García Márquez: Literatura y poder en 1982
La entrega del Premio Nobel de Literatura al escritor colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014) el 19 de octubre de 1982 provocó diversos efectos en quienes nos interesábamos por la literatura y no pertenecíamos ni a la casta tradicional de Colombia que constituía su espectro ni a otros colectivos non sanctos que pudieron rodear al escritor entonces. Aunque hacía años García Márquez no tenía su país como lugar de residencia y de hecho el premio constituyó un reconocimiento a la literatura de América Latina en general, ese galardón ubicó a Colombia y a nosotros, los colombianos, en otra clave de comprensión cultural, en una geografía literaria de poder o acaso en el mundo del poder de la literatura.
A excepción de los chilenos Gabriela Mistral (1947) y Pablo Neruda (1971), y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1967), desde 1901 hasta 1982 los Nobel eran ante todo cosa europea o norteamericana. En manos de una persona de sencilla condición, del llamado grupo de Barranquilla de los años cuarenta y cincuenta, ese año de 1982 la literatura colombiana llegó a las grandes ligas. García Márquez accedió al lugar que tenían Luigi Pirandello, Juan Ramón Jiménez, Albert Camus, Borís Pasternak o Jean Paul Sartre, para mencionar algunos de los autores Nobeles que algunos leíamos por entonces en ese país. Los escritores canónicos de Colombia —Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera, José Asunción Silva, Fernando González, Porfirio Barba Jacob…— apenas eran conocidos en el mundo y cuando se hablaba de América Latina en España y en Europa se pensaba sobre todo en el Chile de Pablo Neruda o la Argentina de Jorge Luis Borges. Colombia era una exótica parte del Tercer Mundo, inidentificada, brumosa, conservadora, cafetera y cada vez más narcotraficante. Muchos ni siquiera reconocían a Gabriel García Márquez como escritor colombiano y él mismo era ya un exiliado más de su país con una ambivalente relación con él: por una parte no podía negarlo, pero, por otra, intentaba a su manera incidir en su transformación. A menudo Colombia —o sus élites culturales— lo denostaban, lo eludían o, incluso, lo expelían por eso. País y escritor no poseían, en todo caso, una relación armónica y, a veces, ni siquiera cordial, cosa que muchos no comprendíamos.
Ese 1982 yo acababa de cumplir quince años, leía y escribía mucho, y tenía una sola obsesión en la vida: llegar a ser escritor. Entonces leía los autores europeos, sobre todo franceses como Émile Zola, Alejandro Dumas o Victor Hugo, alemanes como Thomas Mann y Hermann Hesse y norteamericanos como William Faulkner, Ernest Hemingway y John Steinbeck. Leí La Vorágine, de Rivera, María, de Isaacs, El Cristo de espaldas, de Eduardo Caballero Calderón y Un tal Bernabé Bernal, de Álvaro Salom Becerra, entre otros, y alguna obra teatral de Jairo Aníbal Niño, pero poco más. Del Nobel, había leído La Hojarasca y algunos cuentos en el colegio —sobre todo la recopilación Ojos de perro azul— y gracias a mi madre tuve una peculiar relación con Cien años de soledad, libro que había nacido conmigo (1967) y había signado su viudez en 1970, hecho que lo inscribía en un aura de dolor y tragedia que me llevó a leerlo poco después. Creo que el hecho de que ese Nobel fuera “costeño” pudo retrasar su justa recepción en Bogotá, ciudad donde vivíamos, acostumbrada a la exclusión de la provincia y los “provincianos”, más aún si estos seguían ciertas rutas ideológicas como la denostada Izquierda latinoamericana o persistían en su apoyo irrestricto a Fidel Castro, tradicionales “enemigos” de Colombia.
Por encima de cualquier cosa, sin embargo, con el reconocimiento mundial a García Márquez se fortalecieron algunos lazos entre la sociedad, la cultura y la literatura en Colombia. Sobre todo la academia nacional emprendió procesos de auto reconocimiento. El periodismo o la literatura se fortalecieron en las universidades y se consolidaron, entre otros, algunos programas de comunicación social y periodismo y grupos de investigación en torno a la obra de autores colombianos. Ocho años después del premio inició la carrera de Literatura en la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, donde quien esto escribe ingresó al tiempo que culminaba la carrera de Derecho que, como García Márquez, había iniciado sin mayor vocación en 1984. Allí, estudiantes motivados por el Nobel, empezamos a leerlo e investigar su obra, y, con tal impulso, a leer con mayor atención a otros escritores de origen nacional. Leímos, entre otros, a “la generación perdida”, como empezó a llamarse a aquella eclipsada por el inmenso Nobel: Gustavo Álvarez Gardeazábal, autor de Cóndores no entierran todos los días (1972); Álvaro Mutis, de La mansión de Araucaíma (1973); Óscar Collazos, de Memoria compartida (1978); Luis Fayad, de Los parientes de Ester (1978); R. H. Moreno Durán, de El toque de Diana (1981) o Germán Espinosa, quien también en 1982 publicó La tejedora de coronas con presentación del ex presidente Alfonso López Michelsen que en su momento también celebró el Premio Nobel. Los escritores colombianos ya contaban con prestigio, derivado del máximo premio internacional y de cierto fortalecimiento de la industria editorial del país, y adquirían por todo ello un lugar en el vasto mundo del inconsciente colectivo: todos “podían llegar a ser como García Márquez y hasta ganarse un Nobel”.
Lo que no sabíamos muchos colombianos entonces, ni lo sabrán otros tantos hoy, eran los intríngulis ideológicos, económicos o políticos que existían y existen detrás de todo escritor y de cualquier premio, incluido el de la academia sueca a García Márquez. Como todos los reconocimientos, este se hacía a una persona que por distintas razones, además de su inmenso talento y generosas ventas, había alcanzado de un modo u otro notoriedad internacional; sobre todo, por sus relaciones con los políticos de la región, de Estados Unidos o Europa.
Entre montones de escritores de un país o de un contexto, la industria editorial favorece a aquellos que cuentan con nutridas ventas y un andamiaje de poder que los trasciende y que es el que en últimas sustenta su fama, su recepción y el premio mismo. Hasta cierto punto, independientemente de su talento, de la obra formidable que tenga o del género en que se desarrolle, lo importante para su posicionamiento es sobre todo ese andamiaje extra literario que lo lleva a ser una figura reconocible y reconocida por tal industria y en consecuencia por la academia sueca (como ocurre también con sus premios Nobeles de la paz o de la ciencia).
En cuanto a las ventas, “Cien años de soledad se publicó en junio de 1967 y en una semana vendió 8000 ejemplares. El éxito estaba asegurado. La novela vendió una nueva edición cada semana, pasando a vender medio millón de copias en tres años. Fue traducido a más de veinticuatro idiomas y ganó cuatro premios internacionales” (Díaz Borges).
El Premio Nobel de Literatura a García Márquez respondió con creces a esa poderosa industria que fue impulsada, sobre todo, desde Barcelona hacia Hispanoamérica y, en especial, gracias al nutrido mercado que encontró en Francia (entre lectores y también académicos de prestigiosas universidades); todo gracias a la hábil agente literaria Carmen Balcells que fortaleció a un grupo de escritores latinoamericanos que tuvieron inmenso éxito. “En aquellos años, Carmen era el gran poder de la literatura, y García Márquez el mascarón de proa de su imperio.” (Daniel Vázquez Sallés)
El Boom latinoamericano, como se le conoció a ese gran movimiento literario en que se incluía el Nobel, contaba, además, con Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, entre otros; y ese mismo 1982 Isabel Allende publicó La casa de los espíritus, libro que puede hacer parte de su corpus (dato sustancial si se tiene en cuenta el impacto actual de la escritora en la industria editorial). No obstante, ninguno como García Márquez para ilustrar las relaciones del escritor con el poder, el poder de la literatura de la región y el poder de esa industria; sobre todo, por encima de la obra de otros escritores e incluso de la producción editorial española que se encontraba en franco despegue.
En efecto, hasta hacía poco España había salido de la dictadura (1975), había establecido la monarquía parlamentaria (1978), había vivido un conato de golpe de Estado (1981), pero sufría, entre otras cosas, de la amenaza de otro golpe planeado para el 27 de octubre de 1982, solo ocho días después de la entrega del premio a García Márquez. En este lánguido paisaje político y con un panorama literario en desarrollo, lo sucedido ese año en las letras sirve de parangón al colombiano: Fernando Arrabal obtuvo el premio Nadal por su novela La torre herida por un rayo y el Premio Principe de Asturias en Letras fue concedido a Miguel Delibes y Gonzalo Torrente Ballester. Con dificultades políticas e irregular producción cultural y literaria, en diciembre de ese 1982 asumiría Felipe González como presidente del país y con él se estabilizaría su política y se impulsaría esa portentosa industria editorial que se conoce hoy (eclipsando de nuevo a América Latina).
Lo que quisiera subrayar aquí es que, nos guste o no, compartamos líneas políticas o no, la literatura tiene estrecha relación con el poder y desde este punto de vista, para el caso de García Márquez incluso —¡el autor de El otoño del patriarca (1975)!—, posee vasos comunicantes que resultan incómodos, a veces desilusionantes, y a menudo, asombrosos. Hoy, con las redes sociales, con mucha tinta invertida alrededor del tema, se pueden llegar a entender con más precisión que antes esos vínculos entre los premios y, en particular, entre ese premio sueco y las ideologías, los poderes económicos y la geopolítica mundial que hicieron que García Márquez y, con él, su tradición, fuese reconocido por los centros culturales.
A este hecho se le podría denominar la geopolítica de la literatura, que ubica al escritor y la literatura en un lugar tangible del campo económico y cultural y se le despoja de un aura romántica de asepsia y neutralidad que no posee, y que por años le han adjudicado los desconocedores del mundo literario o los académicos que piensan que la literatura avanza al margen de la realidad. Entre apologistas o detractores, amigos y enemigos, críticos, periodistas, profesores y más, hoy en día un autor puede ser visto desde numerosas perspectivas, incluidas las ideológicas, económicas y políticas.
Para el caso de Gabriel García Márquez, se pueden mencionar, en primer lugar, ciertas coyunturas que pudieron relacionarse con su difusión, el éxito de ventas y el otorgamiento del Premio.
La conexión de México
En México, lugar de exilio y consecuente residencia del escritor, el presidente José López Portillo (1976-1982), del Partido Revolucionario Institucional, PRI, mantuvo por esos tiempos del Nobel una política internacional de hondo significado estratégico, no solo en lo que a olas ideológicas y políticas corresponde, sino culturales. Gracias a su agencia, en 1977 se restablecieron las relaciones diplomáticas de México con España y, entre otras cosas, se designó allí como embajador al expresidente Gustavo Díaz Ordaz (“todo por lo alto”, como diría el otro Nobel colombiano, Juan Manuel Santos, Premio Nobel de la Paz de 2014). Ante esta designación, Carlos Fuentes, a la postre embajador de México en Francia, renunció, “argumentando que no iba a reunirse ni quería ponerse al nivel de quien señalaba como responsable de la matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968”. Al conocer la noticia, López Portillo ofreció la embajada vacante al expresidente Luis Echeverría Álvarez, quien, contra la voluntad de Fuentes, también había estado vinculado al hecho de 1968 pero prefirió la representación de México ante la UNESCO, con sede en París, en donde permanecería hasta 1978.
Estos nombramientos y la actitud de Fuentes ponen de presente, no solo el lugar de España, México y Francia en el mapa del poder, la cultura y la literatura, sino las olas ideológicas, políticas y literarias del momento. Entonces Fuentes hacía parte del establecimiento, es decir, de las altas esferas políticas, y tenía estrechas relaciones con los centros culturales y, principalmente, con París, el lugar de encuentro de la generación del Boom. No es gratuito que, además suyo, Cortázar tuviera en esa ciudad su residencia, que en ese lugar Vargas Llosa hubiera escrito parte de su obra y que García Márquez hubiera vivido allí algunos años y hubiese establecido amistades que luego lo apoyarían en su carrera al Nobel. Poder, política, literatura e industria editorial se confundirían en el Boom preparado en Barcelona y adobado en Francia. La vieja división entre los escritores latinoamericanos que vivían en Europa respecto de los que permanecían en la periferia y carecían de la “maquinaria” editorial de Europa se mantenía. Como en toda su historia, la literatura latinoamericana fue cosa de élite (de “herederos de la tradición letrada”) y fue sobre todo la economía y la política las que la impulsaron y la proyectaron hacia el mundo. El epicentro editorial de Barcelona reúne a los escritores del Boom y editoriales de Madrid “descubren el potencial comercial de la literatura latinoamericana”. Con los mismos nombres a la cabeza (Fuentes, Cortázar, Vargas Llosa y García Márquez) se configura así la “imagen endogámica y el tópico `mafioso´ que estaba en la raíz de las más agrias polémicas entre 1968 y 1972) (Pablo Sánchez, 139).
Quizá por ello, reconociendo la importancia ideológica y política del Boom, el país de residencia del escritor Gabriel García Márquez ejerció sobre él una estricta vigilancia: “Los documentos hasta ahora inéditos de los servicios de inteligencia mexicanos revelan las actividades del premio Nobel desde que llegó al país, hasta la década de los años 80, época en la que los espías reportaron la manera en que el autor de Cien años de soledad contactó a François Mitterrand y Régis Debray, consejero del presidente de Francia, con líderes políticos latinoamericanos, en especial de El Salvador, Chile y Colombia. …Era obvio que estaba fichado y sujeto a una vigilancia atenta desde los años 70, cuando ya tenía su residencia como inmigrante en la nación, primero por el gobierno de Luis Echeverría (1970-1976) y después por el de José López Portillo (1976-1982). …Las actividades de Gabo como intermediario entre militantes de la izquierda latinoamericana y el equipo de Mitterrand son uno de los episodios más amplios que consignan los documentos de la DFS, que estuvo a cargo de Miguel Nazar Haro, quien mantenía relativamente bien informados a Gobernación y a Los Pinos.” (Julio Aguilar)
Lo anterior resulta llamativo, sobre todo, porque en un momento dado el gobierno de López Portillo apoyó a los opositores de la dictadura salvadoreña, y, como Francia, reconoció el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional como fuerza beligerante en El Salvador. Además de ello, como Cortázar en su momento, el presidente mexicano se solidarizó con los sandinistas de Nicaragua y por esto último emprendió una mediación entre Estados Unidos y el nuevo gobierno de ese país, por lo menos hasta que Ronald Reagan suspendiera el proceso. Asimismo, el 17 de mayo de 1979, dos años después de lo de Fuentes, el mismo presidente López Portillo invitó a Fidel Castro a México y, después de veintidós años de suspensión de relaciones, ambos dirigentes se reunieron en Cozumel con el propósito de hablar, entre otras cosas, del destino de América Central y su importancia para el continente. La visión política de México se identificaba entonces con ciertas olas progresistas, vinculadas con la política europea y, en particular, con la francesa, al punto que, a fines de 1981, se organizó la Cumbre Norte-Sur en la ciudad de Cancún para promover el diálogo entre los países del Primer y Tercer Mundo.
No obstante lo anterior, en los últimos meses de 1982, cuando se otorgó el Premio Nobel a García Márquez, López Portillo enfrentó una crisis económica y financiera derivada del mercado el petróleo que empantanó los prometedores procesos ideológicos y culturales. Luego de haber logrado ser el primer exportador de crudo, el país tenía la deuda externa más alta del mundo, una fuga de capitales masiva, y por tales razones decretó la nacionalización de la banca y el control oficial de cambios. En cuanto a la cultura, por esos mismos tiempos el presidente tuvo que adaptarse a las nuevas condiciones económicas e intentó acabar, entre otras cosas, con el Instituto Nacional de Bellas Artes. Así, fundó una estructura institucional paralela con su propio presupuesto: el Fondo Nacional para las Actividades Sociales (Fonapas). A pesar de que este gobierno había ejecutado una gestión progresista respecto de América Latina y emprendió procesos culturales de gran valor y hasta una reforma política para superar la hegemonía del PRI, fue obvio su fracaso en distintos frentes económicos e ideológicos, y su intento final por mantener simplemente su burocracia cultural y sus seguros ingresos. De nuevo la cultura y la literatura —y en este campo una literatura de avanzada— se encontraban a merced de los vaivenes de la economía y la política, espacios donde se ubicaba el escritor colombiano en ascenso.
La situación de Colombia
En Colombia, por su parte, las cosas iban a otro ritmo, marcado por la violencia política y, sobre todo, por el narcotráfico. Bajo tales coordenadas, a pesar de vivir en México, el Nobel guardaba peculiares relaciones con su país. Estas oscilaban entre el conflicto y la armonía que hemos señalado arriba, entre el amor y el desamor macondiano.
En efecto, durante el gobierno de Julio César Turbay (1978-1982), el gobierno de la “corrupción en sus justos límites” pero sobre todo de la cruda represión, García Márquez fue acusado de apoyar a la guerrilla del Movimiento 19 de abril, M19. En marzo de 1981, habiéndosele otorgado ya la Legión de Honor de Francia, luego de una visita a Fidel Castro, el escritor volvió a Colombia pero el gobierno lo acusó de financiar al M-19. Ese gobierno consideró entonces que Gabriel García Márquez estaba involucrado en el desembarco de unos 100 miembros del M-19 armados y entrenados en Cuba. El incidente suspendió las relaciones entre los dos países y solo la intervención de la embajadora de México en Bogotá, María Antonia Santos, impidió que el escritor fuese detenido por orden del general Luis Carlos Camacho Leyva, que le acusaba de ser gestor del contrabando de armas para el M19. Así lo explica la periodista argentina Gabriela Esquivada muchos años después:
“El escritor, que ganaría el premio Nobel al año siguiente, había recibido un mensaje del ejército, autorizado por el Estatuto de Seguridad que había promulgado el presidente de Colombia, Julio César Turbay: querían interrogarlo sobre sus vínculos con la guerrilla del M-19. Las torturas, las desapariciones y otras violaciones a los derechos humanos eran cotidianas; nada bueno auguraba la entrevista. El Estatuto de Seguridad permitía la detención e incomunicación por hasta 10 días de sospechosos de alterar el orden público; también limitaba la libertad de expresión y de movimiento, suspendía el habeas corpus y extendía el poder del código penal militar sobre la población civil.
—Entonces sí hay un cargo contra mí —dijo García Márquez” (Gabriela Esquivada).
Como consecuencia de ello, el Nobel reaccionó deprisa y obtuvo el “asilo” (que en realidad no era tal puesto que ya tenía residencia) y en un avión designado para el efecto volvió a México, el México de José López Portillo, que por lo visto arriba no era nada indiferente a su presencia. Allí vería el avance de las cosas en Colombia y el ascenso de un nuevo gobierno que, en un nuevo vaivén de la política, contaría con su apoyo para ejecutar sus proyectos.
Así las cosas, para agosto de 1982, el nuevo presidente de Colombia, Belisario Betancur (1982-1986), inició una política de paz y acuerdos con las guerrillas en los que bien pronto participó García Márquez. El escritor devino así en defensor de la amnistía que estaba vigente entonces —la Ley 37 de 1981 mediante la cual se otorgaba por delitos políticos a los grupos subversivos— e intervino como mediador en las conversaciones de paz adelantadas entre el Ejército de Liberación Nacional, ELN, y el gobierno colombiano en Cuba, y entre el gobierno de Belisario Betancourt y el M-19. Así, justo en la víspera de la entrega del premio, en la entrevista del 9 de octubre de 1982 realizada por Andrés Pastrana (futuro presidente de Colombia de 1998-2002 con el apoyo del Nobel), el autor manifestó su solidaridad con los militantes del M19 y el peligro del incumplimiento de sus negociaciones con el gobierno: “sectores contrarios a la amnistía están dispuestos a aceptarla a regañadientes, pero a liquidarlos a ellos una vez entren en la legalidad”, denunció. Según él, para ese momento político el pueblo podía tener la impresión de que “el M19 le puso conejo al gobierno … al presidente, que ha hecho esto de muy buena fe”, pero frente a ello, el escritor confía en el M19: “… se trata de gente inteligente, … seria… La amnistía terminará por imponerse” ( 4´19 y ss).
Para la época, el M19 había sufrido el encarcelamiento de varios de sus miembros, lo que provocó, entre otras acciones, la toma de la embajada de la República Dominicana el 27 de febrero al 25 de abril de 1980; la Toma de la ciudad de Mocoa, Putumayo, en marzo de 1981, dirigida por Jaime Bateman; el ataque con morteros a la Casa de Nariño el 20 de julio de 1981 o la tentativa de introducir a Colombia armas provenientes de Alemania en el buque Karina. Tal guerrilla realizaría estas y otras acciones revolucionarias que desembocarían en la toma del Palacio de Justicia de 1985 por el incumplimiento de los acuerdos por parte del gobierno, con sus evidentes efectos hacia el futuro: la militarización del sistema y su corrupción desaforada. La importancia histórica del M19 es tal que, en la actualidad, uno de sus miembros, Gustavo Petro, se desempeña como Presidente de la república. Luego de Carlos Pizarro Leongómez, del partido M19 que firmó la paz en 1990 y fue asesinado, solo Petro con el partido Pacto Histórico ha llegado al poder.
La situación política de Colombia entonces era tan compleja que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc, el ELN, y el M19, guerrillas de izquierda, no solo contaban con la persecución de las fuerzas del estado sino con la de grupos paramilitares como Muerte a Secuestradores, MAS, financiado por los carteles del narcotráfico. Así, el 16 de febrero de ese 1982 este último había rescatado a Martha Nieves Ochoa, familiar de narcotraficantes, secuestrada por el M-19 desde el 12 de noviembre de 1981.
Martha Nieves era la hija de Fabio Ochoa Restrepo (conocido ganadero, dueño de finos caballos de paso, narcotraficante y lavador de dinero) y hermana de Jorge Luis, Juan David y Fabio, conocidos como los hermanos Ochoa, quienes formaban parte del Cartel de Medellín. El secuestro ocurrió en inmediaciones de la Universidad de Antioquia, el 12 de noviembre de 1981, mientras que el fallido secuestro de Carlos Ledher ocurrió una semana después el 19 de noviembre de ese mismo año, señala la misma página que precisa los nexos entre guerrilla y narcotráfico. Para entonces, el negocio de alcaloides había adquirido una importancia fundamental en la política colombiana y a varios de sus líderes les resultaba difícil sustraerse a su influencia. Tanto como a los miembros de las tradicionales guerrillas.
En el primer semestre de 1982, Ernesto Samper Pizano, luego presidente de Colombia (de 1994 a 1998), a la postre presidente de la Asociación Nacional de Instituciones Financieras, ANIF, se había desempeñado como director de la campaña presidencial de Alfonso López Michelsen, cuando este se presentó de nuevo a la presidencia (lo había sido de 1974 a 1978) compitiendo con Belisario Betancur. A través suyo esta candidatura recibió, por lo menos, veinte millones de pesos como aporte del narcotraficante Carlos Ledher y algunos hablaron de otro tanto de Pablo Escobar y demás capos que se oponían a la extradición. El expresidente López Michelsen perdió las elecciones pero coordinaría acercamientos del gobierno de Betancur con la mafia en Panamá, adonde acudió como observador de las elecciones de ese país en 1984.
Para el segundo semestre de 1982, el del Premio Nobel, ese “sector” económico del comercio de drogas estaba de plácemes en Colombia y se proyectaba exitosamente hacia el futuro. El jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar, había ganado espacio político en el país al punto que justo el 28 de octubre de ese mismo 1982 (9 días después del Premio) sería elegido suplente a la Cámara de Representantes. Aunque teóricamente los “americanos” estaban empeñados en perseguir la producción y el tráfico de drogas desde Colombia, pues había que parar por un medio u otro la fuga de dólares de la época de López Michelsen e impedir una acumulación de capital en cualquier país de su patio trasero, poderes alternativos de la gran potencia estaban satisfechos con su desarrollo local y buscaban fortalecer el negocio. Todo en perjuicio de los ciudadanos comunes y corrientes de Colombia.
En perspectiva, los presidentes de Colombia Alfonso López Michelsen y Belisario Betancur podrían verse como agentes de una suerte de sustitución de modelos del negocio transnacional de las drogas: de una gran hacienda de coca con capataz incluido a una colonia con su propio administrador. Con Betancur, el modelo oligárquico de Henry Kissinger y el Fondo Monetario Internacional para lograr en Iberoamérica otro milagro económico como el de Hong Kong dio paso el “Humanismo” de Lyndon H. LaRouche, entre otros, que buscaba dizque fortalecer la civilización occidental helénico-judeo-cristiana y disponer todo desde un centro hegemónico occidental en Estados Unidos. La gran potencia norteamericana tenía, como tiene aún, numerosos intereses en América Latina y no dudó ni dudaría todavía en infiltrar esa como otras campañas, partidos políticos y gobiernos. Para 1982, como para el resto de su historia, Washington tenía un plan determinado para todo el continente y eso incluía la oscura y constante influencia sobre Colombia.
Si el Cartel de Medellín había alcanzado un poder extraordinario durante las presidencias de Alfonso López Michelsen y Julio César Turbay, su proyección para el futuro con Belisario Betancur era extender aún más sus tentáculos al mundo entero con una política subterránea de laisser faire (dejar hacer) que en todo caso atendiera a los intereses de los magnates de la criminalidad. La depresión económica de México, el destino de las revoluciones centroamericanas, los procesos económicos y políticos del resto del continente y, sobre todo, los conflictos sociales de Colombia confluyeron con el desarrollo mundial del mercado de las drogas que, a pesar de todas las vicisitudes internas o internacionales, exigía nuevos aliados y nuevas rutas de comercio.
La conexión de Cuba
Los primeros años de la Revolución cubana habían provocado entusiasmo entre los intelectuales latinoamericanos que vieron en ella una ruta para la liberación del continente de las garras del águila negra y la autonomía intelectual que hacía años se buscaba en el subcontinente. Castro lo sabía y a su modo impulsó a toda una generación de intelectuales, periodistas y escritores, desde los años sesenta hasta los ochenta de siglo XX incluso, época en que se ubica la producción literaria del Boom. “…la manera en que emergió esta generación [del boom] tiene mucho que ver con la identidad política que Cuba dio a estos escritores, y también con el apoyo que recibió de ellos. El “boom” fue, durante poco más de una década, uno de los pilares sobre los cuales se sostuvo la reputación internacional de la revolución”, afirma Juan Gabriel Vásquez (2008).
Gracias a Plinio Apuleyo Mendoza, que tenía contacto con Jorge Ricardo Masetti, exguerrillero y periodista argentino, García Márquez se vinculó con Prensa Latina, la agencia de noticias que había creado la revolución con el apoyo de Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo. Esta agencia empezó su trabajo en La Habana pero pronto se extendió a New York, y desde allí, en un momento dado, la labor del escritor consistió en “informar objetivamente sobre la realidad colombiana y difundir a la vez noticias sobre Cuba… escribir y enviar noticias a La Habana”. Para el efecto, “Era la primera vez que García Márquez hacia periodismo verdaderamente político» (síntesis de Ángel Esteban y Stephanie Panicheli).
No obstante lo anterior, las cosas no avanzaron como habían sido planeadas y García Márquez tuvo que buscar nuevos caminos profesionales. “A finales de 1960, mientras trabajaba en Prensa Latina, viajó a Nueva York para abrir una corresponsalía. Pero apenas en enero de 1961 la presión de los exiliados cubanos le hicieron difíciles el trabajo, primero, y por fin la vida. Luego los Estados Unidos le negarían la visa, pero para entonces ya estaba instalado en México, donde trabajó para las agencias de publicidad Walter Thompson y McCann Erickson y varias revistas (Sucesos para Todos, La Familia) mientras escribía.” (Gabriela Esquivada).
Con el apoyo de Plinio Apuleyo Mendoza, García Márquez fundó en 1960 una revista política, Acción Liberal, que quebró después de publicar solo tres números (Don Klein), y luego, durante los años 1970, el futuro Nobel impulsó Alternativa, una revista de izquierdas que, con dificultad, perduró hasta 1980, pues no contaba con la difusión que tenían El Tiempo o El Espectador, los diarios más liberales de Colombia, o en el límite de liberalidad que asimilaba el sistema. En esta última revista se incluyó, entre muchas otras entrevistas, una de García Márquez a Philip Agee (1974), sobre la infiltración de la CIA en el Movimiento Revolucionario Liberal, MRL, de Alfonso López Michelsen, y la financiación de esta dependencia para una gira del mismo líder como candidato presidencial en Ecuador en 1960.
De acuerdo con Barcelona Centre For International Affairs: “El cambio de Administración en Estados Unidos en enero de 1981 y el simultáneo agravamiento de la situación política en Centroamérica y el Caribe echaron por tierra el principio de entendimiento y colaboración alumbrado durante el cuatrienio de Carter. Como si de un retorno a las tensiones de los años sesenta se tratase, el Gobierno republicano de Ronald Reagan volvió a prohibir los viajes de ciudadanos estadounidenses a la isla, dio alas a los grupos anticastristas radicados en Miami más intransigentes —en particular la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA), puesta en marcha en 1981 por Jorge Más Canosa— y acusó a Castro de azuzar por doquier movimientos revolucionarios, que en el análisis de Washington estaban incuestionablemente infectados de marxismo y eran meras expresiones del imperialismo soviético.”
En este complicado panorama de la política internacional, para 1982, en una entrevista con Claudia Dreifus, García Márquez afirma que su relación con Fidel Castro se basaba exclusivamente en el gusto común por la literatura: «La nuestra es una amistad intelectual. Puede que no sea ampliamente conocido que Fidel es un hombre culto. Cuando estamos juntos, hablamos mucho sobre la literatura».
Tal juicio, que parece una demarcación de los límites de la política y la literatura, lo repite el Nobel en otros ámbitos periodísticos:
“—Yo soy el único extranjero que cada vez que voy a Cuba, y voy más o menos cada tres meses, veo a Fidel. Conversamos horas enteras. Y ¿sabes de qué hablamos casi siempre? De literatura. Él es un excelente lector, cosa que nadie puede imaginarse, con esa imagen de chafarote y de salvaje que le han dado. Pero es un lector muy fino”, afirmó en entrevista a Margarita Vidal. Y continúa:
“—Una de las pocas veces que hablamos de Colombia (todavía Alfonso López Michelsen era presidente), yo le pregunté, así, de frente: “¿Cuba entrena guerrilleros colombianos?”. Y él me dijo: “Hemos reanudado las relaciones con Colombia sobre la base de que ambos países respetamos las reglas del juego. Yo le prometí al presidente López que las respetaba y las respeto hasta el final”. Y me dijo una frase que no olvido: “En política nunca se puede mentir, entre otras cosas, porque tarde o temprano se sabe”. Claro que de esto ya hace un tiempo. Ya López Michelsen no es presidente. No sé si Fidel consideró que se habían roto las reglas de juego.” (Gabriela Esquivada).
La amistad de García Márquez con Fidel Castro en el contexto político de América Latina que le sirve de marco, incluido el cuatrienio del presidente López Michelsen en Colombia, fue analizada, entre otros, por Ángel Esteban y Stephanie Panicheli en Gabo y Fidel: el paisaje de una amistad (2003). Para los autores, como para muchos admiradores del escritor: «Gabo estaba convencido de que el líder cubano era diferente a los caudillos, héroes, dictadores o canallas que habían pululado por la historia de Latinoamérica desde el siglo XIX, e intuía que solo a través de él esa revolución, todavía joven, podría cosechar frutos en el resto de los países americanos».
Por su parte, según el periodista Dario Arizmendi, la amistad de García Márquez y Fidel Castro se mantendría por años y no se vio ensombrecida nunca por la cada vez más represiva dictadura de Castro ni por los vaivenes domiciliarios del escritor. García Márquez visitaba la Isla, conservaba distintas residencias en México y Colombia, una de ellas en Cartagena de Indias, y mantenía relaciones con Castro y con los políticos más encumbrados de América y el mundo.
No obstante lo anterior, en cuanto a la amistad de Garcia Márquez con Castro, es un hecho que no era bien recibida por muchos, ni siquiera por Bill Clinton, que era amigo del escritor, ni por algunos intelectuales como Mario Vargas Llosa que llegó a llamarlo “Lacayo” del régimen en 1976, “después de que el colombiano escribiera, bajo supervisión del dictador cubano, Operación Carlota: Cuba en Angola” (Salud Hernández). El conocido “caso Padilla” (1971), que alude al arresto del escritor Heberto Padilla por “actividades subversivas”, provocó el rechazo de numerosos intelectuales del mundo (Cortázar, Fuentes, Octavio Paz, Juan Rulfo, Susan Sontag, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Juan Goytisolo, Alberto Moravia, además de Vargas Llosa), y solo fue la antesala de lo que ocurriría de ahí en adelante.
Para Reinaldo Arenas, la amistad de años de García Márquez con Fidel Castro resultaba en efecto censurable; sobre todo cuando llevó al escritor colombiano al límite de homenajear al dictador con «hipócritas aplausos». El escritor cubano recuerda en sus memorias, Antes que anochezca (1992), que en 1980, en un discurso en el que Castro acusó a los refugiados recientemente asesinados en la embajada de Perú de ser «chusma», García Márquez y sus adeptos no tuvieron empacho en aplaudirlo (Ángel Esteban y Stephanie Panicheli). Y en otro de sus textos atribuidos por Zóe Valdés al escritor cubano afirma: “Y hacia la fama se lanzó García Márquez, propulsado por su compinche, el Comandante en Jefe, hasta llegar al Premio Nobel”.
Tanto en Colombia como en el resto de América se llegó a considerar excesivo el apoyo de García Márquez al longevo dictador de Cuba. Para muchos, resultaba inaceptable, sobre todo por ciertos vínculos de los que se hablaba cada vez más entre Castro y el narcotráfico colombiano.
En efecto, desde los años 1970 el narcotráfico sirvió de telón de fondo para la política continental y permeó instituciones, grupos económicos, gobiernos y personas de prestancia política, incluido, para algunos, Fidel castro. En tal contexto, el viejo triunfo de la revolución cubana representó un fracaso geopolítico para Estados Unidos, pero, paradójicamente, supuso el gradual fortalecimiento de un eje político e ideológico y hasta comercial que unió a Cuba con Centroamérica y, poco a poco, con el resto de América Latina, incluida Colombia. Por lo menos así lo asumió Washington en un momento dado:
“…el 12 de marzo de 1982, el subsecretario de Estado de EE.UU. para Asuntos Interamericanos, señor Thomas Enders, sorprendió a todos al denunciar ante el Senado de su país que Cuba participaba en el tráfico de drogas y armas, junto a Colombia, y que contaban con pruebas para demostrarlo.… Ese mismo año, el 12 de octubre, Robert Vesco, fugitivo de la justicia estadounidense, llegó a Cuba en busca de refugio. Castro negó su presencia en el archipiélago hasta el 11 de agosto de 1985, cuando reconoció que el estadounidense llevaba tres años en la Isla.” (Cubanet)
Respecto de estos años, también algunos protagonistas del crimen transnacional han vinculado a Cuba con el fortalecimiento del narcotráfico de Colombia con destino a Estados Unidos. Aunque su testimonio puede ser determinado, sobre todo, por los procesos judiciales que se adelantaron con la justicia norteamericana, con la CIA o con la DEA de por medio, a fin de lograr reducción de penas, son voces que pueden ser contrastadas con otras fuentes y, sobre todo, entenderse en función de la lógica económica del continente. A su modo, ofrecen respuestas a las incógnitas que por años acompañaron al líder cubano y su estela política y cultural.
Bajo la reserva de lo anterior, se puede señalar aquí que, según el ex jefe de seguridad de Pablo Escobar, Jhon Jairo Velázquez, “Popeye”, en su libro El verdadero Pablo (2005) señala una supuesta red de narcotráfico que pasaba por Colombia, México, Cuba y Estados Unidos: "Los cubanos reciben 2.000 dólares por cada kilo de droga transportada y 200 dólares por cada kilo custodiado. La tajada de la mafia en México, por el uso de su infraestructura, como puente a la isla, oscila entre 1.500 y 2.000 dólares por cada kilo, dependiendo de la importancia del embarque”.
Velásquez afirma, además, que "con ayuda de Jorge Avendaño, apodado el 'Cocodrilo', el 'Patrón' llega a Fidel Castro, en la isla de Cuba. Éste lo conecta con su hermano Raúl y así se inicia una operación de tráfico de cocaína. Pablo Escobar conserva la amistad con Fidel Castro, desde su estadía en Nicaragua; nunca han hablado personalmente, pero sostienen permanente y fluida comunicación por cartas y terceras personas. La amistad se establece a través de Álvaro Fayad, el comandante del M-19, e Iván Marino Ospina". … La cercanía entre México y la isla cubana da margen para transportar más cantidades de cocaína y gastar menos combustible", agrega Velásquez.
Aunque estas declaraciones resultan efectistas, y deben contrastarse con otras fuentes, es un hecho que el marco político, ideológico y económico puede sustentarlas. En la versión de Velázquez se habla de la participación del general Arnaldo Ochoa y el coronel Tony de la Guardia, oficiales cubanos que serían expeditamente fusilados en 1989 por traición a la patria por su participación en el narcotráfico. Respecto a este hecho, según la tradicional detractora del Nobel Salud Hernández: García Márquez “ignoró e, incluso, justificó la ejecución de cuatro ex revolucionarios, uno de ellos, Antonio de la Guardia, íntimo amigo suyo, acusados, como tantos otros opositores, de traición a la patria”.
La sórdida versión se confirma con la investigación Causa 1/89, Fidel Castro; narcotráfico y corrupción. Fusilamientos de Sánchez Ochoa y hermanos La Guardia. Este texto, ostentosamente sesgado en contra de Castro, sintetiza así los hechos: “La aparente transparencia del suceso fue una de las más oscuras maniobras políticas de Fidel Castro, para desviar la atención mundial sobre los probados nexos del narcotraficante colombiano Pablo Escobar con otros funcionarios de su régimen dictatorial, puesto que mediante ese moralismo lavaba la imagen de su satrapía tropical, y de paso eliminaba a unos “traidores” que estaban negociando cocaína con narcotraficantes latinoamericanos y estadounidenses, sin entregar los dineros a los hermanos Castro Ruz, como si lo hacían sus “leales” copartidarios.”
Aunque en una lectura indulgente de su historia el narcotráfico pudo ser una coyuntura en la vida política cubana, no puede negarse el hecho de que desde entonces se habló una y otra vez del asunto, tanto por la derecha de Miami como de Colombia. La participación del régimen cubano en el mercado de drogas constituyó una clave más de comprensión para entender la irregular economía del continente que vio como se incrementaban los réditos del negocio del comercio de alcaloides.
En tal sentido, confirmando lo anterior, en el reciente libro, Vida y muerte del cartel de Medellín (2024), el antiguo narcotraficante Carlos Ledher —que había apoyado la candidatura de Alfonso López Michelsen en 1982—, señala: “el general Raúl Castro dio luz verde a los negocios de tráfico de drogas por los cuales posteriormente cuatro militares cubanos fueron fusilados en el conocido como Caso Ochoa. … Dice que, en el caso de la Isla, la asociación fue con Pablo Escobar Gaviria y Gonzalo Rodríguez Gacha, llamado "el Mexicano"; a través del coronel Antonio de la Guardia, quien entonces era jefe de la corporación CIMEX.” Para el exnarcotraficante: "La dictadura castrista, por intermedio de la Cipac, la agencia de inteligencia y operaciones especiales de La Habana, se había valido de una doctora cubanoamericana, pariente de una antigua compañera mía, para enviarme una invitación formal a visitar la Isla, con todos los gastos pagos por el Gobierno".
Aunque estas versiones son tardías y evidentemente sesgadas, y provienen de delincuentes declarados, tienen elementos que permiten deducir la importancia que adquirió el tema del narcotráfico en Cuba, la posible acción de Fidel Castro en este contexto y, sobre todo, la crítica posición de Gabriel García Márquez en medio de todo. Gestionar objetivos políticos, mediar entre poderes, apoyar una dictadura y luchar por opciones políticas alternativas, tanto como establecer vínculos culturales entre América Latina, Francia y Estados Unidos no debió ser cosa fácil, mucho menos si se quería conservar un aura de honestidad y confianza como la que siempre tuvo el escritor en su país. En una geopolítica dominada por las dos grandes potencias, y por el predominio de ideologías cada vez más extremas, la acción de un escritor, más aun si se trataba de un escritor que tenía un gran peso en la industria editorial, no debió resultar nada fácil.
En todo caso, mirado con los ojos de los colombianos de a pie, el espaldarazo de Suecia a Gabriel García Márquez y el reconocimiento a la industria editorial hispanoamericana gestionada desde Europa, provocó efectos positivos entre los latinoamericanos y, sobre todo, entre los colombianos. Por encima de todos esos intríngulis desafortunados con la política y la economía, a partir de entonces algunos creímos en nosotros mismos, soñamos con dedicarnos a la escritura y lograr por este medio cambios en nuestro país. Independiente del lugar exacto del escritor en estas redes de poder, su obra llevó la imagen de Colombia a millones de lectores de todo el mundo; puso luz en un lugar que hasta ese momento había sufrido la gran soledad del olvido, del aislamiento o el abandono. Como afirma Claudia Dreiffus, García Márquez “hizo algo fenomenal cambiando la percepción de América Latina y abriéndole el camino al desarrollo de la literatura regional.”
Algunos de los trabajos citados
Foto inicial: https://blog.revistacoronica.com/2012/10/20-anos-del-premio-nobel-garcia-marquez_14.html
Ángel ESTEBAN y Stephani PANICHELLI: Gabo y Fidel: el paisaje de una amistad. Madrid: Espasa-Calpe, 2003
Díaz Borges, Arnaldo. Gabo, Macondo, y sin embargo...
Don KLEIN: Gabriel García Márquez: una bibliografía descriptiva. Norma, 2003
Las historia secreta de Fidel Castro y Pablo Escobar. Diario Las Américas. https://www.diariolasamericas.com/america-latina/las-historia-secreta-fidel-castro-y-pablo-escobar-n4108802
Entrevista a Hernán Vieco acerca de la vida de García Márquez en París.10 feb 2012. https://www.youtube.com/watch?v=8qHCc2tn9Qg
Sánchez, Pablo. La emancipación engañosa. Una crónica trasatlántica del Boom (1963-1972). Cuadernos de América sin nombre. Alicante, CeMaB, 2009, No. 25.
Vásquez, Juan Gabriel. “Castro y la literatura latinoamericana”. El Espectador, 24 feb-2 mar 2008, p. 17 A.