolidación de una primera red en torno a eventos sobre la literatura negra podemos ir creando esa gran comunidad de ciudadanos conscientes de todo el mundo que aboguen por un cambio de reglas del juego en cada uno de los sistemas nacionales. Así, en principio somos unos cuantos eventos (en este momento trabajamos conjuntamente con Azabache principalmente), pero la intención es reunir a varios responsables de los demás y crear esta comunidad. Una golondrina no hace verano, dicen, pero entre varias golondrinas acaso podamos cambiar en algo el destino de nuestras sociedades.

En cuanto a obstáculos, no han sido pocos: el estigma de Medellín, como “ciudad de Pablo Escobar” no es fácil de superar. Nosotros hemos querido, si se puede advertir así, sacar algo positivo de lo negativo. Como decimos aquí, si llueven limones, hagamos limonada. Si es verdad que han existido Escobar, el Cartel de Medellín y varios hitos criminales en nuestra historia, también advertimos que, a pesar de todo, fueron esos hitos los temas de obras como La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo; Rosario Tijeras, de Jorge Franco; Aire de tango, de Manuel Mejía Vallejo, El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez, o El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince, entre otros. Esa es la limonada que busca, entre otras cosas, las causas de los limones. Como he señalado antes, el sistema colombiano puede definirse con la pauta de la anomia, pero eventualmente se encuentran cauces impensados para el ejercicio de la libertad creativa y las propuestas de transformación social. Esos libros, como muchos otros de la gran tradición literaria colombiana y del mundo, sirven para esa reflexión planetaria que proponemos en torno al significado del crimen en las sociedades contemporáneas a fin de lograr cambios fundamentales en todas partes.

¿Otros obstáculos? Como siempre, los recursos económicos limitados, cuestión que cada año tratamos de sortear de las maneras más “innovadoras”. Ahora que se habla de Medellín como la ciudad más innovadora del mundo, debemos decir que el Congreso Internacional Medellín Negro es una prueba fehaciente de esto. Con poco hacemos mucho y, de seguir como vamos, con un poco más haremos muchísimo más. Cada año contamos con más socios, patrocinadores y amigos, cosa que queremos ir incrementando con el fin de hacer de este encuentro anual un verdadero ejercicio de mea culpa en todo el mundo: ni los delitos ni los criminales surgen de la nada. La literatura negra se plantea las causas y tanto los escritores como los académicos, así como cualquier lector del género o interesado en lo negro, pueden pensar en ellas. Ese es el propósito de Medellín Negro. Y cada año se cumple en el espacio de la Fiesta del Libro y la Cultura de la ciudad.

Además de lo anterior, no ha sido fácil vincularnos con otros eventos internacionales dedicados al género; sobre todo –para volver a eso que dije arriba respecto de los centros culturales—, hemos notado una gran dificultad a la hora de establecer lazos con Gijón, Barcelona, Madrid, Toulouse o Múnich, entre otros. Aunque hemos emprendido acciones para el efecto, no hemos podido concretar vínculos con esos y otros certámenes como quisiéramos. Por tal razón, nos ha sido muy difícil consolidar esta gran comunidad alrededor de lo negro, darle a cada uno de los eventos una mayor visibilidad en nuestro contexto colombiano o latinoamericano y lograr una mayor difusión de los trabajos literarios e investigativos sobre el tema. En este último campo, advierto solo una tímida difusión en los Estados Unidos y Europa de nuestras publicaciones a través de amigos y socios de Medellín Negro que debemos incrementar, tanto como nuestras relaciones con pares y amigos.

En cuanto a apoyos: para lograr nuestros retos y superar las dificultades hemos contado con la colaboración incondicional de los profesores Shelley Godsland, de la Universidad de Birmingham, David Knutson, de Xavier University, Osvaldo Di Paolo, de Austin Peay State University, Allen Josephs, de University of West Florida, y Néstor Ponce, de la Universidad de Rennes 2, principalmente.

Además, hemos contado con las presencia de los escritores Sébastien Rutés, de Francia; Cristina Fallarás, de España; Enrique Serna y Élmer Mendoza, de México; Guillermo Orsi y Javier Chiabrando, de Argentina; Amir Valle, de Cuba; Renée Ferrer, de Paraguay; Sergio Álvarez, Mario Mendoza, Darío Jaramillo, Gonzalo España, Santiago Gamboa, Pablo Montoya, José Libardo Porras, Selnich Vivas, entre otros, de Colombia, que con su discurso mismo en Medellín Negro nos han ayudado a cumplir nuestros objetivos.

Asimismo, nos han ofrecido su apoyo los profesores Clemens Franken, de la Pontificia Universidad Católica de Chile; Hubert Pöppel, de la Universität Regensburg, y Sophie Von Werder, de la Universidad de Antioquia; Jaime Galgani, de la Universidad Católica Silva Henríquez; Alejandro Herrero-Olaizola, de la Universidad de Michigan; Jorge Febles, de Universidad de Iowa; Mallory N. Craig-Kuhn, de New York, y María Eugenia Ludueña, de Argentina, entre otros profesores, a quienes debemos buena parte de la difusión de nuestros trabajos en el mundo. A todos ellos, y a quienes no nombramos por cuestiones de espacio, gracias.

 

En este tipo de eventos siempre hay ganancias profesionales en muchos casos invaluables, a veces irrepetibles. ¿Cuáles consideras que han sido esas ganancias, esos logros, tanto para la cultura en Medellín como para la Universidad de Antioquia y para Colombia?

De acuerdo con nuestro propósito, y según las previsiones de la propia Alcaldía de Medellín, la ciudadanía de Medellín ha emprendido y poco a poco consolidado una seria reflexión en torno al significado del crimen, tomando como eje la literatura negra. Poco a poco la gente de la ciudad comprende la importancia de su propia tradición literaria en este campo y reconoce la trascendencia de la gran tradición mundial en lo que a novela negra corresponde. En tal sentido, efectivamente se ha planteado de modo literario el gran problema del crimen que ha definido su propia existencia y en tal sentido se ha invitado a la reflexión juiciosa sobre posibles transformaciones sociales. Así, creo que gracias a esta reflexión en torno al significado del crimen (que ha incentivado la Alcaldía tanto como Medellín Negro), la ciudad ha profundizado en el estudio de procesos históricos de gran importancia: con granos de arena como este, Medellín ha emprendido poco a poco, con evidente dificultad, cierto proceso de lo que puede denominarse saneamiento –catarsis— respecto de su propia historia. Medellín ha experimentado una importante transformación cultural como ciudad comprometida desde hace varios años en un examen público en torno al tema de la criminalidad y en tal proceso contribuye, sin lugar a dudas, Medellín Negro. De este modo, el proyecto académico se suma a la labor de otras instituciones y entidades como las universidades, los colegios, los teatros, etc. porque todos consideramos que es hora de que la ciudad asuma un liderazgo continental en lo que corresponde a la reflexión en el sentido del crimen para las sociedades contemporáneas: su significado social, el contexto en que se inscribe, los regímenes políticos que lo establecen o la capacidad de Estado en un momento dado para establecer una ley y disponer su sanción. Qué se considera crimen y a qué supuestos sociales o culturales responde; cuál es la razón para que existan el narcotráfico, los delitos transnacionales, wikileaks; cuál es la labor de instituciones como la Interpol o la Corte Internacional de Justicia; qué relación tiene el crimen con el mercado o la hegemonía cultural de centros dominantes; cuál es la razón de la preeminencia de discursos políticamente correctos como el de la democracia y el Estado de derecho; porqué persisten los ideales tradicionales de justicia, orden o derecho.

Además de todo lo anterior, con el Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro se favorece el intercambio cultural: la visita de escritores y académicos de diverso origen enriquece la cultura ciudadana. Y esto no es un simple propósito académico: lo hemos comprobado con el grado de interlocución de los escritores, conferencistas y ponentes con la ciudadanía en el espacio del Congreso y de la Fiesta del libro que cada año abre sus puertas a todo el público. Varias fotos de nuestro blog pueden testimoniar esto.

Y, por si fuera poco, con Medellín Negro la Universidad de Antioquia consolida su nombre internacional y asegura, también, sus procesos de acreditación internacional. La institución obtiene reconocimiento académico y competitividad y se consolida como líder en el estudio del género en América Latina y el impulso a los nuevos escritores a través del Concurso de Novela de crímenes que cada año realiza. En tal sentido, la Universidad cuenta cada vez más con el apoyo irrestricto de los medios de comunicación –prensa, radio, televisión.

Gracias a la difusión nacional y mundial del evento y de las publicaciones derivadas del Congreso Internacional Medellín Negro (que ya suman ocho: cuatro novelas y cuatro libros de ensayos de académicos y escritores), Colombia en general se consolida como una sede cultural latinoamericana de estudios en torno al género negro.

Para dar solo una imagen de la importancia de Medellín Negro, debo afirmar que este año 2013, el certamen contó con la presencia de Elmer Mendoza, ganador del Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares 2002 por su novela El Amante de Janis Joplin y del Premio Internacional Tusquets de Novela 2007 por Balas de plata; Amir Valle, ganador del Premio Internacional Rodolfo Walsh 2007 por su libro Jineteras y del Premio Internacional de Novela Mario Vargas Llosa 2006 por Las palabras y los muertos; Javier Chiabrando, músico, director del Festival Azabache de Mar del Plata y autor de novelas como Los turistas no tienen domingo (1998) y Todavía no cumplí cincuenta y ya estoy muerto (2002); Shelley Godsland, profesora titular del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Birmingham; María Eugenia Ludueña, periodista, editora de la agencia Infojus Noticias y autora del libro Laura. Vida y militancia de Laura Carlotto (2013); David Knutson, profesor de Lengua, Cultura y Literatura Españolas del Departamento de Lenguas Modernas de la Xavier University; Sébastien Rutés, profesor de literatura latinoamericana de la Universidad de Lorraine y autor de las novelas Le linceul du vieux monde (2008), La loi de l’ouest (2009), Mélancolie des corbeaux (2011) y La noche de la zarza (2011); Clemens Franken, Profesor Titular de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile; Selnich Vivas, profesor de literatura de la Universidad de Antioquia y autor de los libros Para que se prolonguen tus días (1998), Déjanos encontrar las palabras (2011) y Finales para Aluna (2013), entre otros; Alfredo Molano, sociólogo y periodista colombiano, autor de libros como Amnistía y violencia (1980), Los años del tropel (1985) y Crónicas del desarraigo (2005); Patricia Nieto, periodista, autora de Los escogidos (2012) y ganadora del Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí de la Agencia de Prensa Latina; Gonzalo Medina, periodista, profesor de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia y autor de libros tales como Andrés Escobar. La sonrisa que partió de madrugada (2004) y Opinión pública. Comunicación política, democracia y medios (2012).

 

Me gustaría que hablaras sobre un aspecto que para mí resulta muy singular porque soy invitado a otros eventos del género donde esa singularidad es incluso imposible de pensar: ustedes publican un libro con las intervenciones de los invitados al evento y, además, han inaugurado una colección de novela y creado un concurso. Cuéntanos de qué va y cómo has logrado todo eso.

Efectivamente, el proyecto Medellín Negro incluye la realización periódica de publicaciones académicas y literarias. Así, cuenta ya con cuatro publicaciones que recogen las conferencias de escritores y académicos y algunas ponencias de catedráticos que han asistido a cada una de las versiones del certamen. Estas son sometidas a un estricta revisión editorial por parte de pares académicos paras entregar anulamente al público los libros. Esto son: Crimen y control social. Enfoques desde la literatura (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2012), Trece formas de entender la novela negra (Bogotá: Planeta, 2012) y Novela negra y otros crímenes. La visión de escritores y críticos (Bogotá: Planeta, 2013), productos derivados de los Congresos Internacionales de Literatura Medellín Negro 2010, 2011 y 2012, de los cuales he sido editor académico. Estos textos se suman a mi libro La anomia en la novela de crímenes en Colombia (Bogotá: Siglo del Hombre, 2012) que indaga en un campo definido del género. Estas publicaciónes hacen parte de la línea de investigación Novela de crímenes del Grupo Estudios Literarios, GEL, de la Universidad de Antioquia, de la cual soy coordinador.

Por otra parte, la Universidad de Antioquia impulsa la serie Novela Negra, de Ediciones B, que empezó con Deborah Kruel, de Ramón Illán Bacca, y continuó con Gambito de rey aceptado, de Luis Fernando Macías (profesor de la Universidad de Antioquia), y Mon diu, de Gonzalo España. Luego, derivado del Concurso de Relato de crimen, Medellín Negro, 2012, a la serie se sumó un libro que reúne los relatos Los cautivos del fuerte apache y Año Nuevo, de Julio Alberto Balcázar Centeno, escritor venezolano, e Inés Lucía Blackie, de Argentina; y, luego, la novela Aves hambrientas, de Luis Alejandro Vinatea Arana, ganadora del Concurso de Novela de crímenes, 2013.

Sobre este tema de nuestras publicaciones, informamos que en el marco del V Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro 2014, la siguiente versión del Concurso de Novela de crímenes Medellín Negro 2014 tendrá como propósito estimular la reflexión ética y estética en el sentido actual del crimen para las sociedades contemporáneas, partiendo de la idea de las fronteras como lugares de conflicto y violencia. Como en las anteriores versiones, en esta podrán participar autores de cualquier nacionalidad; las obras deberán ser originales e inéditas, estar escritas en español, no haber sido premiadas con anterioridad en ningún certamen y estar libres de compromiso de edición, tanto al momento de su admisión como al de la proclamación del fallo, y en general conforme a las pautas difundidas a través de nuestro blog y en redes sociales (http://congresoliteraturaudea.blogspot.com/p/publicaciones_7.html).

En esta serie Novela Negra, en coedición entre Ediciones B y la Universidad de Antioquia, también hemos publicado un libro con los relatos Después de Isabel, el infierno y ¿Alguien ha visto el entierro de un chino?, de Emilio Restrepo, escritor medellinense que cuenta con otros textos del género, Finales para Aluna, de Selnich Vivas, y Desaparición, de mi autoría.

 

Desaparición o la búsqueda de una paz imposible

Desaparición es tu primera novela, y aunque sale como etiqueta negra, al menos en mi modo de ver, es “atípicamente negra”, lo cual la convierte en una especie de rara avis porque, repito, sí puede considerarse dentro del género. Pero me gustaría preguntarte: ¿qué piensas tú?, ¿por qué la consideras una novela negra?

En mis investigaciones académicas he llegado a la conclusión de que es muy difícil hablar de novela negra en Colombia y, en general, en América Latina. Incluso ahora pienso que tampoco se puede hablar claramente de novela negra en la novela contemporánea. Dentro del género denominado negro se producen actualmente obras que, recreando todo un espacio de crimen, han actualizado e incluso prescindido de elementos como el detective, la investigación judicial, el asesinato, la sanción, etc. Incluso hay novelas que sin poseer ninguno de esos elementos pueden definirse como novelas de crímenes porque es el crimen en su acepción más amplia el espacio literario que les interesa por encima de otros. A las novelas de lo que yo llamo el boom centroamericano, por ejemplo, poco les importan los cánones que imponene esos elementos y dan cuenta ante todo de un ambiente criminal que yo explico a través del concepto de anomia. De esta manera, Horacio Castellanos Moya, para mencionar un caso, nos pone frente a su perspectiva del destino de las revoluciones y, sobre todo, de los discursos de izquierda en países distintos a Cuba, como El Salvador y Guatemala; y Rodrigo Rey Rosa nos ofrece una mirada desengañada de las presuntas transformaciones sociales del país que en realidad esconden la perduración de las mismas fuerzas en conflicto. Las novelas Insensatez y El material humano de estos escritores hacen parte, además, de una crítica a la banalización de la literatura determinada por la lógica del consumo occidental de la violencia periférica (de América Latina).

De la misma manera, mi novela Desaparición da cuenta de un espacio de crímenes donde la anomia parece ser la única clave de comprensión. Aunque el delito fundamental es la desaparición forzada, al mismo tiempo suceden violaciones, estupros, lesiones personales, homicidios, etc., en todo un cuadro esperpéntico que busca recordar la obra de Francisco Goya o Fernando Botero (la del ciclo de la violencia en Colombia, sobre todo) donde el dolor constituye la clave. En tal contexto, no existe un detective que se anime a investigar sino una víctima que cuenta su propia experiencia a partir de la tragedia que supone la desaparición de la persona que ama y su propia pesquisa fracasada. Como señala Santiago Gamboa, en el mundo de los escritores latinoamericanos contemporáneos parecerían artificios inverosímiles los inspectores comprometidos con la verdad, las investigaciones minuciosas, la cuestión del enigma o los mayordomos asesinos. De más estaría la investigación judicial, pues en el mundo de la novela –e incluso en el de la realidad— el aparato de justicia brilla por su ausencia y, conforme al contexto de la sociedad colombiana que denuncia, la impunidad se erige como el resultado común para la delincuencia. Por eso, no hay sanción alguna y el sistema no se recompone por ningún método, pues el ambiente general es el de la anomia total del contexto social al que sin duda alude. Lógicamente, Desaparición tampoco es espacio para las femme fatales del fomato clásico, pues la sordidez del paisaje épico impide su glamour o siquiera su recreación estética. En lugar de ellas se encuentran personajes ambiguos, decadentes, en los límites mismos de la experiencia humana y de algo aparentemente tan claro como el género. Estos nuevos héroes se suman a todo un ambiente llamémoslo expresionista, como el de Chaparro Valderrama, donde se desenvuelven con dificultad, dejando girones de su naturaleza a cada paso y toda su fe en las alcantarillas de la ciudad inhumana. En su búsqueda de la libertad, van perdiendo mucho de sí y, al final, solo su espíritu parece sacarlos avante porque han perdido todo apoyo social o un mentor en su experiencia cotidiana. Como señaló Shelley Godsland al presentar la novela en Portugal, esta es una novela negra por dar cuenta de todo un mundo degradado, pero con tintes intelectuales porque el personaje mismo es quien hace su evaluación del mundo del delito y busca una luz en un paisaje macabro de dolor y locura.

 

Me gustó mucho el contrapunteo que se produce todo el tiempo en la novela entre los dos personajes protagónicos: alguien que, por un lado, representa la abulia, la desilusión social y alguien que, en el otro lado, representa la rebeldía, la lucha por una esperanza que debe existir en algún lado no definido. Y este contrapunteo es una clave para encontrar los asideros que esta novela tiene en la realidad colombiana actual. Quiero entonces que vuelvas al inicio de la escritura y me cuentes cómo fueron armándose estos dos personajes.

En París, tuve un acercamiento muy estrecho al psicoanálisis. Sería difícil explicar el choque que esto me produjo, pero lo intentaré con una imagen: yo venía de un mundo donde la acción era la regla de la vida y el psicoanálisis me proponía otra: la reflexión. Y lo explico así: si hay algo que define a Colombia es el movimiento, la acción frenética para sobrevivir en un medio muy adverso de pobreza, desempleo, injusticia social o violencia. La mayoría de las personas en este país debe buscarse el pan de cada día, defenderse del peligro, vivir del “rebusque”, como se denomina toda acción para sobrevivir, y poco espacio queda entonces para la introspección o la contemplación profunda. Por el contrario, la Francia que yo viví fue la que les asegura a los ciudadanos cierta estabilidad material –comida, seguridad, educación, salud…— y les permitía acceder a espacios como este del psicoanálisis como medio para lograr el bienestar. En Desaparición yo quería contrastar esas dos experiencias vitales a través de dos personajes antagónicos y a la vez complementarios: uno que vive vertiginosamente los acontecimientos y el otro que quiere, en la medida de sus posibilidades, meditar en su significado. En términos filosóficos, se trataba de hablar de dos espíritus, el apolíneo y el dionisiaco, pero en medio de una precariedad evidente y una realidad histórica agobiante en que la impunidad era la reina: por una parte, está aquel personaje que debe buscarse la vida día a día y, por el otro, el que quiere meditar en el sentido de esa vida; uno que busca sobrevivir y otro que quiere transformaciones sociales en el campo social. Desde mi punto de vista, la mayoría de los personajes de las novelas colombianas dan cuenta de la dinámica de la acción, pero pocos de la reflexión y, mucho menos, de cierta metafísica de las opciones políticas para el país. Y aunque estas clasificaciones pueden resultar muy teóricas –sobre todo para una novela negra—, quería indagar en esa eterna oposición entre razón y sensibilidad, entre Descartes y Pascal, Rousseau y Hobbes, entre dos perspectivas de la cultura en una sociedad de crimen generalizado. Desde este punto de vista, a lo mejor, quería hacer una crítica a lo que se cree es una democracia en Colombia. Al final, como resulta lógico, vence la realidad sobre los personajes y el mundo histórico se muestra en toda su crudeza: lejos estamos del ideal occidental del gobierno de la mayoría para el bien común y en su lugar se imponen los discursos más extremos del poder material de unos sobre otros.

 

La novela camina en el ámbito de la Toma del Palacio de Justicia en 1985, la guerrilla y la lucha revolucionaria, Pablo Escobar, la violencia social, pero todo eso es un telón de fondo, una especie de Dios omnipresente que, sin embargo, no le quitará protagonismo a la historia íntima, existencial de cada personaje, lo cual para mí es uno de los grandes logros de tu novela. Háblame entonces de cómo conformaste esos dos planos en la estructura novelística: historia e individualidad, ¿acaso un reflejo de la vida en tu país?

Sí. Colombia es un país terrible, en todo el sentido de la palabra. Con más de tres millones de personas desplazadas, más de doscientos mil desaparecidos en los últimos años, masacres diarias, fosas comunes por doquier, treinta y tres homicidios al año por cada cien mil habitantes, dos violaciones por hora, corrupción, un presupuesto del 6% del PIB para la guerra, poco espacio hay efectivamente para la introspección, el psicoanálisis o el desarrollo de la sensibilidad, que serían métodos individuales para la superación del dolor. Tenemos una historia de vergüenza y creo que esto se relaciona con nuestro origen como nación, pues ese origen estuvo estrechamente ligado al poder de hombres que eran distinguidos ante todo por su condición militar y su acción sobre comunidades inmensas de “civiles” que pretendían civilizar. Los caminos armados de la conquista y la colonia fueron reemplazados desde el siglo XIX por otros caminos igualmente brutales, y las armas se volvieron por tradición el único argumento para cualquier transformación social. Esta tradición continúa viva y lo que pasó en el Palacio de Justicia en 1985 es solo una prueba de eso. Desaparición denuncia esto y, como afirma su personaje, explica que “los barrotes se trasladaron a la interioridad”, es decir, que la cárcel ha ingresado al individuo. Bajo tal presupuesto, los personajes, acosados por el sinsentido, buscan espacios de libertad que el sistema niega. Quieren vivir su condición excepcional pero todo parece en contra. Como en la realidad que nos rodea, los personajes de Desaparición quieren encontrar una torre de marfil y se encuentran con la guerra.

 

Finalmente, el bajo mundo de la marginalidad, la prostitución, las drogas, el crimen, la violencia social tan cotidiana como el respirar…, la recreación de esa atmósfera y de esos mundos es sencillamente magistral en Desaparición. ¿En qué sentidos, según lo veo, es todo ese universo pútrido un agujero necesario desde el cual escapar para encontrar esa luz que todos los personajes, de un modo u otro, anhelan encontrar?

Como lo he estudiado en mis investigaciones, es el ambiente de crímenes el que caracteriza esta clase de novela contemporánea. Y mucho más en Colombia donde los niveles de anomia, es decir, de vida social por fuera de un orden, son más altos. Los personajes de Desaparición se mueven en un mundo dominado por el caos y la impunidad. Ni siquiera las pautas ilegítimas, es decir, las derivadas de los poderes delincuenciales, se siguen, y en la oposición de los distintos sectores de poder son los más vulnerables los que van cayendo. Esta imagen apocalíptica en efecto se erige como un agujero por donde se puede observar la realidad colombiana. Aunque varios traten de disfrazarla y los dueños del poder se hagan los de la vista gorda, es verdad que con un agujero así de visible los lectores deberían evaluar la situación y acaso buscar una luz: exigir transformaciones inmediatas a esos dueños del poder. Por esta razón es tan importante la metáfora de la luz en la novela. Es un lupanar llamado La Luz el que está en el centro del centro, y otros como El Resplandor ayudan a construir la imagen de esa esperanza que siempre resulta un espejismo para los personajes. En una escena ellos se encuentran en la terraza de lo que bautizan la torre de marfil y advierten primero la luz de la luna y luego las luces de la ciudad que les dan esperanzas para seguir en la acción. Esta es una epifanía porque poco a poco descubrirán que, como dice Lukács, la luz interior es la única que les permite avanzar en su camino. Esta luz va extinguiéndose poco a poco sin misericordia hasta el momento en que…ustedes deben apreciar la resolución.

 

Desaparición es una novela de la búsqueda, mediante la tozudez del amor, de muchas cosas más que sólo un amor perdido, desaparecido… Y ese es otro de los méritos de esta novela. Háblame de esas otras búsquedas.

Sí, la anécdota de Desaparición es la búsqueda de la persona perdida por acción terrible de las “fuerzas oscuras” del Estado. Aunque a través de esta anécdota la novela también da cuenta de las búsquedas metafísicas de todo ser humano: del amor verdadero, del alter ego, del compañero de viaje, del colega o, simplemente, de la “media naranja”. La novela da cuenta de toda una serie de búsquedas que son las de la vida misma. Por eso es tan importante en el libro la metáfora de los paraísos artificiales de Baudelaire que son la encarnación artificial de las búsquedas sustanciales del hombre que acaban siendo fruto de un estado alterado. En un “cuarto de torturas” todos buscan lo que realmente desean a través de la droga. Y este lugar tiene clientes de toda clase: intelectuales, empleados de oficinas, viejos o niños. Los personajes buscan en todo el sentido de la palabra: un proyecto político, una salida para sus problemas o la razón misma de la existencia. Esta búsqueda trascendental es la que los enfrenta a los límites del sistema que aparecen entonces como murallas en las fronteras invisibles dentro de las cuales se desenvuelven. Es entonces cuando surge eso que hablaba antes de la oposición entre el individuo y el régimen. Todo orden, incluso el más injusto, ofrece sus medios, pero aquellos que no quieran tomarlos, o quienes busquen lo que no se les ofrece resultan siendo un problema para los demás. Así, en la novela, que es también una metáfora de la realidad, los colectivos de travestis, de transexuales, de personajes alternativos no tienen lugar en ese sistema que, en consecuencia, tiende a expelerlos. La última escena así lo constata. Por mi parte, ya he señalado como Colombia es terrible, pero más terrible y masiva es su capacidad de rechazo a las personas que no se amolden a lo que se cree que debe ser el ser humano: hombre, blanco, heterosexual, clase media, casado, empleado, atlético, callado, etc., etc. Lo que se salga de estos moldes –mujer, negro, gordo, homosexual, pobre, indio, niño, campesino, etc., etc. — es punido. Como un Leviatán sin ningún control innumerables brazos atacarán a quien no quiera asimilarse o al que quiera decir “así no deben ser las cosas”. La novela busca en este sentido la solidaridad, la complicidad del lector que llegue a comprender la singularidad de todos los seres humanos en un medio que tiende a homogeneizar y por tanto a eliminar la diferencia.

 

Coda

Luego del espacio anterior dedicado a tu novela, me gustaría proponerte un ejercicio que permita a los lectores conocer tu obra publicada en tu propia voz. Yo mencionaré un título y tú deberás resumir en un breve párrafo qué pretendiste lograr al escribir ese libro:

El mito del mestizaje en la novela histórica de Germán Espinosa (2006): su propósito es criticar un discurso que en un momento dado se presentó como una panacea para definir la identidad latinoamericana, pero que hoy por hoy tiende a replicar el sistema de exclusiones de su historia: el mestizaje. Desde el punto de vista de este libro, este discurso aglutinante acabó por diluir las diferencias reales entre las personas del continente y, sobre todo, las diferencias entre las singularidades humanas en pro de un común denominador ideológico. Conforme a lo que señalé en el punto anterior, como consecuencia del discurso del mestizaje se han llegado a polarizar singularidades que no caben en él o a las que sencillamente no les importa tal clasificación: negros, indígenas, grupos que no quieren un reconocimiento étnico (travestis, mujeres, niños), intelectuales, pacifistas, etc.

Xicotencatl (2013): Este libro es una reedición de la primera novela histórica de América Latina de 1826. Con un estudio introductorio y notas al margen que buscan puntualizar el contexto de la novela, quiere asegurar la comprensión en el público contemporáneo de un problema que persiste en nuestras sociedades: el imperialismo en perjuicio de las comunidades locales.

Magia de las Indias (2007): Este libro presenta fragmentos de textos de los escritores más importantes de Colombia –Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Germán Espinosa, Roberto Burgos Cantor, Efraím Medina, etc.— sobre Cartagena. A partir de una perspectiva entre histórica y simbólica se ofrece una imagen literaria de la ciudad que por años ha sido recreada en la literatura.

Crimen y control social (2012): Este libro ofrece al lector una mirada literaria del problema contemporáneo del control social. Así, a partir de 10 textos de escritores y académicos se analiza las maneras en que actualmente se despliegan distintos modos de coartar la libertad individual como verdaderos caminos legítimos o ilegítimos de limitar al ser humano.

Trece formas de entender la novela negra (2012): Es un compendio de trece ensayos, también de diferentes novelistas y críticos, que le permitirá al lector comprender distintas perspectivas de la novela negra contemporánea, incluida la mía, que propone la nueva denominación, novela de crímenes, a fin de incluir en el género las últimas expresiones literarias de América Latina.

La anomia en la novela de crímenes en Colombia (2012): La novela de crímenes puede definirse como aquella que da cuenta de la confusión moral de un personaje en un contexto épico de incertidumbre normativa. Esta perspectiva describe un contexto de anomia social del que da cuenta la literatura y que está fuertemente determinado por la historia que le sirve de marco al escritor y, por lo tanto, a la idea de nación que exista en un momento dado, pues es ante todo este espacio geográfico el que define la normatividad penal. En este sentido, este libro propone una reflexión y discusión en torno a la aplicación de un concepto sociológico como la anomia al campo de los estudios literarios y aquí al de una novela contemporánea de Colombia, para demostrar esa relación.

 

Se ha dicho ya que para entender la realidad latinoamericana es mejor leer la actual novela negra que ir a la tontería superficial, generalmente manipulada, que refleja la prensa. ¿En qué sentido crees que esa afirmación es aplicable a Colombia y la actual novela negra colombiana?

Creo que eso es totalmente cierto. Ya he mencionado algunas novelas emblemáticas que para mí dicen más de Colombia que un tratado de historia, sociología o política. Sobre todo más que los medios oficiales: La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, La multitud errante, de Laura Restrepo, El capítulo de Ferneli, de Hugo Chaparro Valderrama, o 35 muertos, de Sergio Álvarez. En ellas se disecciona con toda la sensibilidad y el descarnamiento posibles una sociedad montada sobre pautas terribles de discriminación, militarismo, exclusión o barbarie. Difícilmente esta tarea la podría cumplir la prensa y, en general, los medios de comunicación, vinculados en buena parte a los poderes económicos y políticos del país. Y allí, en ese mundo terrible de la literatura, con una dificultad devastadora surge la poesía. Estas obras se han comprometido realmente con el dolor, con la víctima, tal como lo dije en apartados anteriores para aludir a los artistas por encima de los escribidores; se han identificado con esas venas abiertas de las que nos hablaba una generación agobiada por la represión y la locura que no se han cerrado y continúan manando sangre. Esas novelas hablan de una Colombia devastada, una Colombia real lejana a años luz de aquella del desarrollo económico, la inversión extranjera o la seguridad democrática. Una Colombia que se niega a la paz, a la felicidad o, por lo menos, a la democracia de la mayoría; una Colombia que entiende el progreso como la capacidad de comprar muchos electrodomésticos y emborracharse hasta caer; una Colombia ajena al conocimiento, a la fraternidad, a conceptos ya viejos de la cultura occidental como la igualdad o la libertad. Esa Colombia en la que, de vez en cuando, surge una flor en el fango que no llega ni llegará sin embargo a la presidencia de la república.

 

Lo anterior fue casi un pretexto para preguntarte: ¿insistirás en la novela negra? ¿Trabajas ya en algo nuevo dentro del género?

Por supuesto. Es uno de los géneros obligados de mi contexto y mi cultura. Ahora mismo que tengo en el escritorio Murmullos, pienso en Cuaresma, otro proyecto en el que trabajé hace un tiempo y que debo culminar. Es necesario escribir. Describir la barbarie, la injusticia. Para mí es una cuestión tan fundamental como respirar. De otra manera no podré dormir tranquilo, pues no habré realizado mi trabajo como escritor comprometido.

Publicado en: OtroLunes #30. Diciembre de 2013, año 7. Disponible aquí.

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