El semanario "La Mensajera" y el presidente Pedro Nel Ospina (Colombia, 1925-1926)
En 1924, en Salazar de las Palmas, municipio del departamento de Norte de Santander, Colombia, surgió La Mensajera, un semanario de naturaleza confesional dirigido por el sacerdote Pedro Gregorio Antonio Quintero Prada, párroco del lugar, nacido en Molagavita- provincia de García Rovira del departamento de Santander- y fallecido en Cúcuta, departamento de Norte de Santander (1864-1934). Este personaje histórico es recreado en mi novela El Innombrable como Antonio Castro, responsable de la Junta de Censura del Cine del corregimiento de El Carmen, ubicado en la misma circunscripción territorial de Salazar (El Innombrable, Tierra Trivium, 2021, p. 198). Su labor religiosa y periodística tuvo gran importancia en su contexto histórico y puede analizarse desde una perspectiva política.
Desde su fundación como república, Colombia estaba acostumbrada a la participación de sacerdotes en política, alineados ante todo con el Partido Conservador y en contra de las ideas liberales. En la doctrina tradicional, la de Luciano Pulgar [personaje ficticio de Marco Fidel Suárez] mencionado en La Mensajera (No. 73), la unión del país en torno al partido conservador y el catolicismo garantizaba la estabilidad de las instituciones derivadas de la Constitución Nacional de 1886. En tal contexto, el trabajo periodístico de los sacerdotes impulsó una eficaz actividad de adoctrinamiento y proselitismo. Además del púlpito, hubo publicaciones de la Iglesia en distintas localidades de Colombia o ciudades extranjeras y vecinas: La Unidad Católica, La Razón, El Latino, Alma Nueva, de Pamplona; Hojita Parroquial, de Santa Marta; Heraldito Católico, de Chinácota; El Heraldo, de Cúcuta; Renovación, de Ocaña; Hojita del Corazón de Jesús, de Titiribí; La Acción y Saulo, de Sonsón; El Santuariano, de Santuario; Excelsior, de Cúcuta; Colombia, de Panamá; Fe y Razón, de San Andrés; o El Pozano, de San José de Miranda (No. 94. 4 octubre). Estas publicaciones eran un medio útil para la publicidad de la ideología, la movilización efectiva de los feligreses y la recolección de votos. Por razones como estas, en “La gran fiesta”, editorial de La Mensajera dedicado al periodismo, se exalta la labor; “la fiesta de la Buena Prensa dice al que empuña la pluma para grabar en un periódico su idea, que la fuente de inspiración debe ser la fe, y el objeto de su discurso la verdad” (No. 84. 5 julio).
El estudio de los editoriales del semanario La Mensajera, que hacen énfasis en el tema político, puede servir como ejemplo histórico de ese alineamiento de la iglesia con el gobierno. En un medio en que terratenientes, ganaderos, mineros, cafeteros, comerciantes y militares se disputaban el poder, y donde el pueblo se mantenía al margen, su análisis permite comprender los peculiares vericuetos de la política oficial. La difusa línea que distinguía los programas económicos de los partidos —los antiguos proteccionismo o el librecambio y sus derivados— tiene una buena ilustración aquí, pues se puede afirmar que, en cuestión de negocios e intereses, las divisiones partidistas pasaban a un segundo lugar frente a los objetivos de las élites fueran del partido que fuesen.
La república conservadora
Por cuarenta años, Colombia vivió lo que los historiadores han denominado la hegemonía conservadora (1886-1930) caracterizada por el centralismo administrativo, la unidad política y el dominio ideológico del catolicismo.
En las elecciones del 12 de febrero de 1922, Pedro Nel Ospina Vásquez (1922-1926) se presentó como candidato único del conservatismo, superando entonces la división del partido entre los oficialistas y los progresistas republicanos, y su rival fue Benjamín Herrera, militar del Partido Liberal que acogía más que otros líderes políticos las expectativas populares. Herrera triunfó en Bogotá, pero en las provincias no pudo vencer a su adversario que contaba con el apoyo de los conservadores progresistas, los terratenientes, los cafeteros y la Iglesia. Se habló entonces de fraude electoral, pero los liberales acabaron por reconocer la victoria de Ospina. Entonces, esos mismos liberales se negaron a participar en el gobierno y luego, para las elecciones de 1926, de participar en ellas, estrategia que no sería extraña para la política de ahí en adelante.
Bajo la presidencia del general Ospina, empresario del café, la minería y la ganadería, hijo del presidente Mariano Ospina Rodríguez (1858 y 1863), hubo un peculiar proceso de acumulación de capital y euforia económica que sobre todo favoreció a las élites: la indemnización de veinticinco millones de dólares por la pérdida de Panamá en 1903 por parte del gobierno de los Estados Unidos y una inesperada bonanza cafetera permitieron una reestructuración de la economía bajo ciertos lineamientos modernizadores y hasta liberales coordinados desde arriba.
El presidente Ospina contó con un comité de expertos que llegó procedente de Estados Unidos a Colombia en 1923 —la misión Kemerer— para lograr sus objetivos financieros y de diverso tipo: la creación del Banco de la República, el Banco Agrario Hipotecario y la Contraloría General, y el establecimiento de un programa de obras públicas: el Ferrocarril del Pacífico, el oleoducto entre Cartagena y Barrancabermeja y el puerto de Buenaventura, entre otros. No obstante, varias obras quedaron en veremos y el gobierno se comprometió en empréstitos irresponsables de mayor cuantía que tampoco tuvieron mejor destino. Al final del periodo presidencial había aumentado la deuda externa de manera significativa y el pueblo seguía igual.
La abstención de los liberales de participar en el gobierno de Ospina durante esta época se puede comparar con la abstención de los conservadores en las elecciones para diputados a la asamblea departamental que denuncia La Mensajera. Aunque el párroco de Salazar de las Palmas, Antonio Quintero, impulsó al electorado a “votar por hombres capaces de hacer una ley… de enfrentarse al enemigo”, simplemente porque “es nuestro deber como patriotas”, estos no participaron en la contienda. Si los liberales vieron menoscabados sus derechos y fueron perseguidos violentamente por el Estado, la exclusión de los líderes políticos de la ciudad de Salazar en las elecciones de la asamblea departamental de Norte de Santander llevó a la abstención de los conservadores en esas elecciones regionales.
Los editoriales de La Mensajera
El día domingo 1 de febrero de 1925 se realiza el “debate electoral” para proveer los cargos de diputados a la asamblea departamental donde tiene asiento un representante de Salazar de las Palmas sin mayor éxito. Según el editorialista, “Salazar… tiene el derecho … de consignar en la urna eleccionaria su voluntad para llevar a las Asambleas del Departamento un individuo de su seno, que lo represente”. No obstante, “la compactación del partido, el deseo de evitar diferencias, y agradar a algunos espíritus”, la ciudad cede “el derecho a la principalía, sometiéndose a ocupar un lugar muy secundario en la plancha que se le ofreció”. “Una presión extraña sintió Salazar en los días que precedieron a la elección de hoy; y el pueblo que cedió su derecho sin renunciar a él, columbró una humillación y vio que se le excluía de la comunidad legislativa”.
El domingo siguiente, 8 de febrero, el editorial señala que
“No es, como se ha pretendido hacer creer, no es oposición al Gobierno, pues nosotros no hemos perdido la noción del principio de autoridad, la cual viene de Dios. … El pueblo al retirarse de la urna eleccionaria no ha querido dar un grito de rebelión, sino lanzar una queja, justísima por cierto. Con este gesto altivo de pueblo consciente, el conservatismo de Salazar quiso decir que si en sus filas hay disciplina y amor a su credo, hay también nobleza, dignidad, de todo, menos servilismo… Efectivamente, como Salazar fue excluido de la plancha para diputados a la Asamblea ocupando ese puesto otros pueblos, deseosos de menoscabar los derechos de este municipio, cualquier voto conservador que apareciera en las urnas sería una nueva afrenta para el pueblo que al fin y al cabo no merece tal suerte” (No. 66).
A continuación, en “Ante la Asamblea actual”, editorial del 8 de marzo de 1925, el autor reitera la falta de representación de Salazar y en tal situación aboga por la solidaridad de los demás pueblos: “es de esperar confiadamente que los que llevan la comisión de representar este círculo electoral, tendrán la amplitud necesaria para cobijar con el mismo celo los intereses de unos y otros pueblos”.
Desde tal perspectiva, en el siguiente editorial, del 15 de marzo, titulado “Las necesidades de Salazar”, se establecen estas con precisión: acueducto, la “obra más factible si miramos la facilidad que hay para hacer llegar el agua mediante un gasto relativamente no muy crecido de tubería al ser traída de la Planta eléctrica”; el “mercado cubierto”, esto es, “la casa de mercado pedida por la categoría de la ciudad”. “Estas dos empresas… pueden acometerse o bien por una compañía particular, cosa bien factible, o bien por el mismo Municipio”.
En tales circunstancias, y no obstante las necesidades irresueltas, en el editorial del 15 de febrero se hace una loa al progreso, el movimiento y el desarrollo que hacen parte del vocabulario modernizador del gobierno central: “Eduquemos la juventud en este ambiente de adelanto, y hagamos violencia a las cabezas ya viejas para que se convenzan de la necesidad del movimiento progresivo e las cosas, pongamos cada uno al servicio de este ideal nuestro esfuerzo y los pueblos sentirán el aleteo del movimiento que es Progreso”. En el mismo sentido, en el editorial del 22 de febrero se agrega: “pongamos el sello del progreso a nuestro pueblo; no esperemos a quien jamás vendrá y probemos a todo el mundo que somos capaces de vencer círculos de hierro si con ellos se nos quiere aprisionar”.
El llamado a actuar en vez de esperar se plantea aquí y se mantiene como propuesta para la región, sobre todo en bien de la comunidad y por encima de intereses egoístas.
Con una crítica directa a la historia de Francia, en el del 1 de marzo, titulado “Progreso y moralidad”, se vuelve sobre el asunto:
“La inmoralidad es egoísmo, y siempre que el egoísmo entra en las miras del hombre, este se convierte en pernicioso para los otros hombres; así Luis XI diciendo que el provecho es la gloria, dejó execrable recuerdo; Maquiavelo por haber formulado la doctrina del egoísmo político, es el tipo del perverso; y Napoleón atormentó al mundo impulsado por el interés de su propia ambición”.
Desde el punto de vista del editorialista, los objetivos sociales pueden obstaculizarse por la fatalidad de las ambiciones personales y necesario que los líderes conservadores llamados a dirigir el destino de la ciudad avancen al abrigo de la paz. Las necesidades regionales siguen sin atender pero existe cierta esperanza en que eso acabe.
La sombra de la paz
La paz ha sido una noción frecuentemente utilizada en la política colombiana. Durante el mandato de Pedro Nel Ospina también sirvió para emprender políticas y ganar adeptos. Así, en el editorial del 26 de abril de La Mensajera, titulado “La sombra de la paz”, se señala:
“A la sombra de la paz surgen y se engrandecen las naciones. Nosotros lo hemos podido palpar en los años que llevamos de tranquilidad en nuestra república de libertades; y hemos visto también que cada vez el fatídico estandarte de la guerra se ha presentado en los horizontes de la patria, el adelanto, el bienestar, la energía, el carácter la raza (sic), todo, ha perdido su vitalidad y muchos años han sido necesarios para recobrar en parte lo que puede convertirse en irreparable.
Los países dados a guerrear, cuando intereses elevados no demandan tal medida, vienen a caer en el más lamentable y grosero estado y a ponerse en condición de que la primera garra extranjera que llegue sea la depositaria de aquel territorio que ayer conquistó con su sangre y libertad”.
Aquí puede pensarse que el editorialista habla de la paz conservadora de los últimos cuarenta años y del peligro que representa una “garra extranjera” si aquella se altera. La experiencia de las guerras del siglo XIX, y en especial la de los Mil Días, tanto como la acción siniestra de Estados Unidos en esta última, podían servir de fondo a esa afirmación. Sin embargo, a continuación señala una precisa circunstancia política:
“…los últimos acontecimientos ocurridos en Bogotá han colocado a la Nación en un estado por demás delicado y han hecho pensar que hoy más que nunca debemos esforzarnos todos por acentuar más la paz… Colombia es un país civilizado y por lo tanto debe hallarse muy lejos de esos medios violentos; y los políticos deben dar ante todo ejemplo de hombres pacíficos y mostrarse siempre defensores del derecho violado, pero nunca defensores del desorden. Por caminos como esos iremos día a día caminando rápidamente al desprestigio, al abismo”.
En efecto, el 18 de abril el Gobierno del presidente Pedro Nel Ospina había denunciado una conspiración fraguada en la quinta La Regadera, cerca de San Cristóbal, al sur oriente de Bogotá, por oficiales del ejército y políticos conservadores, entre ellos el general Alfredo Vásquez Cobo y el doctor Ignacio Rengifo Borrero (a quien posteriormente se le adjudicaría, de nuevo, otro conato de golpe contra el presidente Miguel Abadía Méndez, de quien fue ministro de Guerra). El peligro para la república surgió de las diferencias internas en las toldas del propio partido conservador, en principio garante de esa paz, “sombra” de la república. “El traidor a la patria es digno de la execración universal —agrega el editorialista en nota al pie volviendo al tópico del egoísmo como fuente de todos los males—. ¿De qué no serán dignos los que sirven a los traidores y los que los sirven y hasta los sirven de balde?”.
El general Vásquez Cobo, ingeniero civil graduado en la Universidad de Oxford, e ingeniero civil militar en la Escuela Militar de Saint-Cyr, en Francia, había trabajado en la construcción del ferrocarril del Pacífico impulsado por Ospina, mientras que Ignacio Rengifo Borrero se había encargado de fortalecer el ejército colombiano conforme a las pautas de la misión militar suiza convocada por el presidente. En efecto, en 1924, a través de su embajador Francisco José Urrutia, Ospina contó con el general Hans Georg Juchler para “establecer las bases que volverían el Ejército colombiano apto para la guerra, inculcándole el sentido práctico y la seriedad helvética” (Aline Helg:). No obstante, para el momento Colombia confía solo funciones de represión e incremento irregular de votos al ejército y el país no se había alineado del todo contra el comunismo internacional. Ambos líderes poseían un perfil militarista, anticomunista y belicista, que buscaban imponer a la república y, desde la perspectiva de La Mensajera, podía llevar a Colombia al abismo y, además, a la “garra extranjera”.
El editorial constituye un testimonio del conservadurismo progresista del clero salazareño, y, por lo tanto, de su apoyo al presidente Pedro Nel Ospina, ala del partido progresista y pacifista que, desde su punto de vista, estaba en peligro por traidores como Vásquez y Rengifo.
Así las cosas, en el editorial del 22 de marzo de 1925 de La Mensajera, se evalúa la política nacional cuando se preparan las elecciones presidenciales de 1926 en el marco de la agitación política en el partido conservador y la abstención de los liberales:
“Que dos individuos capaces, conscientes [el ministro de Ospina Miguel Abadía Méndez y el militar Alfredo Vásquez Cobo], aspiren a la primera dignidad nacional, nada tiene de raro, nada dice de extraordinario, puesto que en Repúblicas como la nuestra hay libertad hasta para ser presidente; pero que uno de esos hombres [Vásquez Cobo], quizá el más avisado [sic ¿avezado?], quien sabe si el de más ojos de águila, renuncie a sus pretensiones, deje caer por tierra la ilusión de quienes lo siguen y, no contento con eso, entregue a su contendor, su propia fuerza, su misma actividad, su voluntad toda, y esto de la noche a la mañana sin saberse cómo ni porqué…. no deja de ser cosa rara.
Raro o no ese es el momento actual.
En virtud de esta, que pudiéramos llamar abdicación, el partido conservador se dice uno en toda la República”.
Para 1925, el partido conservador dudaba de qué candidato apoyar y fue el propio arzobispo de Bogotá Bernardo Herrera Restrepo quien dirimió el conflicto y postuló a Abadía, comprometiéndose a apoyar a Vázquez Cobo en las elecciones de 1930. Los militares estaban alineados con Vásquez, es decir con los oficialistas, mientras Abadía, como ministro de correos y telégrafos y, además, del ministerio de Gobierno, representaba a los ospinistas del progresismo republicano. La división del partido conservador puso en peligro su monopolio del poder pero el representante de la Iglesia supo darle buen cauce. Hasta este punto estaban divorciados los intereses de la Iglesia con los del ejército.
Poco después, nuevamente en época de elecciones departamentales, el editorial del 10 de mayo de 1925 señala que “por ley natural, por disciplina, nuestro proceder en las elecciones actuales debe ajustarse a lo dispuesto por el Directorio Nacional de la Causa como quiera que a este deben subordinarse los directorios departamentales, provinciales y municipales, como la parte al todo”.
Sin duda, este último es un llamado a votar por el Partido conservador que, unido, sin duda ganaría las elecciones.
Acaso por su triunfo cantado, el siguiente editorial no se manifiesta sobre el mismo tema y por un buen tiempo la presunta paz conservadora da sombra al país. Así lo subraya el editorialista: “Cuando las pasiones políticas se acallan; cuando la tranquilidad vuelve a los espíritus y ninguna preocupación atormenta a los hombres, estos se entregan a vivir; entonces y solo entonces el hombre vive. Y vive de trabajo, de lucha, de progreso” (“Evolución”. No. 83. 14 junio). La palabra progreso, de nuevo, hace parte del vocabulario del semanario y sirve de eco a la política progresista de Ospina Vásquez.
Más tarde, otra vez en elecciones, pero esta vez municipales, el editorial del 20 de septiembre de 1925, “La próxima elección municipal”, advierte: “…podríamos acoger como representantes de la mayoría conservadora para Concejales en el período de 1925 a 1927 a los siguientes señores… PRINCIPALES… Y SUPLENTES…”.; luego, en el siguiente editorial, del 27 de septiembre (No. 93), “Porqué caen los pueblos”, se presenta una diatriba contra “las ambiciones personales [que] siempre debieran desterrarse”, y en el del 4 de octubre, se publica “La votación de hoy”, reiterando la publicación de “la plancha” conservadora que se debe votar; en efecto, “ser concejal es la ocasión más propicia para que espíritus progresistas y patriotas dejen sentir la influencia de su superioridad”.
En este último caso, tal vez como reacción a la agitación liberal en Bogotá, Medellín y Ciénaga con motivo de la represión del gobierno conservador durante las elecciones municipales, y en consecuencia, el retiro de la minoría parlamentaria liberal del Congreso, La Mensajera no habla de resultados sino advierte: “La Iglesia es pues la única institución que clama por la defensa del proletario” (editorial del 11 de octubre No. 95).
Finalmente se puede reseñar el editorial de La Mensajera del 7 de febrero de 1925, “Elección Presidencial”, en el cual se alude a la unidad definitiva del partido conservador en torno al candidato a la presidencia Miguel Abadía Méndez escogido por la Iglesia.
“… iremos todos el próximo domingo a consignar nuestro voto por el Dr. Abadía Méndez, como lo han indicado los distintos Directorios, y como lo ha señalado últimamente el Directorio Municipal. Si se ha notado en esta elección la ausencia de toda lucha a la que estamos acostumbrados, hay que creer que esta clase de elección pacífica civiliza mucho más que la agitación política, causa de hondas perturbaciones"”.
La palabra civiliza por oposición a la agitación responde todavía a la política de Ospina Vásquez y a la hegemonía conservadora que se debe conservar en bien de la república. Sobre todo en oposición a los anhelos belicistas del ala militarista del partido. En los últimos cuarenta años los conservadores progresistas se han venido consolidando en torno a su misión civilizadora, pacifista, progresista y, ante todo, católica y, al parecer, esto resulta el camino evidente de la nación.
Justo en este clima político se produce una visita excepcional que parece el resultado de toda una campaña de apoyo al gobierno: la del presidente de la república a la provincia santandereana y, en particular, a Salazar de las Palmas. Una visita que augura soluciones para los problemas regionales que han impedido a esta parte del país integrarse al resto y, sobre todo, al supuesto progreso nacional.
La visita de Pedro Nel Ospina a Salazar de las Palmas
El día 18 de enero de 1926, casi al fin de su mandato, Pedro Nel Ospina visita la ciudad de Salazar de las Palmas.
El 3 de enero de 1926, en el editorial de La Mensajera (103), se preveía “La visita presidencial” de Ospina Vásquez: “una visita de esta clase —dice— no es mera recreación, sino el estudio del medio en el cual se desarrollan los pueblos”. La expectativa frente al hecho es muy grande puesto que, justamente, la ciudad está ávida de progreso y la presencia del presidente puede impulsar sus procesos de desarrollo.
La cobertura del hecho resulta peculiar: el editorial del 14 de febrero de 1925 transcribe el “Saludo” que el presbítero Pedro José Ortiz en nombre de la ciudad de Salazar de las Palmas al presidente, Pedro Nel Ospina, y al ministro de Obras Públicas, Laureano Gómez que lo acompañó. Este editorial posterior al hecho recoge las palabras del presbítero Ortiz y coincide con el día de las elecciones presidenciales. Sin duda, constituye un apoyo más al partido y a la figura de Ospina y el ex ministro Abadía Méndez. Respecto del primero, Ortiz señala:
“Sabemos que rendimos honor a una energía no común, a un verdadero varón que lleva en la portada de su corazón izada la bandera nacional, cuya trama, señor Presidente, cuya urdimbre, la constituimos nosotros los colombianos. Somos hijos de aquella raza única que juntando en su recio puño la espada con la cruz, reja y esteva de su arado, aró el planeta con titánico empuje”.
La unidad del país se identifica con la unidad del presidente y los colombianos y con su política misma, que habrá de seguir Abadía Méndez. Enseguida, retomando el mito hispánico de la espada y la cruz se establece la especificidad de la raza de titánico empuje que con la égida del partido seguirá por la buena senda de la civilización.
El desplazamiento del Presidente a Salazar de las Palmas se asume, no solo como un hecho trascendental para la región, sino como un signo de progreso y, por tanto, de cambio en las relaciones de la capital con la provincia. Así lo evalúa, además, el artículo “Después de la visita” del semanario (No. 105 7 de febrero), de autoría de los de los sacerdotes responsables de La Mensajera: “la gira… abre una nueva etapa en la vida de la República y en el legalismo exagerado: ella rompe de un golpe el círculo de hierro que aprisionaba a los presidentes impidiéndoles salir de la capital, con perjuicio del bien general”.
La esperanza implícita en la visita presidencial se resume en esta noticia del hecho. Al ritmo de los acordes del himno nacional, “El gremio de La peza preparó un arco triunfal artísticamente trabajado”. ”En medio un desbordante entusiasmo, avanzó la comitiva por la calle del comercio hasta la plaza principal, en donde el Pbro. Pedro José Ortiz esperaba al señor presidente y al señor Ministro de Obras Públicas, para presentarles un saludo de bienvenida en nombre del pueblo salazareño”. Después del agradecimiento del presidente, Gómez ofreció su saludo señalando que “es Santander una de las fibras más delicadas del alma, sino una célula viviente del cuerpo nacional”. “Hizo un recuento inteligente del papel desempeñado por el clero en la historia de la Patria y cantó las glorias de la Iglesia colombiana”. Ya en la recepción, el presidente “Tuvo frases delicadas para las damas que servían aquella mesa y después de hablar de esta raza fuerte de los santandereanos levantó la copa y dijo: `brindemos, pues, por las damas de este pueblo de machos´”.
Para equilibrar la expresión quizá incómoda para los asistentes, se agrega:
“El doctor Laureano Gómez insistió en el valor moral de la mujer y recordó las heroínas santandereanas. Vivas al Excelentísimo Señor Presidente, al señor Ministro de Obras Públicas, al Dr. Guillermo Cote Bautista [senador], cerraron esta hora de exquisita cordialidad…. Vinieron con el señor presidente y nos honraron con su visita, además del coronel Mutis Dávila, del capitán Martínez y del señor Giménez Gómez, el señor Gobernador del Departamento y el Gral Jaramillo”.
La visita presidencial constituye así un hito en la historia regional y nacional pero decepciona expectativas. En los editoriales del 14 y 21 de marzo de 1926, La Mensajera insiste en la dificultad de adelantar las obras necesarias para comunicar Salazar de las Palmas con Santiago y así asegurar su comunicación con Cúcuta la capital de Departamento y en consecuencia con el país. Para esto se ha hecho un “empréstito de un millón de pesos con destino a las vías públicas del Depto” que no ha sido posible invertir en las obras”. A pesar del optimismo derivado de la presencia de Ospina Vásquez en Salazar de las Palmas, las cosas siguen por el camino de los buenos propósitos y magros resultados. Si existe alguna esperanza para el municipio es el trabajo regional frente a los problemas particulares.
El 31 de mayo de 1925, el semanario había denunciado una especial “esclavitud”: “La esclavitud a que tiene que someterse Colombia, sacando gran cantidad de ganado de los llanos por vía de Venezuela, desde Arauca y El Amparo, dejando a la vecina República una crecida suma anual que hace falta en nuestras arcas, ha sido en todo tiempo motivo de inquietud para los colombianos”.
Por su parte, en el editorial del 1 de noviembre (No. 98), se señalaba: “Hoy Salazar está perfectamente aislado de todo comercio por haber perdido el lugar obligado de tránsito que antes tenía. Los sacos de fique de Cucutilla que iban a Cúcuta por esta vía, hoy buscan salida por Bochalema para encontrar el ferrocarril de la Esmeralda; el movimiento de Ocaña obligado por Salazar, hoy se hace por Gramalote…”. Por esto, es necesario “un camino que nos ponga en rápida comunicación con la capital del Departamento. Ese camino está marcado por la misma naturaleza del suelo tomando la banda izquierda del río Salazar…”.
Asimismo, en “Por la instrucción y los maestros” (No. 74, 5 abril), otro editorial, se subrayaba la necesidad de fortalecer el magisterio y aumentar el salario de los profesores; y otro hablaba de la capacidad industrial de Salazar, que no se ha desarrollado en debida forma: “El proyecto de camino carreteable a Cúcuta por “Triaca” es seguramente la vena vital, así como el ramal aéreo si llega a hacerse realidad” (No. 75, 19 abril).
Además de lo anterior, el editorialista de La Mensajera habla de
“la necesidad de proveerse de casa consistorial amplia, con piezas suficientes para todas las oficinas, y de cárcel de seguridades y garantías adecuadas al Circuito y Municipio; la urgencia de otra plaza para feria, que pudiera serle origen de una modesta renta semanal, pero sobre todo que nos libere de esa gran invasión de estiércol que nos obstruye las calles contiguas a la plaza, en las grandes ferias; el atrio principal que demanda más natural y mejor construcción; acueducto… Empero, nada tenemos… que mejor reclame nuestra atención como el frontis del templo parroquial, con sus dos elevadísimas torres… que al menos ostentara la belleza de persona de frente limpia” (No. 87 9 agosto).
A lo anterior se suma la crítica a una ley departamental de venta de alcohol que aparece en el editorial del 16 de agosto como “La apoteosis de la ley”, una crítica a la labor de los representantes populares en el comercio del alcohol. El negocio produce rendimientos departamentales pero en perjuicio de la población. Las soluciones continúan siendo locales.
La bienvenida a la liga occidental del Norte, “idea fecunda [que] unirá en breve a Sardinata, Gramalote, Arboledas, Lourdes, Santiago y Salazar” (No. 89 23 agosto) es otro de los intereses locales expresados en La Mensajera. Unir los municipios en un solo proyecto de desarrollo puede responder eficazmente a sus problemas. Esta tentativa de autonomía regional constituye una respuesta a los problemas de Salazar de las Palmas que no han sido atendidos por la administración central. Ni siquiera la visita del presidente Ospina llevó el progreso y el desarrollo esperado a Salazar de las Palmas.
Lo anterior demuestra la vitalidad de este tipo de publicaciones dirigidas por el clero. La Mensajera sirve, ante todo, de medio de difusión de las ideas conservadoras y, en este campo de fortalecimiento del gobierno de Pedro Nel Ospina en la ciudad de Salazar de las Palmas en Norte de Santander. En un medio conservador se asegura la unidad ideológica que permite avanzar políticamente en un solo sentido. La persistencia en algunos temas, la clara inducción política, el comentario de crisis que ponen en peligro esa unidad constituyen mecanismos discursivos para asegurar la fidelidad de los lectores. Incluso textos distintos a los editoriales tienden a fortalecer ese marco de ideas o el poder de un círculo social que sin duda mantiene el poder en la región. No obstante el propósito el semanario advierte que la alineación de la región con la política central no tiene grandes resultados.
Con mecanismos ideológicos como La Mensajera no solo se fortalecía el poder de la Iglesia sino el poder civil del partido conservador y de las élites que regionalmente lo mantenían. Tal situación tiene y tendrá suprema importancia histórica en Colombia, donde la persistencia de un discurso unívoco, reiterado y excluyente, llega a negar otras expresiones políticas. La oposición liberal, la abstención de los liberales en las urnas, la agitación de congresistas como consecuencia de la represión del gobierno constituyen hechos minimizados en esta prensa conservadora. Tal fenómeno será el caldo de cultivo para la persistencia del bipartidismo, el remonte de la violencia en las décadas siguientes o la persecución infame contra expresiones políticas al margen del bipartidismo. La nación sigue representada en un discurso hegemónico, excluyente y artificialmente pacífico.
CODA: Otros asuntos de La Mensajera
Además del tema político, La Mensajera sirve de canal para otras publicaciones que cumplen diversas funciones: control social, impulso a la educación, ofertas de compra y venta de inmuebles, haciendas o casas, notas de visitas de ciertas personalidades a la ciudad, agradecimientos por atenciones recibidas, publicidad de productos para la salud, el vestuario o la mejora de construcciones, informe de gastos, etc., etc. y muchas cosas más que evidencian el desbordamiento del interés ideológico con que se hacía la publicación. La fotografía del arzobispo de la Iglesia pamplonesa, Rafael Afanador y Cadena, para poner un ejemplo, aparece como imagen tipográfica del editorial del 3 de diciembre de 1925 (No. 100), que hace honor a su visita a la parroquia de Salazar de las Palmas. La imagen apologética establece bastante bien el talante de la publicación.
Asimismo, se incluyen avisos como este: “INFORMACIÓN. —La Cámara modificó el proyecto de ley sobre constitución del cable aéreo de Cúcuta al magdalena en sentido de que los trabajos se comiencen al tiempo de Cúcuta a Gamarra y de Gamarra a Cúcuta.” (No. 64. 25-ene, 1925).
Y estos: “En el taller de mecánica, fundición y herrería de Policarpo Ortiz se componen toda clase de máquinas y armas, se venden trapiches de hierro y piezas de repuestos como masas, vasos chumaceras, sombreretes, engranajes y demás adherentes; fondos de cobre hechos a martillo y piezas de repuesto para máquinas “Gordon” de picar pasto".
““BETHANIA”. Hacienda que dista un cuarto de legua de la población, con buena casa, plantaciones de café, caña, abundantes pastos, un tejar, ÷. ESTÁ A LA VENTA. En esta imprenta se dan informes”.
“SOCIALES. —Siguieron también hacia Pamplona, don Rodrigo Peñaranda y la señorita Abigail. Con ellos salió nuestro querido amigo el niño Humberto Yáñez, quien va a empezar estudios en el Seminario conciliar” (1 feb. 1925).
ARENAS / OROZCO Avisan a sus clientes morosos que próximamente empezarán a publicar los nombres de quienes no cancelen sus cuentas, sin contemplaciones de ninguna clase” (No. 67. 15 feb. 1925).