el calvinismo en la vida: la desafortunada importancia de Alfonso López Michelsen en Colombia
Luego de “El Estado militarista, Belisario Betancur y yo“, como segunda parte de una peculiar colección relativa a los efectos personales de la Realpolitik, ofrezco esta breve reflexión sobre la trascendencia de las ideas y la acción política de Alfonso López Michelsen (1913-2007), presidente de Colombia de 1974 a 1978.
En mi tesis doctoral El mito del mestizaje en la novela histórica de Germán Espinosa (2006) hice una aproximación a este tema y lo que sigue a continuación es un acercamiento más emotivo a lo que denomino aquí su desafortunada importancia.
Hay hombres que tienen una oportunidad de cambiar la historia. Hombres que tienen consciencia de esa historia y en un momento dado poseen una condición privilegiada como para dar al traste con vetustas estructuras sociales. Hombres que tienen la lucidez necesaria para el efecto y el poder excepcional para lograrlo. Estos hombres generan gran expectativa en el pueblo y en ocasiones se empeñan en satisfacerla. En la mayoría de oportunidades, sin embargo, y en contravía con esta condición, son la mayoría de esos hombres quienes persisten en proteger sus intereses y asegurarse para sí y para los suyos mayores privilegios. ¿A estos hombres se les puede llamar cínicos o simplemente prácticos? La Realpolitik de Otto von Bismarck o diplomacia basada en consideraciones de circunstancias y factores dados excluye ideologías explícitas o premisas éticas y morales. Estas últimas solo enriquecen los mecanismos proselitistas de manipulación de las masas. Esta Realpolitik es la que puede explicar las acciones de estos hombres ávidos de poder que manipulan en su beneficio las expectativas populares. Atávicamente los pueblos se aferran a la esperanza de que hombres así lo cambien todo, aunque justamente son ellos, los pueblos, los únicos que pueden transformar realmente las cosas. Tal premisa se aplica a la historia de Colombia y, en particular, a sus presidentes que, con dos o tres excepciones que confirman la regla, han ejercido la Realpolitik.
Mis recuerdos del nombre de Alfonso López Michelsen datan de la campaña presidencial de 1973 en que por razones familiares me vi envuelto. Luego del oscuro Frente Nacional (1958-1974) en virtud del cual los liberales y los conservadores dispusieron que se alternarían impúdicamente el poder, esa era la primera vez que en teoría podían concurrir otras fuerzas políticas. El cambio no era más que de apariencias, claro está, pues como cosa normal de nuestra blindada oligarquía los tres candidatos seguían siendo de los mismos partidos y, peor aún, eran hijos de tres expresidentes: el conservador Álvaro Gómez Hurtado, del fascista Laureano Gómez Castro; la candidata de la Alianza Nacional Popular, María Eugenia Rojas, hija del exdictador Gustavo Rojas Pinilla, a quien le habían birlado las elecciones de 1970 en favor de Misael Pastrana Borrero (1970-1974); y Alfonso López Michelsen, del banquero y paradójicamente progresista Alfonso López Pumarejo. En medio de las precarias circunstancias económicas de mi familia, una de mis hermanas había conseguido ganar algunos pesos distribuyendo publicidad del candidato conservador, tarea en la cual ayudábamos todos. Nuestro humilde apartamento de la Avenida Caracas en Bogotá se vio invadido entonces de azul, es decir, de fotos, volantes o botones que sintetizaban a simple vista el lugar que por origen nos correspondía desde hacía años en el espectro político del país. Para mi familia el triunfo del anacrónico y oportunista Partido Conservador constituía una eventual garantía de supervivencia. Empleos públicos, acceso a universidades o simple solidaridad social dependía de la filiación a ese Partido.
Sin duda, hacía años López Michelsen se desempeñaba como un estratega de todo un revolcón político. En 1962, en medio del “constitucional” Frente Nacional, cuando el turno en el poder le correspondía a los conservadores, se presentó como candidato a la presidencia por el Movimiento Revolucionario Liberal, una disidencia del liberalismo oficial nacida en las aulas de la Universidad del Rosario, su Alma Máter. Este Movimiento se oponía al proyecto “antidemocrático" del Frente Nacional y a la “decadencia” del Partido Liberal que participaba de él y con loables propósitos logró captar la atención de políticos alternativos e intelectuales de la más diversa condición. Álvaro Uribe Rueda, Indalecio Liévano Aguirre, Luis Villar Borda, José Ignacio Vives o el poeta Jorge Gaitán Durán, entre muchos otros, creyeron en esta opción. Ante su evidente fracaso, en 1967 el abogado López Michelsen, su líder natural, volvió al redil del Partido, pues prefirió hacer parte del gobierno del presidente Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) que seguir por la ruta de la oposición. Entonces obtuvo un lugar como Canciller en el gobierno y fungió como gobernador del departamento del Cesar, acaso creado exprés (21 de julio de 1967) para atraerlo. Su casta, sus hábiles movimientos políticos, su creciente poder sobre los medios de comunicación y sus habilidades como congresista le allanaron el camino. Así pues, en el 74, con apoyos regionales y del más diverso origen, y aprovechando su aura de hijo de su padre y renovador del Partido, López Michelsen le arrebató la candidatura liberal a su antiguo mentor Carlos Lleras Restrepo para llegar a la presidencia, desde donde muchos creían que emprendería grandes cambios .
En El mito del mestizaje en la novela histórica de Germán Espinosa, mi tesis doctoral publicada en 2006 por la Universidad Externado de Colombia, mi primera Alma Máter, indagué en la relación entre Alfonso López Michelsen y la literatura colombiana. Sobre todo en el vínculo entre La estirpe calvinista de nuestras instituciones (Bogotá, Universidad nacional, 1947), ensayo fundamental del político, y la obra de Germán Espinosa, en particular, La tejedora de coronas (Bogotá, Pluma, 1982), su principal novela. Si una tradición de poetas políticos había determinado buena parte del curso de la historia de Colombia, la de los novelistas políticos no se queda atrás. El mismo López Michelsen escribió la novela Los elegidos (México, Guarania, 1953), cuyo título advierte ya su perspectiva de la organización social determinada por una élite que cuenta cínicamente con la gracia de Dios: “…una alta clase social, completamente divorciada del país en su educación y en sus aspiraciones, procuraba emular hasta en los más nimios detalles las formas de la vida inglesa [;] el tabaco rubio y los trajes de franela gris aislaban al grupo privilegiado económicamente del resto de la población sumida por siglos en la pobreza, la mugre y la ignorancia” (37), advierte el lúcido personaje B.K. respecto de la división de clases y la obvia dirección económica de una élite.
Esta novela, Los elegidos (El manuscrito de B. K.), es una minuciosa denuncia de los excesos de los privilegiados de la época en Colombia, los que vivían "Por el camino de la Cabrera" (sin duda evocando el famoso “Du côté de chez Swann” de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust), el barrio de una élite bogotana ajena al país pero con todo el dominio sobre él. La tensión entre dos visiones del cristianismo, el catolicismo y el protestantismo, sirve de telón de fondo para hacer esta radiografía de la "gente bien", de personas "divinamente" de una casta excluyente, expresiones que todavía hoy son de actualidad pues sirven a las multitudes cansadas de la explotación identificar la displicencia de la élite colombiana. La perspectiva de esta clase social es la de un ciudadano alemán que en principio escribe en francés y disecciona los valores o antivalores de esa temible casta. Un loable ejercicio de distanciamiento crítico por parte del escritor.
En la novela, en medio de la Segunda Guerra mundial, B. K. aparece en una lista negra establecida por un joven burócrata de la embajada de Estados Unidos y por esta razón (por su condición hebrea) ha ido a parar a un campo de concentración en Fusagasugá, una ciudad en las afueras de la capital, desde donde toma consciencia de lo que ha vivido los últimos tiempos al ingresar al grupo de los elegidos de ese país tropical. Este hombre ha perdido incluso la administración de sus bienes, incluidas sus acciones de “La Central”, una fábrica de cigarrillos, que por nuevas disposiciones legales se les han encomendado a uno de sus primos colombianos (álter ego del autor de la novela). Desde tal perspectiva, van apareciendo en el “manuscrito” personajes históricos reconocibles: un “político de extrema izquierda” que es admitido en el lado de la Cabrera (¿Gerardo Molina Ramírez?); un militar de apellido Bello que es investigado por conspirar en contra del presidente que aspiraba a “unas modestas medidas de intervención estatal" (193) y es absuelto por razón de "buen gusto" (¿Diógenes Gil?); Ayarza, en realidad Jorge Eliécer Gaitán, empeñado en hacer parte del Atlantic Club (el Jockey Club de la época), que en un momento dado “se convirtió en el niño mimado de aquellos intereses y enemigo acérrimo del gobierno" (192); o los fundadores de la Atlántida, en verdad la Universidad de los Andes, que buscan fortalecerse con donativos de ese grupo privilegiado. Estos elegidos, católicos, extranjerizantes; “desprecian el castellano” (lo consideran “casi como un dialecto popular, que solo servía para las relaciones con seres de inferior categoría” (81)); solo respetan el dinero, la mentira y las actividades mundanas; son de un individualismo feroz y “se reparten entre sí todas las preeminencias" (133), incluidas las políticas, económicas, sociales o culturales.
En este crudo panorama de la novela Los elegidos (El manuscrito de B. K.), “Los libros nacionales de mayor circulación no eran, como podía presumirse, el fruto de plumas veteranas llegadas a plenitud de la madurez. Debían ser escritos por jóvenes `bien´ y sobre personas conocidas, entendiendo por tales aquellas que se cotizaban económica y socialmente en `la Cabrera´" (136). “Si el elegido se casaba con una natural del país [Estados Unidos], una posición diplomática le aseguraba su pasar hasta la eternidad, aun cuando cambiaran en el ejercicio del poder los partidos políticos, porque `la Cabrera´ no podía perder nunca el poder" (135). Las mujeres de sociedad “se creían nacidas para alegrar la vida de los norteamericanos de la ciudad [...] porque la única condición que se les exigía era la de ser rubios, hablar inglés y beber whisky en abundancia, como un señuelo que deslumbraba a aquellas muchachas alocadas" (151). Así, en una definitiva denuncia de la profunda división de clases, el narrador concluye: “… mientras la vida pasaba a ser más difícil para los asalariados, que solo disponen de una suma fija mensual, y no cuentan con ningún capital ni ningún crédito, para los ricos cada mes y cada año todo era más fácil, porque el alza en el precio de los artículos solo puede favorecer a quienes los producen o los poseen" (140-141). “Es la ley no escrita de este mundo, el temor reverencial por `la Cabrera´, por la `gente bien´" (183).
¿Tanta lucidez social podía caracterizar a un hombre que luego hizo poco por los no-elegidos? ¿Dónde quedó el espíritu demoledor de este libro? ¿Un escritor de esta talla y condición pudo haberse perdido ideológicamente luego de la publicación de la novela? Desde mi punto de vista, Los elegidos (El manuscrito de B. K.) parece escrita por otra persona, acaso por un García Márquez, o bien, el cinismo de B.K. era la realidad del político bogotano.
A principios de la década de 1960 Alfonso López Michelsen había ofrecido un "Discurso a los intelectuales" (revista Mito, VII) donde los instaba a encontrar la expresión y autenticidad nacional y a utilizar canales eficaces para llegar al pueblo. Él creía en la necesidad de “encontrarse”, de “ser nosotros mismos” en lugar de vivir equiparándose imaginariamente con los demás", consciencia que debía transmitirse de arriba hacia abajo. Sin duda, esta visión de la historia nacional fue capital para muchos y el escritor cartagenero Germán Espinosa, que recogió la propuesta, intentó llevarla a cabo en la literatura. Así lo estudie minuciosamente en El mito del mestizaje en la novela histórica de Germán Espinosa.
La obra entera de Espinosa está imbricada con las ideas políticas de López Michelsen. Los ecos de La estirpe calvinista de nuestras instituciones (1947), del político, resuenan en La Tejedora de coronas (1982) y en la obra en general del escritor empeñada en fundar el mito del mestizaje con el modelo del mito cristiano de Jesús. Groso modo, Espinosa se debate entre dos perspectivas del credo, la católica, de buena parte de la tradición cultural colombiana, y la calvinista que artificialmente impulsa López Michelsen como propia. La cuestión no alude a disquisiciones doctrinales sin mayor interés, sino a principios fundamentales que entonces buscaban soportar los cambios políticos en Colombia. La “estirpe calvinista de nuestras instituciones” estaba en los antípodas de la Teología de la liberación que para la época intentaba sumar marxismo y cristianismo y constituiría el germen de los movimientos revolucionarios de la época. El padre Camilo Torres, el “cura guerrillero” que se vinculó al Ejército de Liberación nacional, ELN, constituye solo una muestra de esta última vía. Una vía que Espinosa elude hábilmente a fin de no comprometerse demasiado en lo que llamaba despectivamente las “capillas” de la época. Una cosa era la literatura y otra la vida real; aunque en un momento dado, en su pluma, ambas tuvieron una desafortunada conexión.
Germán Espinosa y el Caso Handel
En 1973 Germán Espinosa se desempeñó como jefe de prensa de la candidatura de Alfonso López Michelsen a la presidencia de la República y para respaldarlo escribió Anatomía de un traidor (1973), un libro comprometido con la defensa del político en el sonado “caso Handel”.
Hacía años, López Michelsen había representado los intereses de accionistas colombianos en la empresa holandesa Handel cuando sus acciones fueron congeladas a raíz de la ocupación de Holanda por el Ejército alemán. Al ser descongeladas y salir a la venta pública, la familia López adquirió parte de esas acciones “como podía hacerlo válidamente cualquier colombiano”, según afirmó el propio presidente López Pumarejo, en evidente beneficio personal. Esa peculiar representación del abogado López Michelsen, que evoca la acción desleal del personaje del primo de B. K. en Los elegidos, coadyuvó en la pérdida de la investidura del padre presidente, Alfonso López Pumarejo, en 1945, pues, entre otras cosas, se le acusó de nepotismo.
La investigación de Espinosa intentaba dejar en limpio a López Pumarejo y López Michelsen (“Quien inculpa a López Michelsen, inculpa a López Pumarejo" declara el escritor) adjudicándole toda la responsabilidad del “malentendido” al “doctor” Enrique Caballero, el “traidor” (familiar además de la esposa de López Michelsen, Cecilia Caballero Blanco), que instauró una demanda en contra del político como único responsable de falsas imputaciones contra la familia López (trapos sucios que se lavan "Por el camino de la Cabrera", ceeo yo). Tan claro fue el apoyo del escritor que cedió los derechos de autor del libro a los fondos de la campaña y el hecho le granjeó un veto de más de diez años en amplios sectores del país, según sus propias palabras, comenzando por literatos como León de Greiff, quien le manifestó su rotundo rechazo.
Con López Michelsen como presidente e Indalecio Liévano Aguirre como ministro de Asuntos Exteriores, en 1977 Germán Espinosa fue nombrado Cónsul de Colombia en Nairobi, Kenia, y se posesionó del cargo en agosto, pocos días antes del Paro Cívico Nacional que inspira mi novela El Innombrable y que confirma la presente evaluación histórica. Después, en julio de 1978 fue nombrado consejero de la embajada de Yugoslavia, en Belgrado, donde estuvo hasta la primavera de 1979, cuando ya estaba en la presidencia Julio César Turbay (1978-1982), otro presidente de cuyo nombre uno no quisiera acordarse, famoso porque orgullosamente mantuvo la corrupción "en su justa proporción". Para Espinosa, sin embargo, la cosa no se quedó ahí.
En 1982, con el fin de apoyar una nueva candidatura de López Michelsen a la presidencia frente al conservador Belisario Betancur, a petición del político se reeditó Anatomía de un traidor, esta vez como Caso Handel, punto final. Según Espinosa, la actualización del tema obedeció a los ataques del periodista Alfonso Sánchez Mallarino que exigió desempolvar la investigación de la presunta inocencia del político para asegurar su credibilidad pública.
Aunque en esa segunda oportunidad de 1982 López Michelsen no ganó la contienda presidencial, su poder político y su relación estrecha con la literatura se mantuvieron intactos. Como jefe del Partido Liberal ese mismo año presentó La Tejedora de coronas, obra cumbre de Germán Espinosa, y escribió, además, una reseña de la novela, espaldarazo que no podría entenderse sin una comprensión detallada de todo este contexto histórico y político (que sin duda puede vincularse, además, con el otorgamiento del premio Nobel de literatura al escritor colombiano Gabriel García Márquez este mismo año).
Que la familia del presidente se hubiera favorecido con el trazado de la denominada Vía alterna al Llano para multiplicar por ochenta sus predios (con expectativas de yacimientos de petróleo); que su primo Jaime Michelsen Uribe obtuviera numerosas concesiones de su gobierno pues López Michelsen impulsó el Grupo Grancolombiano asegurándole su monopolio en los mercados financieros; que su hijo Alfonso López Caballero hubiera obtenido numerosos cargos públicos derivados de su condición; o que los viajes de la familia se hicieran utilizando el avión presidencial son solo una muestra del talante de López Michelsen. La anomia social que definía y define la política colombiana determinó el curso de los acontecimientos y el éxito de sus proyectos. Sobre todo cuando de rentables negocios planetarios se trataba.
López Michelsen y el narcotráfico
A menudo se ha sindicado al político liberal Alfonso López Michelsen de tener vínculos con el narcotráfico e incluso fomentar la producción de estupefacientes en Colombia y buscar su legalización por distintos medios. Ciertos datos podrían sustentar este juicio.
Ernesto Samper Pizano, presidente de la Asociación Nacional de Instituciones Financieras, ANIF, se desempeñó como director de la campaña presidencial de López Michelsen en 1982 y, según se dijo en distintas fuentes, recibió, por lo menos, veinte millones de pesos como aporte del narcotraficante Carlos Ledher. Algunos hablaron de otro tanto de Pablo Escobar y demás capos que se oponían a la extradición. En este punto, debe decirse que lo raro (y todavía hoy no se explica la razón) es que con todo y esos apoyos que tuvo el político liberal en la contienda electoral hubiera vencido el conservador Belisario Betancur (que tampoco era una pera en dulce, claro).
Algún día se sabrán los intríngulis de la política, las fuentes de financiación de los podridos partidos políticos o el papel de las fuerzas militares que tanto tienen que ver con el sistema electoral de Colombia. ¡Ojalá! Incluso sería interesante saber el papel que cumplió Estados Unidos en estas elecciones de 1982, cuando los “americanos” estaban empeñados en perseguir la producción y el tráfico de drogas desde Colombia. Cualquier pretensión de un país de su patio trasero de obtener soberanía, algo como el pago de la deuda externa en un día y su autonomía económica, le hubiera granjeado numerosos inconvenientes al imperio. Había que parar por un medio u otro la fuga de dólares e impedir una acumulación de capital en cualquier país de ese patio trasero.
En tal sentido, la lucha contra las drogas de Belisario Betancur constituyó una política totalmente opuesta a su promoción durante el gobierno de Alfonso López Michelsen. El modelo oligárquico de Henry Kissinger y el Fondo Monetario Internacional para lograr en Iberoamérica otro milagro económico como el de Hong Kong se oponía al “Humanismo” de Lyndon H. LaRouche, entre otros, que buscaba dizque fortalecer la civilización occidental helénico-judeo-cristiana. La cuestión es de matices, creo yo. Una gran hacienda de coca con capataz incluido no es muy distinta a una colonia con su propio dictador. En fin… algún día se sabrá la verdad.
Siguiendo con el tema el narcotráfico, para 1984, poco después del asesinato del ministro Rodrigo Lara Bonilla empeñado en su persecución, en absoluta reserva Betancur autorizó a López Michlesen para asistir a una reunión en Panamá con un grupo de capos para lograr un acuerdo en virtud del cual "desmantelarían" la estructura ilegal del narcotráfico, “traerían sus dólares" (3000 millones de dólares para empezar) y se "retirarían de la política" a cambio de su legalización, la suspensión de su procesamiento penal y restitución de propiedades confiscadas.
En efecto, cuando López Michelsen estaba en la ciudad de Panamá invitado como observador de las elecciones de ese país, Santiago Londoño White, antiguo tesorero de su campaña, se comunicó con él para concretar esa reunión. Según afirmó luego el expresidente a El Tiempo (29 de julio de 1992), “lo que [los narcotraficantes] querían era hacerle ver al gobierno que no tenían nada que ver con el asesinato de Rodrigo Lara y que deseaban colaborar en la investigación para hallar a los autores del homicidio". ¡Qué ternura!
El pragmatismo de López Michelsen lo llevó en esa oportunidad de Panamá como antes a subordinar lo que con desdén llamaba la moral de la nación que debía subordinarse al desarrollo económico y, legalmente, al derecho positivo. Si por una parte muchos creían en la persecución al narcotráfico, incluido el ministro Lara y luego el procurador Carlos Mauro Hoyos (1988) y los candidatos a la presidencia Luis Carlos Galán (1989) y Bernardo Jaramillo (1990); por otra, numerosos políticos favorecían el negocio: Alberto Santofimio Botero, que había sido su ministro de Justicia, o su aliado Ernesto Samper Pizano, luego presidente de Colombia (1994 a 1998), entre otros.
Más allá de una legalización del mercado de las drogas de la que se hablaba entonces y se habló legítimamente luego, es un hecho que López Michelsen pasó por encima de la política oficial de su persecución en favor de sus intereses y los de sus iguales. Así lo podemos comprender algunos que tuvimos acceso, de un modo u otro, a sus ideas y a su acción política.
López Michelsen en el Externado
Todavía recuerdo el día en que conocí a Alfonso López Michelsen en la Universidad Externado de Colombia donde estudiaba Derecho. Fue en 1988, cuando adelantaba el cuarto año. El expresidente fue invitado a dictar una conferencia sobre constitucionalismo y el recién remodelado auditorio lo recibió con un numeroso público de estudiantes ávidos de escuchar su discurso. A la época, yo no tenía ni idea de su historia, ni, debo reconocerlo, de sus ideas relativas a la influencia del modelo estadounidense en el país. Acaso lo que más me interesaba de él era que había restablecido las relaciones con Cuba, acercándose a Fidel Castro (no imaginaba siquiera la relación de esta jugada como parte de un proyecto narcopolítico con guerrillas de por medio); era amigo y promotor de los intelectuales, incluido Gabriel García Márquez que le sirvió de puente con Castro y lo apoyó en su campaña del 82; había otorgado igualdad jurídica a las mujeres en los matrimonios y su acceso a la carrera militar o la ciudadanía general a los 18 años. A la postre, además de todo, el político escribía en distintos medios y la frescura de su prosa nos atraía a todos. Ese señor de setenta años, que arrastraba las palabras como los pies, podía escribir como un muchacho de veinticinco años y promover cambios que necesitaba el país.
Su exposición relativa al constitucionalismo colombiano era, como todo lo suyo brillante. Asumir reformas económicas por encima del bienestar de los más débiles parecía una fatalidad imposible de resistir. Toda una historia de explotación y capitalismo lo sustentaban. Tanto como la realidad. Comprobada la penetración del narcotráfico en las instituciones, denunciada hacía cuatro años por Rodrigo Lara (como Ministro de Justicia) en el mismo auditorio; sobrepasada la crisis del Holocausto del Palacio de Justicia, responsabilidad de Betancur (1985); y sufrida la modorra indolente del gobierno de Virgilio Barco Vargas (1986-1990), que pactó acuerdos non sanctos para acabar con la UP —y en realidad el primer periodo de su ministro César Gaviria (presidente de 1990 a 1994)—, todos creíamos en cambios económicos que al fin redundaran en el bienestar de la gente. El desarrollo material como base para los demás desarrollos constituía el discurso dominante y a eso se plegaba la universidad y sus vasallos. Nada de Teología de la Liberación, catolicismo “conservador” o líneas marxistas apoyadas en el cristianismo. Una Asamblea Constituyente en que López Michelsen no quiso participar y que no apoyó habría de promulgar una nueva Constitución tiempo después. Mirado con retrospectiva, su ideario podía sustentar su apoyo a los matrimonios de homosexuales, su solidaridad con los secuestrados de las Fuerzas Armadas de Colombia, FARC, y los acuerdos humanitarios, pero no reformas populares que acabaran de una vez por todas con el régimen de castas.
La asunción de la perspectiva religiosa de la política del presidente López Michelsen, de raíz protestante, constituyó nada más ni nada menos que el establecimiento en Colombia del liberalismo económico de corte anglosajón en desmedro de los no-elegidos. Derivado quizá de su formación en la Universidad de Georgetown, el “Mandato claro”, o “Mandato caro” como se identificó popularmente el proyecto de su presidencia, buscó hacer de Colombia “el Japón de América Latina”, pero implicó en la realidad reformas liberales en perjuicio de los más débiles. Amparadas sobre todo en una estratégica “Emergencia económica", se produjo una reforma tributaria gravosa para el pueblo, una reforma de la política petrolera que poco lo benefició y el aumento de reservas internacionales a como diera lugar en desmedro de los derechos básicos de la ciudadanía. El presidente aprovechó la bonanza cafetera tanto como la llamada “ventanilla secreta”, esto es, la entrada subterránea de capital del narcotráfico en las arcas oficiales para robustecer aún más los grandes capitales. Por esto y más, se recortaron derechos sociales, aumentó la pobreza y la inflación alcanzó topes increíbles. La corrupción ganó aún más terreno del que tenía con el gobierno anterior y se iría enquistando en la sociedad hasta los extremos inauditos del siglo XXI.
Hasta muchos años después, gracias a mis estudios en la Universidad de Salamanca, meca de la producción bibliográfica de la Teología de la Liberación, yo comprendería que todo eso del desarrollo material para alcanzar el bienestar social era un sofisma. Con el enriquecimiento de los elegidos los cambios sociales nunca vinieron en Colombia y lo que hicieron todos estos celebradores del desarrollo económico no fue más que la consolidación del régimen estamental de hace quinientos años y más. Ese viejo de setenta años que conocí en 1988 era en realidad el viejo de setenta años que persistió en su visión calvinista del país, mantuvo todos sus privilegios de clase y no buscó mover un ápice la estructura social de Colombia.
Textos citados
Forero, Gustavo. El mito del mestizaje en la novela histórica de Germán Espinosa. Universidad Externado de Colombia, 2006.
López Michelsen, Alfonso. “Discurso a los intelectuales”. Mito, VII, No. 39 y 40, diciembre de 1961 y enero-febrero de 1962.
—-. La estirpe calvinista de nuestras instituciones. Universidad nacional de Colombia, 1947.
—-. Los elegidos. Guarania, 1953.
Cartaya, Rolando. “Fidel Castro: los placeres secretos de un predicador del igualitarismo”. https://www.martinoticias.com/a/los-placeres-de-fidel-castro-la-gran-estafa-de-un-proclamado-igualitarista/156918.html