Los cafés en la Bogotá antigua
En el atrio de la Catedral Primada de Bogotá, en la calle Décima sobre la carrera Séptima, los cafés La Botella de Oro y el Richie fueron lugares de encuentro de comerciantes, músicos, periodistas, escritores y anarquistas bohemios. Una bebida pudo acompañar sesiones musicales, juegos de naipes y billar y entre una cosa y otra el dialogo, la critica, la opinión o la conspiración…
Algunas crónicas de Bogotá hablan de La Botella de Oro y el Richie, cafés ubicados en el atrio de la Catedral Primada, en la plaza de Bolívar, donde tenían asiento, entre numerosos clientes, artistas de la más disímil condición —músicos, periodistas, escritores o anarquistas bohemios. El café La Botella de Oro, fundado en 1889, ubicado en la carrera Séptima número 362, sigue apareciendo por años en los anaqueles publicitarios. El Richie, en cambio, que data de 1915, aparece solo una vez en las listas de establecimientos de la ciudad que recoge la investigación El impúdico brebaje. Los cafés de Bogotá. 1866-2015 (p. 150) del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (según detalle de pág. 257). Uno puede preguntarse si ambos cafés no serían el mismo y si en realidad fueron conocidos por distintos nombres de acuerdo con la categoría de sus clientes y la cercanía que pudieran tener con su propietario.
“El atrio de la Catedral fue uno de los principales puntos de encuentro de los bogotanos de finales del siglo XIX. Funcionaba como una especie de balcón sobre la Plaza de Bolívar y entre esquina y esquina era el lugar preferido de muchos para “hacer visita”. En la esquina sur del atrio se encontraba la Casa de los Portales, construida hacia 1793 y atribuida a Domingo Esquiaqui. En 1891 en el local norte de la casa aparece la licorera La Botella de Oro, para más tarde convertirse en el afamado Café-cantina. Durante más de cincuenta años el Café estuvo en este recinto y fue muy frecuentado por los visitantes del atrio, por poetas, comerciantes, periodistas y público en general, en donde disfrutaban de tinto y licores para acompañar sus amenas tertulias y de las mejores mesas de billar que podían existir en la ciudad como lo indica un anuncio de 1926” (Hojas de café, No. 7, 2014, 1).
La ubicación de La Botella de Oro y el Richie debió suponer un problema permanente para la Iglesia que hizo las gestiones pertinentes para quitárselos de encima. De antaño, la antigua Casa de la Aduana ubicada en el costado oriental de la Plaza Mayor fue un espacio de desarrollo comercial e incluso de distracción para el pueblo. Al tiempo que funcionaron allí almacenes y farmacias, hubo también locales de ventas de licores y cigarrillos y hasta billares. Hasta 1949 el amplio inmueble que les daba abrigo fue donado por Margarita Herrera y su hija Inés, las propietarias del edificio, al arzobispo Ismael Perdomo para construir el Palacio Arzobispal o Palacio Cardenalicio que se inauguró en 1958 y pervive hasta hoy dandole a la zona un ambiente exclusivamente religioso. En efecto, según Alfredo Barón, investigador del tema:
“En octubre de 1948 la Casa de los Portales, para entonces mejor conocida como Casa de la Botella de Oro, fue donada muy generosamente por la piadosa Margarita Herrera de Umaña, su propietaria, en favor de Monseñor Ismael Perdomo, Arzobispo Primado de Colombia, para construir allí el Palacio Arzobispal, pues la iglesia había perdido su mansión principal de la calle 11 con carrera cuarta a manos de los incendiarios del 9 de abril de 1948. En su remplazo apareció el nuevo Palacio Arzobispal que hasta hoy se conserva y desapareció La Botella de Oro con su aviso en forma de botella dorada y su balcón que tanto sirvió a los famosos oradores de las ruidosas manifestaciones del 13 de marzo de 1909, protagonizadas por Enrique Olaya Herrera en contra del gobierno de Rafael Reyes” (Hojas de café, No. 7, 2014, 1).
El café La Botella de Oro es mencionado en numerosas publicaciones, tanto como la condición de sus clientes. “En la Botella de Oro de finales del siglo XIX, los poetas, comerciantes y periodistas que lo frecuentaban tomaban tinto y licores durante sus tertulias” (Hojas de café, No. 3, 2014, 1). Allí hacían “competencias de sonetos” (86) y se “ofrecía, además de naipes y vinos españoles, …un magnífico salón con dos billares americanos” (248). En este café tuvieron lugar las veladas de la Gruta Simbólica (1900-1903), la famosa tertulia de Rafael Espinosa Guzmán, su mecenas, y Julio de Francisco, Max Grillo, Roberto Mac Douall, Federico Martínez Rivas, Federico Rivas Frade, Alberto Sánchez, Carlos Villafañe, Miguel Peñarredonda, Diego Uribe, y Clímaco Soto Borda, entre otros. Tales veladas serían amenizadas con la música de “Jorge Pombo Ayerbe, Clímaco Soto Borda, Julio Flórez, Federico Rivas Frade y Emilio Murillo” (250).
La Botella de Oro anunciaba, incluso, que por sus salones pasaron “presidentes de la república” (250) y hasta el entrañable Vicente Lizcano, a. Biófilo Panclasta, de Amantes y destructores. Una historia del Anarquismo, estuvo allí. Así, en 1934, Alfonso Lugo Salazar (1916-?), un vecino de la ciudad, testimonia que en ese café conoció al famoso anarquista:
“tenía un pequeño grupo anarquista compuesto por el tipógrafo Jorge García, a. `El Piojo´, y Luis A. Rozo, presidente del Sindicato de Vendedores de Prensa. … pregonaban la idea de una sociedad sin clases, la posibilidad de la existencia de un solo país mundial, la terminación del dinero, la implantación del trueque, la abolición del Estado, la organización del mundo a través de Acciones Comunales, jornadas de cuatro horas de trabajo, cuatro de estudio y cuatro de arte y deporte; eran partidarios del amor libre entre la especie humana” (Villanueva et al, 353).
La Botella de Oro se convirtió en un lugar de encuentro muy importante para poetas y el 2 de agosto de 1931 Julio Vives Guerra publicó el siguiente poema en la revista El Gráfico de Bogotá (Hojas de café, No. 7, 2014, 1).
La Botella de Oro
A Pacho Umaña Bernal
Café de la “Botella de Oro”,
viejo café! Quiero evocar
unas escenas antañeras
que en tu recinto, lustros há,
se sucedieron, porque fuiste,
viejo café, jocundo lar
de los poetas de otro tiempo
que iban a ti para cantar,
que iban a ti como a un refugio,
que iban a ti para soñar!
¿No los recuerdas?... Recordémoslos,
viejo café!... Con desigual
paso llega Rojas Garrido,
se sienta y grita: --¡Un buen cognac!—
y en seguida con voz vibrante
empieza lento a recitar:
“Aquí fueron sus últimos momentos,
su último adiós, su postrimer gemido;
aquí cayó como león herido
cuya rugiente voz no apaga el mar!
Tu manto de iris, inmortal Colombia,
Fue desgarrado aquí! Negros crespones
Fue en cien fragmentos para cien naciones,
Se vieron con las brisas ondular!”
Asoma Candelario Obeso
su negro rostro. Con afán
pregunta: --¿Arietta no ha venido?
¿Diógenes cuándo llegará?
--Aún no ha venido- le contestan--
pero muy pronto ha de llegar—
y el bardo negro en una silla
se sienta y rompe a recitar:
“¡Qué ejcura que ejtá la noche!
¡La noche qué ojcura está!
Asesina ejcura ej la ausencia!...
Bogá, bogá.
Con arte se ablanda er jierro,
se roma la mapaná,
coctante y jicme la pena…
No hay má… no hay má!”
-Muy buen, negro – le interrumpe
desde la puerta una voz--. Has
agarrado en esas estrofas,
con maestría singular,
los sollozares de mi río
y las quejumbres de mi ma”.
--Thank –you, poeta – dice Obeso,
el bardo negro; pero vas
a decirnos aquellos versos
a tu hijo muerto, sin tardar;---
y entonces Diógenes Arrieta
rompe al momento a recitar:
“Torturan mi alma, pues que ya no existes
de tu vivir fugaz memorias tristes
y anhelos de poderte acariciar!
Quien bebiera en las aguas del Leteo
que embotan las espinas del deseo
y matan los recuerdos del pesar!”
--Ave, filgados e homes buenos
los que en aquestes sitio estáis—
con el dejo de la Montaña
dice una voz desde el umbral.
--Entra, Ñito—responden todos,
éntra, y dínos qué has de tomar;
pero antes suélta unas estrofas
de las que sabes perpetrar—
el bardo altivo de “El Dios Pan”,
que con su paso mesurado
se acerca al corro y ¡agua va!
con el dejo de la Montaña
empieza al punto a recitar:
“No existen ya ni sílfides, ni ondinas,
ni náyades, ni faunos. Argentinas
voces no se oyen ya
en la concha de nácar de los mares,
ni el ángel de la tarde en los palmares
ha vuelto a suspirar!”
Aplauden todos. Tintinean
copas y vasos; el cognac
pone matices de topacio
sobre las mesas; rojear
hacen los vinos sus rubíes;
en alegre burbujear
la cerveza rubia y dorada
infla su espuma, y más allá
los diamantes del anisado
en las copas se ven brillar.
Entran y entran más poetas,
y el corro llegan a engrosar;
las serpentinas de los versos
cruzan el aire sin cesar;
los confetti del epigrama
empiezan a colorear;
se oyen cantos y carcajadas,
mientras muy cerca, ante el altar,
de la Capilla del Sagrario,
con un extraño titilar,
la lamparilla del Santísimo
parece tenue murmurar:
- Paz, oh cristianos, paz, cristianos!
Paz, oh cristianos! Paz!... paz! Paz!...
Café de “La Botella de Oro”,
viejo café, quise evocar
esas escenas antañeras
que en tu recinto, lustros há,
se sucedieron… Cuántas sombras
en la noche cruzar verás
so tu arcada! Cuántas endechas
hoy congeladas estarán
en tus rincones! Cuánto tiempo,
viejo café, transcurrió ya
desde esas juntas de poetas
que no han de verse nunca más!
Café de “La Botella de oro”,
viejo café, que fuiste un lar
de los poetas antañeros
que iban a ti para cantar,
que iban a ti como a un refugio,
para soñar! … para soñar!...
(Hojas de café, No. 4, 2014, 1).
Por su parte, el café Richie se mantuvo como tal por varios años, por lo menos hasta 1949, pero no tuvo la fama y el reconocimiento de La Botella de Oro. En “voz” del poeta Teodoro Gutiérrez Calderón (1890-1968), a quien le he dedicado un artículo, llega el nombre.
En “Gentes del Teclado” (1948) , un artículo del periódico Comentarios, Gutiérrez Calderón señala que conoció allí al pianista Emilio Murillo; “en el café Richie, en el atrio de la Catedral Primada de Bogotá, una noche de farra”. Este intelectual, asiduo al Richie, era compositor, pero tenía, además, un perfil bastante singular. Entre otras cosas, tocó en un trío junto a los músicos y pintores Pedro Morales Pino y Ricardo Acevedo Bernal, al cual luego se sumarían Antonio González y el famoso poeta y músico Julio Flórez. Murillo fundó la Academia Murillo, institución en la que daba instrucción musical gratuita, y difundía como podía sus ideas liberales. Así, producía y publicaba un panfleto llamado “La Regeneración” (acaso eco del periódico anarquista homónimo de México) y al mismo tiempo fabricaba y compartía la cerveza “La Rosa Blanca” (acaso un eco del poema de José Martí) en su propio domicilio. Lo primero le granjearía problemas con la justicia al punto de ser detenido en el Panóptico, junto con su colega Julio Florez, mientras lo segundo, seguro, le garantizaría muchos amigos en la bohemia de la ciudad. La Botella de Oro y el Richie debieron ser escenarios de sus conciertos, pero también de exposición de sus ideas y de venta de sus panfletos.
Estos son los detalles del encuentro de Teodoro Gutiérrez Calderón con Emilio Murillo Chapull en 1915 en el café Richie:
“Yo tocaba una polca suya, creo que se llamaba “La bavaria”. Sin saber quién era, se me acercó y me la hizo repetir tres veces, en gracia de unos adornos que le puse de mi caletre porque yo soy músico de oído. Me aplaudió, me brindó. Al mirarlo bajo su ruana sabanera, con ese corpacho y ese sombrero alón, me dije: ‘este debe ser algún hacendado. Bebámonoslo’, le dije a Eduardo Castillo y a Efraín de la Cruz. ‘Bebérnoslo no es difícil, porque es un gran anfitrión, dijo el poeta de las narices de Cyrano, pero oigámoslo primero’. Echándose la ruana sobre el hombro, dijo el feliz apóstol de la música nacional: ‘pues esa polca es mía’, voy a tocársela. Me caí de para atrás y no volví a sentarme al piano en toda la noche”.
La crónica revela varias cosas del café Richie y de su clientela: en primer lugar, el hecho de que allí había un piano que permitía a los asistentes interpretar obras a voluntad. En efecto, en algunos cafés de la época se ofrecían los instrumentos para que sus clientes pudiesen interpretar distintas melodías y, además, las partituras de las obras para hacerlo (“El impúdico brebaje…”). Tanto Gutiérrez Calderón como Murillo Chapull debieron aprovechar la circunstancia. Compartir una interpretación y comentar sus detalles debía ser cosa amena y acaso común.
El segundo elemento que se puede concluir de la crónica es este: el frío sabanero no era fácil de sobrellevar: exigía el uso de la ruana, una prenda típica de la fría ciudad, tanto como el “sombrero alón”, esto es, un sombrero de ala grande que usaban los hombres de la ciudad no solo para protegerse del frío de la noche sino del sol en el día. Sombrero distinto al bombín que usaban otros, los que iban de burgueses, que acaso no fuesen asiduos clientes de este tipo de establecimientos. Este atuendo era símbolo de un colectivo y, aún más, de una clase social en la época. Algunos preferían hacer parte del pueblo, o siquiera parecerlo, y otros no. El sombrero distinguía por donde iba la ideología y acaso la clase de hombres que se reunían en el café.
Tercero: que, tal como se dijo al principio, al lugar asistían, entre otros muchos, poetas, en este caso, por ejemplo, Castillo, el de la nariz de Cyrano, seguro de sombrero alón también, como aquel que luce en sus retratos (V. gr. abajo). Este poeta de la llamada "generación del Centenario" fue el autor de la colección “El árbol que canta” (1928).
A todo lo anterior se puede agregar que, para el suceso, Murillo fungía de anfitrión, es decir, posiblemente era quien había invitado al convite y dirigía a sus acompañantes. Aunque no fuese en estricto sentido anfitrión, su condición de cervecero podría fácilmente otorgársela, incluso en un establecimiento comercial que ofreciese licores de distinta naturaleza a su clientela.
Gutiérrez Calderón también pudo concurrir al café Richie con el reconocido escritor antioqueño Tomás Carrasquilla, quien, según queda consignado en la misma crónica, lo llevó allí a escuchar a la pianista Lucía Pérez; “sacerdotisa del teclado”, quien, por exigencia de Carrasquilla, tocó Lucía de Lammermoor”.
Sobre lo anterior se puede subrayar el hecho sorprendente de que la reconocida pianista asistiera al local céntrico, lo que revela no solo los cambios sociales del país y de la ciudad en cuanto a participación de la mujer en espacios públicos. Lo del atrio de la Catedral en que se encontraban los cafés acaso pudo ayudarle. También cierto desparpajo de la familia de la música y ella misma en los primeros años del siglo XX que demuestra que las mujeres podían acceder a la cultura pública.
Si no fue en el Richie el encuentro, en el café donde había piano a disposición, no sé adónde más podrían haber ido los artistas mencionados. Por mi parte, prefiero imaginar que sí fue en La Botella de Oro y en el Richie y que una chica muy joven, acompañada de sus familiares, poseía esta libertad y bien pudo concurrir a uno de esos establecimientos. Máxime si se toma en cuenta la categoría de la melodía interpretada y las circunstancias de la artista.
Gutiérrez Calderón señala, además de Lucía Pérez, los nombres de sus hermanos, Fausto Pérez, Rita y José Pérez, quienes pertenecían “al nidal de ruiseñores del maestro Celso Pérez”. Toda una familia de músicos reconocidos en su contexto cultural, tal como sintetiza Pedro Sarmiento en su reseña (2020):
“Celso Pérez (1866-1920), fue compositor, profesor y fundador de la escuela de música en Cúcuta amén de ser recordado por componer el pasillo Club de comercio. (Lucía) Pérez mostró sus dotes pianísticas desde los cuatro años. A ella le siguieron su hermana Rosa que se dedicó al canto, Fausto que fue compositor de música nacional, y Rita cuyas hijas —Marina y Leonor— estudiaron también piano con su tía. Tanto Lucía como Rita vivieron en el mismo edificio ubicado en Chapinero, en la calle 56 con carrera séptima, lugar al que llegaban sus estudiantes para recibir clases cuando había disturbios en la Universidad Nacional” (Blog de música. Banrepcultural).
Los vínculos entre ese mundillo de las profesoras Pérez y mi experiencia personal me sorprenden hoy. El hecho de que de 1974 a 1976 mi domicilio se ubicó en el mismo barrio Chapinero —en la Avenida Carácas con calle 53—, muy cerca de donde vivieron las hermanas Perez, a unas cuantas cuadras, me resulta llamativo. Esto aparte de que yo fui uno de esos estudiantes damnificados por los constantes disturbios de la Universidad Nacional durante los años 1987 a 1991.
Sobre ese ambiente cultural de los primeros años del siglo pasado, en una carta dirigida a su hermana, del 16 de junio de 1915, el famoso escritor antioqueño arriba mencionado —Tomás Carrasquilla— advierte:
“Cuando me junto con antioqueños simpáticos o con santandereanos, parrandeo alguito, por los cines, el Municipal o en algún café donde toquen bonito. Con los bogotanos no, porque son muy sosos y aburridores y les encanta pelear y echar ajos y volverse unas inormias y unos guaches. Por las tardes vamos Tomás y Jaime Montoya, su sobrino, que es nuestro oficial, a tomar cacao, al frente de la puerta del perdón de la Catedral”.
Además de todos los elementos que menciona el autor, aquellos relativos a los hábitos regionales, la música o el lenguaje —“parranda” o fiesta; “inormias”, en realidad indormia, “que es difícil de domar o controlar”; “guache”, en Colombia persona ruin y canalla (RAE)—, resulta interesante la mención del lugar del encuentro, que confirmaría lo que se ha dicho antes respecto del café Richie. Tradicionalmente se llama puerta del perdón a una de las portadas de acceso a las catedrales y la de Bogotá no es la excepción. Este nombre alude a las antiquísimas indulgencias que esperaban los fieles por ciertos sacrificios realizados en determinadas fechas, incluida la apertura de una de las puertas principales. Esta se mantenía y se mantiene todavía hoy cerrada y solo se abría o se abre en precisas ocasiones del año o para realizar oficios religiosos para los creyentes que siguieran ciertas pautas religiosas. El hecho de que La Botella de Oro o el café Richie estuviera justo en el atrio de la Catedral, muy cerca de esta puerta del perdón, explica la acotación el escritor y la reseña misma que exalta no solo el lugar de encuentro, la Catedral, sino el carácter restrictivo de la cultura en la ciudad. De hecho, Carrasquilla sitúa el espacio de los encuentros culturales en el café vecino a la catedral para darle un contenido entre religioso y popular a la anécdota, por oposición a los frívolos eventos sociales a los que asiste en casas de su parentela y amigos de alcurnia.
Tomás Carrasquilla vivió en Bogotá de 1914 a 1917 y accedió a la élite social pero también a grupos de provincia, de Antioquia y Santander, sobre todo, y a simples colegas del Ministerio de Obras Públicas, donde trabajó por ese tiempo. En La Botella de Oro o en el Richie departió con estos últimos. En tal contexto, sin duda, para él fueron mucho más importantes los vínculos con gente sencilla que aquellos que pudo establecer con la élite política o económica de la ciudad.
En cuanto a esa élite de Bogotá, según él “la crin de la cola” (por oposición a la “pobrería”), solo le mereció el calificativo de “boba”, pues, como lo describe en una carta a Isabel Carrasquilla, su hermana, el 13 de noviembre de 1914: “Bogotá es muy sabroso por la farsa y la bobada. No te imaginas bobada igual. Lo malo es que aquí se vive como de mentiras y no se hace nada de provecho, aunque uno lo quiera y lo desee”. Aunque Carrasquilla tenía parte de su familia domiciliada en la capital y esta no era justamente popular, su punto de vista de la alta sociedad no era muy positivo que digamos. En igual sentido, en otra carta del 3 de diciembre del mismo año dirigida a Ricardo “La Lumbrera”, señala:
“…el tipo del cachaco noble y rasgado, que fue clásico y destacante en esta tierra alta, ni se ve, ni se oye, ni se siente. Acaso exista, pero se pierde en la balumba de tanto mequetrefe. Los sabios y doctos que se dejan ver tienen más de fantoches que de ál. De los intelectuales, a quienes me han presentado —si exceptúo a tu tocayo Nieto— sólo te diré que lo de latas les queda muy fundillón. De las mujeres hermosas no tanto; pero relativamente, las hay mejores en nuestra tierra. El gremio venerable de Afrodita se sostiene, como siempre, por enormes personalidades; y las casas de citas, con damas que no ejercen públicamente, no escasean en esta metrópoli”.
Lo anterior tiene mucho que ver con la experiencia de Gutiérrez Calderón, ese tío de mi madre del que he hablado antes y que es uno de los personajes de El Innombrable. Este poeta vivió sus últimos años en Bogotá, tocando el piano en uno de sus cafés. ¡Cuánto no daría por saber cuál! Allí tocaría las piezas de Murillo, Pombo Ayerbe, Soto Borda, Flórez o Rivas Frade y las de su propia autoría. Entonces lo haría de memoria y de tacto puesto que ya no tendría la visión suficiente para consultar partituras o siquiera seguir las teclas del piano mismo. Unos pesos sí tendría para una copa, o para pagar el alquiler de la habitación que le serviría de morada. Así lo imagino y así lo cuento en El Innombrable, cuando Margarita va a visitarlo y no sabe siquiera que es una visita de despedida.
Y para adosar todo lo anterior, me resulta conmovedor señalar que en una carta amorosa de mi padre, Jorge Alirio Forero Rincón (1924-1970), a mi madre, Margarita Quintero, leo que él acostumbraba escribir en los cafés de la ciudad. “Leo tu linda cartica en la ruta que me lleva de mi casa al café Richie, donde escribiré la respuesta“. Esta carta del 21 de abril de 1948 la escribe en el Café, luego de caminar desde su casa. Su testimonio, me permite pensar que entre la gente El Richie mantuvo siempre tal nombre y continuaba abierto, incluso después de El Bogotazo. Como se dijo antes, solo posteriormente fue reemplazado por el Palacio Arzobispal.
Y…¿mis cafés de Bogotá? A falta de La Botella de Oro y el Richie, yo doy testimonio de Las pirámides de Egipto, un pequeñísimo local de la calle 9 con tercera (?) desde donde podían observarse tanto la iglesia del barrio Egipto como la sabana de Bogotá con sus emblemáticos edificios: la Casa de la Moneda, la biblioteca Luis Ángel Arango o la torre de Colpatria. Allí departimos Marisol, Jose, Pedro, Lilián y yo luego de algún ensayo del grupo de teatro La Tramoya en la Universidad Externado o luego, en la sede del grupo. Una cerveza nos daba para toda una tarde mirando el atardecer de la gran ciudad.
Por su parte, abajo, en La Candelaria de marras, la panadería de don Genaro, muy cerca de la universidad, vendían aguadepanela con pan; en El café de Rosita se ofrecían onces cachacas; y cerca al Externado, la tienda de doña Josefina, a una cuadra del chorro de Quevedo, invitaba a libar a su voluntad a los vecinos del barrio, los estudiantes o cualquier parroquiano de ocasión. En el bailadero Quiebracanto de la calle 21 con cuarta, íbamos a celebrar cualquier acontecimiento que justificara celebración (que eran todos). Y, más tarde, cuando las posibilidades daban para esto, fui a La puerta falsa, la sala de onces adjunta a La Catedral y anexa a la Casa del Florero, un local que evocaba esos lejanos tiempos de una república naciente; y al Café de Rosita, que era parte de un hotel; también, al café La Romana, cerca a la Universidad del Rosario, y el café Florida en la carrera Séptima. En todos esos lugares se deslizan mis recuerdos, como se deslizarán en las memorias de los amigos que compartieron los espacios, las conversaciones, las conspiraciones… Un centro de fin de siglo era nuestro espacio, con todos los peligros, vicisitudes y retos que la experiencia suscitaba.
Trabajos citados
Eldiario. “Julio Flórez y la Gruta Simbólica”. https://periodicoeldiario.com/julio-florez-y-la-gruta-simbolica/
Barón, Alfredo et Nubia Lasso, Olga Pizano, Estefanía Almonacid y Alejandra Jiménez. Hojas de café.file: ///Users/mrforero-ramirez/Desktop/cafetodos.pdf
“El impúdico brebaje… https://issuu.com/patrimoniobogota/docs/impudico_brebaje_2017_v3
Archivo de Bogotá, Circa, 1940. Biblioteca Luis Ángel Arango. Foto de Sady González publicada en el número 7 de Hojas de café del programa “Bogotá en un Café” del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (21 de enero de 2016). https://issuu.com/patrimoniobogota/docs/gaceta_7_ebook
Fernández, Tomás y Elena Tamaro. «Biografia de Eduardo Castillo». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/castillo_eduardo.htm [fecha de acceso: 24 de marzo de 2023].
Fernández, Tomás y Elena Tamaro. «Biografia de Tomás Carrasquilla». En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/carrasquilla_tomas.htm [fecha de acceso: 24 de marzo de 2023].
Villanueva Martínez, Orlando et al. Biófilo Panclasta, el eterno prisionero, Alas de Xue, 1992.