La naturaleza de la democracia y las elecciones
El gran abanico de fuerzas políticas debería incluir en vez de excluir, respetar en lugar de eliminar. Esta es la base de la democracia. Si no, para qué se escoge este modelo social.
La proscripción del comunismo en Colombia data de principios del siglo XIX cuando apenas despuntaba como fuerza política. Hubo varias mariacanos en Medellín que quisieron continuar la labor de la Flor del trabajo, como se llamaba a la líder socialista María Cano, pero fueron furiosamente perseguidas. En los años treinta, el poeta Luis Vidales, que en su momento colaboró con El Espectador, fue de los únicos que osó adscribirse abiertamente al Partido y por esa razón resultó exiliado en Chile, perseguido por Turbay Ayala y más tarde desagraviado en Pereira. Hoy la palabra comunismo está proscrita de nuestro lenguaje y solo se dice izquierda a todo un abanico de opciones políticas que van desde la filiación legítima al Polo Democrático o Marcha Patriótica hasta el contubernio con las FARC. Este eufemismo resulta ubicuo si se piensa en las radicales diferencias a la hora de proponer cambios sociales en un país marcado históricamente por el predominio ideológico y material de la derecha y la extrema derecha (límites entre los que se pueden ubicar los partidos políticos tradicionales). La búsqueda de la justicia social, la pretensión de una reforma agraria o de una educación pública y gratuita y la propuesta de crear al Hombre nuevo resultan ideales exóticos en un país marcado por la intolerancia. En países como Francia o España ser comunista, así, abiertamente, es solo la elección ideológica de cantidad de personas, incluidos burgueses (algunos hablan de Gauche caviar o izquierda rolex) o jóvenes inconformes (hay una Federación de Estudiantes Universitarios en España de carácter comunista) que buscan reformas públicas de estos talantes. Aceptar o rechazar la izquierda no significa morir en una calle cualquiera, y en conferencias en Barcelona o Madrid se habla sin miedo de la tradición anarquista de la Primera República española (1873-1874). Los indignados agregan hoy que el capitalismo posindustrial ha fracasado y que debe volverse al camino del socialismo romántico, como advirtió hace poco uno de los columnistas de El Espectador, un profesor de la Universidad Complutense de Madrid, de la manera más utópica posible. Su opinión hace parte de una cultura que no le teme a los fantasmas de la Dictadura y que está en la búsqueda de necesarias transformaciones sociales. En América Latina, por el contrario, la cuestión ha sido conflictiva y efectivamente cosa de vida o muerte; aunque ahí están países llamados de izquierda que no han sucumbido en el intento. Países donde no existen masacres, desapariciones forzadas o paramilitares con ansias de poder; o por lo menos no en la medida en que nacen se reproducen y mueren en la Colombia conservadora. La nacionalización de los hidrocarburos, la prohibición de la aspersión de cultivos “ilícitos” o la legalización de la mariguana se pueden entender dentro de una dinámica de lo más liberal: el mercado mundial. En este campo, la izquierda ha llegado a ser solo otra opción política que se amolda a los vaivenes de la economía moderna; con la conciencia de la protección al medio ambiente o los derechos humanos, que se han erigido como temas útiles para el desarrollo económico. Duele entonces que a los miles de muertos de la Unión Patriótica se sumen hoy veintiocho líderes de Marcha Patriótica. Incluso que se hable de “bajas” cuando se sabe de la muerte de guerrilleros. Sorprende que líderes militares se expresen contra el Comunismo o la izquierda como en los peores años de la Violencia. Y sorprende aún más que en una sociedad creyente como la colombiana, cualquiera sea su opción religiosa, se hable de estas bajas para aludir a la muerte de seres humanos, cualquiera sea su condición o ideología. El gran abanico de fuerzas políticas debería incluir en vez de excluir, respetar en vez de eliminar. Esta es la base de la democracia. Si no, para qué escogemos a cada rato en elecciones costosísimas este modelo social. El supuesto de un proceso judicial es la base para la aplicación de justicia y es el juez el supremo garante de los derechos individuales. Igualdad, Fraternidad, Libertad fueron los lemas de las ideologías modernas, desde el conservadurismo hasta el liberalismo o el comunismo que encontraron su espacio en todos los países modernos. Todas se encauzaron en la ley como método de convivencia. El mismo tronco las arropó a todas y su desarrollo solo obedeció a las leyes elementales de la evolución social. En las próximas elecciones podría verse entonces ese respeto a las tan mentadas instituciones sociales que siempre se han defendido en las circunstancias más críticas del país de modo simplemente retórico. Hagamos que estas no sean solo parte de la verborrea política que debemos escuchar cada año y sobre los mismos intereses. Si hemos de votar, que sea sobre la base del pluralismo que exige cualquier democracia por incipiente y relativa que esta sea.