Poetas, política y Teodoro Gutiérrez Calderón
Teodoro Gutiérrez Calderón, llamado Teo por sus contemporáneos, fue un poeta que inició su labor vinculado con la política tradicional de conservadores y liberales, pero poco a poco se alejó de ella, alcanzó su autonomía ideológica y sufrió las consecuencias. En tal sentido es uno de los personajes poetas de la novela El Innombrable.
Siempre me ha sorprendido la peculiar relación que existe entre poesía y política, y más en Colombia, un país de poetas presidentes (Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro, José Manuel Marroquín, Marco Fidel Suárez, Guillermo León Valencia, Belisario Betancur…), poetas con ansia de serlo (Guillermo Valencia, Julio Arboleda, Eduardo Castillo, Jorge Zalamea, Julio Florez, Eduardo Cote Lamus...), poetas que quieren ascender socialmente o poetas que por vivir al margen de esos asuntos públicos son olvidados, sufren una condición marginal, deben exiliarse por sus ideas o sufrir por ellas. En este país los poetas han llegado a ser, por un lado, políticos sin vergüenza alguna, “influencers”, como se dice hoy a los oportunistas de ocasión, o por el otro, críticos y hasta enemigos del régimen olvidados por la historia literaria. Sus voces han sido escuchadas por el pueblo, vencido en las urnas o acalladas en la guerra o en la vida. Varios han tomado partido en los enfrentamientos entre los dos bandos tradicionales, los conservadores y los liberales, algunos han buscado mantenerse al margen y otros han luchado por cambios sociales y han tenido que exiliarse para conservar su vida. Los poetas vivieron a su modo la Guerra de los Mil días, la tensión de los años cuarenta que terminó en El Bogotazo o el acuerdo en 1957 en Benidorm, donde los líderes de ambos partidos decidieron dividirse el poder en un excluyente “Frente Nacional”. Para pocos la pureza de su pluma se superpuso a sus ansias de poder y figuración.
En sus biografías de dos de los poetas más importantes de Colombia, Fernando Vallejo ofrece una minuciosa imagen de esa relación entre la poesía y el poder. Con el corolario permanente de que “Colombia no tiene perdón ni redención. Esto es un desastre sin remedio” (7) o “Colombia es una reverenda mierda” (417), que repite a la menor oportunidad, el escritor antioqueño escudriña en la vida de dos poetas muy reconocidos en medio de los ires y venires de la política.
En Almas en pena, chapolas negras. Una biografía de José Asunción Silva (1995), Vallejo ofrece una imagen acabada de “nuestro poeta, el más grande” (7), autor de diez de los poemas más hermosos de la lengua castellana. “Maestro de la simulación, a nadie le dejó comprender la magnitud de su desastre” (308), afirma refiriéndose a los problemas económicos que lo llevaron al suicidio. Adepto a los presidentes Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, en un medio elitista y partidista, José Asunción Silva, el poeta bogotano, buscó salvarse por distintos medios de la quiebra. “Es que en la Atenas Sudamericana, los agiotistas y los comerciantes hacen versos o cantan ópera” (531), advierte el escritor. “Lo que pienso yo –precisa Vallejo—es que si viviera hoy día, en esta era de las UPAC o `unidades de poder adquisitivo constante´, Silva habría sido un Jaime Michelsen, con oficinas en un rascacielos entre las nubes, financista a todo timbal, ratero en grande, pero eso sí, ya andaría como Michelsen prófugo y canceroso. ¡Qué bueno que se mató!” (393). Desde el punto de vista del biógrafo, el carácter nacional provocaba y aún provoca estos engendros pues el país no daba ni da para mucho más: “Los mismos con las mismas viendo como se instalan si no están ya instalados debajo de la ubre próvida del presupuesto nacional. Próvida y seca. Seca pero renovable. […] Salía un cuñado de la presidencia y entraba el otro. Años después entraba el hermano. Todos ellos, Holguines y Caros, eran conservadores: conservadores del puesto” (227). En ese infeliz contexto no hay quién se salve: “El partido liberal no nació para la guerra. Guerra que promovió la perdió. Nació para la paz, para el fraude electoral en épocas de paz, y para la demagogia para prometerle casita a los pobres y darle consuelo a los damnificados de avalanchas, terremotos y naufragios” (281). En este mundo despojado de valores, Vallejo expresa con cierta nostalgia la perversa relación entre la poesía y la política que, según él, dio paso a una rotunda vacuidad: “El máximo ideal de Colombia entonces, por sobre la presidencia misma y el dinero, todavía era la poesía. Hoy Colombia es otra cosa, un coco vacío, es un coco más vacío que un balón” (554).
En la segunda biografía, El Mensajero. Una biografía de Porfirio Barba Jacob (1991), el mismo Fernando Vallejo critica la “plaga de poetas” (43) que define el país y tiene que medrar donde mejor le convenga, bajo un partido político o un politiquero. El poeta de Santa Rosa de Osos tiene una larga experiencia en estas lides –, y sobre todo en México, adonde va “en busca de una patria mejorcita para reemplazar la mala que Dios nos dio” (110). Efectivamente, en ese país, Barba Jacob (un seudónimo más de Miguel Ángel Osorio Benítez) trabajó con Dios y con el diablo: “¿Qué la reacción mexicana me paga espléndidamente? Pues a servirla, a escribir para ella. Después de todo no está de más combatir a tanto sinvergüenza como medra al amparo de la revolución”, según le refirió a Vallejo uno de sus amigos como palabras del poeta. Y en esa misma versión agrega Barba Jacob: “Tuve que venderme a las derechas porque las izquierdas no quisieron comprarme” (346). En tal dinámica, para Fernando Vallejo, la situación es clara: “Los países pobres no tienen obligación con sus pobres poetas. Lo que haya es para pagar burócratas” (212); y totalizando en fin el medio poético advierte: “Muerto Barba Jacob, León de Greiff quedó brillando solo como el último gran poeta de Colombia” (292).
Esta última afirmación es una más de las comunes exageraciones de Fernando Vallejo y supone su visión de la literatura y el definitivo carácter elitista de la literatura colombiana donde a menudo solo esos poetas hábiles en política, medios y negocios llegan a hacer parte del canon. Por supuesto que en Colombia hay muchos más poetas que Silva, Barba Jacob y De Greiff y, si no, dónde se deja a Aurelio Arturo, Raúl Gómez Jattin, Álvaro Mutis, Darío Jaramillo, Juan Manuel Roca o Piedad Bonnet, por mencionar solo a algunos de los encumbrados por el mismo canon, la crítica literaria, la industria editorial o el pueblo, que en su momento ha votado en encuestas y no comprende del todo la relación entre la poesía y la política. Lo importante para quien esto escribe son las obras de los “bardos” y sus espúreas relaciones con el poder que en varios casos pueden determinar el éxito o el fracaso de las mismas.
Desde tal perspectiva, en Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo (2019) recreé la vida y obra, poética y política, en el mejor sentido de la palabra, del anarquista Vicente Rojas a. Biófilo Panclasta (1879-1943). Este líder social, olvidado por la historia y la literatura, fue un poeta beligerante que puso su vida y obra en contra de los gobiernos, y en especial, el de Rafael Reyes que fue una dictadura. Escribí esta novela puesto que para mí este hombre refulge con su franqueza en el paisaje desolador de los poetas políticos. “Sin amigos, sin Dios entre cadenas/ yo desprecio la negra tiranía” (“Soneto”), afirmó con sabiduría.
Por su parte, en El Innombrable (2021) recreé la experiencia vital de otros cuatro poetas que describen un arco iris de opciones vitales que van de peor a pasable. Son ellos Lucio Pabón Núñez (1914-1988), llamado Pavor Núñez por sanguinario, quien hizo sus pinitos en el arte poético y por eso y por más llegó a ser miembro, además, ¡de la Academia Colombiana de la Lengua!; Eduardo Cote Lamus (1928-1964), astuto diplomático y congresista, quien hizo de su don una estrategia y logró gracias a su verbo distintos cargos en la administración pública; Jorge Gaitán Durán (1924-1962), nieto de Justo L. Durán, caudillo de la Guerra de los Mil días, quien, entre otras cosas, apoyó la candidatura de su tocayo, Jorge Eliécer Gaitán, y buscó la probidad de la literatura en la política pero en lugares donde resultaba muy difícil encontrarla; y el último, Numa Teodoro Gutiérrez Calderón (1890-1968), sutil poeta que obtuvo diversos cargos públicos pero tuvo que huir a Venezuela, retornar a Colombia y morir en el olvido. A este último le quiero dedicar mi atención aquí por ser personaje fundamental de mi novela. Famoso sobre todo por ser el autor del “Himno del Norte”, himno oficial del departamento de Norte Santander-Colombia, musicalizado por José Rozo Contreras, en efecto este poeta me atañe literaria y personalmente.
Teodoro Gutiérrez Calderón
Nacido el 9 de noviembre de 1890 y registrado como “hijo natural” por el sacerdote Lucio Martínez en San Antonio de Táchira-Venezuela, Numa Teodoro Gutiérrez ha sido considerado –incluso por él mismo y con orgullo— colombiano: “mi pueblo” llama a San Cayetano –en “El San Pedro de mi parroquia”—, pueblo del departamento de Norte Santander.
La cuestión del origen preciso del poeta ha sido un misterio, lo que ha dado pie a que Venezuela y Colombia se disputen su nacimiento. No obstante, este es el documento que prueba parte de la realidad:
Lo claro aquí es que el poeta fue bautizado Numa Teodoro Gutiérrez en San Antonio del Táchira, el 10 de noviembre de 1890, un día después de su nacimiento, el 9, aunque no se establezca con exactitud el lugar de este nacimiento. El documento puede ser tomado como un indicio de que nació en esa ciudad venezolana y justificaría el hecho de que lo tomaran por venezolano. No obstante, a pesar de la evidencia, el lugar preciso de nacimiento queda en el misterio. Probablemente la madre, Brígida Gutiérrez, hizo, como hacían entonces las mujeres de la época en circunstancias como las suyas: dio a luz en una ciudad distinta pero cercana a su domicilio, que pudo ser San Cayetano, lugar donde residía la familia Calderón Jaimes, a la que pertenecía o acaso servía, y donde resultó embarazada. Quizá —otra conjetura—, así lo hizo para seguir cerca del padre de la criatura, por voluntad de este o de los padres de la familia Calderón, que acogerían desde entonces al niño. En todo caso, es un hecho que estaba en San Antonio del Táchira el 10 de noviembre de 1890 y probablemente mientras daba a luz, y tal vez, mientras se apaciguaban los incómodos efectos de un evidente escándalo social. El padre del niño, hijo de la encumbrada familia Calderón, aún viviría con sus padres en el pueblo y las murmuraciones respecto de su responsabilidad en el hecho no debieron faltar. Incluso hoy la situación no sería nada fácil.
Muchas cosas más pueden deducirse de ese documento. Llama la atención, por ejemplo, que los padrinos del niño hubieran sido de apellido Jaimes —Daniel y Matilde—, probablemente parientes del padre que no lo reconoció. Incluso puede ser —pero es menos posible—, que esos Jaimes fuesen también familiares de la madre y la estuviesen acompañando en el impase. Brígida Gutiérrez, de posible origen antioqueño, y la familia Calderón Jaimes pudieron ser ellos mismos familiares y, por esta razón, hasta cierto punto ella pudo ser protegida tanto por la pareja de padrinos como por los Calderón de San Cayetano. Jaimes era un apellido común en la región, pero sorprende que sea también el de los padrinos en tal circunstancia. En estos detalles se pueden advertir señales de la historia y pueden ser ellos los oscuros conductos para establecer algunas tesis relativas no solo a la nacionalidad del poeta sino a su contexto histórico.
A ese respecto sorprende también la nota posterior del matrimonio de Teodoro con Ida Rivera en 1930 que da para pensar, además, que la novia era de Pamplona (lugar donde se verifica el enlace). De vieja data, la ciudad gravitó en la historia del poeta, quizá porque era la capital religiosa del país, sede de arzobispado, y, por lo tanto, lugar de suma importancia para la región y para la vida de los ciudadanos del departamento. De hecho, poco después del misterioso nacimiento, el hijo de los Calderón Jaimes, el padre secreto de la criatura, partiría para allá, a hacer sus estudios religiosos, y luego, el propio poeta, Teodoro Gutiérrez, estudiaría allí, en el colegio Provincial San José de Pamplona, y viviría y trabajaría en la ciudad en distintas áreas.
Por si lo anterior fuera poco, el documento “curial” debe contrastarse con el registro civil (número 124) que suscribió, el mismo día —10 de noviembre de 1890—, Teodoro Jaimes, “primera autoridad civil de la parroquia de San Antonio, cabecera del Distrito Bolívar”, con motivo del mismo nacimiento. Dada la solemnidad de ambos documentos, puede inferirse la doble formalidad exigible en estos casos de nacimiento en Venezuela.
Lo que en primera instancia llama la atención del registro es que el niño es "hijo natural" de Brígida Gutiérrez, mujer "dedicada a los oficios propios de su sexo y de esta vecindad". No se habla del padre, pero, a diferencia de la partida eclesiástica del nacimiento, en esta acta se establece que la madre era vecina de San Antonio, condición que justificaría la realización de estas diligencias en Táchira y no en San Cayetano, domicilio de ese padre desconocido del menor. El hecho admite, además, nuevas perspicacias. Reitera que los Jaimes podían ser familiares de Eufrasia Jaimes, esposa de Elías Calderón, abuelo de la criatura, y, como consecuencia de tal familiaridad, llevaron a cabo estas diligencias de registro en San Antonio. Probablemente el padre de la criatura venía aquí a verlos y así mantuvo sus relaciones con Brígida, y de ellas derivó el nacimiento del niño. Y, para adosar aún más la situación, el nombre repetido de Teodoro, que nombra tanto a la autoridad del acto como al recién nacido no debe ser solo coincidencia. Podría pensarse que se le asignara el mismo nombre al niño por razones de ese parentesco, máxime cuando quien presenta al niño es, además, Daniel Jaimes, otro familiar, una posible muestra más de endogamia regional, regla de las filiaciones familiares de la época.
A lo anterior se suman los dos sellos incomprensibles en el acta —11 MAYO 1967 y 9 ENE 1974— de los cuales no me surge ninguna explicación, a no ser asociadas con la muerte del poeta entre esos tiempos (16 de octubre de 1968) y posibles disposiciones post mortem. Las circunstancias del hecho permanecen y acaso permanecerán siempre en el misterio.
En resumen, por una acallada razón filial Numa Teodoro Gutiérrez no fue registrado en condiciones “normales”. Su origen no lo permitía.
Sumado a lo anterior, lo que más puede interesar en el presente texto es otra cosa relativa al origen del poeta Numa Teodoro Gutiérrez Calderón y que concierne al autor mismo de este texto: por los vericuetos del destino que salen a la luz de las más diversas maneras el poeta resulta siendo familiar de quien esto escribe.
En efecto, Gutiérrez Calderón era medio hermano de mi abuela materna, Ramona Zoraida Fuentes Calderón (1905-1983), y de su hermana, mi tía abuela Julia Otilia Fuentes Calderón (1894-1942), ambas profesoras de la Normal de Pamplona y revolucionarias para su época (como describo en Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo y El Innombrable).
Numa Teodoro Gutiérrez Calderón hacía parte del grupo de tantos hijos del mismo progenitor, “hijos naturales”, como a la sazón llamaban a los hijos de padre desconocido o que no accedía a reconocerlos.
El secreto del origen
Por muchos años el nombre del sacerdote que servía de vínculo entre mi familia materna y la del poeta Gutiérrez Calderón se guardó en secreto: Numa Julián Calderón Jaimes (1864-1911), presbítero de la “Santa Iglesia Catedral de Nueva Pamplona”, no era un personaje como para endilgarle hijos naturales. Este sacerdote era el padre de Numa Teodoro (de ahí su primer nombre) y Alejandro Gutiérrez, hijos de Brígida Gutiérrez, y de mi abuela, Ramona Zoraida, y Julia Fuentes, su hermana, hijas de María Margarita de las Nieves Fuentes (1862-1958). También, de varios “hijos naturales” más, de apellidos Osuna, Espinel… Incluso el reconocido compositor Manuel Espinel Calderón (1897-1970) era otro de sus hijos. Este músico fue profesor de flauta, guitarra y piano de mi madre, Zaida Margarita (1929-2004), y sus hermanos Zoraida y Antonio como de muchos jóvenes de Pamplona. Del secreto de la paternidad de Numa Julián no se podía hablar ni en casa de sus madres ni en el pueblo, sobre todo en tiempos en que unos, los azules, defendían hasta el paroxismo al clero, y otros, los rojos, lo atacaban sin descanso.
En tiempos de guerras intestinas y, en particular, de la guerra de los Mil Días (1899-1902) que azotó la región de Norte de Santander, cayeron muchos hombres, otros no volvieron o no respondieron más por sus familias, y los sacerdotes cumplieron papeles domésticos que excedían sus votos. El presbítero Calderón Jaimes tenía esos y otros devaneos, incluidos los líricos y musicales –escribía también poesía y cantaba canciones populares acompañado del piano—, cosa que debió ayudarle en esas lides.
Los dos hijos de Brígida Gutiérrez, el poeta Numa Teodoro Gutiérrez Calderón y su hermano Alejandro Gutiérrez Calderón (1895-1978) —pronto aprendiz de ingeniero en La Guaira Harbour Corporation Limited de Venezuela e “Individuo de número del Centro de Historia de Norte de Santander” en su madurez—, fueron abandonados por su padre pero vivieron con sus abuelos, Elías Calderón (1849-1915), quien los autorizó a usar el apellido, y Eufrasia Jaimes, mis propios tatarabuelos. A falta de responsabilidad del presbítero Calderón Jaimes, esos abuelos y otros integrantes de la familia Calderón se hicieron cargo de ellos ofreciéndoles un hogar y educación, y eventualmente, cuando pudieron o el destino los obligó, ayudaron a los demás descendientes del prolífico sacerdote.
En San Cayetano, Teodoro y Alejandro, los Gutiérrez, estudiaron en la escuela pública, y poco después conocieron y tuvieron vínculos con mi abuela Zoraida y su hermana Julia, maestras esporádicas de la localidad. La pobreza, la exclusión social, el machismo, etc., no eran cosa fácil de vencer en su contexto y ellas sortearon esos y otros obstáculos esforzándose muchísimo para lograr cierto bienestar económico y algún prestigio social. Como profesoras, tuvieron empleos en distintos municipios del departamento, como reemplazos o por contratos temporales, y fue así como establecieron relaciones con sus medio hermanos, los Gutiérrez.
La enseñanza, la vida intelectual y, sobre todo, la literatura y las ideas políticas constituyeron un campo de encuentro para los cuatro jóvenes rechazados por su origen. Incluso, en su época de estudiante y luego, en 1920, Numa Teodoro vivió en Pamplona, en casa de María Margarita de las Nieves Fuentes, mi bisabuela, o pasaría algunos días allí cada vez que iba a la ciudad, por lo menos hasta que su señora madre, Brígida Gutiérrez, se fue a vivir definitivamente a Pamplona.
De lo anterior queda constancia en cartas que mi familia guardó escrupulosamente en un baúl por años y que sirvieron de base este texto y para mis novelas, Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo y El Innombrable.
Formación de Teodoro Gutiérrez
Teo, como se le conoció al primogénito del presbítero Numa Julián Calderón Jaimes, estudió en el colegio Provincial San José de Pamplona, ingresó en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario y luego en la carrera de Jurisprudencia de la Universidad Nacional en Bogotá.
En “La balada de los estudiantes” menciona algo de su situación y la situación de los estudiantes de la capital por allá por los primeros años del siglo XX:
“Estudiantes nacidos en provincia / y que, con o sin plata, / fuman buen cigarrillo, van a cine, y enamoran solteras o casadas. / Hijos de sacristán, nietos del jefe/ civil o militar de la comarca, o sobrinos del cura, cobran giros / por quince dólares cada dos semanas. […] En una misma pieza viven cuatro, / juntos, como sardinas en lata. / Y –comunistas como Marx lo mismo/ les da dormir en una que otra cama” (Frontera lírica, 20).
Sobre esa época de pobreza, amores efímeros y marxismo, resulta interesante, además, una carta del poeta —del 5 de junio de 1918— dirigida a su hermana Julia Fuentes: “No olvides recomendarme mucho a Dios en tus oraciones para que salga bien en mis clases, en mis exámenes finales, pudiendo seguir mis estudios adelante y con provecho notorio; lo mismo dile a Ramoncita [Ramona Zoraida fuentes, mi abuela], para que rece por mí y sobre todo para que no me vaya a dar el tifo, que está muy en boga, porque es un malecito del que puede uno salir mal librado, dejando en la refriega hasta la vida misma; por todas estas cosas y por muchas otras más no me olviden nunca en sus plegarias, para que no se vaya a morir este hermanito que las quiere tanto. […] Te participo que estoy en retiros espirituales en el Colegio del Rosario y que esta semana será la Comunión, durante la cual elevaremos oraciones al cielo por ti.”
En medio de las dificultades de su condición, en efecto, el tifus, tifo o dotienenteria, era un conjunto de enfermedades infecciosas producidas por varias especies de bacteria del género Rickettsia, que no era del todo conocida en la época y menos en la ciudad de Bogotá donde la falta de higiene y atención producía numerosas víctimas. La ciudad vivía una verdadera pandemia que atemorizaba a todo el mundo, incluidos los jóvenes estudiantes que venían de la provincia:
“El 80% de la población bogotana enfermó de gripa, lo que según proyecciones de población, representó 100.000 enfermos durante el mes de octubre y la primera mitad de noviembre de 1918”. […] “Las oficinas públicas, los colegios, la universidad, las chicherías, los teatros y las iglesias estaban vacías; los servicios urbanos se colapsaron; la policía, el tranvía, el tren y los correos se paralizaron, porque la mayoría de policías, operarios, curas, alumnos, profesores y empleados enfermaron: se suspendieron todos los espectáculos públicos, y las calles de la ciudad, especialmente en la noche estaban casi desiertas”, señala la investigación de Fred G. Manrique y otros.
Por si lo anterior fuera poco, por esos días el general y empresario Belisario Calderón Jaimes, que “le costeaba” al poeta los “estudios en Bogotá” fue “asesinado” (“Cita histórica”). Entonces Gutiérrez Calderón intenta por todos los medios continuar con sus estudios, recurriendo en última estancia al apoyo de otro de sus tíos, hermano también de su padre: el político ospinista Fructuoso Calderón.
Al respecto, resulta pertinente mencionar las palabras del poeta en esa carta de 1918 a su hermana Julia Fuentes, que sirve de preludio para lo que sucedería en adelante: “A mi tío Fructuoso le escribí una carta en la que le exijo amparo y ayuda para todos mis hermanos, como especialidad para las hembras, que son las que más lo necesitan y están más expuestas al empuje furioso del vendaval de la vida.” La consciencia de la obligación moral de los Calderón por parte del poeta se extiende a la familia paterna en general puesto que a renglón seguido agrega: “ A mis demás tíos les escribí y les seguiré escribiendo en el mismo sentido”.
No obstante lo anterior, entre una cosa y otra, Teodoro Gutiérrez Calderón no llegó a graduarse como abogado.
Paradójicamente la pobreza que siempre lo acechaba y la ayuda de sus familiares lo llevaron a hacerse a una vida en el marco del derecho y de las letras en su propio terruño, donde lo trataban de doctor.
En efecto, Fructuoso Calderón, nombrado gobernador del departamento por el presidente Marco Fidel Suárez (1918-1922), le tendió al fin la mano; por solidaridad, acaso, por cierta responsabilidad moral o sencillamente por su insistencia. Así, lo nombró rector del colegio provincial San Luis Gonzaga de Chinácota (1919), la institución educativa más antigua del país en el sistema de enseñanza media (data de 1842), y, con treinta y tres alumnos a cargo, el poeta inicia lo que consideró su mayor vocación, la enseñanza.
Sobre esta experiencia educativa, en otra de sus cartas a su hermana Julia Fuentes, del 13 de junio de 1919, explica: “Inolvidable Julia: de un momento a otro me trasladé a esta ciudad, en donde me pongo a tus órdenes como rector del Colegio Provincial de San Luis Gonzaga, con un módico sueldo de ochenta pesos i frente a un regular grupo de treinta i tres alumnos. He sido bien recibido por autoridades i civiles. Tengo a mi cargo cuatro materias. Mi compañero, como vicerrector, es Lorenzo Flórez, a quien conocerás en Pamplona.”
Siguiendo esta ruta del magisterio, más tarde Gutiérrez Calderón fue rector del colegio laico Escuela de Gremios Unidos de Cúcuta (de 1922 a 1927), espacio de “enseñanza libre” de la Sociedad de Artesanos del Departamento, que por supuesto no era santo de devoción del clero y la feligresía conservadora que si antes había manifestado su negativa a apoyarlo durante esa época tampoco obtuvo de ellos lo justo para funcionar. Por esta razón, tal vez, desistió de seguir con la docencia, por lo menos en lo que a Colombia concernía.
A continuación el poeta trabajó como fiscal del Juzgado Superior del Ministerio Público del Departamento de Norte de Santander en Cúcuta (1928), donde, según Héctor M. Ardila e Inés Vizcaíno vda de Méndez, “adquirió fama como buen penalista y orador” (304). Justo desde esta oficina, el 6 de junio de 1928, escribe a mi abuela Zoraida Fuentes (Sor Aida la llama “porque sor en latín quiere decir hermana i Aida es el nombre de una linda ópera italiana, más linda que una tarde de verano”), quejándose de su precariedad económica: “Mi recordada negra: … mañana sale Alejandro para allá, a ver a mi mamá, Brígida. No pude enviarle nada, porque -como comprenderás- con la llegada de él, he tenido gasticos extraordinarios. Si acaso la ves, me haces el favor de decírselo así i que en la otra quincena le enviaré.”
En 1930 el poeta Gutiérrez Calderón se casó en con Ida Rivera y poco después, en 1934, publicó su primer libro de versos Flores de almendro. De ahí en adelante, en pocos años ejerció, además, como fiscal del Tribunal Contencioso Administrativo de Cúcuta y Secretario de Educación Pública del Departamento y fue cofundador del Centro de Historia del Norte de Santander (1934).
Como Porfirio Barba Jacob, Jorge Gaitán Durán o Biófilo Panclasta, en 1940 el poeta Gutiérrez Calderón debió exiliarse. A falta de medios, lo hizo en Venezuela, el vecino país, según él mismo afirma (Ballén). El enfrentamiento entre liberales y conservadores iba en escalada y en la región azul no se aceptaba presencia roja, ni siquiera si no era beligerante.
Aunque al principio el poeta contó con el apoyo de los Calderón, para los años cuarenta del siglo XX era evidente que su espectro ideológico y político había cambiado hacia las toldas liberales más combativas y en tal sentido era objeto de rechazo y hasta de persecución por parte de los gobiernos conservadores. De contar con el apoyo de su tío ospinista, Teodoro Gutiérrez Calderón había cambiado y se consideraba a sí mismo rotundamente liberal, y dentro de esta doctrina, del ala radical y masónica, es decir, aquella que a la postre generaba todo tipo de suspicacias y aún era perseguida y eliminada.
Pronto el ala del liberalismo en que militaba el poeta Gutiérrez Calderón encontró vasos comunicantes con el socialismo y el comunismo, cuestión que aterraba a los conservadores tanto como a los liberales clásicos que satanizaron las fuerzas progresistas llamándolas rojas, ateas, socialistas y en últimas comunistas. Así pues, como Eduardo Santos Montejo, gobernador de Santander hacía unos años y presidente entonces, había suspendido las reformas liberales de su admirado líder López Pumarejo, para el poeta, como para muchos de sus colegas, lo mejor fue salir de Colombia. Entonces, como muchos intelectuales de la época —incluido Vicente Rojas, a. Biófilo Panclasta— consideró que en Venezuela había mejores aires para su condición, sobre todo porque había caído la dictadura de Juan Vicente Gómez y el gobierno de Eleazar López Contreras (1935-1941) auguraba un buen futuro.
En Venezuela, Gutiérrez Calderón trabajó en el periódico Vanguardia de San Cristóbal (fundado por Rubén Corredor en 1936), luego como director del Instituto Civil Jáuregui en La Grita y más tarde como profesor de latín, griego, francés y castellano del Liceo Militar Jáuregui de la misma ciudad, donde escribió el Primer Himno del Pionero de los Liceos Militares de Venezuela. Allí vivió en la calle Antonio Nariño, en la transversal de la carrera siete, en la Ciudad del Espíritu Santo, desde donde pudo trabajar en su poesía y estrechar lazos con intelectuales que lo apoyarían en su carrera y le harían desistir, acaso, de relacionarse con los políticos colombianos o volver a su país.
Cesar Casas Medina, poeta payanés, profesor y director del viejo Instituto Jáuregui de La Grita, académico de la Universidad de los Andes, la del Táchira y la de Bogotá, evoca ese tiempo del poeta Gutiérrez Calderón de esta manera:
“Su elocuente oratoria, [fue] muestra de gracia en la vieja ciudad de Táriba, cantando a la luna entre romerías bohemias junto al poeta Vicente Elías Moncada o bajo los signos de las voces cuando disertó en el Salón de Lecturas de San Cristóbal frente al ilustre Manuel Felipe Rúgeles, fundador de la revista Minerva y Marte. [Fue] Amigo de la poetisa Isaura y maestro de juventud de una inmensa generación de venezolanos y colombianos” (“El Poeta Gutiérrez Calderón”).
De ese tiempo, Néstor Melani Orozco, dramaturgo y artista plástico de La Grita-Venezuela y jubilado como profesor del Liceo Jáuregui de San Cristóbal, cuenta a su modo, muy peculiar, esta anécdota:
“Era 28 de agosto de 1954, entre Manuel Felipe Rugeles y Teodoro Gutiérrez Calderón. Me lo narró hace más de cuarenta años el insigne profesor Pedro Pablo Paredes en la sala de mi casa gritense, entre el olor de los colores y la histórica versión de la grande y hermosa poesía de los Andes… Esa noche ante el piano del Club Táchira, Teodoro Gutiérrez Calderón entonó los cantares de «Brisas del Torbes», de Luis Felipe Ramón y Rivera, como aquel bambuco «Las flores de mi cafetal» más de amor, «Este niño don Simón» de Manuel Felipe Rugeles, como su «Dorada Estación», «La aldea en la Niebla» hasta «El clamor de los oprimidos», y desde la guitarra de Manuel Osorio Velasco se inició el recital entre el Director de Cultura del entonces Ministerio de Educación nacional y del poeta ganador del Festival de las Flores en Buenos Aires, Argentina, con su «Elogio de la Ignorancia» más nacía «La Mujer de las Manos Cortadas», poesía de un ensueño sefardita escrito en La Grita. Y del embrujo andino de las torres al cielo de San Cristóbal, poseedora de los aún versos del sabio Vargas Vila en el barrio de La Ermita. Entre mil aplausos la palabra convertida en oraciones poéticas y la majestad de los dos ilustres venezolanos, como fuentes del amor a las ilusiones de sus cantos y del risueño; una mujer del alma muy en las notas del negro piano. El Gobernador de aquel entonces e Hijo de Michelena: Dr. Alejandro Pérez Vivas, y el secretario general de Gobierno, doctor Homero Moreno Orozco, ofrendaron el brindis, mientras de imágenes la Sociedad de la capital del estado hizo las reverencias. Para dejar en las memorias el pasar de los años. Un día de 1987 de mi primer regreso de Europa, fui con Agustín Coll y Rafael Eusebio Baptista a la casona de don Luis Felipe Ramón y Rivera, allá en Caracas, y entre tanta música, el gran folclorista recordó aquella noche de los dos poetas. Me regaló el libro Pueblos del Táchira ilustrado por el continental pintor Hugo Baptista. Mientras desde esta reminiscencia en los días de la Feria Internacional del Libro en este 2023, junto a mi exposición dedicada al «Quijote de Cervantes» en la Galería «Rafael Ulacio Sandoval» con la excelente curaduría del maestro venezolano Salvador Muntaner. Allí encontré el piano que fue del Club Táchira, el mismo testigo y empolvado de la noche de los dos poetas, ahora legado al Salón de Lectura, medité los secretos y abrí el corazón para escribir el recuerdo… mucho más de haber sido testigo de la creación del libro Frontera lírica porque de esperanza Teodoro Gutiérrez Calderón era profesor de Literatura del Liceo Militar Jáuregui y yo muy muchacho vivía frente a su estudio en la carrera séptima de La Grita, llamada la «Atenas del Táchira» y el poeta me permitía que fuera a dibujar, mientras él en su máquina «Underwood» escribía la poesía desde su existencia. Por esto este 28 de agosto se cumplen 69 años del encuentro de dos poetas en el recordado Club Táchira, y pareciera de olvidos en la San Cristóbal de las palabras y de las academias, se hubiese guardado en los cofres del silencio. Cuanto de honores; la poesía en un manto a la promesa de la vida y un reclamo a los dolores de los pueblos. Con la semilla a los árboles gigantes y la presencia entre lo sublime y humano. Mientras un río de nuevas generaciones deberá hacer sentir el credo de un verso y los encantos sagrados del origen latino de la manifestación de las letras. Su Frontera Lirica fue publicado en la Editorial Angora de Madrid, España por voluntad del ilustre cónsul en Cúcuta, Dr. Gari Altuve. Entre aromas del vino y una noche de estrellas, junto a la rosa roja guardada en los saberes de un lienzo… para que viva siempre la poesía y nunca, por nada del mundo, mueran los poetas. ¡Entonces fue de Cantar de Gallos con amanecer de lluvia!” (“En el Club Táchira”, 2023).
Según Melani Orozco, el historiador Mario Briseño Perozo dijo, además, que “el Poeta Gutiérrez Calderón enseñaba a sus alumnos la inmensidad de la espada de Bolívar como un legado de las letras y un emblema de dignidad y de un porvenir verdadero. En su credo masónico siempre universalizó la pureza de un Dios arquitecto”.
Por su parte, respecto de su creación poética, Casas Medina agrega a título anecdótico :
“Una noche de alburas y de presencias llevando rosas rojas a los encuentros escribió su Frontera Lírica, libro editado después en Madrid-España, pero escrito en aquella casa de la ciudad de La Grita cuando las pertenencias históricas se convirtieron en estandartes del alma y los misterios del ser se cristianizaban en notoriedades de la propia existencia. Y bajo los aleros de una serenata contó sus vivencias de Poeta Mayor. Amigo de Aurelio Martínez Mutis, de Jorge Eliécer Gaitán, Andrés Mata, Pepe Melani, Manuel Felipe Rugeles, Andrés Eloy Blanco, Luis Felipe Ramón y Rivera, Regulo Burelli Rivas, Pedro Pablo Paredes, Vicente Elías Moncada y del propio Rafael Pocaterra, sus viajes, sus metas se convirtieron en poéticas tintas de quijote con luces y tiempos” (“El Poeta Gutiérrez Calderón”).
A pesar de su exilio en Venezuela, el 29 de julio de 1946 se reporta la visita de Gutiérrez Calderón a Cúcuta para un recital en el marco de las Fiestas Julianas de la ciudad organizadas por la Dirección de Educación. En este espacio, “el distinguido jurista y escritor (venezolano) Gregorio Vega Rangel leyó una hermosa página en la que hace un pormenorizado análisis de los tres poemas de nuestro cantor homenajeado del día y terminó su intervención recitando las poesías de su estro, “El elogio de la ignorancia”, “Balada del caballero pobre”, “General Sandino”, “Suave leyenda”, “El lugar preferido”, “Los madrigales del amor” y “La mujer de las manos cortadas”, tal vez este último el que más ha trascendido de su extensa obra y que, dicho sea de paso, fue la obra que más impresionó a la concurrencia y cuyo entusiasmo fue subrayado por una larga y nutrida ovación. […] Por lo selectísimo del auditorio que colmó la sala de nuestro bello coliseo musical, por la belleza de los trozos musicales ejecutados, por la calurosa ovación que se le hizo a nuestro cantor y por el patrocinio que prestaron a este artístico festival don Ciro Osorio, Director de Educación, el señor alcalde Jorge Hernández Marcucci y su gabinete ejecutivo y el ilustre cabildo de la ciudad, todos sus habitantes se regocijaron y felicitaron muy de veras al amigo y colaborador, el poeta de Flores de almendro y como orador de primer orden en aquel acto, anunció que en un no lejano día, sería coronado con los laureles de Apolo, por gracia del equipo humano del periódico HOY, en el cual venía escribiendo sus columnas desde 1915. […] La velada terminó a las 10 y media de la noche y por invitación de don Manuel Guillermo Cabrera, el homenajeado, los artistas y algunos de los funcionarios, se dirigieron a su casa de habitación, situada a escasos metros del teatro, donde luego de unas disertaciones sobre temas de arte y sobre todo de política, al calor de unas copas de coñac terminaron una jornada nocturna plena de espirituales y sentidas emociones, como era la costumbre de antaño” (“Antes de las fiestas julianas”).
No obstante tal éxito, de nuevo la política intervino en la vida del poeta. Así lo recuerda Cesar Casas Medina: “En 1958, Pérez Jiménez fue derrocado como presidente. Y por haber sido maestro del general fue mandado a botar del Liceo Militar. Se marchó con las nostalgias y su amor por la ciudad de sus ensueños. Ya era un anciano. Aún lo recuerdo. Aquella despedida en la casa de don Eleazar Moncada, entre los albores de una lágrima y el inmenso mar de poesías, cuando el lujoso “Almacén Gato Negro” grababa los versos de amor de aquel poeta consagrado al lirismo y a la pureza de las letras. De allí, muy después, ingresó como redactor del Sagitario de Cúcuta” (“En La Grita se escribió `La mujer de las manos cortadas´”).
De tal modo, en 1960, de vuelta a Colombia, con Alberto Lleras Camargo como presidente y Miguel García-Herreros como gobernador del departamento de Norte Santander, Gutiérrez Calderón trató de retomar su vida en la ciudad de Cúcuta, donde permaneció por un corto periodo pues a falta de nuevas oportunidades laborales tuvo que abandonar. Así, poco después, en 1961, se instala en Bogotá y, junto con otras personalidades, entre otras actividades, asistió a varios de los eventos del Instituto Caro y Cuervo Cuervo dirigido entonces por el abogado y filólogo José Manuel Rivas Sacconi.
Aunque Gutiérrez Calderón había ido y venido a Cúcuta, y obtuvo un homenaje en 1966, durante estos años le resultó evidente que las cosas habían cambiado en Colombia y él mismo había cambiado. Al margen de la política, por un tiempo trabajó como profesor de historia de la música en el Conservatorio de Música de Cúcuta y, ya viudo, en sus últimos años se desplazó definitivamente a Bogotá.
Respecto de los últimos años del escritor, según Melani Orozco:
“El maestro se fue un día a aquella Bogotá en Colombia junto a su hija. Lo albergó de anciano, y en su elemento de creador y músico se ganaba la vida en un cabaret en las noches ejecutando a través del piano canciones de América, entre las nostalgias y el dolor de sus últimos años. Aún el lunar de su Celina Estela lleva la huella de aquel sabio mentor que dictó clases en La Grita de los recuerdos. A las memorias de nuestra ciudad, la del espíritu Santo. En los 60 años del Liceo Militar Jáuregui se debería nombrar un lugar de honor al sabio maestro y autor del Primer himno jaureguino… (nota extractada de su libro La Grita en otra memoria como “El Poeta Gutiérrez Calderón”).
Tal historia es reelaborada en otra publicación del mismo autor, con nuevos matices:
“Y más tarde su hija Celina Estela vino, porque el poeta se volvía ciego, y lo llevó a vivir con ella en Bogotá. En la hermosa capital de Colombia asistía en las noches a tocar piano en un cabaret, entre el dolor de sus años y la virtud de su poesía. Un día 16 de octubre de 1968 falleció dejando un legado al amor por la verdad y la inmensidad de su poesía…” (“En La Grita se escribió `La mujer de las manos cortadas´”).
Este poeta, Melani Orozco, Premio Internacional de Dibujo “Joan Miró”—1987 de Barcelona y Premio Nacional del Libro-2021—, se ha encargado de resucitar al viejo poeta en el marco de estos recuerdos conmovedores de La Grita.
El poeta y la música
En el periódico Comentarios (de corte liberal, fundado en 1922), que dirigió José Manuel Villalobos, Teodoro Gutiérrez Calderón publicó “Gentes del Teclado” (1948), artículo resucitado por Gerardo Raynaud D., abogado y cronista de Cúcuta, que advierte del poeta: “Aunque su verdadera pasión era la docencia, otras actividades culturales no le fueron extrañas, pues se distinguió en casi todas las demás artes, como la poesía, la historia, la literatura y otra menos conocida, como la que narra en una de sus columnas que a continuación les transcribo: la música” (La opinión. Cúcuta, 4 de septiembre de 2021).
En ese artículo, Gutiérrez Calderón menciona cinco personajes que influyeron en su cultura musical:
“1… Jesús Álvarez Salas, vivía en la carrera 14 a pocos pasos del Parque de los Mártires en Bogotá, en una hermosa mansión, en donde solían reunirse por aquellos años de mi vida universitaria, los Cuervo Márquez, el poeta Diego Uribe, la diva Emilia Cuervo y otros valores intelectuales y artísticos. Álvarez Salas era un maestro de la ejecución pianística. De sus manos oí las mejores obras escritas para el instrumento de Beethoven y Chopin. Álvarez Salas tenía un perro sensible al sonido. Cuando se tocaba algo en tono menor, se ponía a aullar como un desconsolado, y al pasar a un tono mayor, parecía sonreír de contento. Un tranvía lo aplastó una tarde bajo sus ruedas y yo le escribí un canto bajo el nombre de uno de los libros del uruguayo (sic. argentino) (Juan José de) Soiza Reilly: El Alma de los Perros.
2. Mi paisana Lucía Pérez; fue el maestro Tomás Carrasquilla quien me llevó a escuchar a esta sacerdotisa del teclado. `Tu paisana parece un hombre sobre el piano’, me dijo el autor de “Entrañas de un niño”. Lucía nos dijo que su maestro preferido era el divino sordo, autor de Claro de Luna. Por exigencia de Carrasquilla, nos tocó su tocaya Lucía de Lammermoor.
Una tarde Lucía me exigió que tocara algo mío; con el rubor que el caso requería, le toqué mi marcha Guerra Europea, compuesta con motivo de la guerra mundial y que empieza con toques de corneta, que el esteta del arte de Saúl Luna Gómez me elogiaba confidencialmente. Lucía tomó un pedazo de papel y un lápiz y me exigió que volviera a tocar la marcha. Cuando terminó, la ilustre profesora y artista tenía copiada toda la melodía de las tres partes, se sentó al piano y me la tocó magistralmente. Yo quedé maravillado de aquella mujer que más tarde fue a doctorarse en París y años después fue directora del Conservatorio Nacional. Lucía es un orgullo y una gloria del arte musical de Colombia.
3. Fausto Pérez, es hermano de Lucía y con ella, Rita y José Pérez, residente en Caracas, pertenecen al nidal de ruiseñores del maestro Celso Pérez. Es un maestro y un artista del piano, y sobre todo un compositor inspirado. En una película argentina sobre temas marinos, oí tocar una marcha suya que muchas veces se ejecutó en las partidas de fútbol cucuteñas, por allá en 1921. Su pasillo “Que lo sirvan”, es inigualable. Es director de nuestra Escuela de Música desde su fundación y como pianista de orquesta tiene poco paralelo. Para la ciudad universitaria del Táchira, que ha visitado varias veces, es un ídolo. Su temperamento alegre y gracioso hace fluir sobre su palabra y sus ademanes toda la atención de sus contertulios. Cuando Fausto muera, Cúcuta quedará huérfana de muchos tesoros del arte.
4 El negro Cipriano Colón, a quien Cúcuta conoce, es un venezolano laureado en varios concursos. La última vez nos encontramos en San Cristóbal, en 1945. Durmió en mi casa dos meses. Deambulábamos por los cafés y a veces nos refugiábamos en los salones del Hotel Royal, frente a la Plaza de Bolívar a gozar del arte y de los calumniados filtros de Baco, en horas felices de que no saben los bárbaros.
En casa de los artistas Cubillos, de la encantadora Evelia, directora de la Escuela de Música del Táchira, pasamos horas inolvidables que nunca volverán. El maestro caraqueño Cipriano Colón, a quien estoy mirando ebrio del ‘bon vino de Berceo’ por las faldas del Ávila, es un negro que tiene el alma blanca. Cuando sepa su muerte, le haré un canto más hondo y más humano que las páginas que dejé escritas en el libro de sus memorias. ¿Es un delito embriagarse? ¡Embriaguémonos –decía Baudelaire- de vino, de amor! ¡De poesía pero embriaguémonos! “Más que los manjares, más que el amor, más que el dinero le gustan los diabólicos deleites de Verlaine y de Poe al maestro Colón. Pero sobre el teclado es un niño genial, que bien pudo haber inspirado el precioso romance de Andrés Eloy Blanco: “Píntame angelitos negros”.
5. Emilio Murillo, era un potro de nácar sobre la dentadura de ébano y nieve del piano. Lo conocí en el café Richie, en el atrio de la Catedral Primada de Bogotá, una noche de farra. Yo tocaba una polca suya, creo que se llamaba “La bavaria”. Sin saber quién era, se me acercó y me la hizo repetir tres veces, en gracia de unos adornos que le puse de mi caletre porque yo soy músico de oído. Me aplaudió, me brindó. Al mirarlo bajo su ruana sabanera, con ese corpacho y ese sombrero alón, me dije: ‘este de ser algún hacendado. Bebámonoslo’, le dije a Eduardo Castillo y a Efraín de la Cruz.´Bebérnoslo no es difícil, porque es un gran anfitrión, dijo el poeta de las narices de Cyrano, pero oigámoslo primero’. Echándose la ruana sobre el hombro, dijo el feliz apóstol de la música nacional: ‘pues esa polca es mía’, voy a tocársela. Me caí de para atrás y no volví a sentarme al piano en toda la noche. Al otro día, Murillo me invitó a un piquete y me brindó su célebre cerveza ‘Rosa Blanca’” (“Gentes del teclado”).
Publicaciones
Algunos artículos del poeta Teodoro Gutiérrez Calderón se encuentran en el periódico Hoy de Cúcuta, desde 1915; en “Cultura”, separata que promueve personalmente en la ciudad en 1928 y cuyo valor era de “un real”; y en Educación, la revista de orientación pedagógica del departamento de Norte de Santander, que se hacía desde la Dirección de Educación Pública del departamento de Norte de Santander bajo su dirección.
También se pueden mencionar las contribuciones de Teodoro Gutiérrez Calderón al diario Sagitario de Cúcuta (fundado en 1945), dirigido por Montegranario Sánchez; y a la revista “Estudio”, del Centro de Historia de Santander.
Junto con la mencionada carta del 6 de junio de 1928 dirigida a mi abuela Zoraida Fuentes el poeta le envía diez números de la revista Cultura en que colabora y quiere difundir: “para que coloques suscripciones i sirvas de agente en esa. Yo creo que lo mejor es que consigas los clientes que al llevar cada número te den el real de una vez. Es lo más cómodo. Hazlo así para que te sea más fácil. Si te sobran números, regrésalos a fin de que no tengas que pagarlos de tu bolsillo. Después te diremos como debes remitir el dinero, aun cuando yo creo que lo mejor sería darles yo eso aquí y tú le pases a mi mamá lo que hagas. Ellos te los seguirán enviando por correo directamente. Si crees colocar mayor número, avísame oportunamente por teléfono”.
Tales detalles respecto de la circulación de esta revista sirvieron de inspiración para mi novela Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo (2019), donde aludo El Observador. El periódico del pueblo que publican el poeta Teodoro Gutiérrez Calderón y la profesora Julia Fuentes con la colaboración de Zoraida Fuentes. En esta ficticia publicación aparecen los artículos de Julia respecto de lo ocurrido en el Congreso Anarquista de 1907, el papel de Vicente Rojas, a. Biófilo Panclasta en este evento, el contexto de la Primera Guerra mundial y el contexto de la Segunda, que incluye la situación de Colombia y el segundo gobierno de Alfonso López Pumarejo (1942-1945) en el que se desenvuelven los personajes.
Incluso el prólogo titulado “Al margen” del libro La vieja historia (Tristes amores de Faustino y Blanca Elisa) de José Rafael Sabi, un compañero suyo del Provincial San José de Pamplona (en 1909), publicado en la Tipografía del Comercio de Pamplona en 1920, puede ser un material de apoyo para conocer el perfil del escritor.
Influencias poéticas
Respecto de sus lecturas e influencias del poeta, a la pregunta del periodista Luis Medina, Gutiérrez Calderón responde: “El primer poeta que influyó en mí fue Julio N. Vieco, a quien se le quedó un cuaderno de versos manuscrito en el patio del cuartel donde se hospedaron los soldados del general Uribe al venir vencedores de Peralonso en 1902”. Vaya uno a saber cómo Gutiérrez Calderón tuvo acceso a este cuaderno, o bien, al cuartel en que estuvo ese poeta-militar, pero así lo declara. Vieco había participado como sargento mayor en la guerra civil de 1885 y, en particular, en el sitio de Cartagena, y con el famoso general antioqueño llegó a Norte de Santander como vencedor al frente de los liberales radicales en 1899 (batalla que hace parte de la Guerra de los Mil días). Difícil es encontrar hoy por hoy una publicación con sus poemas.
Lógicamente, Vieco no fue el único poeta que entusiasmó a Gutiérrez Calderón. En la misma entrevista a Medina, un poco después, el poeta agrega: “Son varios los poetas que me han impresionado hondamente, y los nombro por orden: el venezolano Víctor Manuel Bracamonte, el español Gustavo Reiquer (sic. Muy probablemente Gustavo Adolfo Bécquer), el alemán Enrique Heme (sic. Muy probablemente Heinrich Heine) y los colombianos Julio Flórez, Guillermo Valencia, José Asunción Silva y José Eustasio Rivera”.
Casas Medina, evoca, además, la sabiduría de Gutiérrez Calderón de esta manera:
“Parecía un hacedor de los sueños con su espejuelos que divisaban entre el horizonte los tiempos, caminar lento y sonrisa inmensa, entre canas y ojos como arrancados a los ecos de algún mar lejano. Siempre altísimo de los sueños de la patria. Su máquina describir de la “underwood” alemana dejaba sonidos inmensos a sus tildes mientras hablaba solo predicando sus versos. Imponiendo los almendros y sabiéndose las metáforas elocuentes de Bécquer, Rubén Darío, Pérez Bonalde y hasta el propio poeta José Martí. Lo recuerdo siempre en el espacioso teatro del Liceo Militar Jáuregui, recitando sus “Almas Gemelas” o “La Canción del Violín” y “La Mujer de las Manos Cortadas” augurando entre sus sonetos la perpetuidad de Góngora, de Miguel de Unamuno o los divinos mensajes de José Asunción Silva”. La formación poética de Gutiérrez Calderón era universal y eso tiene su mejor ejemplo en la colección que presentaría en Madrid en 1966.
Frontera Lírica. Cúcuta, 1966
Sin duda, la selección poética Frontera Lírica. Cúcuta, 1966, de Teodoro Gutiérrez Calderón publicada en Madrid recoge buena parte de la producción poética del escritor y es una rica muestra de ella. Dos años antes de la publicación de este texto la ciudad de Cúcuta le había ofrecido un homenaje en el teatro Zulima, erigiéndolo como “rey de la poesía”, y Concha Lagos, editora, escritora y miembro de la Real Academia de Córdoba-España, se interesó por su trabajo y lo publicó en su colección Ágora. El libro contó con un prólogo del poeta Régulo Burelli Rivas (1917-1984), que a la postre fungía como diplomático venezolano en Polonia.
Para el prologuista, Frontera Lírica. Cúcuta, 1966 puede vincularse con el neo-romanticismo y el modernismo de Luis G. Urbina, Gutiérrez Nájera, Carlos Borges, Ezequiel Bujanda, Villafañe, Ricardo Nieto, Julio Flórez, Luis Carlos López, e incluso con la poética del escritor español Emilio Carrere, poetas reconocidos en ese momento que podrían ilustrar ellos mismos las relaciones de la poesía con la política. El homenaje a María de Jorge Isaacs en el poema “Cómo nació La “María”” (Alegoría de la musa del escritor), confirmaría el primer juicio: “Cuenta el poeta estudiante/ la historia de sus amores,/ con tan graciosos primores/ y en frase pura y brillante/ que nunca pudo otro amante/ decir mejor sus quereres” (106). Por su parte, el ambiente esteticista, de mármoles, flores y reflexión en torno al ideal de belleza, afirmaría el segundo: “La pálida luna desgrana sus oros/ por el viejo huerto, / y el pobre batracio, de abultados poros/ y frialdad de muerto,/ se mueve en su cueva y asoma las frías/ pupilas verdosas, / que verradas fingen dos cuencas vacías/ y abiertas parecen dos piedras preciosas” (“Nocturno del sapo”) (101). Por aspectos como estos, en su momento el libro fue elogiado, además, por Julio Consalvi (1887-19?), otro escritor venezolano, autor de Facetas de la dictadura (1955), libro que sigue la impronta antiautoritaria de Gutiérrez Calderón, Burelli Rivas o el propio Biófilo Panclasta.
Como señala Burelli Rivas, la obra del poeta colombiano se aúna a la de otros nombres locales tales como Álvaro Martínez Mutis, Luis Febres Cordero, Ana Josefa Andrade Berti, León García Herreros, Emilio Ferrero, Jesús Jaimes, Francisco Morales Berti o Rafael Espinosa, que pueden relacionarse íntimamente con su poesía. Estos son nombres importantes para la literatura regional y nacional de entonces que parecen perdidos hoy de los anales excluyentes y centralistas de la literatura colombiana. Nombres que, de una u otra manera, se vinculan con el contexto político de la región y el país.
El nombre mismo del libro, Frontera Lírica. Cúcuta, 1966, circunscribe el tema fundamental en la vida el poeta: su discurrir poético entre Colombia y Venezuela y el lugar preeminente de la ciudad de Cúcuta en tal geografía cultural. La ciudad nortesantandereana surge como centro gravitacional de la frontera poética y el libro discurre entre la identificación íntima con el espacio limítrofe entre los dos países y los límites de la tierra latinoamericana y sus distintas manifestaciones.
Frontera Lírica. Cúcuta, 1966 se divide en cinco apartados que reúnen el trabajo de años del poeta: “Siembra”, “Arboleda lírica”, “Flores y frutos”, “De la lira heroica” y “Del árbol viejo”, en una sucesión más o menos telúrica de su expresión. A ellos se agregan dos traducciones: “El hombre que no amó sino a una sola mujer”, de una versión francesa de Pouschkine, y “La leyenda de San Macario”, del portugués Eugenio de Castro, poema extenso de 1921 traducido por el autor en 1930, que dan cuenta, además, de sus gustos y afinidades estéticas.
En “Siembra”, la primera parte del poemario, la poesía “Almas gemelas” alude a la relación entre dos instrumentos musicales, uno de ellos interpretado por el poeta: “Guitarrista, tú yo somos hermanos…/ La guitarra es tu novia preferida, y el piano —ébano y nieve entre mis manos— me hacen creer en Dios y amar la vida” (19). Con tal obertura, sigue el poemario dedicado a su terruño local, Norte de Santander, que constituye el objeto del sentimiento. En tales términos, “Cúcuta” es el segundo poema de la colección y la ciudad misma es objeto de su canto; “Alegre, bella y galana/como un huerto en primavera, / no faltó quien la dijera/ la Andalucía colombiana” (23), explica en un momento dado; y en “La perla del norte”, otro poema dedicado a la ciudad, afirma, feminizando el topos: “… dulce mujer: ¡BELLA CIUDAD!” (73).
La segunda parte del libro, “Arboleda lírica”, dedicada a Adolfo Altuve-Salas (1913-1996), a la postre cónsul de Venezuela en Cúcuta, se circunscribe, en primer lugar, al café. En “Unos cuadros goyescos sobre nuestro señor el café” da cuenta de su producción o consumo: “Café, que eres la entraña de mi madre, la Patria; de mi padre, el Trabajo” (cuadro VII “Salió el vapor”, 44-46). Luego, en “Nuevo Mundo”, el poeta particulariza el mito geográfico para asociarlo con el amor y el deseo: “Y así, por siempre siendo mi tierra prometida / y siendo yo tan solo tu fiel descubridor, / ni yo pensaré en otra tierra desconocida / ni tú querrás ser tierra de otro conquistador” (49).
Por su parte, en Tierra Caliente”, de nuevo se identifica el terruño con el deseo: “Todo canta al amor y todo invita / a gozar de la rubia primavera…” (49) y así se da paso a asuntos de amor en “El Poeta y el Filósofo” y “La Balada del jardín” y “La romanza mística”, respuesta a “Margarita, está linda la mar” de Rubén Darío y “A la manera de Darío” respectivamente. Para Burelli Rivas el amor y la libertad eran los grandes temas de la obra poética Gutiérrez Calderón y, asimismo, los grandes temas de su vida: el primero implicaba no solo el amor sentimental, sino el amor filial, el de la madre o de la esposa a quien le dedica el poema “Tú”: “¡y a un tiempo somos náufrago y estrella!” 72) y la hija, Celina Estela, a quien está dedicado el libro entero y el poema “Mi hija” (30). En cuanto a la segunda, la libertad, el poeta presenta, igualmente, una concepción amplia, como se ve, por ejemplo, en “El poeta y el filósofo” mencionado, donde se plantea la paradoja del amor necesario pero mortal: “El amor, niña graciosa/ de voz dulce de cristal,/ es al principio una rosa/ y después… ¡es un puñal!” (53).
La tercera parte del libro, “Flores y frutos”, dedicada al mismo Regulo Burelli Rivas, incluye el reconocido poema “El elogio de la ignorancia”. Este texto había sido premiado en Buenos Aires por el Club de Flores en la fiesta del Festival de Las Flores, de 1934, a donde el poeta tuvo la oportunidad de asistir para recibir el galardón. Luego de exaltar retóricamente la ignorancia, el poeta afirma: “pues más vale en la hora que vivimos / y es mejor para el fin que ambicionamos, / no conocer de dónde, ¡oh Dios!, venimos, / ni comprender, ‘oh Dios!, a dónde vamos” (84). En este apartado también se incluye “La mujer de las manos cortadas”, famoso poema de caridad conmovedora, popularmente reconocido y repetido (“[…]`¡A quien cortó tus manos/ en vida las dos suyas tragarán los gusanos! / Mas las tuyas, sufrida mujer, ¿no quieres verlas? / Mira: porque un día fuiste buena, ¡vas a tenerlas!´” 89); ambos poemas impregnan la colección de un aura de pureza y bondad, tan caras al romanticismo, que le valieron el elogioso comentario de Jaime García Mafla: “… Poeta, decimos, del encanto y el estremecimiento por el alentar solo de la vida” (1999, 20). El neorromanticismo, el modernismo, Bécquer, Heine, Silva o Darío están en el trasfondo de la expresión poética de Frontera Lírica. Cúcuta, 1966; sobre todo cuando el poeta advierte expresamente “A la manera de Darío” en “La romanza mística”: “¡La más blanca abadesa (la más linda princesa, / la de más dulce acento que ha tenido el convento, / en silencio se ahoga por la falta de amor!” (61).
En cuanto al tema que ocupa este espacio, el de las relaciones entre la poesía y la política, singular mención merecen los versos incluidos en “De la lira heroica” dedicados a la Patria, en su acepción tradicional pero también dentro de una episteme liberal que identifica la poesía de Gutiérrez Calderón con la ideología. Así, en “Suave leyenda” exalta la bandera de Colombia a la luz de un evidente antiimperialismo que tiene gran importancia en la poética del autor. Así, luego de relatar la formación de un ciudadano pleno de amor por su patria, advierte: “Y entre la música de los clarines, / bajo una tarde azul de primavera / y entre una lluvia de olorosas flores,/ los fieros / paladines / vencedores / traían la bandera / que venciera / a los fieros invasores…” (123). Con este marco poético, se alude enseguida a los héroes nacionales de siempre: Santander y Bolívar. El primero, incluido en el “Himno del norte” que canta todavía la región: “En una villa nuestra,/ sin reyes ni virreyes,/ el Hombre de las Leyes/ formó su altivo ser” (124); al segundo, llamado “Don Quijote de América”, le dirige una exhortación en virtud de la cual, “no dejes […] prosperar el dominio que el extranjero ensancha” (129). Junto a ellos surgen héroes menos tópicos que sobrepasan la eterna y oscura dialéctica de la historia colombiana de Bolívar-Santander.
En efecto, el poema/homenaje “General Sandino” inicia con “Sobre mi escritorio tengo tu retrato/ y un viejo recorte de tu biografía” (129) que ofrece una imagen bastante precisa del perfil político del escritor, ubicado un poco más allá del liberalismo. Aquí el poeta alude a las circunstancias del asesinato del líder centroamericano el 21 de febrero de 1934 denunciando la “¡noche de vergüenza para Nicaragua!” (130). “Tu pueblo te quiere. Tu raza te adora. / Todas las Españas cantan tu canción” (129). En un medio tan conservador como el del poeta y el de la dictadura en España, sorprende aquí que este se anime a afirmar: “…aún ondula tu santa bandera / como roja llama bajo el negro dombo” (130). Y, como en el poema dedicado a Bolívar, en este el poeta exhorta a los americanos a defenderse del imperialismo norteamericano, esto es, del “pirata de botas endrinas, / de cobrizas crenchas y duras entrañas, / no nos mate al indio, no robe las minas, / no exprima los senos de nuestras colinas/ ¡ni viole el secreto de nuestras montañas! […] Porque fue el pirata tu propio asesino” (131).
Junto a ese poema tan comprometido, “General Sandino”, resulta muy interesante también el de “El negro Robles”. Este poema inicia dando cuenta de un caso emblemático de racismo en el congreso colombiano. En versos prosaicos y muy rápidos, el poeta refiere el día en que el senador negro Luis Antonio Robles penetró el recinto y Mariano Ospina Rodríguez (fundador del Partido Conservador y próximo presidente de la república) exclama: “—¡Qué oscuro todo se ha tornado!” (132). Luis Antonio Robles Suárez (1849-1899), conocido popularmente como «el negro Robles», fue el primer afrocolombiano en llegar al Congreso de Colombia y al gabinete presidencial como Secretario del Tesoro. El hecho de que fuera negro, de la costa atlántica, no le debió sentar muy bien a Ospina y a la oligarquía dominante y así lo recrea hábilmente el poeta. Su denostación de Ospina como “aquel descendiente de cincuenta condes/ y de cien marqueses” (133) conduce a la exaltación de descendientes de los esclavos como Robles, que finalmente advierte con orgullo: “¡Por mi Dios lo juro, juro por mi padre/ pues aquella esclava se llamó mi madre!” (134).
Un compromiso semejante está presente en “Canto a Gaitán”, poema dedicado a Jorge Eliécer Gaitán, el reconocido líder del partido liberal asesinado el 9 de abril de 1948 en los hechos que provocaron El Bogotazo. En este poema Gutiérrez Calderón afirma: “…hiciste tu verbo vibrar,/defendiendo el rojo pendón que empuñaron/ todos los valientes que nos entregaron/ prensa libre y libre derecho a pensar” (134-135). Aunque la filiación liberal del poeta resulte evidente, debe resaltarse el hecho de que en los versos de este poema se exalta al líder popular sobre todo porque su “verbo [es de] amor” (135). Como en otros apartados de la colección, el poeta manifiesta un espíritu cristiano, pacifista, y junto con eso vivamente político y militante. En el mismo sentido, en el siguiente poema, “Odio a la guerra”, que bien podría escribirse y recitarse en la actualidad colombiana, exhorta a niños, mujeres, hombres a odiar “la guerra, / enemiga del bien sobre la tierra” (136). Para los años sesenta del siglo XX, cuando se sienten en Colombia los primeros efectos de la Teología de la Liberación y justo el año de deceso del padre Camilo Torres en que se publica el libro, estas manifestaciones de una religión militante cobran un gran valor, y más aún porque no son las únicas con aire revolucionario.
Finalmente, en el apartado “Del árbol viejo” se presenta un “Réquiem” por la muerte de Marco Fidel Suárez, presidente conservador de Colombia (1918-1921), a menudo exaltado como aquel que siendo de origen humilde llegó al poder. Como en el caso de Bolívar o Gaitán, el poeta realiza una apología del presidente comparándolo con Cervantes o Cristo. “Tal vez mal comprendido o mal calificado,/ le hicimos tempestad”, advierte y “… con la modestia de un Francisco llagado, / sacrificó el futuro al presente y pasado / y dijo: `Hay libertad.´” (146). El reconocimiento a la labor de este presidente constituye otra muestra del viraje político de Gutiérrez Calderón. Suárez fue opositor del liberal Alfonso López Pumarejo y al final de su mandato sus opositores tomaron como pretexto para su retiro una carta suya enviada al gobierno estadounidense solicitando la remoción de Alfonso López Pumarejo (quien sería presidente en 1936) y Luis Samper Sordo de la sucursal bogotana del Banco Mercantil Americano en Nueva York. La ruptura por este medio con el liberalismo, y sobre todo, con la política de López Pumarejo, a quien Gutiérrez Calderón había exaltado en columnas como «La visita del Presidente López al Norte de Santander», constituye, desde mi punto de vista, una superación más de la dialéctica fatal del Frente Nacional que se había impuesto en el país asegurando el poder a los dos partidos tradicionales en perjuicio de otras fuerzas políticas en ascenso.
Lo anterior puede confirmarse también en “Del seglar al levita”, extenso poema dedicado al presbítero Manuel Grillo Martínez, poeta, autor del “Himno de Cúcuta”, que tiene un prefacio del famoso poema de Porfirio Barba Jacob “Canción de la vida profunda” y evidencia los vínculos poéticos que Gutiérrez Calderón quiere establecer: “La vida es clara, undívaga y abierta como el mar” (147). En este poema, el poeta hace un balance de los poetas de su país y de su región, y refiere, entre otros, a la poeta antioqueña Blanca Isaza de Jaramillo (1898-1967), quien exalta al “olvidado Aurelio” (148), esto es, Aurelio Martínez Mutis (1884-1954), el poeta de Bucaramanga autor de“La epopeya del cóndor”, reconocido poema contra la intervención de Estados Unidos en Panamá. Asimismo, recuerda de nuevo a Bécquer, Julio Flórez, Andrés Eloy y Silva (148), que resultan referencias permanentes en su poesía. Lo más importante, sin embargo, es que para Gutiérrez Calderón no hay que olvidar (y sin duda sabe por qué lo dice) a “[…] los poetas curas: Jaimes [Jesús Jaimes Agüedo, venezolano, obispo de Pamplona, que exaltará adelante], Faría y Grillo” y a Josefa Andrade Berti, la Alondra de Cúcuta (148). Y hablando de poetas venideros, declara: “Entre los nuevos jóvenes que a Colombia han venido, /[…] algunos hay que un día serán (así lo escribo)/ como León de Greiff o como el gran Porfirio” (149). En tales términos, concluye: “Gloria de la América han sido / los poetas” (150), afirmación que le caería muy mal al Fernando Vallejo del siglo XXI.
Además de Frontera Lírica. Cúcuta, 1966, Gutiérrez Calderón escribió la colección Tierra y Cielo y otros poemas que lo hicieron célebre como “Es necesario no ser”, “Balada del caballero pobre” o “Canto a Salvador Moreno”, entre otros, que no se encuentran editados, o por lo menos, no en publicaciones de fácil acceso. Como sucedía con otros poetas de su generación, buena parte de su trabajo se transmitía oralmente y gozaba así de gran recordación. En una época en que el poeta público era tan importante, y de ahí su vínculo con la política, no es de extrañar que los poemas fueran recitados y no llegaran a la impresión editorial . Acaso publicaciones como esta y lectores contemporáneos puedan colaborar en su recolección y difusión, comunicando nuevos hallazgos al autor de esta reseña.
Gutiérrez Calderón exploró otros géneros literarios como la novela en El Mayordomo y en las Memorias de su vida, a los que enterado de su existencia no he podido acceder; y cuentos como “De cómo se hace un hombre”, “El Conuco” y “El cóndor real dorado”. Este último texto es recordado por Melani Orozco, que lo resume así: el cuento recoge “la histórica faena de un griteño llevándole de regalo al general Gómez [referencia a la dictadura de Juan Vicente Gómez] un cóndor de los páramos de La Grita”: “Damián Mansilla […] le narró la histórica odisea al poeta continental Teodoro Gutiérrez Calderón y el digno poeta escribió el cuento “El Cóndor Real Dorado”, y Jorge Luis Borges se interesó por el legendario relato” (en “El cóndor real dorado”). Como se señaló arriba, en 1934 Gutiérrez Calderón fue a Buenos Aires, donde, según Melani Orozco, le entregó este cuento, “El cóndor real dorado”, al Borges que a la sazón dirigía la “Revista multicolor de los sábados”, suplemento cultural impreso a color del diario Crítica (“El cóndor real dorado”). Sin duda, nuevos investigadores pueden profundizar en este hilo poético latinoamericano.
Y por si todo lo anterior fuese poco, además, el poeta Teodoro Gutiérrez Calderón también escribió una Gramática Castellana (1938), de gran importancia y mérito, y diarios y hebdomadarios, sin mayor divulgación.
La riqueza y variedad de la escritura de Teodoro Gutiérrez calderón es un hecho subrayado por sus contemporáneos, en Colombia y Venezuela, y entre la comunidad intelectual a la que perteneció, lo mismo que en el contexto de su familia paterna que fue heredando un especial culto a su origen, nombre y carácter alegre y positivo. Ojalá nuevos investigadores que vayan más allá del simple canon tradicional le den la importancia que merece dentro de la literatura, lo mismo que a tantos nombres perdidos en los anales canónicos y excluyentes de la poesía colombiana. Curioso es señalar que en Venezuela existen catálogos minuciosos de poetas consultados para este trabajo que han permitido descolonizar y descanonizar los Estudios Literarios. No así en Colombia, la tierra de infinidad de poetas olvidados.
Por ahora, desde mi punto de vista los poetas-políticos que de un modo u otro llegan a esos anales oficiales, los que no lo logran y muchos más, exigen su estudio. En particular, Numa Teodoro Gutiérrez Calderón, amerita un trabajo concienzudo que sintetice, además todo un contexto poético de gran valía. Todos ellos representan los altibajos culturales de un país que tiende a exaltar la palabra de personajes consagrados al tiempo que les exige la acción política, en desmedro de su propia creación. En tal dinámica, por lo menos tres generaciones de poetas colombianos tuvieron que adecuarse de un modo u otro a los infames vaivenes de esa política y a menudo la experiencia no fue nada enriquecedora. Algunos se rindieron cómodamente a ella a fin de asegurar sus propósitos, algunos intentaron mantenerse al margen y otros se vieron impelidos a escoger caminos con efectos tristes como el ostracismo, el exilio o la muerte anónima.
Hoy la política colombiana parece abandonada por los poetas, o por lo menos por varios de ellos que sin duda prefieren la literatura al poder y la fama. Acaso estos se hayan retirado a sus torres de marfil y en unos años ni siquiera aparezcan en los anales de la literatura. Con suerte, existirán investigadores que, como ellos, privilegien la poesía por encima del oropel y se interesen por sus obras y logren difundirlas. Ojalá que así sea.
(Agradezco a mi sobrino Álvaro Andrés Santaella Forero la ingente información que ha recopilado y me ha enviado sobre Teodoro Gutiérrez Calderón. Sin su ayuda este artículo no hubiera sido posible.)
Trabajos consultados
· Ardila, Hector M. e Inés Vizcaíno vda de Méndez. Hombres y mujeres en las letras de Colombia. Bogotá, Coop. Editorial Magisterio, 1998.
· Ballen Spanochia, Cristina. Teodoro Gutiérrez Calderón poeta y educador: su vida y su obra. Cúcuta, 1996.
· Biblioteca "Eduardo Santos" - Academia Colombiana de Historia. Homenaje Postumo a la memoria del poeta, pedagogo, jurista y escritor Teodoro Gutiérrez Calderón en el segundo aniversario de su muerte. San Cristóbal. Tipografía central. 1970. https://biblioteca.academiahistoria.org.co/pmb/opac_css/index.php?lvl=categ_see&id=24223
· Fernández Yáñez, Ernesto. Monografía de Salazar de las Palmas. Cúcuta: Imprenta oficial. 1935.
· García Mafla, Jaime. Pamplona y sus poetas. Bogotá, Editorial ABC, 1999.
· Gutiérrez Calderón, Teodoro. Frontera lírica. Cúcuta 1966. Marid, Agora, 1966.
. Gutiérrez Calderón, Teodoro. “La visita del Presidente López al Norte de Santander". Gaceta Histórica. Centro de Historia del Norte de Santander. En-abr. 1938, pp. 183-187.
· Gutiérrez Calderón, Teodoro. Gramática Castellana. Cúcuta. Imprenta Departamental, 1938.
· Gutiérrez Calderón, Teodoro. “Gremios Unidos: una hermosa institución”. Disponible en https://www.cucutanuestra.com/temas/historia/empresas/colegio-gremios-unidos.htm
. “Manuel Espinel Calderón”. https://www.ivoox.com/manuel-espinel-calderon-audios-mp3_rf_3746553_1.html
· Medina S. Luís A. “Cita histórica”. Disponible en https://www.cucutanuestra.com/temas/historia/personajes-de-nuestra-historia/teodoro-gutierrez-calderon.htm
· Melani Orozco, Néstor. “El cóndor real dorado”. Diario La Nación. Disponible en: https://lanacionweb.com/opinion/el-condor-real-dorado/
· Melani Orozco, Néstor. “El Poeta Gutiérrez Calderón”. La cofradía cuenta sus cuentos. Disponible en: https://lacofradiacuentacuentos.wordpress.com/2013/10/07/el-poeta-gutierrez-calderon/
· Melani Orozco, Néstor. “En La Grita se escribió `La mujer de las manos cortadas´”. Diario La Nación. Disponible en https://lanacionweb.com/opinion/en-la-grita-se-escribio-la-mujer-de-las-manos-cortadas-2/
. Melani Orozco, Néstor. “En el Club Táchira”. https://lanacionweb.com/opinion/en-el-club-tachira/
. Páez García, Luis Eduardo. https://www.youtube.com/watch?v=JK5_ermegco
· Raynaud D., Gerardo. (“Antes de las fiestas julianas”. La Opinión. Disponible en: http://cronicasdecucuta.blogspot.com/2019/09/1651-antes-de-las-fiestas-julianas.html
· Raynaud D., Gerardo. “Gentes del teclado”. Disponible en: https://www.laopinion.com.co/historicos/gentes-del-teclado
· “Teodoro Gutiérrez Calderón”. “Estudio”, del Centro de Historia de Santander. 12 de diciembre de 1933.
. Vallejo, Fernando. El Mensajero. Una biografía de Porfirio Barba Jacob. Alfaguara. 1991.
. —-. Almas en pena, chapolas negras. Una biografía de José Asunción Silva. Debolsillo. 1995.
· Triana Sánchez, Luis Ernesto. Semblanza ocho poetas nortesantandereanos en la eternidad: crónicas. Cúcuta: Producciones Literarias Luetrisanz, 2002.