María Margarita de las Nieves Fuentes, Mamaíta en “Amantes y destructores” y “El Innombrable”
En su origen, las novelas Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo (2019), El Innombrable (2021) y A la intemperie (2023), de quien esto escribe, fueron concebidas como una saga en torno a tres ideologías: el anarquismo, el comunismo y el capitalismo. Para el efecto, las tres discurren con el telón de fondo de una genealogía que es la de mi familia, en especial con el referente de mi bisabuela, María Margarita de las Nieves Fuentes (1862-1958), a quien le he dedicado buena parte de mis investigaciones.
Desde mi punto de vista las grandes ideologías se han construido, ante todo, sobre los hombros de mujeres como María Margarita que permitieron que solo los hombres dispusieran lo público, actuaran estelarmente en los espacios reconocidos por la sociedad, se sentaran a escribir tratados, estudios o manifiestos y en uno u otro caso aprovecharan en su beneficio su silenciosa labor. En sociedades patriarcales personas como ella se sacrificaron por esos hombres que configuraron, mantuvieron o defendieron un orden, incluido el teórico y el religioso, que paradójicamente transformó poco su condición subalterna.
La visibilidad y aún exaltación de María Margarita de las Nieves Fuentes en mi trabajo literario busca un cambio de ese paradigma ancestral y permite que ideas y acciones femeninas modulen los discursos y los actos de una sociedad patriarcal.
La trascendencia de María Margarita, Mamaíta
Llamada tradicionalmente Mamaíta por sus familiares, María Margarita de las Nieves Fuentes cumple un rol determinante en las tres historias noveladas. Es ella quien, en Amantes y destructores recibe a Vicente Rojas, a. Biófilo Panclasta, en su casa, cuando acaba de nacer su hija Julia Otilia (1894), y luego, junto con ella y con Zoraida Fuentes (1900), su segunda hija, difunden no solo el pensamiento del anarquista sino la información política contenida en documentos guardados por años en un baúl familiar. Por su parte, en la segunda novela, El Innombrable, es ella, María Margarita, la encargada de transmitir la historia secreta de la familia a Margarita Castro, la nieta protagonista, que gracias a tal conocimiento cumple un papel heroico en la resolución de la historia ubicada en medio de la huelga general de 1977 en Colombia. Finalmente, en la última novela, A la intemperie, la historia de María Margarita y Zoraida se engarza con la historia del personaje principal —identificado con el autor—, para explicar la evolución de una cultura occidental agobiada de materialismo y sinsentido en los últimos años del siglo XX.
Estas tres historias vinculan la historia individual y familiar con la política, y en particular la historia de María Margarita de las Nieves Fuentes con la historia nacional y hemisférica marcada por las ideologías. En la saga, ella cumple un papel fundamental, tanto como el de sus dos hijas, Julia y Zoraida, profesoras de la Normal de Pamplona, revolucionarias para su época, que conforman la triada que sustenta las tres doctrinas de los siglos XX y XXI.
El origen de María Margarita de las Nieves Fuentes
En registro eclesiástico del 14 de junio de 1862 se establece el bautizo de María Margarita de las Nieves Fuentes, hija de Salomé Fuentes (1830-?), en la iglesia de Nuestra Señora de Las Nieves de la Arquidiócesis de Pamplona. El acto, suscrito por el sacerdote Antonio Valderrama, da cuenta de que el nacimiento se produjo en la “ciudad mitrada” —es decir, donde se instauró la Arquidiócesis de Nueva Pamplona— del Estado de Santander el día 10 de junio anterior, día tradicional de la Santa Margarita, que entre otras razones (incluido un ancestro familiar con el mismo nombre) debió motivar ese nombre.
En esta partida de nacimiento se agrega que la niña fue “hija natural”, es decir, nacida fuera de un matrimonio, carente del reconocimiento de un padre, y que “se ignora el nombre de los abuelos”. De no contar con los registros de sus hermanos, Demetrio (1851), donde sí aparece el nombre de una abuela llamada Natividad, y María Virginia Gertrudis Dolores (1856), donde vuelve a aparecer este nombre de Natividad, madre de Salomé, no podría conocerse este último nombre y contar así con una idea más o menos completa del cuadro familiar, que incluye además el nombre de una tercera hermana, María Mercedes Adela (1864).
Natividad, nombre derivado del latín nativĭtas, -ātis (RAE), es decir, nacimiento, es en efecto el nombre de la abuela, María de la Natividad Fuentes Hernández (1802-?), hija legítima de Salvador Fuentes Montes (1780-?) y Juana Hernández Bautista (1780-1819), hogar de Chopo, distrito de origen indígena, que contaba además con otros dos hijos: Margarita Fuentes (1820) y José Ángel Fuentes (?). El nombre de María de la Natividad podría constituir un pleonasmo o bien a una marca deliberada de cristiandad que bien podía obedecer a una estrategia de encubrimiento. Por antonomasia, el nombre remite a “la natividad de Jesucristo, de la Virgen María y de san Juan Bautista, que son las tres que celebra el cristianismo” (RAE). La palabra en sí puede ser un mecanismo para lograr la integración de una comunidad judía en una cristiana. Esta hipótesis surge como consecuencia de algunos hechos surgidos en la investigación, que agregan mucho a las novelas y resultan fundamentales para la historiografía literaria.
En un contexto de conflictos y conflagraciones como las que vivió el virreinato de la Nueva Granada y luego Colombia durante los siglos XVIII y XIX, el país fue sobre todo un espacio de familias “monoparentales”, como se dice ahora, es decir, con un padre como cabeza de familia y en general una madre que aseguraba no solo la sobrevivencia del conjunto familiar sino su identidad cultural. En tales circunstancias, detalles como el nombre de los abuelos, la procedencia geográfica de la familia o los apellidos completos del niño daban paso a cuestiones más elementales como la consignación de su nombre de pila y el de padrinos que, en dado caso, pudieran responder por él. Desconocer, en ciertas oportunidades, el nombre de los abuelos, o bien, ignorarlos deliberadamente, y en este caso incluir en uno o dos actos eclesiásticos el nombre Natividad, debió ser excepcional y, a posteriori, fuente de conjeturas como las que aquí se ofrecen.
En efecto, las mujeres implicadas en las actas de nacimiento mencionadas —María de la Natividad y Salomé Fuentes— pudieron ser de origen judío y, como tales, pudieron hacer parte de una migración blanca y mestiza asentada en tierras que hasta el siglo XVIII habían sido exclusivos resguardos indígenas.
La posible condición judía se refuerza con otros indicios incluidos en las novelas. Los propios nombres Salvador, María de la Natividad, Salomé, María Margarita de las Nieves y los siguientes de la genealogía (Zoraida y Zaida, por ejemplo), están a caballo entre las tradiciones árabe, judía y cristiana que definen a América Latina y, en particular, a Colombia. Asimismo, Fuentes y Hernández figuran entre los apellidos de origen sefardí que designan las genealogías expulsadas de España en 1492. De hecho, “el 18 de diciembre del 2012, el Gobierno español publica por primera vez la lista oficial de apellidos de familias de judíos ibéricos” con 5.220 apellidos sefardíes y tanto Fuentes como Hernández son de los más populares (Ada Funes). Remontarse a esta historia de exilio de las comunidad árabe y judía obedece al interés del autor de las novelas mencionadas que dan cuenta de migraciones, identidad y desplazamientos.
En efecto, en América se verificaron desplazamientos de estas comunidades no solo durante la Colonia sino a lo largo del siglo XIX y XX. Distintas olas migratorias tuvieron lugar durante los cuatro siglos de dominio español y luego durante la consolidación de los estados republicanos. Incluso pequeños grupos sefardíes hacían parte de oleadas de pueblos árabes que “caminaron” desde África y Europa a América dedicados al comercio de joyas y el cambio de monedas. La migración no solo tuvo carácter hemisférico e interoceánico —migraciones internacionales—, sino continental y nacional, es decir, en el interior mismo de los estados independientes. Una vez en América, las comunidades de origen árabe o hebreo fueron de un lugar a otro y, dentro de la geografía colombiana, para el caso, de una región a otra, buscando mejores condiciones de vida o sencillamente fuentes de trabajo.
Aunque durante las primeras décadas de la República de Colombia hubo cierto antisemitismo oficial que dificultó la entrada de judíos y la de sus familiares, en el interior del país hubo una migración marginal que poco a poco se fue asimilando a la población original constituida sobre todo por criollos, negros e indígenas. Esto a pesar de que en un editorial titulado “Los antisemitas de El Siglo”, se critica abiertamente que en Colombia "ciertos jefes del Partido Conservador se dedican a[ a]gitar ese mismo trapo harapiento ante la opinión pública, atribuyendo a los judíos todos los males del país acusándolos con desenfado indescriptible, unas veces de capitalistas codiciosos, y otras de propagandistas del marxismo" (Mesa Bernal).
En el caso de la familia Fuentes, procedentes del pequeño poblado de nombre indígena Chopo —que solo hasta 1913 se llamaría Pamplonita—, en algún año de la década de 1850 María de la Natividad y Salomé Fuentes, la madre de Margarita de las Nieves, tuvieron que mudarse a Pamplona y hacerse a una nueva vida. Por una causa desconocida, que acaso puede vincularse con su condición judía, ambas mujeres fueron a parar a la ciudad e iniciaron allí esa nueva vida. Con cierto patrimonio económico (derivado tal vez de labores comerciales propias de la comunidad sefardí), se establecieron en la ciudad y adquirieron allí una finca del codiciado casco urbano.
En un momento dado, de 1850 a 1864 por lo menos, la familia pudo contar con la presencia de un hombre, el padre de Demetrio, Virginia, Adela y María Margarita, pero por lo que surge de las fuentes documentales se deduce que pronto —unos catorce años después— esta figura desapareció (quizá en otro de los frecuentes conflictos armados) y la familia devino, de nuevo, monoparental, esto es, con una sola cabeza de familia como responsable: Salomé Fuentes.
Tal hecho se deduce, entre otras cosas, de la Escritura Pública del inmueble urbano (llamado hoy Las Margaritas) que incrementa lo poco que se puede encontrar respecto de Salomé Fuentes. En tiempos en que las mujeres no podían ser titulares de inmuebles, ni mucho menos heredar a una hija, de un modo u otro, ella lo logró con ciertas formalidades jurídicas. Años después, en 1936, las deficiencias legales dieron paso al “levantamiento de la escritura notarial” a favor de la heredera, María Margarita de las Nieves, saneando entonces la legitimidad de la propiedad.
Otros documentos, como actas de bautizos de numerosos vecinos de la ciudad, dan cuenta de la participación de Salomé Fuentes como “madrina” de niños y en estricto sentido su gradual asimilación a la comunidad pamplonesa. Quizá cierta condición económica se lo aseguraba, pero también es posible que por su carácter y personalidad ganara el arraigo necesario para ser reconocida como parte del colectivo y, en su caso, posible responsable de menores cuando así se requiriera.
En efecto, Salomé poseía algunos bienes materiales que, conforme a la más antigua tradición colombiana, hacían confiar en el eventual apoyo que pudiera dar a los hijos de las parejas si ocurría algo inesperado.
Como parte de esos bienes, entre otros —y no es un simple detalle—, Salomé Fuentes contó con su propio baúl de viaje, marca Koppel & Schloss, identificado con sus iniciales, S F. Sin duda, el objeto poseía especial valor por aquellos tiempos, no únicamente por su naturaleza comercial sino cultural y aún estamental. En una época en que pocos, y mucho menos mujeres, podían hacerse a un objeto de lujo como este, ella lo poseía y como objeto precioso le permitía no solo garantizar la seguridad de bienes muebles como joyas, monedas de oro, plata, condecoraciones, documentos importantes, cartas y ropa, sino, dado el caso, realizar eventuales desplazamientos geográficos que otros no tuviesen la oportunidad de hacer. Este baúl, que incluye una “moderna” y eficaz cerradura con su propia llave constituye todavía hoy un valioso objeto familiar que se vincula con una tradición judía.
En junio de 1860, Salomón Koppel Stiebel y Charles James Schloss Greenfield fundaron en Bogotá la casa comercial Koppel & Schloss, que tuvo por finalidad importar “objetos extranjeros, recibir y hacer consignaciones y todo negocio de comercio en general”. Esto fue posible gracias a un crédito de 5000 libras esterlinas que les concedió la Schloss Brothers de Londres, casa comercial que ellos también empezaron a representar en Bogotá. “Durante los años siguientes, esta firma afianzó sus intereses en la ciudad y los extendió al por entonces Estado de Santander” (Mesa Bernal).
Es posible pensar que en esta última región colombiana —el Estado de Santander— la distribución y venta se realizó ante todo entre miembros de la comunidad sefardí.
Este baúl Koppel & Schloss contuvo y afortunadamente contiene todavía los documentos que sustentaron esta investigación genealógica y la saga misma a la que me he referido arriba. Gracias a cartas, documentos, fotografías, diarios, etc., guardados allí, quien esto escribe pudo acceder a la historia familiar, deducir parte de una historia regional y obtener así una visión íntima de lo ocurrido por esos tiempos en Colombia: el trasegar perpetuo de la comunidad judía, sus vicisitudes y las emociones, las sensaciones, las perspectivas de la vida que inspiran las novelas, incluida la de la bisabuela María Margarita de las Nieves que vive las transformaciones fundamentales del país en un momento de desarrollo de las ideologías contemporáneas.
La historia nacional se involucra entonces con la vida doméstica, haciendo de esta su más pura representación.
La juventud en la Confederación de los Estados Unidos de Colombia
En Pamplona, ciudad mitrada del Estado de Santander, uno de los ocho de la Confederación de los Estados Unidos de Colombia, María Margarita de las Nieves Fuentes vivió con sus tres hermanos, sin padre conocido, y gracias a la decisión y a las condiciones más o menos favorables de su madre, obtuvo educación.
En efecto, en una época de paz liberal María Margarita aprendió a leer y a escribir, a tocar algún instrumento musical y a contar con alguna formación matemática, útil para su vida, tal como lo revelan sus cartas.
No obstante lo anterior, como ocurrió con la generación que le antecede, y como muchos hogares, agobiados por el patriarcado irresponsable, al pobreza y la violencia, el suyo se tornó poco a poco en exclusivamente femenino y por eso mismo vulnerable desde el punto de vista social y económico.
Entre 1876 y 1884, sobre todo, la familia sufrió los efectos de dos guerras civiles entre conservadores y liberales y en una de estas vio morir al hermano mayor, Demetrio. Poco después, Virginia emigró al sur del país, a Nariño, con su hijo “natural” Luis Felipe (1870), y se redujo el núcleo familiar y con ello las oportunidades de mejoramiento económico: a menor fuerza de trabajo, menor capacidad de ingresos económicos.
Como señalo en Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo, durante esta época y, con gran dificultad, las mujeres que quedaron en el hogar se vieron impelidas a responder por el sostenimiento de la familia sin mayores herramientas para el efecto. Así, con gran dificultad, sortearon las obligaciones cotidianas desempeñándose en las labores que se fueran presentando día a día. En una economía de guerras y posguerras, no existían muchas opciones de trabajo y la mayoría de ellas se vinculaban con la fuerza laboral masculina. La precariedad, el hambre y la marginalidad acechaban y estaban a la orden del día.
No tanto por convicción como por necesidad, las mujeres requerían ingresar al mundo del trabajo y el liberalismo de la segunda mitad del siglo XIX fue una especie de promesa de que eso era posible. Por tal razón, quizá contra corriente, a pesar de las dificultades, las mujeres que luchaban por sus familias desarrollaron una visión liberal para la nueva república. Hasta donde fuera posible, la libertad individual por encima de las imposiciones religiosas o de otro tipo fueron su hoja de ruta.
Este proyecto se vio resquebrajado con la Regeneración del presidente Rafaél Núñez (1885-1930), que no solo estableció una nueva constitución, conservadora, sino un estado confesional en evidente detrimento de los derechos femeninos, incluidos los laborales.
En estas circunstancias adversas, las ideologías en juego tuvieron una evolución inesperada: el radicalismo liberal de la familia Fuentes se identificó, primero, con el anarquismo de Biófilo Panclasta, y luego con el comunismo procedente de Rusia, que surgían como doctrinas liberadoras. De esto dan cuenta las novelas Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo (2019) y El Innombrable (2021).
En cuanto a lo primero, Vicente Rojas, a. Biófilo Panclasta, el líder anarquista que protagoniza la primera novela habla de La Radical para referirse a Natividad-Margarita (identidad que se establece en la novela por licencia literaria), abuela que vivió la Independencia (1810) y mantuvo hasta el final de sus días (poco antes de la llegada del anarquista a Las Margaritas) una militancia liberal. Así lo explica el personaje de Mamaíta en primera persona en la novela:
“Cuando murió la abuela Margarita, La Radical, yo fui la única que se quedó con mamá. Mis hermanos Efraín y Enrique se marcharon a la guerra del 84 y Tulia y Chinca se casaron y no volvieron; creo que tuvieron familia en Pamplonita. Dadas las circunstancias, las dos nos ingeniábamos entonces las maneras de hacernos a algunos centavos: mamá cosía y yo trabajaba en la parroquia. Luego, con el nacimiento de Julia, yo ya no pude salir a trabajar y el alquiler de las habitaciones de la casa se volvió indispensable para sobrevivir. La situación era crítica. Además, colindábamos con la Normal de Señoritas, con lo que además de los conservadores, los liberales, los curas, las señoras de la sociedad y los vecinos de toda la vida teníamos que aguantar a esas señoritingas del plantel y sus familias como fiscales de nuestras vidas. Que si estábamos solas, que si conocíamos a los estudiantes, que si hacían fiestas, que si... Las malas lenguas no paraban. Y nosotras sin un rial en el bolsillo” (Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo 66).
En efecto, de la llegada de Salomé a la ciudad al nacimiento de Julia Otilia, la primera hija natural de María Margarita, la familia Fuentes ha vivido un proceso de asimilación de la cultura pamplonesa, incluida la identidad religiosa (sin duda los Fuentes acogieron el cristianismo), pero a falta de trabajo las circunstancias económicas han ido deteriorándose. Entonces, en Las Margaritas las cosas toman un giro inesperado y la misma voz de María Margarita, Mamaíta, agrega:
“Con su habilidad oratoria, Vicente convencía rápidamente a quienes lo escuchaban. Por esta razón, y porque nosotras lo permitíamos, comenzaron a llegar de visita a nuestra casa otros estudiantes y sus amigos, y luego profesores, sastres y artesanos, e incluso algunos curas progresistas y uno que otro tipógrafo comprometido con sus principios revolucionarios. Todos éramos jóvenes, creíamos en la vida y la celebrábamos reuniéndonos a discutir sobre los temas que Vicente nos planteaba. Al abrigo de una fogata en el solar de la casa compartíamos ideas y aguapanela. Los otros dos inquilinos ─Julio Luzardo Fortoul, un muchacho que venía de Venezuela, con ancestros franceses, y Carmelo Pulido, de Sincelejo, que a la postre estudiaban también en Pamplona─, él y yo nos convertimos en poco tiempo en líderes del grupo y en “camaradas” y empezamos a asumir que éramos una especie de célula progresista que tenía su fortín en la casa de la calle seis, la de “Las Margaritas”, como empezamos a llamarla en honor a mi abuela, La Radical, y a mí, y en honor a flores con pureza revolucionaria, según dijo el propio Panclasta” (Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo 70).
De una manera orgánica, en la casa de Las Margaritas de Pamplona se estableció así una especie de célula revolucionaria que permitiría el intercambio de ideas y personalidades que transformarían la vida doméstica.
Tal contexto sirve de abono histórico para la saga y se desarrollará en la segunda novela.
En efecto, la historia ideológica del anarquismo ligada al comunismo la reseña Margarita Castro, personaje de El Innombrable, que recuerda un diálogo con su abuela liberal y anarquista por influencia de Panclasta:
“…—¿Y qué significa ser anarquista, Mamaíta?
—Eso es un tema muy complicado para tu edad, mija. Ni siquiera yo puedo explicártelo.
—Mi tía Julia decía que los anarquistas cambian las cosas…
—La tía Julia tenía razón.
—¿Esos muchachos que visten de negro son anarquistas entonces?
—¡Ja! Esos no tienen ni idea de revoluciones, o de las diferencias entre anarquistas, comunistas o liberales. Pero ¡chist!... Es mejor no hablar de ellos. Panclasta nos espera. No tiene a nadie más que se ocupe de él” (47).
En la voz de Margarita Castro, en El Innombrable se sintetiza el carácter de la abuela María Margarita y sus circunstancias materiales para los años cuarenta del siglo XX:
“La abuela Margarita, Mamaíta, es muy diferente a mis padres. Ni libros, ni música. Ella vive en el mundo real. Está pendiente del mercado, de las deudas, de los recibos. Paga todo con lo poco que recibe de mis padres y con lo que consigue vendiendo frutas que rescata del mercado y pacas, que son los cucuruchos del pan que siempre hacen falta en las tiendas y que ella va coleccionando con pulcritud entre los que llegan a casa y los que recolecta por ahí. Durante el día, sale a la calle varias veces y encuentra algunos tirados en el piso. Los cambia por unos cuantos reales que completan con dificultad el monto necesario para el sustento familiar. A Mamaíta la impulsan la extrema necesidad y una tozudez férrea por proteger lo único que le queda, la casa de Las Margaritas. Aunque le ofrecen una buena suma, se niega a venderla. Cuando alguien le sugiere que al menos considere vender el patio o sacar un local de la habitación de enfrente, recuerda su angustia cuando vio levantar muros y cercas cada vez que su madre, que no lograba encontrar trabajo, terminaba vendiendo porciones de tierra para alimentarse y alimentarla a ella y a sus hermanos” (66-67).
Tanto es el compromiso liberal e incluso anarquista de María Margarita Fuentes que en un momento dado el personaje inspirado en ella se expresa así en contra de la concesión Barco, un negocio montado por la familia Barco con el apoyo del presidente Alfonso López Pumarejo para la explotación del petróleo en Colombia:
—…El Innombrable se ha hecho lo suyo y todos hemos ido colaborando en eso. Ya está arriba, como los Barco. ¿O cree que estaría arengando ahí afuera si no? Y los Isackson y los Ospina… igual. Todos se tapan con la misma cobija: mientras los demás trabajan de sol a sol, estos engordan sus billeteras con su sudor. La mayoría está trabajando para ellos, mija. Y sin saberlo. Y si no me cree, piense en su papá.
—¿Cómo así, abuela?
—Pues eso. ¿O con quién cree que trabaja el capitán? Con el abuelo Barco, mijas. Ulises tiene trabajo con los Barco. Es uno de los peones del negocio, y de este país de vergüenza. ¡Ah!, y peón de matones como el Innombrable.
—¡Madre! No hable así de Ulises… No frente a las niñas, por favor.
—Pero… ¿Qué relación tiene el trabajo de papá y los Barco, abuela?
—Mucha, Margarita. Mucha. A ver: hace años Virgilio, el abuelo, el de Bogotá, recibió del gobierno una concesión para sacar petróleo aquí en Norte de Santander...
—¿Una concesión?
—Usted es que parece que viviera en otro planeta, mija. Sí. Una concesión, es decir, una autorización para sacar el petróleo. Ese es el origen de la Colombian Petroleum donde trabaja su papá y de la fortuna de la familia de esa joyita que está arengando abajo: los recursos naturales que deberían ser de todos son la fuente de la riqueza de unos pocos. ¿Ve? La concesión se la dio López, un presidente que venía, como ellos, de las mismas familias de siempre. ¿Se acuerda, Zoraida?
…con más de quinientos muertos…
—¿Dijeron quinientos muertos o yo oí mal…? Póngale un poquito de volumen al transistor, Safira.
—¿López Pumarejo, el presidente?
—¿Cuál más, Zoraida? ¿Cuál más va a ser? Todo por arriba… y con el conocimiento de todos porque se tienen tanta confianza que no necesitan esconderse.
—Es una tragedia.
—Ahora Ulises trabaja allá, en la selva, en el Catatumbo, justo en el corazón del negocio, para los intereses yanquis… y para el Innombrable, por supuesto.
—¡Madre!
—… No me extraña nada que el nieto Barco sea concejal y haga parte del Partido Liberal. Como no me extraña que tenga dinero y se case con la tal Carolina, nada más y nada menos que la hija del presidente de la compañía. No se iba a casar con una de ustedes, que bien lo necesitan, ¿ah?
—¡Mamá!
—La historia es repugnante, hija. Lo que hace este modosito, esta oveja blanca que no mata ni una mosca, es igual a lo que hizo su papá: asegurar la explotación de la gente. … (127-128).
Esta semblanza de lo ocurrido con la explotación del petróleo en Colombia hace parte del paisaje nacional que sustenta ideológicamente, no solo el Bogotazo de 1948 sino la huelga general de 1977, los movimientos sociales más importantes del siglo XX, y el comunismo.
Por su parte, en A la intemperie, la tercera novela de la saga, se recoge algo de la versión de María Margarita, pero transformada conforme al objeto de la novela de vincular el pueblo árabe con América Latina. Para entonces, mis investigaciones avanzaban en torno al análisis de las relaciones culturales con los nombres familiares y desconocía el de María de la Natividad Fuentes Hernández y los indicios mencionados arriba que plantearon otra perspectiva de la estirpe:
“Mi abuela, que no tuvo una vida digna, ni ancestros legítimos ni profesión, había llegado a casa antes de la muerte de mi padre y se quedó con nosotros años después. Ella relataba la historia de sus ancestros, antiguos nómadas que por generaciones quisieron solo una cosa: «¡Recuperar al‑Ándalus!». Solemne, hablaba del antiguo nombre de la Península y de los «hombres que caminan» (14).
En esta novela se establece uno de los posibles vínculos de la familia Fuentes con el mundo oriental:
“La abuela hablaba de al‑Ándalus alargando las sílabas, igual que cuando decía Sáhara, que no sonaba como el Sahara que decían otros, sino como el Sáhara de los moros de España, con acento en la primera sílaba y con la hache‑jota de Andalucía. Su propio nombre lo decía así, Zoraïda, extendiendo la i al pronunciarla, y en sus labios se evocaba ese origen” (15).
En síntesis, como sucede con todos los relatos novelescos, la literatura crea un mundo que puede ser, a pesar de todo, más verdadero que el real, y, para el caso, ostensiblemente más femenino de lo que el autor esperaba:
“Aunque mi madre quisiera acallar a la abuela cuando acomodaba a su entender lo que decían las malas lenguas, su esfuerzo era en vano. Ella le pedía a la viejita que se ajustase a la verdad, pero la abuela transformaba los hechos y la convencía de que las cosas eran como ella decía. Con el tiempo, a su pesar, mi madre claudicó en su voluntad de discernir una realidad en lo que escuchaba o lo que iba ocurriendo a su alrededor y sin darse cuenta acabó por hacer lo mismo: entender esa realidad a su manera. Sin darse cuenta apenas, asimiló y perpetuó la habilidad narrativa de la abuela heredándosela a sus hijos. Al final, todos terminamos por contar nuestras historias alterando la realidad o, por lo menos, intentando hacerla más soportable” (17).
La realidad de la familia Fuentes permite así, en las tres novelas mencionadas, demostrar el curso de las ideologías —anarquismo, comunismo, capitalismo— en un siglo de historia colombiana. Una historia que cuenta con la figura de María Margarita como centro de gravitación alrededor del cual gira, entre otros, el poder de la Iglesia.
La bisabuela y el poder de los curas (1893-1942)
Cuando Mamaíta contaba con casi treinta años de edad conoció a Numa Julián Calderón Jaimes (1864-1911), presbítero de la “Santa Iglesia Catedral de Nueva Pamplona”, con quien mantuvo una larga relación. Poeta y cantor acompañado del piano, por esos años llegó a la ciudad, ascendió pronto en la jerarquía eclesiástica y no se le debió dificultar la seducción de María Margarita y de otras mujeres en semejantes circunstancias (ver).
Durante las guerras, y en particular, la Guerra de los Mil Días (1899-1902), en la región santandereana cayeron muchos hombres, otros no volvieron o no respondieron más por sus familias, y los sacerdotes cumplieron papeles entre oficiales y domésticos que excedían sus votos. Fue este elemento el que determinó el curso de la familia y el destino de María Margarita. De esta relación nacieron tres hijas: Julia Otilia (1894), Ramona (1900), que murió casi al nacer, y Ramona Zoraida (1905), mi abuela.
El presbítero Calderón que no se hizo cargo de su primera hija, Julia Otilia, en los últimos años del siglo XIX, es a menudo reconocido porque estableció un lugar de amparo para las niñas huérfanas de la ciudad a solo dos manzanas de la casa de María Margarita. La ironía se cuenta sola. Con tal fin, la llamada Quinta del Progreso, “casa de su habitación, bella y cómoda”, fue “regalada” por él a la comunidad religiosa. Si el 13 de abril de 1896 llegaron a Pamplona las primeras monjas Bethlemitas, el 17 del mismo mes se instalaron y tomaron bajo su cuidado el Asilo Sagrada Familia Brighton para la protección de niñas huérfanas.
El amparo a niñas huérfanas era una necesidad pública en ese momento, es verdad, y de ahí en adelante, dada la violencia persistente en Colombia, una urgencia. Poco después, Pamplona no solo sufrió la guerra de los Mil días sino los posteriores enfrentamientos entre liberales y conservadores que replicaría esa misma violencia hasta hacerla casi atávica de su cultura. Los soldados de una u otra fuerza buscaban refugio o auxilio, tanto como sus hijos e hijas, y fueron las mujeres, los sacerdotes y hospicios como el asilo quienes lo ofrecieron y atenuaron así los efectos de las luchas partidistas.
Pocos años después vino el nacimiento de Ramona y Ramona Zoraida y la muerte de la primera, y en 1911, la muerte misma del presbítero Calderón. La ausencia de su magro y clandestino apoyo moral o acaso económico sumergió a María Margarita en la vorágine del implacable rechazo social y la marginalización, circunstancias que se harán constantes de su vida.
En efecto, los cambios políticos trajeron cambios culturales y el ambiente conservador y religioso radicalizó la sociedad pamplonesa: no solo la gente sino los curas desde los púlpitos se ensañaron contra los liberales y contra quienes no cumplían las pautas oficiales de la familia, como las madres solteras y los hijos naturales. El pueblo entero sabía de la historia de María Margarita y sin el apoyo implícito del cura se afectaba no solo el plan de estudios de Julia en la Normal de señoritas que el sacerdote subrepticiamente había ofrecido, sino el inicio de la educación de la pequeña Ramona Zoraida.
Conforme a su tradición hasta cierto punto ilustrada, y no obstante la ausencia de Calderón, Margarita estaba empeñada en la formación de sus hijas a fin de asegurarles un futuro. Habiendo vivido lo que había vivido y sola en el mundo (la abuela Salomé había muerto hacía tiempo) eso resultaba obvio. Las condiciones materiales que algún día le habían permitido su bienestar habían cambiado en su perjuicio pero ella insistía. Vender parte de la propiedad, alquilar habitaciones de la casa, recoger “pacas” para venderlas en el mercado de los domingos, cuidar viejos y niños y otras múltiples actividades fueron algunos de los métodos que le permitieron mantener la casa y sacar adelante a sus hijas.
Felizmente, Julia Otilia culminó pronto sus estudios y ayudó a su madre en el mantenimiento de la casa trabajando como profesora. La hija se enfrentó así a la vida laboral, en la ciudad y en diferentes municipios del departamento del Norte de Santander (establecido como tal desde 1910), que le aseguraron un sustento a ella y a su madre y su hermana. La joven profesora hizo reemplazos de profesores en Cúcuta, San Cayetano, Santiago o Gramalote, circunstancia que hasta un momento dado obligó a María Margarita a desplazarse de un lugar a otro para acompañarla y evitar así mayores gastos. El sueldo de las maestras no era gran cosa y mucho menos suficiente para pagar dos domicilios y dos hogares. Sobre todo cuando estos se hicieron más gravosos.
Por su parte, Ramona Zoraida siguió sus estudios de interna en la Normal hasta 1921, fecha en que recibió su grado, y poco después, el 26 de diciembre de 1923, se casó con mi abuelo Luis Enrique Quintero. Fundó una familia con sus propios hijos —mi madre, Zaida Margarita (1929-2004), y sus hermanos Zoraida, Antonio, María y Luis Enrique Quintero Fuentes. Tiempo después, Julia hizo lo propio: se casó con Arturo Moncada, en 1933, con quien tuvo dos hijos: Inés y Miguel. Estos enlaces cambiaron la vida de María Margarita puesto que, a falta de mayores recursos, ambas parejas empezaron a vivir en la antigua Casa de Las Margaritas (como se narra en El Innombrable).
Las cartas del baúl Koppel & Schloss
El baúl Koppel & Schloss de Salomé Fuentes contiene, entre otros, documentos relativos a la vida posterior de María Margarita. Incluye, sobre todo, su correspondencia con Julia Otilia. Unas cincuenta cartas conservadas en el baúl son de 1920-1921, fecha en que Julia Otilia, todavía soltera, vivió y trabajó en San Cayetano, pequeño municipio del departamento de Norte de Santander, de donde era oriundo su padre Numa Julián.
Quizá por esa condición de hija “natural” del presbítero Julia Otilia obtuvo ese puesto y esto le permitió además vivir en la casa cural del municipio. A la postre esta estaba en manos de Elías Calderón, uno de los hermanos del cura, que había dispuesto su construcción (de 1912 a 1914). Allí, debió alternar con él, con la familia Calderón Jaimes en pleno y, eventualmente, con el poeta Teodoro Gutiérrez Calderón y su hermano Alejandro, sus medio hermanos originarios también de esa localidad. Estos eran los hijos de Brígida Gutiérrez, otra de las mujeres que habían mantenido relaciones con el presbítero Numa Julián Calderón Jaimes, y habían sido acogidos por los abuelos Calderón. María Margarita mantuvo cierta comunicación y hasta solidaridad con la madre y Julia replicaría tal empatía. Acaso por las circunstancias materiales o sencillamente por los afectos que surgían en una u otra dirección entre las personas involucradas con los prelados, existían vínculos así de peculiares.
Desde San Cayetano, Julia le cuenta a su madre de su vida, las amistades que va haciendo o consolidando (varias conocidas de María Margarita) y los problemas cotidianos con los que se enfrenta. Por su parte, desde Pamplona, María Margarita habla de deudas que no puede pagar, de empeños que puede perder (“un relojito”, por ejemplo) y en general de la carestía de la vida. Se puede afirmar que, dado el testimonio epistolar, las circunstancias se hacían cada vez más precarias y la madre solo ganaba algunos “fuertes” que le permitían día a día salir a flote. Compartir su propia casa con inquilinos de habitaciones se volvió su única fuente de ingresos.
María Margarita alquilaba habitaciones en lo que hoy puede llamarse “régimen de pensión”, es decir, con alimentación y servicio de limpieza y arreglo de ropa. Bajo esta modalidad, habla, entre otros, de una que otra estancia del poeta Numa Teodoro Gutiérrez y de su hermano Alejandro Gutiérrez en la casa. Aunque no son los clientes habituales, y se incluyen dentro de esos peculiares círculos solidarios de los que se ha hablado antes, hasta cierto punto ella los recibe y los atiende como tales; les ofrece pensión con servicios y comida a un precio módico. El hecho de que los Calderón reciban a su hija en San Cayetano, puede explicar su deferencia en Pamplona.
Por la época abundaban los visitantes de la ciudad y, por lo tanto, existían los albergues, hoteles o pensiones de distinta categoría. En un momento dado, a falta de habitaciones disponibles, Teodoro habita la sala de la casa y usa la cama que ha dejado Ramona Zoraida. Un día, aquí mismo, la propietaria se ve en problemas para conseguir una “frazada” y logra que una “comadre” se la preste. Teodoro cuenta con esta familiaridad; aunque parece indiferente a la atención o sencillamente la toma como natural. También Alejandro, el hermano, se queda a veces en su casa y, como aquel, aprovecha la familiaridad para abstenerse de pagar lo justo, o por lo menos colaborar con el pago de servicios a algunas jovencitas que vienen a ayudar a la dueña de casa como “muchachas del servicio”. Así lo comenta María Margarita alguna vez.
El tema de estos inquilinos especiales va y viene a través de la correspondencia. Así, en carta del 18 de febrero de 1920, la madre le cuenta a su hija que le ha pedido a Gutiérrez que desaloje pero él le responde que “el Hotel de X no hay pieza y los demás son muy caros”; “los hoteles están a un fuerte” y él se ve en la obligación de permanecer en su casa, “hasta que reciba dinero de Cúcuta” (como director, acaso, del colegio provincial San Luis Gonzaga de Chinácota).
Poco después, las cosas tienden a agravarse para María Margarita. Luego del matrimonio las dos hijas, tanto los padres como las madres de familia trabajaron a destajo, lo que significó una permanente movilidad en condiciones precarias. Como maestras, las hijas rodaron por municipios del departamento, Luis Enrique Quintero tuvo que irse a vivir a Tibú, por su trabajo en la Petrolea, la empresa de explotación del petróleo, y Arturo trabajó en lo que fuera y apenas colaboraba en los gastos de la misma casa en que terminaron viviendo todos, por lo menos hasta que ocurrió la muerte de Julia (1942). El responsable de esta última, sin duda, fue Arturo, que enseguida abandonó a la familia dejándole mayor carga a la abuela (tal como se relata en El Innombrable).
Para la época, lo que enviaban los padres de sus trabajos no era suficiente y María Margarita se ingeniaba las formas para suministrar lo necesario a la familia. La abuela hizo lo que pudo para mantener la casa y el peculiar núcleo familiar que se había conformado entre padres itinerantes, siete nietos y, a veces, las mujeres que ofrecían sus servicios por poco o solo el techo y algo de comida.
La economía doméstica de la familia Fuentes, en síntesis, es una muestra de la precariedad generalizada en la época. Mientras existían negocios tan rentables para una élite privilegiada como la Concesión Barco, o gremios con privilegios como la Iglesia y el ejército, con dificultad la gente común y corriente sobrevivía en precarias circunstancias. Esto significaba comer poco, contar con poca ropa o carecer de servicios médicos en caso de enfermedades.
El baúl de Salomé Fuentes contiene cartas de este periodo de la vida de María Margarita de las Nieves Fuentes y son misivas de constantes lamentos por la separación de los integrantes de la familia, la preocupación por enfermedades reincidentes (gripes recurrentes, dolores “de cerebro” …), la necesidad de cambiar de clima (“temperar” en climas más dulces que el frío de Pamplona), los pocos alimentos que se envían en una “petaca” (“colaciones”, chocolate, “pipas”/dulces, duraznos, “ponqués”…), las magras cuentas (valores de alquileres, de comestibles…), etc., etc..
Como se señala en Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo, Colombia es un país de oligarquías, exclusiones y… apellidos. Por esa razón se escogieron para la historia de las ideologías dos —Fuentes y Calderón— que encarnan los opuestos: uno, del pueblo, y el otro de la “aristocracia”; oposición que, ante todo, aparece definida con la pareja María Margarita Fuentes-Numa Julián Calderón Jaimes. La primera, desplazada; el segundo, descendiente de una de las familias poderosas, no solo de la región sino del país, que aprovecha lo suyo.
Los apellidos Fuentes y Calderón
Aunque poco a poco Julia y Zoraida se adjudicaron, a fuerza de voluntad, el apellido Calderón luego de Fuentes, es un hecho que legalmente solo contaban con el Fuentes y por eso las circunstancias no les fueron favorables. Así se explica en la novela Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo:
“Julia estaba harta de la discriminación de que era víctima y pronto comprendió, a través de Panclasta, que su caso no era excepcional. Cada visita al ancianato le daba una idea. De ahí que hubiera empezado a firmar Julia Fuentes Calderón, con el apellido de su padre luego del de Mamaíta. Quería denunciar desde sí misma la discriminación. En Pamplona se le segregaba por bastarda, pero esta era solo otra forma de exclusión: se desdeñaba a las mujeres por mujeres, a los pobres por pobres, a los indígenas por indígenas, a los negros por ser negros y así infinitamente… al pueblo por pueblo. Cada quien podía encontrarse en un rubro discriminable. Al fin ella llegó a la conclusión de que la cuestión de su origen no era su culpa, si había de existir alguna culpa era la del padre, que había aprovechado su condición y su linaje y la inocencia de su madre; que en este sistema estaba muy establecido quién merecía respeto y quién no, y en tal medida quién podía tener una vida social, acceder a la educación, a un puesto público, lograr un matrimonio, ser titular de una propiedad, tener derechos ciudadanos o siquiera vivir en paz, sin que nadie le jodiera la vida, ni siquiera el marido, que era la muestra más palpable del dominio” (Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo 527).
En su exposición de las circunstancias históricas de Colombia, lo que más interesa al autor de las novelas Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo, El Innombrable y A la intemperie es que la persistencia —por lo menos la conocida— del apellido Fuentes, desde los albores del siglo XIX, con la Independencia de Colombia (1810), hasta hoy, es decir, de todo el periodo republicano, permite reconocer la progresión de una historia de las ideologías en buena parte constituida en clave marginal: las mujeres que lo heredaban y aquellas que lo recibían conformaban un grupo humano discriminado por el hecho de no contar con un padre “legítimo”. Solo hasta bien avanzado el siglo XX, terminó la distinción entre hijos naturales e hijos legítimos (aunque la costumbre continuó diferenciándolos en evidente perjuicio de los primeros) y hubo cambios en el mercado laboral femenino.
En un medio cultural patriarcal donde el primer apellido, el más importante, es el del padre, el apellido Fuentes de la vía materna se repitió en cabeza de mujeres. Con el tiempo serviría para definir no solo a una generación sino a toda una genealogía: en los nombres de Natividad, Salomé, Margarita y en los nombres de mi abuela materna, Ramona Zoraida Fuentes (1905-1983), y de su hermana, mi tía abuela Julia Otilia Fuentes (1893-1942).
La cuestión, sin embargo, no es solo relativa al apellido Fuentes en sí mismo, sino al conducto matriarcal que obligaba y obligó su persistencia: Natividad-Salomé-María Margarita-Zoraida-Zaida Margarita son “cabeza de familia” y tal circunstancia no definió solo el patronímico, sino, esencialmente, describió un ambiente femenino, y por tanto subalterno, en el mundo patriarcal: sin despreciar la escasa pero existente presencia masculina en este linaje (el abuelo Luis Enrique Quintero y mi padre, Jorge Forero Rincón), estas mujeres Fuentes fueron quienes aseguraron el sostén cotidiano de la familia y la crianza de sus hijos, de generación en generación, tanto como su formación cultural y religiosa.
María Margarita de las Nieves Fuentes vivió en la casa de Las Margaritas, recibió y conservó el baúl de su madre Salomé que tantos secretos protegía, siguió creyendo en un Dios que determinaba la vida humana y escribió cartas que permitieron la configuración de la saga literaria. De sus manos, los bienes pasaron a manos de su hija, Ramona Zoraida Quintero, luego de mi madre Zaida Margarita Quintero de Forero y, finalmente, a mis manos. Y no solo de bienes materiales se trataba. Con la muerte de mi padre en 1970, cuando yo contaba con dos años de edad, mis seis hermanas, mis dos hermanos y yo recibimos sobre todo una tradición matriarcal que mi madre se vio en la obligación de transmitir en solitario. Una tradición que incluye el recuento oral de la historia de Margarita en voz de mi madre, Zaida Margarita.
La cuestión es tan amplia como concreta. A la vez que mi madre nos transmitió a sus hijos ideas relativas a la importancia de la formación intelectual y artística, al escepticismo respecto de cualquier discurso o dogma y a una suerte de pragmatismo vital que llamaba sensatez; nos relató anécdotas de su vida con la abuela que habrían de constituir un verdadero legado moral: “Entre santa y santo pared de calicanto”, repetía la abuela como mantra, recogiendo su prevención respecto de cualquier autoridad y, en particular, la eclesiástica; lo mismo que “Caballo grande, ande o no ande”, que “ridiculiza a quien hace ostentación de algo”, refrán que, como el anterior, decía la abuela y se repetiría entre nosotros. Mamaíta, contaba mi madre, era alguien muy sensato: poseía el sentido común que daban esos refranes y la cultura popular en general y ahorraba “lo más que podía”, lo guardaba todo, pues “todo puede servir”, dando cuenta de cierta previsión pero también cicatería. Así, entre otras cosas, acumulaba “pacas” (bolsas) que iba recogiendo aquí y allá con el fin de venderlas luego a algún comerciante y hacerse a “algunos reales”.
Como se dijo arriba, ante la ausencia constante de sus padres, la abuela, Mamaíta, se hizo cargo de sus nietos. Mi madre recordaba, entre otras cosas, las veces en que caminaban juntas por la calle y, de un momento a otro, por jugar, ella se tapaba los ojos y le decía a la abuela que la llevara como un lazarillo. La abuela, de más de setenta años de edad, lo hacía complacida, como cuando le preparaba la ropa del colegio, incluidos los alpargates y las cintas del pelo. De ahí el cariño que profesaba la niña por la “viejita”, como le decía.
En 1942, cuando Zaida Margarita, mi madre, contaba con trece años de edad, tuvo que hacerse cargo de la casa puesto que Mamaíta se puso muy mal de salud. En medio de fiebres y convulsiones de la viejita, tuvo que acudir a un sacerdote que vino a suministrarle los santos óleos. “Esa noche pensé que se moría”, decía mi madre; además que tenía que “hacerme cargo de los niños, tenía que cuidarla a ella en su lecho de muerte”. No obstante, contra todo pronóstico, nada de lo creído sucedió: María Margarita se mejoró, siguió cuidando de los niños y pudo conocer a algunos de sus biznietos, los primeros seis hijos de mi madre, pasados los noventa años. Así fue de importante Mamaíta.
Conclusión
Recrear la historia de María Margarita de las Nieves Fuentes y sus descendientes constituye un objeto literario con inusitados efectos: reconocer las derivas de una genealogía es un ejercicio de identidad que deja de ser individual para entroncarse con una historia regional y nacional. Comprender a través suyo el destino de un grupo humano marcado por una condición étnica y luego por un origen espurio sirve de modelo para comprender la historia macro de patriarcado y discriminaciones. Así lo creo hoy después de haber emprendido la investigación de esta historia familiar que es sobre todo humana y muy sentida.
Algunos trabajos citados
Blancpain, Jean Pierre. “América latina y el nazismo. Desde la inmigración judía hasta el mito del IV Reich (1933-45)” en Cuadernos de Historia 12, Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile, (1992), diciembre.
Funes, Ada. “Descubre si tu apellido tiene un origen judío sefardí”. https://www.elespanol.com/curiosidades/espana-pueblos/descubre-apellido-origen-judio-sefardi-espana-lista-completa-seo/497201179_0.html
Martínez Ruiz, Enrique. “Los asquenazíes del Caribe: redes transatlánticas de comercio y migración entre Frankfurt y Bogotá, a través del Imperio británico en el siglo xix”. https://revistas.uniandes.edu.co/index.php/hiscrit/article/view/4616/4080
Mesa Bernal, Daniel. Los judíos en la historia de Colombia. (Memoria de la historia). Planeta, 1996.
Reconocimiento:
Este trabajo no hubiera sido posible sin la colaboración de Álvaro Andrés Santaella Forero.