de Pablo Escobar y García Márquez a Shakira: la incorporación de Colombia al capitalismo salvaje
En 2011 Shakira visitó a Gabriel García Márquez en México, según informó en su cuenta de Twitter (Vanitatis.elconfidencial). El encuentro podría avaluarse en millones de dólares. Libros y música los producen. Refiriéndose a García Márquez la cantante afirma: “Era muy obsesivo con su trabajo, podía editar sus libros hasta nueve veces. Y eso me recuerda a mí cuando estoy en el proceso de crear música. Siempre estaba en búsqueda de la perfección y por eso casi lo consigue”, dice Shakira (El Espectador, 24.10.2023).
Una de las poquísimas cosas buenas que tiene el capitalismo salvaje que vivimos es el desnudamiento completo del poder. Como en “El traje nuevo del emperador” (1837) de Hans Christian Andersen, políticos corruptos, estafadores, viles intermediarios y móviles deleznables quedan al descubierto frente a un “público” manipulado. Los medios se empeñan en exaltar el magnifico traje del emperador mientras se cumple un genocidio en Palestina o los partidos de extrema derecha ganan terreno a ojos vista. En tales circunstancias no aparece el niño que advierta la impostura y si lo hace, como en Gaza, cae en la hecatombe.
En este panorama Trump y Milei son solo caricaturas del efecto. Los megarricos gobiernan, como lo han hecho siempre, y ya no necesitan ni siquiera del traje nuevo. Como en el cuento de Andersen todos estamos impelidos a asumir la corrupción, la banalidad y la falta de ética como condiciones del mundo contemporáneo. Si queremos otra cosa, luchamos en vano, en la soledad, somos perseguidos o sencillamente sufrimos el ostracismo.
En la superestructura ideológica de ese mundo oscuro se ubica también la literatura. La evidencia de que esta hace parte de la Industria del espectáculo, como la llamó en su día uno de los reyes de ese espectáculo, ya no sonroja ni a Planeta ni a nadie. Por el contrario se celebra, como las invisibles telas del emperador. Sin vergüenza alguna hoy se muestran los objetivos económicos y el camino abyecto que se debe seguir para lograr el éxito literario. Por encima de cualquier creación, las ventas son lo importante, lo único importante. No es gratuito que sean las editoriales las que busquen a los influencer y les propongan publicar un libro que no han escrito ni escribirán. Millones de seguidores avalan el negocio. Tampoco sobran la explotación vulgar de emociones, pulsiones, sentimientos, escándalos y demás en una especie de emisiones rosa que aseguran esas ventas. Todo eso hace parte de la celebración del nuevo traje del emperador.
En el mundo orwelliano que padecemos no se necesita mucha habilidad para producir best sellers. Una buena campaña publicitaria reemplaza a cualquier Tolstoi. Si eso no es suficiente, quedan algunos “negros” que, como en el siglo XIX, todavía escriben para otros, los presuntos autores, sin que a nadie le importe un pepino la ética o la autoría. Total, son pocos los que leen y muchos menos los que leen libros completos y aquí novelas hasta el final. En la nueva normalidad las editoriales son empresas impresoras, los mercadoctecnistas reemplazan a los editores y los influencers a los escritores. La publicidad es más importante que la realidad y “el cliente siempre tiene la razón”.
En este mundo franco, miles de escritores surgen por todas partes y lo fundamental es venderlos, o por lo menos vender los que aseguren el capital. A nadie le importa si escriben o no, si se leen o no. Si venden, ¡adelante!
Para el caso de Colombia, hace unos años ocurrió un hecho fundamental que inscribió al país en la misma lógica del capital: en efecto, el narcotráfico supuso una acumulación original de capital en ese país relegado hasta entonces de la historia. Dólares cochinos ingresaron al país sudamericano y con ellos hubo un paradójico desarrollo. El gradual ingreso de personajes emblemáticos de ese origen a las grandes ligas del capital determinó su visibilidad en el campo de la economía y la Cultura. El famoso capo Pablo Escobar —por mencionar solo un hito— llegó a ser uno de los hombres más ricos del planeta y con ello inscribió al país en los viles anales del éxito por ventas. Desde entonces su estela cobijó y cobija aún a personajes nacionales, políticos y demás, y, para el caso, a sus artistas y escritores, que incluso no dudan en aprovechar su figura en una novela y el impacto transnacional de su mundo a la hora de vender. De un modo u otro, Escobar y sus derivados —Medellín, cocaína, tráfico de drogas, sicarios…— siguen cotizando y “facturan”.
El común denominador del dinero unió y une aún el nombre del famoso narcotraficante con el de Gabriel García Márquez, Fernando Botero o, más recientemente, Shakira, la artista “más importante de Colombia”, junto con Carlos Vives, John Leguízamo, Gabo y Orlando Cabrera, según el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. “No todo en Colombia es delito clase A”, dijo Trevor Noah en los Premios Grammy al subrayar la honrosa tradición colombiana. En el Primer Mundo, Narcotráfico, espectáculo y Colombia son sinónimos. Y no es gratuito. Gabriel García Márquez, el escritor más importante de Colombia, vendió millones de libros justo cuando Pablo Escobar rociaba de polvo blanco el imperio norteamericano. El eximio escritor, exaltado por el presidente Bill Clinton, obtuvo el Nóbel en 1982, año en el cual el narcotraficante accedió a la política nacional por sus éxitos ilegales en Estados Unidos.
Con el tiempo, Clinton (1993-2001), el dictador Fidel Castro (1959-2008) y el presidente de Colombia, Alfonso López Michelsen (1974-1978), políticos que de un modo u otro catapultaron el nombre de García Márquez como escritor, devinieron en anécdota, tanto como su origen. Según Virginia Vallejo, otra “escritora” favorecida por este peculiar mundo del espectáculo, Felipe López, el hijo del presidente colombiano, su mujer, Pilar Castaño, y el grupo Los Picas lavaban dinero del cartel de Medellín y eso habría de permear su cultura de ahí en adelante. Felipe se quedó con el dinero de Pablo Escobar pues “controlaba la fortuna de la viuda” y refundó la revista Semana en el mismo 1982, luego de conseguir que le cedieran el nombre de la antigua revista propiedad del presidente Alberto Lleras. Fue Plinio Apuleyo Mendoza, el gran amigo de García Márquez, quien viajó desde Francia para montar la revista y el impulso de este medio y de los demás fortalece todavía hoy nombres y obras.
En medio de esas espúreas relaciones entre la ilegalidad, el arte, la literatura y la política, Colombia se inscribió al fin en la cultura occidental y, por lo tanto, en la diabólica lógica del Todo Vale. Poco después, Fernando Botero cotizó en bolsa porque su obra fue vendida en millones de dólares y eso lo hizo una figura mundial, lo mismo que está ocurriendo hoy con figurillas —Héctor Abad Faciolince y más recientemente Amalia Andrade, entre otros—- que entraron por carambola en el juego de las ventas multinacionales.
Independientemente de la genialidad de sus obras, los artistas colombianos ingresan a la cultura mundial por pisar la lujosa alfombra del capital. Pocos en el mundo —ni siquiera los presidentes estadounidenses— reconocen a los filósofos Nicolás Gómez Dávila y Estanislao Zuleta, los científicos Rodolfo Llinás y Manuel Élkin Patarroyo o, en el campo de las Belles Lettres, a Fernando Vallejo, Laura Restrepo y Pablo Montoya. Al fin y al cabo estos intelectuales “locales” no han logrado erigirse en superventas y acceder así al Olimpo de la cultura mundial.
Del Boom latinoamericano del siglo pasado queda muy poco que no sea mito, como Pablo Escobar, y el colombiano García Márquez se diluye como tal entre el grupo del mexicano Carlos Fuentes, el peruano Mario Vargas Llosa, el argentino Julio Cortázar o la peruana-chilena Isabel Allende. Estos se mantienen en los anaqueles españoles como muestra exclusiva de la Literatura Hispanoamericana, y solo por ilustrar la etiqueta. Todavía las universidades del primer mundo identifican la literatura de América Latina con ese viejo Boom y acaso lo actualizan con “novedades” de las grandes editoriales —Planeta, Alfaguara y Penguin— que son solo negocios particulares en torno a un nombre. Desde este punto de vista, Juan Gabriel Vásquez parece obligado a seguir el camino fallido de Álvaro Mutis: o vende lo suficiente o no logrará su reconocimiento. Colombia como cultura tiende a languidecer de nuevo en su soledad de siempre.
Y el paisaje no parece cambiar. En efecto, las corporaciones de Europa y Estados Unidos han recobrado la estricta administración del poder cultural. España se ha replegado en su industria editorial y la defiende a capa y espada. Aunque los dueños de las famosas editoriales ya no sean españoles, es necesario dominar desde Europa el monopolio de la lengua castellana y su literatura. En definitiva, el ingreso a la plataforma cultural del capitalismo es la condición sine qua non para figurar en el sanedrín de la literatura. No hay niño que se aventure a decir otra cosa.
Trabajos mencionados
Shakira visita a Gabriel García Márquez en México. https://www.vanitatis.elconfidencial.com/noticias/2011-04-07/shakira-visita-a-gabriel-garcia-marquez-en-mexico_576194/
Shakira y su cercanía con Gabriel García Marquéz: “de mis personas favoritas”. https://www.elespectador.com/entretenimiento/gente/shakira-y-su-cercania-con-gabriel-garcia-marquez-de-mis-personas-favoritas/
“Felipe López el dueño de Semana” (23/2/2011). Consultado el 22 de febrero de 2014.